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Las finanzas contra la política u otra forma de hacer política sin contar con los gobernados

Fuentes: Rebelión

En estos momentos lo que está en juego para el Capital a escala global es la reestructuración de su dominio de forma compatible con el freno a la caída de su tasa de ganancia. O lo que es lo mismo, a medio plazo se trata de recomponer seriamente las bases económicas del Sistema sin alterar […]

En estos momentos lo que está en juego para el Capital a escala global es la reestructuración de su dominio de forma compatible con el freno a la caída de su tasa de ganancia. O lo que es lo mismo, a medio plazo se trata de recomponer seriamente las bases económicas del Sistema sin alterar el domino de la clase capitalista mundial.

Esa estrategia pasa por el desmantelamiento de los mecanismos de regulación social de fases anteriores y la aplicación de la versión más antipolítica del capitalismo, propia de las situaciones de decadencia de un determinado régimen de acumulación.

Para ello el Capital cuenta con un tiempo de ensayo-error de estratagemas y políticas y brutales que sólo la actual desorganización y desactivación del Trabajo a nivel mundial le permite (circunstancias estas últimas que son resultado, a su vez, de la agresión neoliberal contra el Trabajo emprendida en todo el planeta a partir de los años 70 del siglo XX).

En su ofensiva contra la Política como espacio de encuentro de intereses de las distintas fuerzas sociales y coordinación de la vida en colectivo, el Capital tardío se vale de su componente más eminentemente especulativo o parasitario: el capital financiero en toda su hinchada dimensión, circunstancia que le otorga creciente poder o capacidad de regular los mercados y las políticas.

En su época de esplendor, mediante él se lanzaron los más virulentos ataques contra países y poblaciones: México, Japón, México otra vez, Brasil, Rusia, sureste asiático, son algunos de los dramáticos jalones de tamaño desbocamiento, en las décadas de los 80 y 90, que acabaron con el hundimiento de Argentina al comenzar el nuevo siglo.

En estos momentos el ojo de la ofensiva especuladora la realizan sobre todo las entidades bajo control de Estados Unidos contra el corazón de la vieja Europa. Irlanda e Islandia ya pagaron por su seguidismo de los dictados neoliberales y ahora le ha tocado el turno a Grecia, España y Portugal, y probablemente más tarde a Italia (en conjunto, los llamados PIGS: Portugal, Italy, Ireland, Greece y Spain, por la «graciosa» ocurrencia a partir de sus nombres en inglés), pero puede que también, de nuevo, la misma Gran Bretaña tenga que hacer frente a esa ofensiva [si bien, no ha faltado quien sostenga que ésta iría dirigida más en función de la existencia de gobiernos «socialdemócratas» (para que adapten su paso al neoliberalismo más feroz), que a causa de la propia inseguridad o insolvencia financiera de los países].

Estos ataques tratan de imponer un conjunto de medidas ajenas a los programas políticos sometidos a elección popular y a los compromisos entre los agentes económicos, políticos y sociales a escala de cada Estado. Tales medidas para «salvar» a los países tras los ataques financieros vienen dictadas por el conjunto de instituciones internacionales encargadas de velar por los intereses del gran capital, y directamente por los del brazo especulativo de éste (con el FMI a la cabeza), y representan la traducción para el caso europeo de los tristemente célebres Planes de Ajuste Estructural (PAEs) que se impusieron a las sociedades periféricas a partir de los años 80. En uno y otro caso vienen a significar un salvaje Ajuste Distributivo de la riqueza social todavía más a favor del Capital [1] .

Veamos los recientes casos europeos.

En España fueron los Bancos, los mismos a los que se había regalado en masa el dinero de los contribuyentes para que enjuagaran sus impagos, los que iniciaron la venta de las letras del tesoro, suscitando el recelo cuando no el miedo en los mercados financieros, que hizo que los certificados de impago sobre la deuda española se dispararan por encima de los 170 puntos (ver Gustavo Búster, en sinpermiso, «Reino de España: Zapatero ofrece un Pacto de Austeridad, no de lucha contra la crisis«, 21/02/10). Esta prueba de miedo en los parquets europeos, sumada a la que ya había provocado el fraude griego y el desequilibrio portugués, animaron a los fondos de alto riesgo estadounidenses a especular contra el euro en su conjunto.

Con ello, si más no, se ha evidenciado:

  • La escasa solidez del proyecto de la UE , que ha comenzado la casa por el tejado de la moneda única, sin haber construido el suelo de una integración política, fiscal y presupuestaria, ni las paredes de un acompasamiento general de la ganancia. Sin homogeneización de tasas de ganancia todo lo demás es ficticio: los Estados siguen siendo la referencia fundamental. Dentro de ellos los fuertes, y cada vez más especialmente sólo Alemania, se beneficiarán de las ventajas de partida, que no harán sino extremar las desigualdades intraeuropeas.
  • El precario porvenir de la propia moneda única y por tanto del Mercado europeo, que es el auténtico proyecto que tienen entre manos las clases dominantes europeas (por eso durante mucho tiempo lo llamaron así: Mercado Común).
  • La inversión del orden de causación de la actual «crisis» capitalista, haciendo aparecer a sus potenciantes como salvadores, y dictaminando el recorte de los gastos del Estado (el destinado al conjunto de la población, no a la clase capitalista, claro) como panacea.

Por eso, las medidas para unos y otros países son tan parecidas: austeridad de los gastos públicos, que significa descuartizamiento hasta donde sea conveniente (no del todo) del Estado Social, disminución de las cargas fiscales a las rentas de capital, medidas públicas a favor de los capitales privados, aumentos de la edad de jubilación y disminuciones de los salarios reales para la población asalariada, así como su creciente desprotección, entre otras.

Esta ofensiva ha empezado a cebarse con Grecia, que como dice Costas Douzinas en
» Lo que de verdad hay detrás de la crisis económica en Grecia, y qué enseña políticamente sobre la actual Unión Europea » (Observatorio Internacional de la Crisis , http://www.observatoriodelacrisis.org/viewpage.php?page_id=17),

«Grecia se está convirtiendo en un experimento para la nueva fase de la corrección de curso que el neoliberalismo se propone realizar en la estela de la crisis económica y financiera. Es un desvergonzado intento de aprovechar un problema relativamente pequeño de deuda, a fin de alterar radicalmente los equilibrios de clase y la relación Estado/sociedad en un país conocido por su militancia sindical y la fortaleza de su izquierda radical«.

España, como primera víctima quizás de la Tercera Guerra Mundial o Guerra Fría [2] , se abrió a la regulación keynesiana cuando ésta estaba decayendo ya en la Europa occidental. Pero el particular «keynesianismo español» estuvo tocado desde el principio por la parcial, dirigida del exterior, inacabada y pacata «transición» española, en la que, como nos recuerda Juan Torres en sinpermiso, «La economía española en la encrucijada» (http://www.sinpermiso.info/, 21/03/10), la debilidad de las clases trabajadoras ha venido contrastando con «el gran poder de los principales núcleos oligárquicos conformados durante la dictadura y que todavía siguen dominando los centros de gravedad de la economía española», muy subordinada, por lo demás, al capital extranjero y «obligada a competir mediante la especialización empobrecedora en bienes y servicios de poca calidad y bajo precio», así como a través de la utilización intensiva de fuerza de trabajo barata (lo que abrió, entre otras razones, el mercado migratorio español para la importación de fuerza de trabajo). Un país que tras haber padecido una brutal guerra del Capital contra el Trabajo, con casi 40 años de franquismo y 35 de restauración borbónica o juancarlismo (que jamás hizo contrición histórica de su dictadura, único caso en el mundo contemporáneo), aparece hoy en consecuencia, con un muy endeble tejido social organizado y reivindicativo y sin apenas agentes políticos alternativos.

Aun así, y por las especiales condiciones españolas, «keynesianismo» o como gusta de llamarse, «Estado de Bienestar», está asociado a «democracia», de manera que el desmembramiento de esa mala réplica de Estado Social que tuvo el Estado español es susceptible de ser contemplado como la vuelta a algún tipo de oscuro pasado (de los que en la historia española abundan), o es proclive a despejar el camino para el retorno de las expresiones fascistas del Capital, al igual que puede suceder en el resto de Europa.

En definitiva, el intento del Capital de reconstruir las bases de dominación cuenta hoy con la ventaja de no tener sujeto antagónico. Si esta «crisis» de reacomodo capitalista hubiese sucedido a finales del siglo XIX o en los años veinte del XX, el Trabajo no hubiera concedido este tiempo de oro que le estamos dando hoy al Capital para recomponerse y preparar unas bases de dominación mucho más estrictas, unilaterales, mucho menos democráticas. Pero es que además las urgencias y limitaciones del Capital frente al colapso ecológico-económico en ciernes no le permiten recomponer viejas formas de consentimiento interclasistas. Sabe que tendrá cada vez menos consenso de las poblaciones y se prepara para enfrentarlas por vías mucho más contundentes, cada vez más fuera de la Política colectiva y cada vez más mediante la política de la violencia.

Esto quiere decir que estamos a las puertas de un nuevo modo de regulación, mucho menos civilizado, desmembrador de conquistas históricas, para el que los agentes del Trabajo, en general, estamos escasamente preparados, muchos todavía mirando atrás y suspirando por la imposible reedición de consensos keynesianos. Sin alternativas sólidas sobre las que articular a las poblaciones.

Pero esto último es precisamente lo que se evidencia indispensable. Sólo la reacción organizada del Trabajo podrá frenar la devastación.

 

* El autor es miembro de Sodepau



[1] Baste recordar que en España, por ejemplo, en 1977 las rentas del Trabajo suponían algo más del 55% del PIB, mientras que 25 años más tarde, en los primeros años del siglo XXI, apenas superaban el 45%.

[2] España, junto con Portugal, fueron los únicos países que tras finalizar la II Gran Guerra en Europa, permanecieron con sendas dictaduras fascistas. Si durante la Guerra Civil , Gran Bretaña y Francia habían colaborado con la caída de la II República , tras 1945 se unirá a ellas EE.UU. para impedir la liberación de la Península Ibérica del fascismo (al frenar los planes de la resistencia republicana, y europea en general, tras la liberación de París), estableciendo un cada vez más estrecho vínculo con Salazar y Franco, a quien Eisenhower abrazaría en su «emotiva» visita a España en los años 50. Eso no fue óbice para que las potencias «democráticas» condenaran a la sociedad española al ostracismo respecto de la ONU y a más de 20 años de casi autarquía. Nunca se perdonaría la osadía de los pueblos ibéricos en los años 30 por insubordinarse ante el orden del Capital.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.