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Las buenas intenciones que pavimentan el camino a la guerra

Fuentes: Counterpunch

Traducido para Rebelión por J. M. y revisado por Caty R.

Oponerse al genocidio se ha convertido en una especie de industria casera en los Estados Unidos. En todas partes surgen «Estudios sobre el Genocidio» en las universidades. Hace cinco años se estableció una poco creíble «fuerza para la prevención del genocidio» encabezada por la exsecretaria de Estado Madeleine Albright y el exsecretario de Defensa William Cohen, ambos veteranos de la administración Clinton.

La Biblia de la campaña es el libro de Samantha Power A Problem from Hell. La tesis de Power es que el Gobierno de EE.UU., aunque bien intencionado, así como todos nosotros, es demasiado lento para intervenir con la intención de «detener el genocidio». Se trata de una sugerencia que el gobierno de los EE.UU. adopta, incluso hasta nombrar a la Power asesora de la Casa Blanca.

¿Por qué el gobierno de los EE.UU. apoyó con tanto entusiasmo la cruzada contra el «genocidio»?

La razón está clara. Dado que el Holocausto se ha convertido en la referencia histórica más omnipresente en las sociedades occidentales, el concepto de «genocidio» es amplia y fácilmente aceptado como el mayor de los males que afligen al planeta. Se considera que es «peor que la guerra».

En eso reside su inmenso valor para la industria militar de los Estados Unidos, y también para una élite que maneja la política exterior y se pasa buscando un pretexto aceptable para la intervención militar donde elijan.

La obsesión por el «genocidio» como principal problema humanitario en el mundo de hoy relativiza la guerra. Se revoca la sentencia definitiva de los juicios de Núremberg, donde se establece que:

La guerra es esencialmente una cosa mala. Sus consecuencias no se limitan a los estados beligerantes, sino que afectan a todo el mundo. Iniciar una guerra de agresión, por lo tanto, no es sólo un crimen internacional, es «el crimen internacional supremo», que sólo difiere de otros crímenes de guerra en que contiene en sí el mal acumulado del conjunto.

En cambio la guerra se transforma en una acción humanitaria para rescatar a toda la población del «genocidio».

Al mismo tiempo el concepto de soberanía nacional, erigido como la barrera para impedir la invasión de las naciones fuertes a las más débiles, es decir, para evitar la agresión y «el flagelo de la guerra», se ridiculiza señalándolo como que es únicamente una protección de los gobernantes malvados (dictadores) cuya única ambición es «masacrar a su propia gente».

Esta construcción ideológica que se patrocina es la base de la doctrina occidental que obligó a unas Naciones Unidas más o menos reticentes, de «R2P», la abreviatura ambigua, tanto para el «derecho» y la «responsabilidad» de proteger a los pueblos de sus propios gobiernos.

En la práctica esto puede dar a los poderes dominantes carta blanca para intervenir militarmente en los países más débiles con el fin de apoyar cualquier rebelión armada que sirva a sus intereses. Una vez que esta doctrina parece aceptarse puede incluso servir de incitación a grupos de la oposición para provocar la represión del gobierno con el fin de que se ponga en marcha la denominada «protección».

Uno de los muchos ejemplos de esta industria casera es un programa llamado «Un mundo sin genocidio» de la Escuela de Derecho William Mitchell en mi ciudad natal, Saint Paul, Minnesota, cuya directora ejecutiva, Ellen J. Kennedy, escribió recientemente un artículo para Minneapolis Star Tribune donde expresa todos los clichés habituales de dicha campaña aparentemente bienintencionada pero equivocada.

Equivocada y sobre todo desinformativa. Se dirige a la atención de las personas bienintencionadas lejos de la causa esencial de nuestro tiempo que es revertir la tendencia hacia la guerra en todo el mundo.

Ellen J. Kennedy culpa del «genocidio» a la barrera legal establecida -la soberanía nacional- para tratar de evitar la guerra de agresión. Su cura para el genocidio parece que es abolir la soberanía nacional.

Desde hace más de 350 años, el concepto de «soberanía nacional», prevalecía sobre la idea de «soberanía individual». Básicamente, los gobiernos tenían inmunidad frente a la intervención externa a pesar de las violaciones de derechos humanos que se perpetraban dentro de sus fronteras. El resultado ha sido un fenómeno de genocidio «una y otra vez» desde el Holocausto, con millones de vidas inocentes perdidas en Camboya, Bosnia, Ruanda, Congo, Guatemala, Argentina, Timor Oriental… la lista es larga.

De hecho, Hitler inició la Segunda Guerra Mundial, precisamente, violando la soberanía nacional de Checoslovaquia y Polonia, en parte para, según él, para detener las violaciones de los derechos humanos que presuntamente perpetraban los gobiernos contra los habitantes de origen alemán que vivían allí. Fue para invalidar este pretexto y «preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra», que se fundó la Organización de las Naciones Unidas sobre la base del respeto a la soberanía nacional.

Por supuesto no hay ninguna posibilidad de que Estados Unidos pierda «su» soberanía nacional. Al contrario, todos los demás países están llamados a perder «su» soberanía nacional en beneficio de los Estados Unidos.

Ellen J. Kennedy alarga su lista agrupando arbitrariamente eventos dispares bajo la misma etiqueta de «genocidio», sobre todo en función de su lugar en la narrativa oficial de EE.UU. de los conflictos contemporáneos.

Pero el hecho importante es que lo peor de estas matanzas -Camboya, Ruanda y el propio Holocausto- se produjeron «en tiempos de guerra y como resultado de las guerras»

La cacería sistemática, la deportación y el asesinato de los judíos europeos tuvieron lugar durante la Segunda Guerra Mundial. Los judíos fueron denunciados como «el enemigo interno» de Alemania. La guerra es el escenario perfecto para la paranoia racista. Después de todo, incluso en los Estados Unidos, durante la Segunda Guerra Mundial, las familias estadounidenses de origen japonés fueron despojadas de sus bienes, detenidas y arrestadas en campamentos. El resultado no es comparable, pero el pretexto fue similar.

En Ruanda, la horrible masacre fue una respuesta a la invasión de Uganda por parte de las fuerzas tutsis y el asesinato del presidente del país. El contexto fueron la invasión y la guerra civil.

La masacre camboyana no era la culpa de la «soberanía nacional». De hecho, fue precisamente el resultado directo de la violación de EE.UU. de la soberanía nacional de Camboya. Años de bombardeo secreto de EE.UU. sobre la campiña camboyana, seguido de un derrocamiento de ingeniería del gobierno camboyano, abrió el camino a la toma de control de ese país por amargados combatientes Jemeres Rojos que utilizaron el resentimiento de las poblaciones urbanas para la devastación de las desventuradas poblaciones de las zonas rurales, consideradas cómplices de sus enemigos. Las matanzas de los Jemeres Rojos se produjeron después de que los Estados Unidos fueron derrotados en Indochina por los vietnamitas. Después de haber sido provocado por las incursiones armadas, los vietnamitas intervinieron para derrocar a los Jemeres Rojos y fueron condenados en las Naciones Unidas por los Estados Unidos.

Algunos de los más sangrientos acontecimientos no figuran en la lista de «genocidio» de Ellen J. Kennedy. Falta el asesinato de más de medio millón de miembros del Partido Comunista de Indonesia en 1965 y 1966. Pero el responsable, el dictador Suharto, era «amigo de Estados Unidos» y las víctimas eran comunistas.

Sin tener en cuenta a más de medio millón de indonesios asesinados, Ellen J. Kennedy incluye a Bosnia en su lista. En ese caso, la estimación más alta de víctimas fue de 8.000 asesinados, todos hombres en edad militar. De hecho, el dúo OTAN-Tribunal Penal Internacional (TPI) dictaminó que la masacre de Srebrenica en 1995 fue «genocidio». Para llegar a este veredicto, a pesar de que los presuntos autores no incluyeron a las mujeres y los niños, el TPI encontró un sociólogo que afirmaba que dado que la comunidad musulmana de Srebrenica era un patriarcado, el asesinato de los hombres alcanzó la denominación de «genocidio» en una sola ciudad, ya que las mujeres no regresarían sin los hombres. Este juicio descabellado era necesario para preservar «Bosnia», como Anexo A, en el caso de una intervención militar de la OTAN.

En general se pasa por alto que Srebrenica era una ciudad guarnición, donde en 1995, no todos los hombres musulmanes eran nativos de esta ciudad originalmente multiétnica y habían estado llevando a cabo ataques contra los pueblos vecinos serbios. Tampoco los medios de comunicación occidentales prestaron mucha atención a los testimonios de los líderes musulmanes de Srebrenica que habían escuchado al líder del partido islamista, Alija Izetbegovic, decir en secreto que el presidente Clinton había dicho que la masacre de al menos 5.000 musulmanes era necesaria para poner a la «comunidad internacional» en la guerra civil de bosnia del lado de los musulmanes. Los líderes musulmanes creen que Izetbegovic deliberadamente dejó a Srebrenica sin defensa a fin de que ocurriera una masacre perpetrada por los vengativos serbios.

Ya sea verdadera o no, la historia apunta a un grave peligro que es el de adoptar el principio del R2P. Izetbegovic fue el líder de un partido que quería derrotar a sus enemigos con la ayuda militar exterior. El mundo está lleno de esos líderes de facciones étnicas, religiosas o políticas. Si ellos saben que «la única superpotencia del mundo» puede venir en su ayuda una vez que se puede acusar al gobierno existente de «matar a su propio pueblo», están muy motivados para provocar que el gobierno cometa la masacre requerida para la intervención.

Algunos ex Cascos Azules de las Naciones Unidas han declarado que las fuerzas musulmanas de Bosnia llevaron a cabo los infames atentados en los «mercados» contra de población civil de Sarajevo con el fin de culpar a sus enemigos serbios y obtener apoyo internacional.

¿Cómo pudieron hacer tal cosa horrible? Bueno, si el líder de un país puede estar dispuesto a «masacrar a su propio pueblo», ¿por qué no podría el líder de un grupo rebelde permitir que algunos de «los suyos» sean masacrados, con el fin de tomar el poder? Sobre todo, por cierto, si la paga generosa por parte de un poder exterior -por ejemplo Catar- es para provocar un levantamiento.

El peligro principal de la doctrina R2P es que alienta a las facciones rebeldes a provocar la represión o reclamar la persecución sólo para traer tropas extranjeras que acudan para su objetivo. Lo cierto es que los militantes contrarios a Gadafi exageraron groseramente la amenaza de Gadafi en Bengasi para provocar la guerra contra él en 2011, con la OTAN encabezada por Francia contra Libia. La guerra de Malí es un resultado directo de la caída brutal de Gadafi, que fue una fuerza importante para la estabilidad de África.

R2P (La traducción sería «responsabilidad de proteger», N.de T.) sirve principalmente para crear una opinión pública dispuesta a aceptar la intervención de EE.UU. y la OTAN en otros países. No es la intención de permitir a los rusos o los chinos a intervenir, por ejemplo, para proteger a las empleadas domésticas de Arabia Saudí de que las decapiten, y mucho menos para permitir que las fuerzas cubanas puedan cerrar Guantánamo y así poner fin a las violaciones de los derechos humanos de los Estados Unidos en territorio cubano.

Las intervenciones de los EE.UU. no tienen como premisa «proteger» al pueblo. En diciembre de 1992, un batallón de marines desembarcó en Somalia para la «Operación Restore Hope» (Restaurar la esperanza). La esperanza no se restableció, los marines fueron masacrados por los locales y expulsados en un plazo de cuatro meses. Es más fácil imaginar una intervención eficaz donde nada se ha intentado -por ejemplo, en Ruanda- que llevarla a cabo en el mundo real.

A pesar de su poderío militar, los Estados Unidos no son capaces de hacer el mundo a su gusto. Han fracasado en Irak y en Afganistán. En 1999, la «guerra de Kosovo» se reivindicó como un éxito -sólo por ignorar deliberadamente lo que ha estado sucediendo en la provincia desde que fue arrebatada a Serbia por la OTAN y entregada a los clientes albaneses étnicos de Washington. El «éxito» en Libia es de público conocimiento y en un lapso de tiempo mucho menor.

Igual que todos los defensores de R2P, Ellen J. Kennedy nos exhorta a no permitir «nunca más» un Holocausto. En realidad «nunca más» hubo otro Holocausto. La historia produce eventos únicos que desafían todas nuestras expectativas.

Pero lo que la gente me pregunta es, ¿si algo terrible sucede el mundo solo debe ser espectador?

¿Qué se quiere decir con «el mundo»? La construcción ideológica occidental supone que el mundo debería preocuparse de los derechos humanos, pero que sólo Occidente debe hacerlo. Este supuesto está creando una creciente brecha entre Occidente y el resto del mundo, que no ve las cosas de esa manera. Para la mayor parte del mundo real, Occidente se ve como una de las causas de los desastres humanitarios, no la solución.

Libia marcó un punto de inflexión, cuando las potencias de la OTAN utilizaron la doctrina R2P no para proteger a la gente de que la bombardeara su propia fuerza aérea (la idea subyacente de la «zona de exclusión aérea», resolución de la ONU), sino para que ellos mismos bombardeasen el país con el fin de que los rebeldes mataran al líder y destruyeran el régimen. Eso convenció a los rusos y a los chinos, si es que tenían alguna duda, de que «R2P» es una falsificación que sirve para avanzar en un proyecto de dominación mundial.

Y ellos no están solos ni aislados. Occidente se está aislando en su propia burbuja de poderosa propaganda. Muchas personas, tal vez la mayor parte del mundo, ven la intervención occidental motivada por intereses económicos o por los intereses de Israel. La sensación de estar amenazados por el poder de los EE.UU. incita a otros países a construir sus propias defensas militares y a la represión de militantes de la oposición que pudieran servir como excusa de la intervención exterior.

Al grito de «genocidio» cuando no hay genocidio, los EE.UU. están haciendo aspavientos sin razón y perdiendo credibilidad. Se están destruyendo la confianza y la unidad que se necesitan para movilizar la acción humanitaria internacional en caso de verdadera necesidad.

Diana Johnstone es autora de Fools Crusade: Yugoslavia, NATO and Western Delusions . Contacto: diana.josto @ yahoo.fr

Fuente: http://www.counterpunch.org/2013/02/01/the-good-intentions-that-pave-the-road-to-war/