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Las calzadas romanas y los medios de comunicación

Fuentes: Rebelión

«Hay épocas históricas en las que parece no ocurrir nada en 20 años y otras en las que parece que ocurre todo en 20 días» (Federico Engels)  Centrémosnos en la etapa histórica que, actualmente, nos toca vivir: la inmediatamente posterior a la que Amin califica de tercera fase de la mundialización capitalista; esto es, la […]

«Hay épocas históricas en las que parece no ocurrir nada en 20 años y otras en las que parece que ocurre todo en 20 días» (Federico Engels) 

Centrémosnos en la etapa histórica que, actualmente, nos toca vivir: la inmediatamente posterior a la que Amin califica de tercera fase de la mundialización capitalista; esto es, la que se construye sobre la base de las cenizas de la extinción del bloque socialista, de los abortados intentos periféricos de desarrollo independiente y del inicio del desgüace del Estado del Bienestar Social en los países del centro. Tres escenarios históricos que tuvieron como sustrato la realidad histórica de la nación soberana, del Estado-Nación y que, en la etapa actual, el capitalismo globalizado quiere definitivamente dinamitar. Capitalismo globalizado que, como acertadamente señala Amin, no es sino imperialismo. En cierto modo, este fenómeno- el imperialista-, aunque bajo otras formaciones sociales históricas y medios de producción distintos y ya fenecidos y, por tanto, con lógicas económicas diferentes al del de naturaleza capitalista, ya se ha enfrentado al producto histórico de los Estados Nación. Pero, llamativamente, reproduciendo esquemas generales muy similares. La fagocitación, en particular, de las ciudades helénicas y mediterráneas, en primer término, por obra y gracia del imperio alejandrino, y después, por el imperio romano, con la pérdida que ello supuso de la autonomía y libertad de aquellas realidades estatales en beneficio de las construcciones imperialistas, arrastraron al mundo mediterráneo, foco fundamental de civilización de la época, a un «especial momento histórico». Los desarrollos teóricos políticos hasta entonces alcanzados, en lo fundamental, insertados en el marco de la filosofía griega, se habían circunscrito a la polis (el ESTADO de la época histórica, equiparable, mutatis mutandis, al actual Estado Nación), a la que, finalmente, engulliría el imperialismo macedónico y romano, como, ahora, engulle el capitalismo imperialista al Estado Nación; porque, como no podía ser de otra forma, aquel tiende naturalmente a dotarse de una superestructura política también imperialista.

De aquel «especial momento histórico» deben subrayarse notas características que, sorprendentemente, también serían atribuibles al momento histórico presente, a saber: creciente movilidad, «confusión de razas», lenguas y culturas (inmigración), menores posibilidades de progreso local (imposibilidad o dificultad de desconexión en la terminología de Amin) y un predominio del «elemento militar» como perpetuador, en el tiempo, y propagador, en el espacio, del «imperio» (las legiones romanas y sus calzadas versus el actual poderío militar americano y su superioridad tecnológica).

Al término de las libertades de las polís griegas no se disponía de ningún modelo histórico de pensamiento progresivo o de dinámica social- la filosofía griega no había alcanzado ese nivel-, ni, por ende, la idea o conciencia de la «historicidad» de su momento presente. La filosofía política de la época estaba, pues, presa de las concepciones de la inmutabilidad y estaticidad del orden social e histórico, en unos momentos en los que, paradójicamente, se estaban produciendo cambios catastróficos y revolucionarios. Este desfase entre la magnitud del devenir histórico o precipitación histórica de nuevas formaciones sociales y el escaso bagaje filosófico político coadyuvaron a que, en interacción con otros factores, posiblemente más determinantes, transcurrieran varios siglos hasta que empezaran a formularse «concepciones del mundo», en cierto modo «antiimperialistas», como pudo ser el propio cristianismo. En ese amplio periodo de tiempo, predominaron tendencias «vitales» esencialmente individualistas, el hedonismo, nihilismo y estoicismo (resignación individual a la adversas circunstancias) y colectivas, marcadas por el florecimiento de variadas religiones populares.

Al fin de la tercera etapa de la mundialización capitalista, aquella que, igualmente, termina (proceso aún no concluido) con los Estados Nación, y que se inicia con la «interiorización» de la derrota de los intentos de desconexión local en la conciencia de la vanguardia y en el inconsciente de los pueblos, cunde la desesperanza; tanto como, si al igual como aconteciera en la época histórica que nos sirve de analogía, tampoco dispusiéramos de ningún modelo de pensamiento progresivo o de dinámica social, ni, por ende, de la conciencia de la «historicidad » del modo de producción capitalista. Es más, cobran vigencia, con inusitada virulencia o violencia, las nociones de «inmutabilidad» y «estaticidad»: no hay historia y ha concluido en el momento presente, se nos inculca de mil maneras.

Sin embargo, aquel desfase entre la «precipitación histórica» y el escaso bagaje filosófico-político de la época imperialista romana no es extrapolable a la época actual. Sí disponemos de esos «modelos de pensamiento progresivo o de dinámica social» (el marxismo, como paradigma) y, además, en concurrencia con cambios catastróficos y revolucionarios; pero, enfrente, nos topamos con un fenómeno histórico nuevo que, al parecer, lo neutraliza: el poder inmenso que ha alcanzado la (des)información, y la segmentación, resignación y desesperanza que ello provoca; en fin, el monopolio de los medios de comunicación, en su papel de «medios poderosísimos de manipulación», en manos de quienes están interesados en difundir la idea de que la historia, si no se ha acabado, al menos, está muy empantanada y por largo tiempo. Pero como, sabiamente, condesó Engels en la cita que encabeza esta reflexión, la regularidad histórica nos alecciona que en 20 días se precipita todo lo que se ha intentado contener y reprimir durante 20 años.