El ciclo de recortes en derechos y prestaciones sociales que inauguró el PSOE de Zapatero en mayo de 2010, y que viene multiplicando de manera salvaje el PP de Rajoy, están desencadenando unas movilizaciones que tienen una gran extensión en los ámbitos sectorial y geográfico, y sostenidas en el tiempo como hacía años que no […]
El ciclo de recortes en derechos y prestaciones sociales que inauguró el PSOE de Zapatero en mayo de 2010, y que viene multiplicando de manera salvaje el PP de Rajoy, están desencadenando unas movilizaciones que tienen una gran extensión en los ámbitos sectorial y geográfico, y sostenidas en el tiempo como hacía años que no se conocía en el país.
Si es cierto que estas movilizaciones no están parando lo fundamental de los recortes, no es menos cierto que se están produciendo pequeñas victorias parciales (la suspensión de la privatización de hospitales o algunos EREs, Gamonal, Can Vies, paralización de desahucios, etc.) que alientan la esperanza y el ánimo para proseguir con este sostenido ciclo de luchas.
Esta ofensiva del capital se produce en un marco de crisis generalizada del sistema económico a nivel mundial (que está empobreciendo a sectores cada vez más amplios de la población de nuestro país), y del sistema político e institucional surgido tras la muerte del dictador.
El 15M fue la expresión más notable de este malestar ante la falta de expectativas sobre todo en la juventud, y de rechazo hacia las formas anquilosadas de una llamada democracia «que no lo es y no nos representa». Aunque el 15M no ha sido capaz de concretarse, sí ha aportado renovadas formas de lucha y organización, y nuevos activistas que se han sumado a una lucha con la que antes no se identificaban por no encontrar su sitio.
Las marchas de la dignidad del 22M representan un intento de confluencia de amplios sectores y organizaciones en un proyecto de lucha que quiere pasar de la mera resistencia a la ofensiva por un cambio profundo del sistema y las políticas que tanto están castigando a los sectores populares en Europa y nuestro país en particular (ver artículo http://www.rebelion.org/noticia.php?id=182630&titular=22-de-marzo:-un-hito-en-la-historia-de-la-lucha- )
Las elecciones europeas del 25 de mayo se han realizado en este clima de crisis generalizada, y han reflejado más que en ninguna otra ocasión, estos vectores por los que se mueve la sociedad y la política. De los resultados de las pasadas elecciones europeas yo destacaría estos aspectos y tendencias:
A) El hundimiento del bipartidismo decadente que ya ni siquiera llega al 50% de los votos emitidos, y mucho menos del conjunto de los electores. Los dos partidos mayoritarios que han gestionado el sistema desde la transición, con sus políticas neoliberales más o menos agresivas, intrínsecamente corruptos en su gestión, son considerados mayoritariamente como parte del problema.
B) Se apuntan perspectivas de una nueva hegemonía en la izquierda, que puede aparcar al PSOE en el lugar que le corresponde por sus políticas practicadas. De hecho queda relegado a una posición testimonial en las nacionalidades históricas, y en muchos puntos del resto del estado se ve superado por la suma de votantes de otras opciones a su izquierda.
C) El soberanismo en Catalunya y el País Vasco-Navarro consolida posiciones sólidas que anuncian el imparable ejercicio del derecho a decidir. La desactivación de la violencia independentista está generando en el poder establecido unas grietas mucho más profundas de lo que la represión estatal deja ver, y crean las bases de alianzas renovadas en el campo de la izquierda transformadora.
De pronto el sistema se ha puesto nervioso, pues detecta que no tiene todo controlado, y por el otro bando se ha generado un optimismo que hacía tiempo no se respiraba. Corresponde a las izquierdas sociales y políticas diseñar con inteligencia una estrategia que haga posible profundizar en las tendencias apuntadas en las recientes elecciones, para ser capaces de realizar el cambio que los trabajadores y sectores populares demandan para sobrevivir a este sistema explotador, y preparar las condiciones de su transformación profunda. En esta perspectiva hacia la necesaria transformación que debe producirse más pronto que tarde, aporto algunas reflexiones extraídas del análisis del contexto y los acontecimientos descritos:
La lucha debe desarrollarse en todos los frentes posibles. No puede limitarse a uno de ellos, pues supondría renunciar a la victoria. La lucha en la calle debe complementarse con las luchas en el frente institucional, el jurídico, la comunicación, el internacional, y todos los que tengamos al alcance. La abundante experiencia de luchas prolongadas resulta muy ilustrativa al respecto.
El papel central de la lucha en la calle para transformar escenarios. A nadie se le escapa que sin este ciclo sostenido de luchas no se habría producido este vuelco electoral, ni se estarían resquebrajando las instituciones actuales y el conjunto del sistema. Lamentablemente somos dados a olvidar los procesos que nos llevan a un determinado escenario, y nos quedamos en él sin alimentar las luchas que nos han llevado a él y que son necesarias además para hacerlo avanzar. Buena parte de las fuerzas que combatieron la dictadura franquista y consiguieron ciertos derechos, se limitaron a gestionarlos desde las instituciones, con el resultado que ahora estamos padeciendo.
Las posibilidades de la lucha electoral. Las diversas instituciones administran los bienes y servicios públicos, a los que contribuimos a través de los diversos sistemas impositivos y de trabajo. Los procesos electorales permiten el acceso de las personas que decidirán el empleo de estos recursos públicos. Y también de las que podrán decidir las formas en que cada cual debe contribuir a los mismos y los derechos que cada cual tendrá sobre ellos, además de otras cuestiones como las relaciones laborales, las internacionales, la regulación de los derechos, y un largo etcétera
Las limitaciones de la lucha electoral. Quien pretenda llegar al poder o mantenerlo simplemente por la vía electoral puede ser un ingenuo, pero lo más seguro es que sea un oportunista instalado en el sistema del que se aprovecha por su cargo o posición. La lucha electoral está llena de trampas y desigualdades, que la hacen tremendamente difícil, pero ¿hay alguna lucha fácil?; quienes niegan en absoluto las posibilidades de esta vía para hacerse con las riendas de la gestión de los bienes públicos y comunes, tampoco ofrecen otras alternativas concretas, unas por rechazo (el caso de la vía armada) y otras por estar todavía pendientes de desarrollos teóricos. Es obvio que la democracia representativa tiene muchas limitaciones y trampas, pero es una vía que permite ejercicios de soberanía colectiva (siempre que se complementen con mecanismos revocatorios, etc.) y desarrollos de justicia e igualdad.
La diversidad de procesos: Desde abajo o desde arriba. Los procesos transformadores son producto de muchas y diversas circunstancias. Los manuales teóricos proponen caminos, estrategias y modelos organizativos, pero la realidad es demasiado rica como para acomodarse simplemente a estos estándares. Los procesos «desde abajo» están más de moda en nuestro país desde el 15M, pero muestran a veces demasiada lentitud por no decir inoperancia. A veces es la aparición de una figura conocida y prestigiada la que es capaz de aglutinar con rapidez lo que años de asamblearismo no fue capaz de conseguir. En estos casos la fuerza del líder es también su principal debilidad por su vulnerabilidad. «Podemos» es el ejemplo más reciente de esta alternativa, y tiene el reto de conseguir distribuir y extender sus centros de decisión.
Existen otras experiencias surgidas realmente desde abajo, con una fuerza creciente, y otras que combinan de manera diversa ambos polos extremos. Conviene desarrollar grandes dosis de inteligencia para re-crear en cada momento las alternativas más positivas que se tengan a mano, sin perder de vista los objetivos estratégicos.
Las posibles alianzas y sus formas organizativas. Tras los resultados electorales europeos, se ha generado un clima de optimismo entre los votantes de izquierda al pensar que tras muchos años de penumbra, por fin podremos echar a los ladrones que usurpan las instituciones. Es verdad que los datos permiten hacer esos cálculos, pero el reto es acertar con el diseño de cómo sumar o multiplicar en lugar de restar.
Entre las diversas fórmulas de unidad para conquistar las instituciones, encontraríamos estas:
– Un movimiento con una estructura unitaria, integrando grupos y sensibilidades. Pienso que no existe madurez ni confluencia suficiente para mantener mucho tiempo esta fórmula; las diferencias de programas y liderazgos convivirían mal bajo un mismo techo, porque las identidades tienen un peso importante en las personas y hay que saber y aprender a convivir con ellas de manera colectiva y no sectaria.
– Coalición de partidos: La experiencia muestra que muchas veces bajo esta fórmula 2+2 no suman 4 sino 3, porque se quedan por el camino los que rechazan los matrimonios de conveniencia.
– Frente amplio o popular, capaz de aglutinar a organizaciones políticas plurales (con sus diferentes formas organizativas) y de otro tipo que pudieran participar, y también a personas individuales que quieran involucrarse en el proyecto. Permite mantener las identidades personales y colectivas, y el acierto estaría en establecer mecanismos transparentes y democráticos (por ejemplo las primarias para la confección de listas) que permitan que los cambios que se producen en la sociedad puedan tener un reflejo en el seno del frente a la hora de establecer nuevas mayorías, consensos y alianzas. El Frente Amplio de Uruguay es para mí una de las referencias más interesantes de las que conozco, que ha sido capaz de sobrevivir «juntos, pero no revueltos» etapas tan diferentes como la clandestinidad, la oposición y el poder. Tiene la gran ventaja de que los electores votan a cada partido independiente, con lo que las mayorías y minorías son establecidas por los electores, y todos los votos computan unidos a la hora de distribuir los escaños.
Los necesarios contenidos programáticos. Está muy bien que nos animemos pensando que «podemos echarles de una vez»; pero deberíamos preocuparnos por consensuar qué queremos hacer cuando se ganen las instituciones, y sobre todo, cómo llevar adelante este programa de transformaciones y cómo combatir a los poderosos enemigos del cambio, que tienen el poder real del funcionamiento de las empresas, de la financiación de los créditos, de las legislaciones europeas, etc. No basta con proclamar que queremos ganar: Tenemos que prepararnos para que esta posible victoria se convierta en transformación profunda, y eso hay que pelearlo todos los días, porque no nos lo van a permitir. Poco valor tendrían unos gobiernos de izquierda si no son capaces de negarse a pagar la deuda, de recuperar los servicios públicos privatizados, de nacionalizar los sectores estratégicos, de derogar todas las últimas reformas laborales y las leyes limitadoras de derechos, de democratizar radicalmente la política y descentralizar la política territorial y local, con el reconocimiento del derecho de autodeterminación incluido. Puede haber fuerza para llegar a las instituciones, pero ¿tendríamos fuerza para llevar adelante estas reformas estructurales necesarias?
La necesidad de potenciar la lucha, porque en realidad es la única que es capaz de cambiar las cosas. La lucha es la que está erosionando el sistema que nos explota, y la que ha convulsionado el panorama electoral. Por ello es imprescindible mantenerla de manera prioritaria, para consolidar las condiciones del cambio y, sobre todo, para poder avanzar en las conquistas sociales. Está bien que alguna persona destacada en las luchas y movimientos sociales pueda encabezar alternativas electorales; pero sería un tremendo error que se produjese un descabezamiento de los movimientos, porque se debilitarían y perderíamos el principal motor del cambio, repitiendo errores del pasado. Sólo con unos movimientos potentes en las calles, en los barrios, en los centros de trabajo y de estudio, es posible afrontar junto a las instituciones los cambios por los que luchamos, porque las resistencias serán muy poderosas, y estas se combaten en la calle. Basta de concebir los cargos de representación como el final de una carrera política o social, pues no deben ser más que puestos de lucha que se ejercen de manera temporal, para regresar a los puestos de combate de partida. Nuestras «puertas giratorias» deberían ser las que comuniquen los cargos de gestión en instituciones con las organizaciones y los movimientos de origen, en un proceso de ida y vuelta, no como ocurre la mayoría de las veces del Ebro para abajo que del cargo público se pasa a un «retiro» cómodo, cuando no a unos puestos en empresas.
Pedro Casas, activista social.
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