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Entrevista a Daniel Campione

Las fuerzas de choque del gran capital: Pasado y presente de las extremas derechas

Fuentes: Rebelión

En otra oportunidad te extendiste y fuiste muy exhaustivo al explicar los fascismos clásicos del Siglo XX. Me interesaba hacerte la siguiente pregunta: en función de los distintos modos de salida del fascismo, ¿qué crees que quedó o que pervive en esas sociedades, ya sea en forma molecular o estructural, con una mirada de larga duración, de esas experiencias históricas?

Apuntaría especialmente a España y Portugal, cuya salida fue bastante tardía, recién en los años 70, aunque también creo que la pregunta es importante para Italia y Alemania… Incluso sería interesante que digas algunas palabras sobre Portugal, ya que si no me equivoco, no lo abordaste demasiado en las charlas anteriores.

La Segunda Guerra marcó el final para los dos principales fascismos. Una secuela que quedó fue la voluntad, primero de los aliados vencedores y luego del nuevo estado de Alemania Occidental, a dejar impunes a muchos nazis e incluso integrarlos a la vida económica alemana. Con el correr del tiempo hubo incluso altos dirigentes políticos  alemanes y austríacos que fueron denunciados por su historia de complicidad con el nazismo.

En Italia el neofascismo siempre se mantuvo como fuerza política y en las últimas décadas logró ingresar en coaliciones de gobierno, de la que formó en los 90 Silvio Berlusconi en adelante..

Francisco Franco estuvo en el poder hasta su muerte, y sus sucesores lograron imponer una salida sin ruptura, una transición pactada desde posiciones de fuerza. En España el mayor residuo del franquismo es la propia monarquía, con todo su peso simbólico. El Partido Popular, con largos años en el gobierno es una fuerza fundada por ex ministros y funcionarios del franquismo, como su primer líder, Manuel Fraga Iribarne. Joan Garcés estudia el carácter “teledirigido” de la transición desde las grandes potencias, para asegurar que hubiera una “salida” del franquismo en la que primaran las continuidades sobre las rupturas. Y en esa “solución” basada en pactos sociales e institucionales y en un acuerdo de silencio sobre los crímenes de la dictadura, participó toda la oposición institucionalizada, incluido el PC.

Portugal tuvo una ruptura, “la revolución de los claveles”, que se radicalizó rápido, y pasó del predominio de ex jerarcas del salazarismo a la primacía de altos oficiales vinculados al PC y aún a tendencias más radicales. Hubo nacionalizaciones y otras medidas de orientación revolucionaria. También la rápida decisión de aceptar la independencia de las posesiones  africanas puso término a largos años de guerra colonial y constituyó un factor de ruptura con el precedente salazarista.

Las grandes potencias y las clases dominantes locales debieron recrear las condiciones para una transición “pacífica”, sin amenazas al poder del gran capital, que no habían logrado al principio. Y terminaron generándola, contando con el auxilio decisivo de políticos socialdemócratas alineados en el fondo con la gran empresa, como Mario Soares. Pero queda en tierra portuguesa la marca de la revolución, no la del pacto que reconoce una institucionalidad con un vértice erigido por la dictadura, establece el silencio sobre los crímenes y garantiza una tranquila dominación al gran capital.

Cruzando el Atlántico, creo que hay una experiencia emblemática en América Latina para pensar el fascismo, que es la dictadura de Augusto Pinochet en Chile tras el golpe del 11 de septiembre de 1973. ¿Qué podrías decirnos sobre su relación con el fascismo? ¿Qué elementos al respecto pueden destacarse sobre el momento previo al golpe, sobre la dictadura misma y sobre las consecuencias post-dictatoriales del pinochetismo ya en la restauración democrática?

La de Pinochet es una experiencia que tiene características en común con otros golpes latinoamericanos de la época, pero tiene una radicalidad especial. Es un golpe acicateado por EE.UU desde el primer día del gobierno de la Unidad Popular, con amplio consenso en las clases dominantes y también apoyo de las capas medias, que se movilizaron contra el gobierno de Salvador Allende. Tiene la particularidad de que no actúa contra un gobierno vacilante, reformista en el mejor de los casos, como otros golpes, sino contra una coalición de izquierda con rasgos de radicalidad, que además tendía a ser rebasada por propuestas más a la izquierda, como la del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (Mir). El “grado de amenaza” percibido por el capital local y trasnacional radicado en Chile era mayor que en otros casos. La reacción estuvo acorde con eso, así como la voluntad de mantener e institucionalizar la dictadura, que se plasmó en la constitución de 1980.

Diferencias del régimen de Pinochet con los fascismos clásicos hay muchas: No adopta una retórica anticapitalista, no pretende ser un socialismo nacional ni construir una revolución nacional sindicalista. Llegado al poder no construye un régimen de partido único y la institucionalidad que pretende crear tiene más que ver con un sistema representativo con restricciones autoritarias que a un régimen fascista. A su política económica algunos la llamaron “fascismo de mercado”, por su instauración por vía de un estado policial de una política neoliberal de fuerte contenido antiobrero, que también fue de creación de múltiples oportunidades de negocios para el gran capital. Los profetas de las corrientes más liberales tomaron el éxito económico chileno como un “modelo a seguir”, sobre todo en América Latina y con el tiempo cooptaron incluso a partidos de la antigua Unidad Popular (con el socialismo en primer lugar) para la continuidad de esas políticas hasta nuestros días.

Ocurre que, a diferencia del fascismo, las dictaduras latinoamericanas más sanguinarias preferían la “paz de los cementerios”, sin ningún nivel de movilización, sin concesiones hacia los sectores populares, sin amagues “colectivistas” sino con una prédica individualista, orientada a construir una sociedad basada en los grandes negocios y el consumo. Los fascismos originales son dictaduras de la época del fordismo y del estado de bienestar, las dictaduras latinoamericanas de los setenta son regímenes que acompañan el apogeo neoliberal y el descenso de la ola revolucionaria de los 60 y primeros 70.

Viniendo más hacia el presente, hace poco el exvicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, en una conferencia que dio en Madrid en Marzo de 2020, se refirió a las formas contemporáneas del reaccionarismo y el fascismo, a través de la emergencia de dos fenómenos: 1) En Europa y Estados Unidos, como producto del estancamiento económico y la concentración de la riqueza, y al mismo tiempo la ausencia de una alternativa potente frente a ello por izquierda; y 2) En América Latina, como respuesta a los procesos de igualación y ampliación de derechos durante los gobiernos progresistas. La pregunta entonces es: ¿coincidís con esta apreciación de García Linera?¿qué aspectos debatirías o agregarías a esa caracterización?

Creo que en líneas generales la apreciación es acertada, pero es necesario incorporar más elementos.

La crisis irresuelta de 2008, el bochornoso salvataje a los bancos mientras las mayorías veían descender su nivel de vida, hizo cundir reacciones populares en variadas partes del mundo y en particular en Europa y EE.UU. Occupy Wall Street y las campañas del 99 contra el 1% reflejaron todo eso desde una perspectiva progresiva, como los “indignados” de España. Las corrientes de “nueva izquierda” que accedieron a gobiernos, bien claudicaron rápido ante el FMI y las instituciones europeas, como Syrisa en Grecia, o se subordinaron a coaliciones muy lavadas, como Podemos en España. Ante la orfandad provocada por la ausencia de alternativas de izquierda o la capitulación de las existentes, casi al mismo tiempo crecieron las opciones de ultraderecha, algunas muy nuevas, basadas en la “antipolítica” más conservadora, asumiendo supuestos “valores tradicionales” agredidos desde la izquierda. Volvieron a poner a flote el viejo cuco del comunismo; un nacionalismo xenófobo que quiere fuera a los migrantes e incluso a los connacionales de las regiones pobres.

En A.L hay en efecto una reacción de las clases dominantes y los partidos de derecha contra políticas que favorecieron en mayor o menor medida a las clases populares. Y logran convencer a parte de las capas medias de que las precariedades de su situación no vienen de los ricos, sino de los pobres. También se alimenta de la entrada en crisis de los modelos nacional-populares, luego de hostigarlos de modo permanente. Acusaciones judiciales, juicios políticos, acciones golpistas como las de Bolivia, gobierno reaccionario en Brasil, instaurado previa proscripción del candidato con más posibilidades.

 El tema racial juega un papel, en particular en Bolivia, con su planteo plurinacional, al que el golpismo replicó con la quema de la wiphala y la entronización de la Biblia; o en Brasil donde hubo un avance de negros y pobres hacia niveles de consumo y de integración a los que antes no accedían, durante los gobiernos del PT.

De todos modos, las rebeliones populares que se desataron el año pasado en Chile, Ecuador, Perú, Colombia marcaron que hay sectores movilizados que quieren marchar en una dirección opuesta, orientada a sepultar las destructivas experiencias de neoliberalismo.

Respecto a Donald Trump. Me interesaba preguntarte: ¿qué balance hacés de sus cuatro años de gobierno? ¿La derrota significa un fracaso de sus interpelaciones autoritarias a la sociedad estadounidense? ¿o es más bien un resultado coyuntural producto de la pandemia? Por otro lado: ¿tuvo influencia el avance chino en materia geopolítica, tanto para la emergencia como para el temprano declive de una figura como Trump?

Trump construyó un discurso “decadentista” de la sociedad norteamericana, una apelación a revertir la globalización, reinstaurar la gran industria de tipo fordista, a la “América” de trabajadores blancos, la reivindicación del “cinturón del óxido”, el discurso antinmigrantes. En un lugar destacado puso su juego de “outsider”, de ser un hombre totalmente ajeno a las camarillas de Washington y un gran ejemplo de “winer” tributario del viejo “sueño americano”, de hombre que amasó una enorme fortuna. Todo discurso reaccionario que circulara por Norteamérica él lo tomó como propio. Y se dirige a los trabajadores que pierden sus empleos o pueden perderlo, frente a la globalización y la economía de los servicios. La crisis del capitalismo es enfrentada así por derecha, echándole la culpa tanto a las potencias extranjeras, como a un amplio arco de grupos y organizaciones a los que se descalifica como “antipatriotas”.

El poner en un lugar elevado la rivalidad con China pudo representar para Trump una ventaja inicial. La continuidad del avance de China pudo luego haber contribuido a fragilizar el discurso de “América First”. Mientras el presidente norteamericano avanzaba en decisiones unilaterales y abandonaba tratados y mecanismos internacionales, China hizo más bien lo contrario, pasó de acuerdos “país por país” a pactos multinacionales, y siguió con sus altos niveles de crecimiento y de expansión de sus áreas de influencia. Otro factor de incidencia probable en el declive es la política confrontativa del magnate inmobiliario con el establishment político de paladar negro, incluso el de su propio partido. Se hizo de demasiados enemigos. Los efectos de la pandemia juegan un papel, además de lo que puede haber dañado la imagen de Trump por su desastroso manejo, y por el deterioro económico que trajo aparejado. Nunca es fácil para un gobierno ganar elecciones en medio del retroceso material. Tuvo también su incidencia las características particulares de estos comicios, la alta participación mediada por el voto por correo. Hay que señalar que el presidente hizo una buena elección, lo sepultó el alto nivel de votación, no una pérdida de votos propios. El trumpismo va a seguir vivo, aspirando a la representación de ese EE.UU “profundo” que lo llevó a la victoria en 2016. Ya se está hablando de una nueva candidatura para 2024.