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Las dos conciencias

Fuentes: Rebelión

«No es la conciencia de los hombres la que determina su ser; es, por el contrario, su ser social el que determina su conciencia«: Marx, prefacio de la «Contribución a la crítica de la Economía Política».

Correcto, si aceptamos que el hombre tiene una sola conciencia. Pero me da la impresión -sólo puedo hablar de impresión porque no puedo probarlo científicamente, ni creo que como a dios otros pue­dan demostrármelo- de que lo mismo que hablamos de distintas cla­ses de memoria y de inteligencias múltiples, tenemos más de una conciencia en compartimen­tos estancos. Por lo menos dos, o una dividida en dos.

Una sólida o débil desde la que el sujeto examina, ana­liza, escruta, juzga, condena y compara, considerada a sí misma como el centro de todas las cosas (conciencia personal), y otra even­tual, sólida o débil o inexistente, con la que el sujeto ve a los de­más como una parte de sí mismo que pertenece a ellos o les ignora deliberadamente (conciencia social).

De aquí que el mayor o menor grado de percepción de «el otro» deter­mina que en el proceso valorativo de «el otro», la segunda con­cien­cia, la social, «ve» a los demás como una prolongación de sí mismo y con análogas necesidades materiales, mientras que la con­cien­cia personal ignora o los relega como simples apéndices de su existencia. Ésta se «desvive» por los demás como si formaran parte de ella misma, mientras que la otra, la personal, «vive» a costa de los demás.

Un político, un gobernante, un juez, un empresario y toda la suerte de los sujetos sociales que sobresalen del resto, son gentes con una conciencia personal inflada, patológica. Quiere esto decir en roman paladino que, por definición, carecen de escrúpulos, y aun podría añadirse que si han de persistir en su “ser” tampoco pue­den permi­tirse el “lujo” de no tenerlos. O al menos carecen de la misma clase de escrúpulos que el resto de los mortales, pues la conciencia personal en nosotros es débil en la medida que se agi­ganta la conciencia so­cial, prácticamente holística (que abarca a toda la humanidad). En último término los escrúpulos de aquellos, mientras permanecen en sus respectivos protagonismos son de un paño que nada tie­ne que ver con el del resto. De ahí el asombro o la indignación que nos causa tanto lo que hacen y lo que no hacen debiendo hacerlo, los gobernantes, como la distancia existente entre sus razonamientos asociados por norma al electoralismo y a razones “del partido”, y el sentido común de las cosas que tiene el ciudadano despierto asimismo común.

El sistema socialista real potencia al máximo la conciencia social. El sistema capitalista (y aún más el neoliberal) lo que intenta (y lo consigue porque es fácil) es robustecer la conciencia personal, y bloquear, anular y aun extirpar todo vestigio de conciencia social para que entre en juego el proceso de selección natural, que no es si no eso brutal entre depre­dadores y depredados. Mientras la conciencia social no avance comiendo terreno a la persona y lo personal, este sistema no tendrá nin­guna posibili­dad de sobrevivirse a sí mismo; no la tendrá de superar las recesiones econó­micas y las crisis sociales, sin constantes millones y millones de víctimas.

Si alguien ve inconvenientes más allá de su opinión personal de contrario, quede lo anteriormente expuesto como mera pro­posición o como provocación dirigida al intelecto.

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