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Las bases sociales para una propuesta programática democrática-republicana (y II)

Fuentes: Rebelión

En el artículo anterior expuse, muy sucintamente, los resultados de un estudio realizada por la Fundación del BBVA «Values and Worldviews» en base a una encuesta hecha en diez países de la Unión Europea. Ahora intentaré sacar algunas conclusiones que considero pertinentes para, por así decirlo, el debate de las izquierdas sobre nuestro presente y, […]

En el artículo anterior expuse, muy sucintamente, los resultados de un estudio realizada por la Fundación del BBVA «Values and Worldviews» en base a una encuesta hecha en diez países de la Unión Europea. Ahora intentaré sacar algunas conclusiones que considero pertinentes para, por así decirlo, el debate de las izquierdas sobre nuestro presente y, sobre todo, nuestro futuro.

La primera cosa a subrayar es que una parte claramente mayoritaria de la opinión pública europea rechaza las políticas neoliberales y defiende con mucha fuerza el Estado social. Para decirlo con más precisión: para las mujeres y los hombres que viven en la Unión, los derechos sociales y laborales son un componente central de la ciudadanía democrática y de su dignidad como personas.

Una segunda cuestión a señalar es que se produce una hondísima crisis de representación, una enorme sima, entre dicha ciudadanía y las elites políticas, económicas y mediáticas que ejercen realmente el poder. Las personas no tienen dudas: los poderes existentes trabajan por y para el poder económico-financiero y los políticos están a su servicio. Así de claro, y por eso una parte significativa de la ciudadanía, sobre todo en el sur, está profundamente insatisfecha del funcionamiento de nuestras democracias. Aquí tampoco cabría equivocarse demasiado: las gentes critican, al menos por ahora, la democracias existentes porque la soberanía popular manda poco o nada y porque las instituciones democráticas son cada vez más subalternas e impotentes ante los poderes facticos.

Hay un tercer dato, de valoración más compleja y sutil, con de consecuencias políticas de mucho calado; me refiero, a la valoración de eso que se ha dado en llamar economía de mercado. El asunto se podría exponer del siguiente modo: la ciudadanía acepta la economía de mercado sabiendo que es la causante principal de las desigualdades sociales, por lo reclama un Estado responsable y garante de los derechos sociales e implicado fuertemente en su control y funcionamiento. Se diría que la opinión pública, más allá de los límites tradicionales de la izquierda y derecha, está por un programa de orientación fuertemente socialdemócrata, sobre todo en España.

Se podría continuar pero nos llevaría, seguramente, demasiado lejos, sobre todo, si se compara con otras encuestas, como la reciente de la cadena SER. Insistir en lo siguiente: lo que nos dice el estudio que comentamos es que en las consciencias de las personas hay un rechazo fuerte a las políticas dominantes y una aspiración a otras más justas e igualitarias. Es decir, nos señalan disponibilidades, horizontes y perspectivas para otros proyectos, en momentos de mucho sufrimiento y depresión social. De ahí, al voto o al compromiso político sostenido va un trecho difícil, muy difícil, de recorrer.

Pasar de la disponibilidad a la acción y al compromiso exige un proyecto claro, creíble socialmente y políticamente solvente. No basta solo propuestas o consignas, hace falta fuerza organizada, capacidad, conectar y crear imaginarios sociales que impulsen a la acción, que combatan la resignación y el pesimismo. En definitiva, las personas no solo deben pensar que tenemos razón, más aún, deben creer y luchar por nuestro proyecto: la única forma de hacerlo viable políticamente.

En nuestras específicas condiciones eso exige, al menos, tres condiciones: (a) una propuesta programática que conecte con las aspiraciones, necesidades y preocupaciones de las mayorías sociales, es decir, un discurso alternativo ; (b) construir una proyecto político y una alternativa electoral que por su carácter, amplitud y coherencia unitaria movilice el imaginario ciudadano para mostrar no solo que se quiere sino que se puede, que hay fuerza real cambiar las cosas desde las necesidades de las personas; (c)situarse claramente en el conflicto social, impulsar las demandas, acompañar las luchas y convertirse en instrumento de los movimientos sociales.

La clave, al final y al principio, reside en la capacidad colectiva para situarse bien en el momento histórico donde se vive. La transición política, en muchos sentidos, ya ha comenzado. En el centro la lucha entre reforma y ruptura. En el fondo: la cuestión del poder en sentido fuerte, es decir, cambiar para que todo siga igual o democratizar realmente el poder económico, político y mediático-cultural.

Por eso, aquí y ahora, de lo que se trata es de construir la Alternativa Democrática como fuerza política y electoral de las mayorías sociales, con el objetivo explicito de disputarle la hegemonía al» partido único» del Régimen. Hablar en serio de la 3ª republica significa eso: una nueva clase dirigente capaz de impulsar un proyecto de país al servicio de hombres y mujeres libres e guales, comprometido con la justicia y haciendo de la emancipación social el norte de la vida pública.

Tampoco en esto debemos engañarnos: la tarea será dura y los obstáculos muchos. Hablar de Revolución Democrática es señalar con precisión la radicalidad y la hondura de los cambios a realizar y la necesidad de construir una pasión colectiva que de sentido a la vida y se oponga a la noche neoliberal. El asunto es tan viejo como el mundo: cuando las clases subalternas se organizan en torno a un proyecto de vida, se convierten en una fuerza material y crean poder.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.