El siguiente escrito puede servir como piedra de toque para que se vean las enormes diferencias entre unas mentes y mentalidades y otras, y la muy diferente manera de ver e interpretar la realidad de unos y otros viviendo todos en un mismo país zurcido a la fuerza… Hay gentes, como leo en El País, que […]
El siguiente escrito puede servir como piedra de toque para que se vean las enormes diferencias entre unas mentes y mentalidades y otras, y la muy diferente manera de ver e interpretar la realidad de unos y otros viviendo todos en un mismo país zurcido a la fuerza…
Hay gentes, como leo en El País, que dicen como si fueran oráculos que «los Parlamentos son lugares para la articulación política y están dotados de un ceremonial. A sus señorías se les exige corrección, respeto y compostura. A no ser que, como dijo el ex presidente del Congreso Ma¬nuel Marín, se pretenda transformar la Cámara baja en una «taberna»…
Gentes que es evidente para nada atisban que España ni es una ni es grande ni es libre, como pretende el grito de la falange española y el lema del caudillismo español, y por eso a partir de ahí siguen recurriendo a lo que para otros es una cadena de disparates, de incorrecciones, de falta de respeto y de incomposturas. Pues quieren ignorar que en España hay tantas españas como sensibilidades y tantas sensibilidades como territorios donde existe la conciencia de que vivir juntos y la voluntad política les configura en una nación (Jellinek); lo digan o lo reconozcan o no las leyes o una Constitución que en el fondo responden a ese grito. Esto lo testimonia también la tan diferente manera de enfocar los problemas y las posibles soluciones para la sociedad excluida, así como tan diferentes objetivos y prioridades para unos partidos políticos, y los objetivos y prioridades de esos otros, los de miembros del partido del g¬bierno español que, no son otra cosa que oportunistas, como cuando dijo uno de ellos hace años: «he ido a la política a forrarme».
Pero también, como no podría ser de otro modo en este extraño y puñetero país, periódicos, radios y televisiones reflejan tan extremas sensibilidades ante la gobernación, la política, la pobreza y la distribución de la riqueza… al priorizar las «formas» y el modo de interpretar la «corrección» y la «compostura» en el hemiciclo que reclaman los custodios y los templos de la divinidad o de la justicia, sobre la importancia del fondo de cada grave problema. Si este país fuese «normal», las formas complementarían magníficamente su estampa. Pero España es un muladar y un avispero de lo dicho, de sensibilidades…
Es cierto que guardar las formas es imprescindible aunque sólo sea para entenderse quienes se supone se dan cita en una sala de justicia, en una tertulia de café, en un parlamento político o en un acto litúrgico de iglesia. Pero si las formas prevalecen sobre el fondo, si a las formas se les da un valor superior al fondo de la cuestión debatida, tratada o enjuiciada, el esperpento valleinclanesco no está en alterar esas formas que, por otro lado, siempre son susceptibles de interpretación, sino en dar más importancia al protocolo de la horca o de la silla eléctrica que a la aberración de condenar y ejecutar quizá a un inocente.
Que en el parlamento español hay un ejército de abusadores (unos protagonistas y otros cómplices de ladrones de lo público que, por «las formas» de un escrutinio, para muchos incluso fraudulento, están ahí por la gracia de dios, por el apoyo de una conferencia episcopal, por tejemanejes electorales y por la debilidad mental de millones de votantes) es un hecho incontrovertible para cualquier observador neutral, sea nacional o internacional.
Y que por eso mismo ya el parlamento español se parece mucho más a una corrala o, como dice un ex presidente del Congreso, a una taberna. Y no sólo eso, es que es enorme el contraste entre la mentalidad y la catadura de la parte principal de los diputados que representan al pueblo español que interpretan «las formas» en detrimento del fondo de los temas debatidos, y la mentalidad de quienes siendo una minoría convencional representa a otra gran parte de ese mismo pueblo español y exigen para ella el respeto que los otros le niegan.
De modo que si enumerar con el diccionario de la lengua en mano una serie de vocablos y expresiones que denominan la actitud de un gobernante que sobra aunque sólo sea por su actitud habitual, es de taberna, esa exposición supone un homenaje al espíritu de «la taberna», e incluso al espíritu del prostíbulo donde la mayoría de meretrices está allí porque no puede de otra manera comer ni dar de comer a su hijo, pues el Congreso español también pudiera recordarnos a uno de ellos en determinadas condiciones…
En todo caso muchos creemos que el respeto a «las formas» llega después de haber demostrado los que las reclaman que su comportamiento en el desempeño de la función pública ha sido correcto o al menos no merece desprecio o persecución por haber hundido en la miseria y en su propio provecho, a grandes mayorías.
Por lo que dense con un canto en los dientes sus señorías de la ortodoxia y de la preocupación por las formas, con que toda esa población que permanece indignada porque sus señorías no hacen más que dar pábulo a su indignación, no se decidan de una vez a tomar los palacios de invierno y les condenen a todas ellas de por vida a bajos menesteres con grilletes. Porque motivos no les faltan. Y callen cuando otros parlamentarios rompen, según su idea, «las formas» ortopédicas impuestas por personajes que no han hecho ni hacen otra cosa que blindar su ideología desvalijadora, y blindarse a sí mismos y su futuro. Esmérense sus señorías en manejar las suyas -entre las que figuran los frecuentes insultos desde las bancadas del hemiciclo-, con el cinismo y la flema acostumbrados de quienes solapan su canallismo en protocolos y liturgias. Pues al no merecer respeto sus señorías exigentes, tal exigencia se convierte en otra burla más para las otras. Como sarcasmo sería permitir que el violador reclamase a la víctima respeto a «las formas» de la denuncia de su violación…
Jaime Richart, Antropólogo y jurista.
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