Si bien España no es un territorio minado como Afganistán, Angola, Bosnia y Herzegovina, Ruanda o Camboya, sus bombas latentes intranquilizan. En el campo, la ciudad y el mar mantienen alertas a dos grupos especializados
Las bombas de la Guerra Civil española son septuagenarias. Están diseminadas por centenares en las cercanías de Madrid, Zaragoza, Toledo, Teruel, Guadarrama y el corredor del río Ebro, algunos de los frentes donde lucharon republicanos y franquistas hace 75 años. Pueden explotar o no con suerte diversa. En Oviedo la estadística anual es demoledora: se desactivan unas sesenta de distinto poder explosivo. Un oficial de la Policía Antidrogas de Asturias murió en 2009 mientras manipulaba el artefacto que pensaba sumar a su colección de objetos sobre el conflicto bélico. Un turista extranjero se topó con otra mientras se bañaba en la playa Ses Covetes de Mallorca y vivió para denunciarlo. Estos episodios, apenas un puñado de ejemplos, remiten a la sublevación con que Francisco Franco impuso la guerra primero y luego su dictadura entre 1939 y 1975. El 18 de julio del ’36 se levantó en Melilla, el enclave del norte africano donde todavía quedan al descubierto temibles proyectiles de aquella época. Si bien España no es un territorio minado como Afganistán, Angola, Bosnia y Herzegovina, Ruanda o Camboya, sus bombas latentes intranquilizan. En el campo, la ciudad y el mar mantienen alertas a dos grupos especializados en detectarlas y anularlas, el Gedex (Grupo de Especialistas en Desactivación de Artefactos Explosivos) de la Guardia Civil y los Tedax (Técnicos Especialistas en Desactivación de Artefactos Explosivos) del Cuerpo Nacional de Policía.
Sobre Madrid y su zona de influencia fueron arrojados 16 millones de bombas: el ejército de Franco, aliado de Hitler y Mussolini, se encargó de semejante faena. En Oviedo pasó al revés: después de que los nacionales la tomaron en el inicio de la guerra, cayeron 120 mil proyectiles de artillería y 10 mil de la aviación en apenas 90 días, según varios compiladores franquistas. La mayoría de las fuerzas republicanas que sitiaban la ciudad en defensa del gobierno legítimo no le dieron tregua al coronel Antonio Aranda, un militar que en la década del ’40 conspiró contra el Generalísimo. Tampoco tuvo piedad la Legión Cóndor alemana sobre Guernica, donde se lanzaron bombas de 250 y 50 kilos, además de tres mil proyectiles incendiarios de aluminio. Pablo Picasso se inspiró en esta tragedia para pintar su cuadro más célebre. Siete décadas después de la guerra, las bombas, esos tubérculos oxidados que nacen como papas de la tierra, son la rémora de un conflicto que sigue dividiendo a la sociedad española.
Todavía aparecen cuando las excavadoras remueven terrenos para levantar nuevas construcciones, si los campesinos usan arados más profundos, cuando se secan los pantanos y pozos de agua por las largas sequías que afectan a la península ibérica y si familiares de los combatientes las descubren en sus casas muy antiguas. El periodista Nacho Pandavenes, en su nota «Oviedo, una ciudad minada» publicada en La Voz del Asturias, describió en abril pasado que «muchas de ellas aparecen en los muros de las viviendas y se encuentran durante las reformas. El motivo es que era común que se escondiesen en huecos de las paredes durante la guerra y la posguerra y que, una vez fallecido el que las metió allí, el escondite quedara en el olvido». También aporta un dato desolador: «Prácticamente la totalidad de los artefactos encontrados en Oviedo mantienen intacta su carga explosiva. De hecho, lo extraño es encontrar uno que no la tenga, ya que de los que detonaron en su momento o tiempo después queda poco».
San Esteban de las Cruces o el Prado de la Vega, donde combatieron de modo más activo los republicanos y nacionales, son fértiles en bombas, obuses y granadas (las más peligrosas de todas). Muchos de los hallazgos se hicieron durante las obras del nuevo Hospital Universitario Central (HUCA). Por año se descubren más de cincuenta de gran variedad y tamaño. Sólo en el Principado de Asturias, los operativos de los Gedex y Tedax superan el centenar anual. El colmo de Oviedo ocurrió en abril de 2007, cuando dentro de una bolsa de papas se encontró una granada de la Segunda Guerra Mundial que había viajado desde el sur de Francia. La Policía Nacional y los medios de comunicación la bautizaron «patata explosiva».
En agosto de 2009, a Francisco Javier Fernández García, un inspector jefe de la brigada asturiana de estupefacientes y coleccionista de armas y explosivos antiguos, se le detonó una bomba en su pueblo natal Mora de Luna, en la provincia de León. Estaba de vacaciones y lo encontraron muerto en su taller. Sentado, había sujetado el proyectil de la Guerra Civil con las rodillas cuando se produjo la explosión. Su colección de municiones se alimentaba de la zona de montes cercana a su casa donde combatieron las tropas.
Madrid, tres años antes, había sido testigo de otro hallazgo bélico mientras se hacían excavaciones en el túnel ferroviario de Atocha-Chamartín, también conocido como el túnel de la risa. Hubo que desalojar la zona, aunque luego se constató que la vieja bomba tenía la pólvora mojada y no hubiese explotado. En diciembre de 2007, un operario que manejaba una pala mecánica halló en una obra de Melilla un proyectil de 155 milímetros. Las primeras noticias describieron que la pieza habría sido lanzada el 18 de julio del ’36 desde el buque acorazado Jaime I, que servía a las órdenes de la República.
El casco histórico de Guadarrama, próximo al río y la sierra del mismo nombre que terminó de reacondicionarse a comienzos de este año, ha sido fértil en descubrimientos de la Guerra Civil. Bombas halladas debajo del asfalto o en la construcción de estacionamientos son moneda corriente. Al punto que la policía local trabaja con un protocolo de actuación cuando se topa con ellas. En octubre de 2009, la playa ses Covetes de Mallorca se convulsionó por otro proyectil que un turista encontró semienterrado en la arena. Un buque de la Armada española enviado desde el puerto de Cartagena se encargó de desactivarla. «Seguramente las últimas tormentas y el oleaje han removido los fondos y han hecho que la bomba quede descubierta», dijeron los agentes de la Guardia Civil.
Tampoco se salvan los puertos marítimos de las municiones heredadas de la guerra. Cuando era dragado el de Llanes, sobre el Mar Cantábrico, una retroexcavadora sacó de la escollera un objeto metálico, de 60 centímetros de largo y 43 kilos de peso. Se trataba de un proyectil de 155 milímetros. Como Llanes, en Asturias, fue arrebatado a los republicanos por una brigada franquista en septiembre de 1937 según los medios españoles, todo indica que ese obús fue disparado por el ejército sublevado.
Foto: AFP
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-172437-2011-07-17.html