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La historia de una jerarquía anticubana (II)

Las disculpas, el respeto y los honores que nos deben por el maridaje con los ocupantes yanquis

Fuentes: Rebelión

Sostengo que la Conferencia de Obispos de Cuba debiera inspirarse en el Obispo de Roma y jefe espiritual del catolicismo, y solicitar disculpas, expresar respeto y rendir honor al pueblo cubano por haberlo desacompañado durante siglos, por militar en todas las malas causas que han dañado la prosperidad y felicidad de las familias cubanas.

Me he referido a los desafuero de los jerarcas católicos como ministros de la rapiña, el genocidio y el etnocidio colonial, señores de la esclavitud, en activa beligerancia ideológica, política y militar contra los esfuerzos de la nación por ser independiente y soberana (https://rebelion.org/las-disculpas-los-respetos-y-los-honores-que-nos-deben-por-la-rapina-colonial/).

La Historia de las jerarquías católicas en todos los tiempos trata una historia nada “santa”, de políticos en concurso de intereses, con maldades, zancadillas y recovecos. Y la que transitó en tiempos de la primera ocupación yanqui de Cuba (1899-1902) es bien compleja. Afortunadamente ha sido estudiada con certera profesionalidad por varios historiadores en Cuba y en el exterior. En el riesgo de hacer síntesis de un proceso bien complejo, les comparto:

Una Iglesia traicionada

El Reino de España traicionó a la Iglesia Católica tras perder la guerra de rapiña imperialista que los Estados Unidos le impusieron. Cuando la reina regente María Cristina acepta los acuerdos de sus negociadores con los Estados Unidos en Paris, en diciembre de 1898, nada se había visto en protección o defensa de los intereses de la Iglesia Católica, su aliada en cuatro siglos de explotación y dominio colonial. Para entonces dejan sin ejecutar el Concordato de 1851 entre el papa Pio IX y la Reina Isabel II, donde se convino el retorno a la Iglesia de todas las propiedades eclesiásticas confiscadas a partir de 1836.

El 1ro. de enero de 1899, al iniciarse oficialmente la ocupación militar de los Estados Unidos, terminaron casi cuatro siglos de Patronato Regio de la metrópoli española sobre la Iglesia Católica. Por el Concordato de 1951 los sacerdotes recibían una paga, que ya no tendrían. Terminó la imposición financiera del diezmo. La Iglesia no tenía ni la propiedad de los bienes confiscados, ni indemnización, ni acuerdos de rentas de alquiler compensatorias. La Corona española dejó a la Iglesia Católica a expensas de lo que decidieran los nuevos amos de Filipinas, Puerto Rico, Guam y Cuba.

Y Estados Unidos como todo conquistador impuso su orden a los vencidos. El presidente estadounidense William McKinley dictó la inmediata separación Iglesia-Estado en los territorios ocupados. Impulsó además, una ofensiva contra todas las prerrogativas de la Iglesia Católica, para fracturar el poder económico, político e ideológico que la institución poseía en la sociedad colonial. La apuesta de McKinley estaba en inundar los territorios ocupados con misiones de las iglesias protestantes del país del Norte, afines la mayoría a los intereses de anexión y/o colonización cultural.

En Guam el gobernador militar tomó la controversial decisión de eliminar las fiestas católicas, embarcar y sacar de la isla a todos los sacerdotes católicos. En Puerto Rico el gobierno militar se caracterizó por la hostilidad hacia la jerarquía católica, y opta por la secularización de cementerios y edificios. En Filipinas no se reconocerían las propiedades de la institución católica hasta noviembre de 1906.

En Cuba el Gobernador militar John Ruther Brooke, con la Orden militar 66 del 31 de mayo de 1898 puso en vigor la política ordenada por McKinley. En mayo de 1899 Brooke prohíbe los cortejos fúnebres y las procesiones. Ordena que todos los cementerios terminaran de pasar a la jurisdicción civil. Y declara el matrimonio civil como el único válido.

En una carta pastoral del 9 de junio de 1899, el obispo de La Habana Manuel Santander y Frutos acusó al gobernador yanqui, de dedicarse a “despojar a la Iglesia de sus legítimos derechos” (1).

El Vaticano actúa

Sin la subordinación a los gobernadores y capitanes generales de España, la jerarquía católica en las posesiones conquistadas por Estados Unidos, volvió a estar bajo la autoridad directa de la Santa Sede en el Vaticano, Roma. Y el Vaticano actuó con rapidez y astucia. Despoja de toda autoridad negociadora a los jerarcas españoles que regentaban la Iglesia en Cuba. Buscará sus negociadores dentro de la Iglesia Católica de los Estados Unidos, y confiará en sacerdotes con conocimiento del país, preferentemente estadounidenses, que pudieran ser eficientes interlocutores con los ocupantes.

Provisoriamente, ya antes de concluir las negociaciones hispano-estadounidenses en París, en septiembre de 1898, Placide-Louis Chapelle, Arzobispo de Nueva Orleans, francés naturalizado estadounidense es designado por la Santa Sede como delegado apostólico y representante personal del Papa León XIII ante la Iglesia cubana

El delegado apostólico fue bien seleccionado. Era un representante orgánico del pensamiento colonialista. Cursó su carrera eclesiástica en Estados Unidos, acumuló una amplia experiencia como obispo, más identidad ideológica y buenas relaciones con los círculos políticos del naciente imperio. Chapelle representaba al papa anticubano, que bendijo en 1896 a las tropas españolas que venían a combatir a los mambises. Para Cuba Chapelle proponía un nuevo impulso evangelizador, sobre todo, en las provincias orientales, refugio durante la guerra de “los peores elementos de la sociedad cubana”. Menospreciaba a los cubanos, y consideraba que la anexión a los Estados Unidos ofrecía la única alternativa viable para alcanzar la paz y el bienestar social.

Chapelle tenía la misión de estudiar la situación, proponer y ejecutar las acciones operativas necesarias para defender y re acomodar los intereses de la Iglesia Católica en la Isla. Enarbolando los acuerdos de París, el Vaticano consideraba que en el orden económico se le debían devolver o indemnizar las propiedades confiscadas por España, que debía resolverse el estatus de propiedad –de compra o arriendo- de inmuebles de la Iglesia donde acampaba el Ejército estadounidense, y/o funcionaban instituciones estatales. Se reclamaba del Gobierno de ocupación además, el pago de alquileres por los meses de utilización de sus propiedades.

En febrero de 1899 Chapelle arriba a Santiago de Cuba. En abril el delegado apostólico se traslada a la Habana

Los cambios de obispos

Se imponía para el Vaticano realizar cambios en la jerarquía, para comenzar a tomar distancia, frente al compromiso público de las jerarquías católicas con la represión colonialista. Chapelle debía considerar un Manifiesto (de septiembre de 1898) en pro de la independencia, suscrito por un grupo de sacerdotes criollos, con la petición al papa León XIII de que nombrara obispos cubanos.

En julio de 1899. Francisco de Paula y Águila, cubano y santiaguero, es nombrado arzobispo en Santiago de Cuba, tras la “renuncia” del obispo hispano. Barnada y Águila fue uno de los firmantes del Manifiesto de los sacerdotes nacionalistas de 1898, y no escondía sus posiciones patrióticas. Defensor de la capacidad de los cubanos para ser independientes, consideraba que, además de ser la causa justa, el ideal independentista facilitaría el apostolado y limpiaría la imagen de aquella Iglesia entregada al poder colonial. Estas posiciones las mantuvo sin por ello ser considerado hostil a los españoles.

El nombramiento del arzobispo santiaguero se percibió por Chapelle como lo más necesario, dada la situación que constató en el oriente cubano, la región más castigada por la guerra. Un cubano arzobispo en Santiago de Cuba se constituía en gesto de buena voluntad, para el oriente díscolo que aún olía a pólvora. Aunque Barnada y Águila ya de hecho administraba la archidiócesis desde el mes de abril, no deja de ser significativo que su nombramiento se realice por el papa un mes después, de que los patriotas de la Primera República Filipina declararan la guerra a los Estados Unidos. La Iglesia para su negociación necesitaba que el país estuviera en paz.

El cambio del obispo de La Habana fue más conflictivo y motivó no pocos debates. Los independentistas -el Generalísimo Máximo Gómez Báez entre estos-, solicitaron una y otra vez el nombramiento de un sacerdote nacido en Cuba. Pero el delegado apostólico para el nombramiento estratégico de la capital no escuchará las razones de los clérigos nacionalistas, y tampoco las de los patriotas que habían ganado la independencia.

En noviembre de 1898 a sugerencia de Chapelle el papa nombra al obispo italiano Donato Sbarretti y Tassa para sustituir al obispo español. Chapelle escoge a Sbarretti por su coincidencia ideológica. Se trataba de un dignatario que despreciaba a los criollos, y era preferentemente anexionista. La designación por demás, estaba pensada para la misión principal de negociación que tenía que acometerse: Se trataba de un experimentado funcionario que había fungido como Secretario para los asuntos relacionados con los Estados Unidos en la congregación vaticana, y al momento de su promoción era el auditor de la Delegación Apostólica de Washington.

Los negociadores del clero

El argumento de la Iglesia Católica para plantear la negociación a los ocupantes yanquis partía del Tratado de París por el cual España había cedido a los Estados Unidos sus derechos de soberanía y sus propiedades en Cuba, y también se había subrogado en todas las obligaciones derivadas de la ocupación militar mientras durase. Y realmente el Tratado fija la cesión al vencedor de todos los bienes inmuebles públicos (muelles, cuarteles, fortalezas…) de las posesiones hispanas con los derechos y las cargas que pudieran tener.

El propio León XIII escribió al presidente McKinley para hallar una solución. En criterio del papa los recursos que demandaban resultaban esenciales para la autonomía económica de la Iglesia Católica en Cuba, para desarrollar la labor pastoral, asistencial y educativa.

Los negociadores de la Iglesia tenían prisa por solucionar la disputa. Si concluía la ocupación, el Tratado de París dejaba de ser aplicable, y sabían que jamás se podrían recuperar los bienes incautados, preveían que los cubanos –como ocurrió- no iban a asumir obligaciones por las apropiaciones realizadas por el Reino de España. Sabían que además de las razones de un Estado cubano, pesaría el fuerte posicionamiento anticlerical existente entre los líderes liberales y la masa de combatientes mambises. También tendrían en su contra a una masonería fortalecida tras la victoria contra España.

Los sacerdotes Chapelle y Sbarretti pusieron en acción sus aprendizajes estadounidenses. A fin de fortalecer la negociación contrataron a un grupo de abogados –tres cubanos y dos estadounidenses- para que les asesoraran en el proceso. Los contratados eran figuras muy ligadas –incluso personalmente- a los intereses oligárquicos, a los comerciantes españoles y a políticos estadounidenses. Se confirma al revisar los currículos de estos abogados y de otros de los personeros que se les unieron, que la puesta en articulada por los representantes de la Iglesia Católica fue la de un equipo de lobistas en la peor tradición de la politiquería estadounidense.

La negociación

Los negociadores de la jerarquía católica encontraron en Leonardo Wood Gobernador Militar de los Estados Unidos desde diciembre de 1899, un interlocutor interesado. La resistencia de los patriotas filipinos frente a la ocupación en la llamada Guerra filipino-estadounidense (1899-1913), pesó en el curso de la política de ocupación en Cuba. Recién licenciado y en posibilidad de re articularse nuevamente, los cubanos contaban con un ejército patriota entrenado en la guerra contra un ocupante extranjero.

El Gobernador Wood dio un giro a la política de su antecesor Brooke. Interesado en eliminar todo motivo de conflicto con aliados potenciales, en función de consolidar un fuerte bloque conservador que apoyara la anexión por vías pacíficas, Wood le otorgó a los negociadores de la Iglesia lo que pedían y más. No se tocaría el tema de los cementerios y  otorga efectos civiles al matrimonio religioso.

El Gobernador Wood nombró también una comisión consultiva para estudiar las reclamaciones católicas. Esta emitió su fallo el 17 de octubre de 1900: 1) la indemnización solicitada por los bienes expropiados durante la dominación española y ahora en manos particulares debía reclamarse a España; 2) debían devolverse a la Iglesia los bienes eclesiásticos en poder del Estado ocupado porque, a efectos jurídicos, este había sucedido a la Administración colonial; y 3) la reclamación de alquileres derivados de la ocupación de propiedades a partir del 1 de enero de 1899 también era justa y debía solicitarse al Gobierno de ocupación.

Wood estuvo de acuerdo con el fallo de la comisión consultiva. De hecho aceptó las demandas principales de la Iglesia. El 23 de octubre de 1901 firmaron el acuerdo el arzobispo de La Habana, Donato Sbarretti, el delegado apostólico Placide Chapelle, y el gobernador Leonard Wood.

Luego de la victoria en las negociaciones principales realizadas en La Habana, el arzobispo Barnada y Águila fue instruido para actuar con flexibilidad y “más condescendencia”, en las reclamaciones sobre los edificios y bienes que en la diócesis oriental estaban en posesión de los ocupantes. El arzobispo cumplió esta tarea tal como se la ordenaron y cedió en las negociaciones. Alcanzó el acuerdo con el Gobernador Wood en noviembre de 1901, el que se firmó el 11 de enero de 1902.

Leonardo Wood

La personalidad y ambición política del gobernador yanqui, contribuyó a facilitar el entendimiento. Wood, se había acercado tempranamente a la Iglesia Católica. Nombrado primero gobernador de Santiago de Cuba, se le vio por las calles de la ciudad participando de una procesión religiosa católica, junto con el arzobispo español de la ciudad, quien un par de meses antes tronaba anatemas y repartía excomuniones desde el púlpito, en condenación de los mambises y “americanos” que le hacían la guerra a España. (https://repositoriodigital.ohc.cu/download/files/original/e191d1d4a0b60eca1cd43a6d739cb941c402e3264).

La compenetración de Wood con Chapelle y Sbarretti fue profunda. Hermann Hagedorn, biógrafo de Wood (Leonard Wood: A biography, Harper and Brothers, New York, 1931), afirma que esa relación llegó a hacerse íntima. Y Wood definitivamente accedió a favorecer a sus cófrades obispos, para entregar a la Iglesia casi todo lo que solicitaban.

Mientras en Puerto Rico el gobierno de ocupación se negaba a pagar por las propiedades confiscadas, y expropiaba los edificios de la Iglesia, Wood aceptó indemnizar a la Iglesia, compró, fijó y pagó por el alquiler de los edificios propiedad de la Iglesia que se utilizaban para funciones públicas. (https://repositoriodigital.ohc.cu/download/ files/original/e106cbf134 cea12135b3169ª dfc418068 5578 1f3.pdf)

En reiteración de su traposo hacer como político del imperio, la comisión que el Gobernador Wood nombró para evaluar la demanda de la Iglesia fue constituida por tres magistrados cubanos. En tanto Wood actuó “asesorado” por cubanos.

En la correspondencia del Gobernador Leonardo Wood, que se guarda en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, hoy digitalizada –aunque no podamos acceder a ella desde Cuba por los bloqueos tecnológicos y políticos- se encuentra una amplia documentación que demuestra los entrecejos, las argucias y trampas del gobernador anexionista contra la nación cubana.

Victoria ideológica

Luego de intensos debates en la Asamblea Constituyente (noviembre de 1900 junio de 1901) la Constitución que se aprueba asume la separación del Estado y la Iglesia, en expresión de la legítima aspiración de la avanzada del pensamiento independentista, siempre a favor de una república laica de pluralismo religioso.

Pero el credo liberal dentro de la Asamblea Constituyente, tuvo que enfrentar el pensamiento católico conservador de varios de los asambleístas, la presión social que se levantó desde las jerarquías y los púlpitos de las Iglesias, y las maquinaciones de los ocupantes, que habían logrado cooptar el independentismo y movían ya sus elementos de compromiso. El resultado fue transigir con la idea de Dios en el texto constitucional, y permitir que la libertad religiosa quedara aherrojada por “el respeto a la moral cristiana y el orden público”. De ahí que católicos y protestantes quedaran satisfechos, y las religiones afrocubanas consideradas “inmorales” y “peligrosas”, continuaran en la república bajo vigilancia policial, descrédito y represión.

Esta fue sin dudas una victoria del pensamiento conservador, que redujo el alcance de la Ley de leyes, y permitió que perviviera en la república la colonia.

Ganadores y perdedores

La negociación con el Gobernador Wood supuso que la Iglesia mantuvo los derechos de propiedad no reconocidos en la firma del Tratado de París. La negociación en Cuba sentó un precedente para las negociaciones en Puerto Rico y Filipinas sobre el mismo asunto.

Si la Jerarquía católica fue exitosa, Wood también se anotó mérito por pagar menos de lo que valían las propiedades negociadas: “Hemos conseguido todas las propiedades por menos de un cuarto de lo que nos pedían al principio”, afirmó el Gobernador (1).

Las mutuas satisfacciones eran de esperar: Se negociaron bienes y fondos que pertenecían a quien no fue invitado: ¿Qué obligación tenía la Cuba del fin del siglo XIX con un despojo de bienes que le hizo a la Iglesia al gobierno español? ¿Qué legitimidad tenía lo acordado en Paris, con la exclusión de la República de Cuba armas, entidad constituida en beligerancia como representante de la nación que pugnaba por su independencia? ¿Qué legitimidad tenía un gobierno de ocupación para “pagar” deuda alguna, y decidir sobre los recursos de la nación invadida y ocupada? ¿Por qué antes de nacer la República tenía que asumir una erogación que no se justificaba, y que además estaba ilegalmente negociada con el ocupante extranjero?

Con los primeros importes cobrados, la Iglesia pagó más de 250.000 dólares por salarios al grupo de lobistas que contrató. El Vaticano consideró sobredimensionada y escandalosa tal entrega. Sobre los obispos y negociadores cayó la sospecha de la malversación y el soborno. Hubo protestas por la afectación pecuniaria que esos fondos representaban para las órdenes que debían ser beneficiadas con el acuerdo. Pero las demandas se arreglaron con una compensación económica a los afectados. Al Vaticano no “le interesó” investigar a fondo el desafuero de recursos. Queda para la historiografía –si ello es posible- desentrañar este oscuro capítulo.

Un dato interesante está en que la cantidad de 1388654 pesos de la compra de edificios, no pasó a los administradores de la jerarquía destacados en la Isla, sino que permaneció bajo administración del Vaticano, que la consignó en la Archidiócesis de Nueva York, ciudad donde pidió que se abonara el pago.

El rechazo del mambisado y de la opinión pública nacional a los acuerdos fue unánime. Contra Donato Sbarretti se funda un Comité Popular de Propaganda y Acción para exigir su renuncia, que obtiene el respaldo de importantes figuras políticas. Muy mal visto Sbarretti renunció en octubre de 1901, apenas un mes antes de la rúbrica del convenio indemnizatorio. Se afirma que el obispo italiano consideró cumplida su misión en Cuba, con la firma de los acuerdos indemnizatorios y el reconocimiento civil del matrimonio religioso. Según sus previsiones, renunció para dar la posibilidad de nombrar un obispo cubano, lo que en su criterio reduciría la campaña contra la firma del acuerdo.

Por los resultados de la negociación el arzobispo santiaguero Barnada y Águila recibió críticas y rechazos entre los sacerdotes nacionalistas y los patriotas orientales.

Los cubanos y cubanas fueron los grandes perdedores de una negociación sobre sus dineros, de la que fueron excluidos.

La ocupación en perspectiva

Cuba fue de hecho para el naciente imperialismo yanqui, un laboratorio político en el que ensayó la anexión, y cuando no pudo conseguir tal objetivo, maniobró y creó un engendro de independencia controlada y subordinada, que abriría la época neocolonial. De esa experiencia surgirían los modelos aplicados en Puerto Rico, Filipinas, Guam, y algo más tarde en Panamá. Los procederes de fuerza militar y económica, los engaños, las trampas y las cooptaciones combinadas, jalonarían el siglo XX americano, y nos llegan hasta el hoy con más perversiones incorporadas.

Como ejército ideológico derrotado, la Iglesia Católica carecía de moralidad para reclamar compensación alguna. Acuden al derecho colonialista en el marco de lo que se rubrica en el Tratado de París. Y lo hacen de manera deshonesta, apurados para que el gobernador yanqui los favoreciera, al menos con la cuarta parte de lo que solicitaban. “Del lobo un pelo”, dice un conocido refrán.

El país estaba arrasado por la guerra, con la población diezmada por la reconcentración genocida ordenada por el Capitán General Valeriano Weyler, pero estas realidades no formaron parte de la negociación.

Con un pasado de represiones y colonialismo, beligerante contra la independencia, la negociación con los yanquis sumó al extrañamiento de la Iglesia Católica en el cuerpo ideológico cultural de la nación.

La estrategia anexionista de los Estados Unidos, subvaloró la fortaleza del mundo espiritual de los cubanos: los valores nacionales, el amor a la independencia nacional, el respeto a los símbolos patrios, la exaltación a los héroes de más de tres décadas de combate anticolonialista, la eticidad y el sentido de la dignidad humana, la constancia, el valor y la inteligencia; con los que había crecido el ser criollo, caribeño y latino africano, que desde su singularidad cultural, pugnaba por abrirse, con un proyecto propio de nación para sí.

La República peleada con mucha fuerza en medio de las trampas de los ocupantes yanquis, no por mediatizada dejó de ser un alumbramiento de la identidad política de la nación. Y la opción de anexión y avaricia de la Iglesia Católica, sus victorias de retribución económica y pensamiento conservador, le hacen perder como institución la posibilidad histórica de entroncarse con la patria criolla.

Notas

(1) Manuel P. Maza: Entre la ideología y la compasión. Guerra y paz en Cuba 1895-1903, Instituto Pedro Francisco Bonó, Santo Domingo, 1997, p 369

(2) Carta del gobernador militar de Cuba, Leonard Wood, al presidente
Theodore Roosevelt. La Habana, 16 de enero de 1902. LOC, Theodore Roosevelt Papers. Library of Congress Manuscript Division. Disponible en Theodore Roosevelt Digital Library, Dickinson State University (Dakota del Norte, Estados Unidos). En: Ignacio Uría  Rodríguez: Bajo dos banderas. Religión y política en Cuba durante la primera ocupación americana (1899-1902), Ediciones Universidad de Navarra, Pamplona, 2017, p 106

(3) Ignacio Uría: Ob. Cit, p 104-

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.