El 5 de febrero pasado puede considerarse el cierre de un ciclo que se abrió hace 5 años, coincidentemente con otra consulta popular, pero que terminó con resultados distintos en febrero de 2018. El ciclo al que me refiero es el del discurso y la identidad anticorreísta en el Ecuador. He hablado sobre cómo entender este tipo de discurso en otros artículos, pero los rasgos claves de este han sido el odio político, que permite evitar que la conversación social se plantee en términos desfavorables para la oligarquía, ocultando sus verdaderos intereses, mientras facilita la derechización del debate público en el país.
Así, el ciclo de apogeo del discurso anticorreísta llegó en febrero de 2018 con la consulta popular de Lenín Moreno, la del 7 veces sí, en la que todos los actores, de izquierda y derecha, opuestos durante años al Gobierno de la Revolución Ciudadana articularon sus discursos bajo este paraguas y así ganar esa consulta que, en perspectiva, fue la puerta de entrada para el regreso del neoliberalismo y la oligarquía al Gobierno nacional. El anticorreísmo, nacido años atrás como contraataque discursivo de las élites frente a la fuerza de la Revolución Ciudadana, logró convertirse, desde 2018, en el principal centro gravitacional de la política nacional, dejando fuera de juego (persecución judicial de por medio) al discurso correísta y progresista por algún tiempo.
Gracias a este ímpetu se logró desarmar la estructura institucional nacida en Montecristi y construir otra por medio del Trujillato. También se logró sostener a Lenín Moreno luego del paro nacional de octubre de 2019, se justificó la reducción del Estado y abandono posterior de la ciudadanía, especialmente en medio de la pandemia del COVID19. Y gracias al discurso anticorreísta también Guillermo Lasso, el mayor representante del anticorreísmo en Ecuador, logró capitalizar ese discurso y convertirse en presidente de la república en abril de 2021. Como vemos, los logros de este ciclo para el anticorreísmo no fueron menores.
Ahora bien, el discurso anticorreísta tuvo un vuelco importante, su punto de inflexión, con la llegada de Guillermo Lasso en Carondelet. Este discurso ya no podía emitirse solo como si fuera de la oposición. Ser Gobierno implica una enunciación diferente que se valora inevitablemente con los resultados concretos de la gestión gubernamental. El hacer (o no hacer), también es decir. En este sentido, la pobre gestión gubernamental en prácticamente todos los ámbitos (nada funciona igual o mejor que antes), las penosas argumentaciones para justificar esta gestión, la relación bipolar del Gobierno con el resto de actores sociales, y por último las cada vez más graves denuncias de corrupción dentro de las más altas esferas del Gobierno han dejado al principal representante del anticorreísmo más y más solo, desgastado y con poca capacidad de articulación de más sectores. En otras palabras, la gestión de gobierno lassista erosionó el propio discurso anticorreísta.
Y tanta es esta erosión que el pasado 5 de febrero el Gobierno nacional no pudo ganar ninguna de las 8 preguntas que planteó en su consulta popular, no obtuvo ningún gobierno local importante y, sobre todo, permitió a su principal alteridad, la Revolución Ciudadana, recobrar la fuerza y el terreno político que había perdido desde el año 2017. Si la consulta popular del 2018 significó el momento de más cohesión de todas las facciones del anticorreísmo, esta última consulta de febrero pasado significó la implosión final de esa unidad que venía resquebrajándose desde hace un par de años. El anticorreísmo se encuentra actualmente en los huesos.
Entonces es también clave considerar que el impacto de esta derrota electoral no solo afecta al Gobierno nacional y a Guillermo Lasso, sino que además es la constatación de que el discurso anticorreísta, como un todo, se encuentra en sus horas más bajas. Es decir, con una representación sin legitimidad (Lasso), con una capacidad para explicar el pasado y el presente deteriorada (“la culpa es de Correa”) y unas alteridades fortalecidas (Revolución Ciudadana y Movimiento Indígena). Es por todo esto que podemos plantear que el discurso anticorreísta para 2023 cierra un ciclo iniciado hace 5 años.
¿Esto significa que el discurso anticorreísta está derrotado definitivamente? De ninguna manera. Simplemente se encuentra en un momento en el que su capacidad de articulación y convencimiento social se ha debilitado profundamente. Esto así, esta situación es un llamado a su reorganización que, en un primer momento, les obligará a replantearse la renovación de su representación y vocerías. Especialmente para empezar a recuperar algo de la legitimidad perdida en una sociedad ecuatoriana que mira con más desconfianza un discurso que inició ofreciendo más prosperidad que la Revolución Ciudadana, pero que hoy, cuando son poder, han llegado a pedir a la gente que acepte vivir peor que antes solo por odio político. Simplemente ese argumento no cuaja más. En esta línea, estas semanas hemos presenciado el cierre de portales digitales, el distanciamiento de periodistas de opinión y otros actores políticos de este discurso, mientras que los que aún se mantienen en el mismo terminarán de quemarse con el resto del barco gobiernista. Esta rearticulación seguramente tomará un tiempo y probablemente se constituirá con una forma nueva cuando deje de estar a la cabeza del Estado y vuelva a la oposición, lugar donde nació y obtuvo su fuerza.
Añadiendo algo más a estas conclusiones, tenemos que valorar que el discurso anticorreísta, aunque se encuentre en uno de sus peores momentos, aún encuentra anclaje en ciertos sectores sociales. Hacia la derecha, en sectores cada vez más radicalizados sobre discursos ultraneoliberales, conservadores y hasta neofascistas. Y también hacia la izquierda, el anticorreísmo aún reside latente en aquellos sectores con rencillas del pasado con el Gobierno de la Revolución Ciudadana y que viven, como lo plantea Leonidas Iza, de “la política del recuerdo” y que mantienen el cortocircuito dentro las izquierdas en el Ecuador e impiden su unidad estratégica. Así que, de este modo, aunque el discurso anticorreísta ya no es suficiente para ganar elecciones, aún opera dentro del sistema político y social. Es esto último que se convertirá en el terreno desde donde operará su transformación en los años venideros.
Renato Villavicencio Garzón es Máster en Estudios sobre Globalización y
Desarrollo por la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) y Máster en Análisis
Político por la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Actualmente es
doctorando en Ciencias Políticas y de la Administración por la Universidad
Complutense de Madrid.
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