Traducido para Rebelión por Germán Leyens
«La pureza es una idea de fakir y de monje… Vosotros, los intelectuales, tiráis excusas para no hacer nada. Nada sino estar sentados con los brazos cruzados. Yo tengo las manos sucias hasta los codos, las he metido en excremento y sangre. ¿Y qué entonces? ¿Creéis que se puede gobernar inocentemente?»
Hoederer. «Las Manos Sucias». Jean Paul Sartre.
En 1988 el coordinador de servicios sociales en Cárdenas en la frontera nicaragüense con Costa Rica pidió ayuda para rellenar un refugio contra bombas en el patio del refectorio del centro de atención infantil del lugar. El refugio había sido excavado en caso de más ataques después de una incursión Contra en 1983. Pusimos rápidamente al aire las tablas, ya podridas por la humedad, que formaban el techo del refugio. Las lanzamos sobre un montón de leña para que se secaran a fin de utilizarlas más adelante como combustible en la estufa a leña del refectorio. Nos tomó poco tiempo rellenar la zanja de diez metros de largo, parcialmente derrumbada por las inundaciones durante las lluvias del año anterior.
Me recordé del asunto al conversar recientemente en Nicaragua con un consultor agrícola jubilado de Gran Bretaña. Él recordaba un encuentro en la capital hondureña, Tegucicalpa, con una «horrible mujer», entusiasmada por sus visitas a las bases Contra nicaragüenses en Honduras y el tremendo trabajo que realizaban esos terroristas financiados por EE.UU. La horrible mujer resultó ser Diana, esposa del padrino de los escuadrones de la muerte, John Negroponte.
El apoyo entusiasta a la guerra terrorista en Nicaragua era algo natural para alguien que es la personificación de la elite empresarial corporativo anglo-estadounidense y sus íntimos vínculos con los gobiernos y sus servicios de inteligencia. Puede ser útil recordar otros eventos de los años ochenta, porque uno tiende a olvidar verdades elementales sobre los conflictos de esos años. La conexión Negroponte-Villiers es un excelente punto de partida.
Guerra de clases en el Reino Unido
Como jefe de la estatal British Steel Corporation, el padre de Diana (1) Sir Charles Villiers derrotó con éxito a los obreros siderúrgicos británicos en la huelga del acero de 1980 en el Reino Unido a la que siguió la pérdida de más de diez mil puestos de trabajo. Subsiguientemente, con el prestigio político de la sórdida victoria británica sobre Argentina en las Malvinas, la primer ministro Margaret Thatcher aceleró rápidamente su programa interior de desempleo masivo. Había derrotado al anterior gobierno del Partido Laborista en 1979 con la cínica consigna de «El laborismo no funciona».
El movimiento laboral oficial, la central sindical británica (TUC), dividida y dirigida por socialdemócratas, no respaldó siquiera a su propia gente. En 1983, decisiones judiciales derrotaron a la Asociación Nacional Gráfica de los trabajadores de la prensa en la disputa del Stockport Messenger. En 1984, el gobierno británico despojó a los funcionarios públicos de su derecho a sindicalizarse en el inmenso centro de inteligencia GCHQ cerca de Cheltenham. Esas escaramuzas fueron sólo los entremeses para el plato principal, la derrota del Sindicato Nacional de Mineros entre 1984 y 1985.
Durante la huelga de los mineros del Reino Unido en 1984, más de 11.000 personas fueron arrestadas e inculpadas, casi todas por ofensas contra el orden público. De todos los arrestados, menos de un 5% fueron condenados A instancias del gobierno, los policías violaron masivamente la ley la ley para romper la huelga. Policía montada con sus largas cachiporras apaleando a piquetes de mineros en la coquería Orgreave en Yorkshire, se convirtió en una imagen definidora de la era Thatcher. Jóvenes políticos de la época, como Tony Blair, lo aprendieron – mentiras categóricas de las relaciones públicas ganan elecciones.
EE.UU. y Gran Bretaña – el terror, las dictaduras y nosotros
En los años ochenta, EE.UU., Gran Bretaña y sus aliados de la OTAN promovieron el terror y las dictaduras en todo el mundo. Las elites gobernantes británicas y estadounidenses y sus gobiernos apoyaron a la África del Sur del apartheid, ayudando a que el gobierno de Pretoria financiara, entrenara y armara a movimientos terroristas como Renamo en Mozambique y Unita en Angola. Del mismo modo, apoyaron a la dictadura de Pinochet en Chile y, hasta la guerra de las Malvinas, a la junta militar en Argentina. Instigaron la invasión de Líbano por Israel y su negativa a acatar las resoluciones de la ONU en apoyo a los palestinos. El pretexto fue la «guerra contra el comunismo»: la prioridad era potenciar al máximo los beneficios de las corporaciones.
También ayudaron a dictadores como los Duvalier en Haití, Marcos en Filipinas, Mobutu en Zaire, y Suharto en Indonesia y Timor Oriental. Suministraron los medios necesarios para armas químicas y biológicas a Sadam Husein en la guerra de Irak contra Irán. En Afganistán entrenaron, armaron y financiaron a milicias fundamentalistas para aterrorizar a civiles leales al gobierno laico de Kabul apoyado por los soviéticos. Osama bin Laden fue su protegido.
La mayoría de estas actividades fueron financiadas a la luz del día y por caminos ocultos. Las operaciones clandestinas necesitaban una base financiera ilícita, de numerosos tentáculos leales a la CIA y a sus hermanas, las agencias de inteligencia europeas. La base fue el banco del fraude de 10.000 millones de dólares: BCCI. Hace más de una década, la investigación de los negocios del BCCI de John Kerry en el Senado de EE.UU. concluyó, entre muchas otras cosas, que la negativa del gobierno británico a publicar documentos en poder de sus servicios secretos obstruyó efectivamente su investigación.
Negroponte guiñó el ojo a los asesinos. Diana los vitoreó.
BCCI facilitó una parte de los negocios Irán-Contra, maculados de narcóticos, de Oliver North, complementando los esfuerzos de John Negroponte como embajador de EE.UU. en Honduras para inducir a error al Congreso de EE.UU. sobre el apoyo del presidente Reagan a la Contra nicaragüense. Negroponte apoyó enérgicamente al jefe de las fuerzas armadas hondureñas Álvarez Martínez, cuando éste creó el escuadrón de la muerte, Batallón 3-16. Sus programas de la embajada desviaron recursos para ayudar a la Contra a pesar de la prohibición de que así se hiciera.
En 1986, la Corte Internacional de Justicia declaró culpable a EE.UU. de organizar ataques terroristas contra Nicaragua. Lo que condenaron fue la política del terror fomentada por John Negroponte, entre muchos otros en la administración Reagan. Igualmente, cuando la Corte Interamericana de Derechos Humanos estableció la culpabilidad de Honduras por desapariciones forzadas en 1988, los crímenes que condenó resultaron directamente de acciones aprobadas por John Negroponte.
Cuando el batallón Contra ARDE del ex héroe sandinista Edén Pastora atacó Cárdenas en 1983, ametrallaron y bombardearon con morteros a familias con niños y bebés que se refugiaron donde podían entre las chozas de madera que bordeaban las polvorientas calles de la localidad. Cárdenas tuvo suerte. A pesar de verse enormemente superados en número, la milicia civil del pueblo, con sólo armas ligeras, resistió el ataque hasta que el ejército sandinista llegó a rescatarlos.
En 1986, Ángela, una maestra de Cárdenas, recordaba otro ataque en 1983 en el que la gente no tuvo tanta suerte. Había sido asignada a Pantasma, una pequeña aldea rural en el norteño departamento Jinotega. En 1983, una fuerza Contra invadió Pantasma, asesinado a docenas de habitantes, destruyendo maquinaria agrícola, atacando instalaciones públicas como la clínica y la escuela. Ángela sobrevivió sin daño porque huyó y se ocultó en los bosques alrededor de Pantasma.
De Oradur a Faluya…
Pantasma y Cárdenas sólo fueron dos de los miles de ataques en la campaña de terror que entusiasmó a Diana Negroponte durante la guerra de Nicaragua.
Contra una crueldad e inmisericordia semejante, ¿cuál es la reacción razonable? ¿Es posible que la resistencia a fuerzas semejantes mantenga una moralidad ideal? La lección de humildad de Rachel Corrie podría sugerir que es posible. Pero pocos son capaces de considerar semejante sacrificio. En realidad, la mayoría de la gente en Estados Unidos se quedó totalmente impasible ante su asesinato por el ejército que lleva el ridículo nombre de Fuerzas de Defensa Israelíes.
Miembros valerosos y de principios de organizaciones como las Brigadas Internacionales de Paz (PBI) y el Movimiento Internacional de Solidaridad o de Acción Permanente por la Paz [Witness for Peace] pueden tratar de acompañar y proteger a civiles inocentes y seguramente salvan vidas mediante su trabajo. Pero ¿es menos feroz la limpieza étnica israelí en la actualidad? ¿Es menos violenta la agresión gubernamental contra la gente en Colombia? ¿Se redujo la agresión de EE.UU. en Nicaragua gracias a todos los esfuerzos determinados de los activistas por la paz?
Vuelve a aparecer la pregunta de siempre: ¿Qué puede lograr el activismo no-violento de conciencia contra gente capaz de crímenes de guerra grandes y pequeños: Oradur, Vercors, Deir Yassein, My Lai, Sumpul, Pantasma, Sabra/Chatila, Jenin, Faluya….? Muchos activistas por la paz y la solidaridad basan su posición moral en una acción radical por promover una solidaridad de base con la gente corriente y rechazan las afiliaciones políticas tradicionales. Sus argumentos tienen peso moral, pero también contradicciones políticas.
¿Ciegos ante nuestra propia agenda?
Las conexiones morales que hacen debilitan las afirmaciones cínicas e hipócritas de gobiernos represivos asesinos de que defienden la «democracia» en guerras «contra la droga» o «contra el terror». Pero numerosos activistas por la paz y la solidaridad hacen necesariamente más que limitarse a los aspectos morales de su compromiso. Puede ser inevitable que aunque parezcan basar sus argumentos en afirmaciones morales, se involucren en la política local, quiéranlo o no.
En todo caso, activistas extranjeros tienen la suerte de tener por lo menos la apariencia de poder elegir. Tienen más posibilidades de elegir si quieren arriesgarse o no. Es una posición de clase privilegiada que hace que gran parte de la conducta y de la discusión sobre temas de solidaridad se vuelva esquizofrénica. La prioridad es definir en la práctica un conjunto de ideas políticas y morales al acompañar a gente que resiste al conflicto y a la injusticia – gente que generalmente es muy diferente.
Los activistas por la paz y la solidaridad quieren formar parte de algo de lo que en realidad jamás podremos formar parte tal como quisiéramos. La cultura y la política se atraviesan en el camino. Para las personas de fuera, puede ser imposible llegar a saber lo que han vivido las personas en la resistencia y los efectos que su resistencia tiene sobre ellas, tal como es casi imposible saber lo que es ser un murciélago.
Así que, cuando se leen duras críticas de activistas extranjeros a ciertos ataques de las FARC en los que murieron civiles en Toribio en Colombia, o contra el presidente Aristide de Haití, o a la dirección del FSLN en Nicaragua, uno se aguanta. La suposición de que es posible ser políticamente limpio que subyace tras semejantes críticas hace en última instancia el juego de los John y Diana Negropontes de este mundo al tender a paralizar procesos de razón práctica.
¿Fue racional que el FLN de Argelia bombardeara a civiles franceses argelinos como reacción ante bombardeos gubernamentales franceses contra argelinos? ¿Fueron justificadas las campañas de ZAPU y ZANU en contra el colonialismo rodesiano para liberar Zimbabue? ¿Deberían haberse rendido los vietnamitas que combatían desde Hanoi, y sus aliados del sur, en lugar de involucrarse en un conflicto que representó treinta años de inconcebible muerte y destrucción para liberar a su país de la intervención extranjera?
El objetivo de la elite imperial es hacer que sus víctimas paguen un precio pírrico tan inmenso por la libertad que lleguen a renunciar y que acepten en su lugar la servidumbre. Fue lo que ocurrió en Nicaragua en 1990. Es lo que trataron de provocar en Venezuela desde 2002 mediante el referendo revocatorio en 2004. Es también la política en Haití, Colombia, Irak y en Palestina.
¿Puede o no ser posible suspender la propia identidad de clase y mantenerse moralmente limpio sin tomar un partido político sectario? La experiencia sugiere que no. Las convenciones humanitarias y de derechos humanos, desarrolladas por siglos de experiencia humana del horror, existen como pautas para juicios sobre abusos y modelos de abuso específicos. Pero cuando se trata de estructuras políticas y legales locales, tal vez debiéramos tener una idea más exacta de nuestras propias contradicciones.
El caso de Nicaragua
Uno no tiene que simpatizar con el endurecido patriarca Hoederer en el drama de Sartre y la analogía del personaje puede obviamente ser aplicada a personajes de muchos países. Pero uno tiene que confrontar el punto esencial de Sartre, definido de modo algo diferente por Orwell décadas antes en «Homenaje a Cataluña». En Nicaragua, la solidaridad internacional y los activistas por la paz jugaron un papel significativo en el cuestionamiento de la imagen de los medios dominantes sobre la revolución en ese país y en subrayar los efectos de la guerra terrorista de EE.UU., a pesar de críticas legítimas a políticas sandinistas, por ejemplo en la Costa Atlántica de Nicaragua.
Después del golpe electoral de EE.UU. en 1990, muchos extranjeros desilusionados abandonaron Nicaragua para dedicar sus energías a otros sitios. Muchos no renunciaron, porque sentían que tenían una deuda con pueblo nicaragüense y que les incumbía su bienestar futuro. Lo que desilusiona sobre las críticas solidarias al partido sandinista FSLN es el nivel en el que se sitúan. Uno oye hablar mucho de que los líderes sandinistas se enriquecen.
¿Y qué? ¿Se supone que basen sus vidas y sus actividades políticas en dádivas de extranjeros? ¿No es más seria desde el punto de vista político la crítica de que Tomás Borge fue probablemente responsable del cierre del periódico sandinista Barricada? O se oye que la esposa de Daniel Ortega, Rosario Murillo, gusta de comprar coches de lujo. Podrían hablar también del excelente trabajo que Murillo hace por los niños enfermos.
Los críticos extranjeros de Ortega exageran generalmente sus defectos y subestiman sus logros y el apoyo popular del que goza. Ese nivel de discusión ha tendido a reemplazar el argumento político sustantivo. La ironía es que muchos extranjeros que acusan a Daniel – como hasta sus críticos tienden a llamarlo – de deformar la democracia interna dentro del FSLN; propagan agresivamente su propia línea política contra Ortega, basada generalmente en incongruencias e inexactitudes. (2)
Eso quedó muy claro en la discusión sobre el caso de abuso sexual que la hijastra de Ortega, Zoilamérica Narváez, presentó en su contra. Lo que es significativo es que Narváez y sus partidarios no pudieron lograr que el caso llegara a ser considerado por el tribunal, eso podría simplemente ser lo habitual en un sistema legal patriarcal profundamente sesgado contra las mujeres. Lo que tal vez sea más importante es que Narváez no logró movilizar más simpatía en la base. ¿Será que la mayoría de los nicaragüenses son más sabios y más justos en sus juicios que los extranjeros que juzgaron tan apresuradamente a Ortega?
Las ONG – el espejo adulador
La razón puede ser bastante simple. Incluso políticos sólidos como Víctor Hugo Tinoco, Herty Lewites y Alejandro Martínez Cuenca no han logrado edificar una base política suficientemente fuerte para mostrarse más hábiles que Daniel Ortega y sus partidarios dentro del partido sandinista FSLN. El motivo podría ser que la mayor parte de la oposición interna a Daniel Ortega en el FSLN proviene de una clase administrativa relativamente pequeña de gente basada en ONG financiadas desde el extranjero.
Casi por definición, los activistas extranjeros de la solidaridad y la paz tienden a operar como una clase administrativa que depende de nuestra capacidad de obtener fondos y relacionarse con otra gente similar a nosotros mismos. Por lo tanto es perfectamente natural que una clase de gente semejante refleje en general los puntos de vista de los críticos de Daniel Ortega en lugar de los de sus partidarios. La esencia política es que ninguno de los desafíos contra Ortega ha tenido hasta ahora el apoyo, la inventiva o la determinación necesarios para lograr su objetivo común.
Puede ser bueno o no. Es ciertamente lo que pasa. Por otra parte, a medida que los eventos se desarrollan en Centroamérica, la gente de a pie va a movilizarse para mejorar sus horrendas condiciones de vida material. En Nicaragua, el FSLN hasta ahora ha tardado en acompañar decisivamente esa movilización. Tal vez dentro de poco los políticos de todos los partidos sean simplemente sobrepasados por los acontecimientos.
«…¿Y entonces qué?»
Puede que a uno no le guste el liderazgo político de un movimiento antiimperialista dado. Pero es insensato ignorar las realidades políticas locales fundamentales si uno quiere involucrarse verdaderamente y cambiar esas realidades. Aunque es posible que no sea una buena idea, ya que es imposible controlar los acontecimientos que semejantes intervenciones pueden provocar.
Pero si uno no quiere involucrarse tanto, ¿cuál es la ventaja de arreglarse las plumas como Narciso ante la propia belleza moral? ¿A quién le interesa? Uno puede argüir que uno está reafirmando su propia identidad. No es un argumento trivial. Pero considerando las ventajas materiales totalmente desiguales de las que gozan generalmente los activistas solidarios, ¿en qué momento pasa la reafirmación de la propia identidad a ser la imposición de su propia identidad a otros?
Los movimientos populares en Latinoamérica de la última década, haciendo uso de una amplia gama de estrategias, han expulsado a corruptos regímenes clientes de EE.UU. en Venezuela, Argentina, Bolivia, Uruguay y Ecuador. Perú y otros países pueden ser los próximos. Lo han hecho independientemente de la solidaridad internacional, por más útil que esa solidaridad pueda haber sido para lograrlo.
Uno puede cooperar con determinación en tareas dentro de ese movimiento popular continental. En sitios como Colombia y Haití, donde la violencia ha sido impuesta durante decenios por políticos locales alineados con EE.UU., la promoción de normas humanitarias y de derechos humanos es fundamental. En ambos casos, debiera ser posible reconocer y aceptar diferentes percepciones de las muchas personas comprometidas en la resistencia al imperialismo en sus países, sin hacerse ilusiones sobre lo que podría pasar si esa gente o las circunstancias sólo fueran diferentes.
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Toni Solo es un activista con base en Centroamérica – Su correo es:
Notas:
1. Villiers encontró a John Negroponte en los años sesenta cuando visitó a su tío Sir Peter Wilkinson en Vietnam, donde era embajador de Gran Bretaña.
2, Por ejemplo, en un reciente artículo en Counterpunch, Joe deRaymond, afirmó que el triunfo del año pasado de FSLN/Convergencia en las elecciones municipales de Nicaragua no fue diferente de sus resultados en las elecciones municipales previas en 2000. En realidad, a menos que mis cálculos sean erróneos, mejoraron considerablemente en comparación con el año pasado, aumentando su control de las alcaldías locales de 53 a 87 de un total de 152.