Evitar la guerra.– La guerra es clave para cualquier explicación de la historia. Seguramente, es el acontecimiento de mayor relevancia entre todos aquellos que se han sucedido en el tiempo histórico. Paradójicamente, se trata de un fenómeno catastrófico que solo acarrea desgracia y calamidad. ¿Cómo es posible que, conociendo sus consecuencias, los seres humanos no […]
Evitar la guerra.– La guerra es clave para cualquier explicación de la historia. Seguramente, es el acontecimiento de mayor relevancia entre todos aquellos que se han sucedido en el tiempo histórico. Paradójicamente, se trata de un fenómeno catastrófico que solo acarrea desgracia y calamidad. ¿Cómo es posible que, conociendo sus consecuencias, los seres humanos no seamos capaces de evitarla?
Para responder a esta pregunta nos interesa llegar a conocer sus causas.
Las causas de la guerra son múltiples y normalmente existen simultáneamente y entrelazadas. Por eso intentaremos hacer una clasificación y, a partir de ella, ver cómo se relacionan unas causas con otras.
Economía.- La causa económica es la más antigua y aceptada. Según el punto de vista de la antropología evolucionista, desde los albores de la humanidad las comunidades se enfrentaban para disputarse los recursos existentes en un territorio o para lograr la ocupación del propio territorio como recurso. Como demostraremos, ésta es la causa más fuerte y la que está en el origen real de todos los conflictos humanos.
Comunidad.- Una segunda causa la encontramos en la propia noción de comunidad, grupo humano que se organiza y permanece con la finalidad de facilitar la existencia a sus integrantes. La comunidad, con independencia de que tenga unos límites más o menos precisos, comparte un hábitat geográfico (territorio) y cultural que la define y diferencia de otras. En ese contraste con las demás, se genera una tensión que solo resuelve la voluntad de coexistencia pacífica entre las comunidades.
Cultura.- Por eso, la causa cultural es determinante en la guerra. En sentido antropológico, la cultura comprende una infinidad de elementos definidores: la lengua, los usos y hábitos, las reglas y normas, las expresiones estéticas, éticas y morales, el sistema de creencias, el sistema de gobierno y las instituciones (incluidas las militares, las religiosas y las económicas)… en general todas las manifestaciones y expresiones de la sociedad, las de su organización y funcionamiento regular, cuya complejidad depende de la evolución que haya experimentado la comunidad. Cada uno de estos elementos es, a su vez, un universo que comprende a otros muchos, lo que convierte en una ingente labor a la tarea de diferenciar a unas comunidades de otras, por muchos rasgos que compartan.
Como dijimos, estos rasgos diferenciadores de una comunidad respecto de las otras son un potencial pretexto político para el enfrentamiento y actúan como causa indirecta de la guerra: la lengua, la religión, las tradiciones…
Raza.- La racial es una tercera causa mayor de guerra que ha sido atemperada por las dolorosas lecciones de la historia. La afinidad fisiológica que comparten los miembros de una comunidad, marcada por su evolución genética y su adaptación al hábitat, es uno de los rasgos diferenciadores entre comunidades que está en el origen de enfrentamientos y guerras de dominio frente a las de liberación.
Ejércitos.- Una causa difícil de discutir es la propia existencia de los ejércitos. Los ejércitos tienen sus antecedentes en los guerreros tribales de las sociedades cazadoras-recolectoras. Eran fuerzas ocasionales que se enfrentaban para disputar la caza y las tierras que necesitaban para la subsistencia. La aparición de los ejércitos regulares y permanentes marca el punto de arranque de las civilizaciones agrícolas con su organización social compleja. En esta organización, el ejército era el elemento de coerción para someter a la masa de la población. Este dominio era compartido con la religión que actuaba como elemento no coercitivo sobre la conciencia de esa población. Al tiempo que elemento de coerción, el ejército regular es una institución que multiplica el poder en proporción a sus propias dimensiones y le ofrece la posibilidad de expandirse sin más límites que los demás ejércitos.
Poder.- Así, otra causa de la guerra se manifiesta en la tendencia natural que tiene el poder a crecer y expandirse. La sensación de fortaleza relativa que tiene una comunidad respecto a la de otras comunidades vecinas o distantes, la empuja de manera natural a la expansión, al dominio y asimilación de las demás. Esta tendencia es una constante histórica que nació con la civilización occidental en las primeras organizaciones urbanas de los imperios agrícolas mesopotámicos. No obstante, en las comunidades más evolucionadas, los estados-nación modernos, la toma de conciencia de las trágicas consecuencias de la expansión y el dominio parece limitar estos impulsos. Esta limitación se ha logrado mediante la creación de instancias internacionales para arbitrar los conflictos de intereses y así evitar la guerra.
Relación entre causas.- Llegados hasta aquí en la reflexión, expuestas las múltiples causas o al menos las más importantes, seguiremos con nuestra argumentación para aprender a prevenir la guerra. Ya dijimos que estas causas aparecen entremezcladas y combinadas en diferente grado para cada conflicto. Independientemente de cuál sea la desencadenante, si estudiamos todas las posibles, descubriremos porqué la causa económica es la más importante. Todas las demás dependen de ella. Conviene aclarar que algo común a todas las cusas es la diferencia. La diferencia está en el fundamento mismo de todas ellas y por eso nos referiremos a la diferencia económica como causa principal de la guerra.
Yendo por orden, la definición de una comunidad y sus rasgos diferenciales depende de su desarrollo económico; cuanto más arcaicas son las organizaciones sociales y su economía, más homogéneas son sus culturas y menos rasgos diferenciales pueden actuar como catalizadores del conflicto entre ellas.
El mismo razonamiento se puede aplicar a la cultura de cada comunidad. Lo que hace posible el florecimiento de manifestaciones éticas, estéticas y culturales avanzadas como la escritura, la pintura, la artesanía, las filosofías y creencias universales… es la creación de un soporte material para todas estas actividades. En sus orígenes, éstas dependían de la existencia de excedentes alimentarios. Fueron las sociedades agrícolas avanzadas, dedicadas a la cría de ganado y a la agricultura intensiva, las que produjeron el excedente alimentario para mantener a esas actividades culturales, al ejército regular y a la primera administración funcionarial responsable de gestionar esos excedentes agrícolas y ganaderos.
También por estas mismas razones, el ejército sólo es posible a partir del desarrollo económico, y cuanto mayor sea este desarrollo, más posibilidades de aumentar su tamaño, de mejorar sus técnicas de combate con el avance de la industria, y de hacer que el poder que sustenta luzca más fuerte e intimidatorio. En este punto, también es mayor la tentación de valerse de él para resolver los conflictos internos y externos, y de expandir dicho poder.
La causa racial aparece vinculada en sus orígenes a la esclavitud, condición necesaria para el funcionamiento del sistema económico en las primeras civilizaciones. La guerra era un medio para hacer esclavas a otras razas que eran utilizadas como fuerza bruta en las labores ordinarias.
Claves para evitar la guerra.- Resumiendo, podemos afirmar sin temor a equivocarnos, que la económica aparece como la causa principal y casi única responsable de la guerra, y al decir causa, hemos resuelto que nos referimos a las diferencias económicas entre comunidades. ¿Si las diferencias económicas entre las comunidades se redujeran drásticamente, si los recursos de cada comunidad asentada en su territorio fueran compartidos y repartidos entre todas, entonces la guerra sería un procedimiento tan habitual? ¿Las demás causas podrían tener el peso suficiente como para desencadenar una guerra? Seguramente que no. Pero la situación necesaria para evitar las guerras desde su causa principal es, hoy por hoy, una utopía. La desigualdad económica es el rasgo más prominente de nuestro orden mundial, si es que existe dicho orden.
En cualquier caso, los manuales más convencionales de la economía la definen como «…la gestión de los recursos escasos…». Partir de una concepción como ésta nos condena a la guerra como medio eventual para resolver nuestras necesidades. Si todos los recursos por definición son escasos, nunca podremos dejar de disputárnoslos. La concepción de esta economía de la escasez, en la que competimos por el acceso a y la posesión de los recursos, es una perversión política e ideológica. Los recursos son los que son. Nuestro modo de vida se debe adaptar a su disponibilidad para todos y por igual. Si tenemos que renunciar a determinados lujos y caprichos para evitar la guerra, o para evitar el agotamiento definitivo de recursos vitales, lo mejor es que lo hagamos cuanto antes.
El desarrollo humano.- No obstante, sería estúpido pretender que tenemos que retrotraernos a etapas anteriores del desarrollo humano para sentar las bases de una paz estable y perdurable. Todo lo contrario. Es necesario fomentar el desarrollo cultural y humano de cualquier sociedad post-industrial como requisito previo y complemento necesario a la limitación consciente de nuestros hábitos más depredadores con el medio ambiente, con los recursos naturales y con nuestros semejantes. De ese mismo desarrollo cultural hay que derivar la ciencia, la tecnología y aquellos usos de ellos necesarios para que se acomoden a la disponibilidad de los recursos.
Otras culturas.- Ese desarrollo cultural nos permitirá comprender mejor que las diferencias culturales no son la causa real de los conflictos. El apreciar aquellos bienes intangibles que integran otras culturas como una riqueza añadida a cualquier cultura previa que poseamos es un motivo para compartir y no para competir. Podemos concretar: igual que la cultura occidental se equivoca en los excesos consumistas, otras culturas contienen elementos nocivos e incompatibles con nuestro grado de desarrollo social que hemos de rechazar, sobre todo los que atentan contra la igualdad en el seno de las sociedades o entre ellas. Pero no todo lo que forma parte de otras culturas es negativo para la nuestra.
Llevar una vida más austera, dedicada al desarrollo personal y al conocimiento de otras culturas que no son la nuestra nos proporcionará mayores satisfacciones que la alienante obsesión con nuestros rutinarios y estresantes trabajos, mayoritariamente necesarios para ganarnos un asiento en el festín consumista. No hacen falta complejos cálculos para saber que así prevendremos enfrentamientos con otras comunidades más necesitadas, a las que tratamos de adaptar a nuestra cultura por conveniencia propia. Disminuiremos tanto nuestra dependencia como la suya y reduciremos la presión sobre los exhaustos recursos del planeta. Acabaremos con la guerra.
* Ciro E. Hernández Rodríguez ([email protected])