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Las nuevas cruzadas de los niños

Fuentes: ddooss.org

En recuerdo de Kurt Vonnegut I Muchos libros se han escrito criticando la barbarie de los otros cuando bombardean nuestras ciudades, las ciudades de nuestros padres y de nuestros hijos. Y otros muchos también denunciando la barbaridad que representan las guerras en que eso ha ocurrido. En ellos se ha inspirado gran parte de la […]

        En recuerdo de Kurt Vonnegut


I

Muchos libros se han escrito criticando la barbarie de los otros cuando bombardean nuestras ciudades, las ciudades de nuestros padres y de nuestros hijos. Y otros muchos también denunciando la barbaridad que representan las guerras en que eso ha ocurrido. En ellos se ha inspirado gran parte de la literatura anti-belicista o pacifista europea y norteamericana del siglo XX. Pero el espíritu crítico, anti-militarista y pacifista, parece decaer cuando hay que hablar del bombardeo, planificado por los nuestros, de ciudades en las que habita el enemigo, o sea, los padres, madres, hijos e hijas de los otros. En lo que llamamos Occidente la cantidad y calidad de los libros que denuncian, desde dentro, la brutalidad de los bombardeos de ciudades como Dresde, Tokio, Hiroshima o Bagdad, perpetrados en nombre de la Libertad y de la Democracia , no guardan relación con lo se ha escrito sobre las barbaridades de los ejércitos enemigos. Y no digamos con lo que se ha filmado en EE UU, particularmente con la segunda guerra mundial como fondo.

Todavía hoy cuando alguien escribe con rigor documental sobre los horrores del bombardeo de la ciudad de Dresde en 1945, o acerca de la brutal insensibilidad con que el Estado de Israel ha bombardeado ciudades palestinas, ha de hacer frente a una objeción recurrente: «Eso es hacer el juego al nazismo; eso es olvidarse de la barbarie que significó el Holocausto; eso es pacifismo mal entendido». En tales circunstancias se sobreentiende que el patriotismo o el aliancismo ha de estar por encima del anti-belicismo y que la conciencia política manda callar a la conciencia moral.

Y, sin embargo, no debería ser difícil darse cuenta de que si hay un pacifismo de verdad ese es el que empieza con la denuncia de las barbaridades que los nuestros perpetran contra las poblaciones civiles de los otros. El pacifismo de verdad suele ser precisamente aquello que quienes perpetran las matanzas de los padres y los hijos de nuestros supuestos enemigos llaman mal entendido. El otro pacifismo, el de la denuncia exclusiva de los horrores que causaron entre los nuestros los bombardeos del adversario en la guerra es pacifismo accidental o instrumental. Pues la sustancia del pacifismo, como se ha dicho tantas veces con razón, es precisamente no querer matar. Y, por extensión, claro está, no querer masacrar o aniquilar a los prójimos más débiles del otro bando por malvados que sean los dirigentes de las víctimas.

Si entender esto es relativamente fácil, actuar (o escribir) en consecuencia resulta difícil. Del dicho al hecho hay mucho trecho. Y resulta difícil no sólo porque los poderes dominantes han defendido siempre lo contrario sobre pacifismo y anti-belicismo, acogotando casi siempre a quienes disienten, que también, sino porque en circunstancias extremas –y los bombardeos de ciudades siempre lo son– se pone en funcionamiento ese tremendo muelle psicológico ancestral que viene a decirnos, en el momento decisivo, que, tratándose de «enemigos» (aunque sea población civil), algo habrán hecho, y, como algo (malo) habrán hecho ellos, sus razones tendrán nuestros dirigentes para ordenar lo que han ordenado.

Si a la razón que, una vez puesto en funcionamiento el muelle psicológico ancestral, se les supone invariablemente a los dirigentes (políticos y militares) en tiempos de guerra se añade la instrumentalización, cada vez más patente, de las grandes palabras de nuestra tradición humanista (libertad, democracia, liberalismo, socialismo) el mal moral queda hecho y lo que sigue socialmente suele ser silencio. Por eso son pocos los que se atreven a levantar la voz contra la barbarie de aquellos a quienes consideramos los nuestros. Viene así a ser ley de aplicación general que el número de los que protestan contra las guerras que inician los nuestros sólo empieza a crecer cuando llegan, desde las ciudades que previamente bombardeamos, los cadáveres de nuestros hermanos y de nuestros hijos.

II

A los pocos que en el inicio de la barbarie se atreven a levantar la voz y a escribir críticamente sobre esas cosas se les suele llamar «excéntricos». Y, a veces, al cabo del tiempo (y si han moderado su discurso) se les premia su atrevimiento en el pasado mientras los mandamases preparan la próxima barbaridad bélica. Así son las cosas.

Lo cual viene a cuento para homenajear a un escritor norteamericano muerto hace unos meses y que ha tenido la suerte moral, vamos a decirlo así, de poder ser considerado «excéntrico» por los de arriba durante al menos cuarenta años mientras era autor de culto para varias generaciones de jóvenes: Kurt Vonnegut. En EE UU, Vonnegut ha sido un ídolo para varias generaciones universitarias porque desde finales de la década de los sesenta su obra llegó a las instituciones de enseñaza como una lectura recomendada (no en todas las instituciones, claro); en España, tal vez debido a la de los departamentos universitarios en áreas de conocimiento estancos y de los géneros literarios en estructuras piramidales (entre otras razones), ha tenido una fortuna desigual: fuera de los departamentos de filología inglesa, los universitarios han ignorado (y aún ignoran) su existencia; en los movimientos anti-militaristas y pacifistas apenas ha tenido eco su obra; y, en cambio, ha sido (y es) uno de los escritores más apreciados, un autor de referencia, entre los aficionados a la ciencia-ficción y a la literatura de vanguardia.

No voy a descubrir aquí las virtudes literarias de Vonnegut después de los elogios que le han dedicado a su muerte, sucedida en abril del 2007, los pocos grandes que en ese mundo de la literatura (norteamericano y europeo) han sido. El mediterráneo hace tiempo que está descubierto. Sí querría, en cambio, decir lo que me sugiere la lectura de Matadero Cinco, su obra más conocida, casi cuarenta años después de que fuera publicada. Será, pues, un elogio mínimo.

Y tardío, desde luego. Pues lo que lo voy a decir nace de una pregunta, que es, obviamente, autocrítica y que tiene también mucho ver con la reflexión anterior sobre el pacifismo de verdad : ¿por qué las personas interesadas y comprometidas con el movimiento anti-militarista y pacifista leímos tan tarde aquí, cuando lo leímos, Matadero Cinco, siendo como ha sido una obra tan relevante para la configuración de una actitud pacifista en la segunda mitad del siglo XX?

III

En la Introducción que escribió para la segunda edición (1966) de Mother Night , un relato basado en la historia del escritor norteamericano Howard Campbell, propagandista del régimen nazi, Vonnegut cuenta que durante la 2ª guerra mundial estuvo en Dresde (Alemania), después de haber sido capturado, junto con otros soldados norteamericanos, por los alemanes. Tras la captura, sobre la que ahí no da detalles, le emplearon en una fábrica de jarabe malteado para embarazadas que los alemanes instalaron en lo que había sido un matadero. Alemanes y norteamericanos llamaban Matadero-Cinco a este lugar para soldados prisioneros. De ahí el título que pondría a su posterior relato. Desde aquel matadero convertido en campo de trabajo para prisioneros de guerra Vonnegut vivió el bombardeo de la ciudad de Dresde, ocurrido el 13 de febrero de 1945, en el que aviones norteamericanos y británicos destruyeron casi por completo la ciudad alemana.

Dice Vonnegut en esa Introducción que él y sus compañeros no llegaron a contemplar aquella «tempestad ígnea» precisamente porque se encontraban entonces en un frigorífico situado en los sótanos del matadero. Y añade: «Si hubiéramos subido a echar un vistazo nos habríamos convertido en uno de esos artefactos característicos de los incendios masivos: pedazos de materia parecidos a leños chamuscados de sesenta o noventa centímetros de largo; seres humanos ridículamente diminutos o, si lo prefieren, gigantescas cigarras fritas…». Cuando, más tarde, los soldados norteamericanos pudieron ver lo ocurrido en el exterior comprobaron que en la ciudad había desaparecido todo, excepto los refugios antiaéreos: «135 mil Hänseles y Grételes habían quedado horneados como bizcochos de jengibre». Luego cuenta Vonnegut lo que les tocó hacer en aquel desastre a los soldados norteamericanos de su grupo en Dresde (buscar y levantar cadáveres entre los escombros) y, de paso, cómo eran y cómo se sentían los alemanes que él conoció en aquellas circunstancias.

La Introducción a Madre noche acaba con estas palabras: «Si yo hubiese nacido en Alemania, supongo que habría sido nazi, habría liquidado a judíos, gitanos y polacos, habría dejado botas sobresaliendo de montículos de nieve y me habría reconfortado con mis propias entrañas secretamente virtuosas. Así suele suceder. Pero hay otra clara moraleja en este cuento, ahora que lo pienso: cuando uno está muerto está muerto. Y todavía se me ocurre una tercera moraleja: hagan el amor cuando puedan. Les sentará muy bien» 1.

No es éste el lenguaje políticamente correcto que los vencedores de ayer suelen emplear hoy para describir y evaluar una tragedia de dimensiones parecidas a los bombardeos de Tokio e Hiroshima. Y aún menos lo era en 1966, cuando Vonnegut escribía sobre Howard Campbell. Ni la derecha conservadora ni la izquierda política y contracultural se hubieran atrevido a emplear palabras así cuando el asunto de referencia era nada menos que el nazismo y sus barbaridades históricas. De lo ocurrido en Dresde en febrero del 45 apenas se había hablado en Estados Unidos desde el término de la guerra y tampoco parecía momento oportuno ocuparse de las consecuencias de aquel bombardeo cuando la nación andaba metida en el avispero de Vietnam.

IV

Pero con una vivencia tan particular como esa no es de extrañar que Vonnegut volviera sobre el asunto con más detenimiento, todavía a contracorriente. Lo hizo en 1969, que es la fecha de la primera edición de Matadero Cinco 2. Para entonces se había difundido ya el libro de David Irving sobre la destrucción de Dresde, una de las primeras aproximaciones historiográficas a aquella catástrofe. En Matadero Cinco Vonnegut hace referencia a este libro. No obstante, lo primero que hay que decir al respecto es que Vonnegut, al ponerse a ello, no escribió una novela dedicada específicamente al bombardeo de Dresde sino más bien un relato profundamente antibelicista sobre las conductas de los hombres durante la guerra y en la paz; un relato que tiene como trasfondo, eso sí, el recuerdo omnipresente de lo vivido durante aquellos meses en la ciudad alemana.

Matadero Cinco fue escrito combinando ficción, realidad vivida, reflexión y crítica. La configuración del relato y el profundo humor negro que lo recorre hacen recordar en algunos aspectos la forma narrativa adoptada por Arno Schmidt en La república de los sabios [Die Gelehrtenrepublik], un relato tan singular como el de Vonnegut, publicado en Alemania doce años antes. Hay algunas similitudes formales entre estos dos textos: el recurso a tópicos de lo que estaba siendo la ciencia-ficción o ficción científica para enlazar así con la reflexión crítica y filosófica; los saltos en el tiempo que rompen la continuidad de la narración; el diálogo humorístico del autor con el lector; la autoironía e incluso la orientación paródica con que se abordan situaciones dramáticas, etc. Pero el destino o la fortuna de esos dos relatos cortos fue muy diferente. Esto tiene que ver con las fechas y lugares de publicación: mientras que en 1957 Die Gelehrtenrepublik fue leída en Alemania generalmente como un ejercicio literario vanguardístico, paródico y hasta pornográfico, Slaughterhouse-Five se convertiría enseguida, en 1969, en un libro de culto para la contracultura norteamericana post-sesentanyochista que se manifestaba contra la guerra de Vietnam.

Seguramente también contribuyó a esto último el subtítulo de la obra, The Children´s Crusade, que sugiere de forma inmediata la comparación entre aquella tragicómica cruzada de la Edad Media y lo que les estaba ocurriendo realmente a los jóvenes y adolescentes norteamericanos enviados al matadero de Vietnam en nombre del peor de los anti-comunismos de la segunda mitad del siglo XX (algo que bastantes años después Stanley Kubrick pondría en poderosas imágenes en La chaqueta metálica). Pues para los jóvenes que por entonces se manifestaban en las ciudades de EE UU contra la política de Lyndon Johnson y Richard Nixon en Vietnam, el matadero (y la masacre) de Dresde, ignorada o ocultada durante años, adquiría entonces un carácter simbólico: venía a ser como un antecedente incómodo de la nueva cruzada que los mandamases estaban presentando como una guerra librada en nombre de la Libertad y en la que los marines enviados a la guerra empezaban a verse a sí mismos como niños en un país lejano y en un ambiente cultural incomprensible para ellos.

V

Sobre la guerra de Vietnam y sus desastres se estaba escribiendo mucho en EE UU a finales de la década de los sesenta. Pero lo que hizo que Slaughterhouse-Five se convirtiera en obra de culto no fue sólo el hecho de que por su punto de vista el relato enlazara con la protesta antibelicista que estaba en el ambiente, sino también, y tal vez principalmente, la forma que Vonnegut encontró para contar las cosas. Las contaba sin perorar ni pontificar, ironizando desde el principio sobre su propio «asqueroso librito» y presentándose él mismo como «traficante de momentos apoteósicos y emocionantes» [12]. Y esto para, a continuación, recoger la opinión de una madre norteamericana sensible [18-21], la madre que odia todas las guerras porque éstas les arrebatan los hijos, y poner esta opinión, ya muy extendida en la sociedad norteamericana de la época, en relación con un texto historiográfico sobre la Cruzada de los Niños en 1213, jaleada por el Papa Inocencio III, y desnudar así, de manera indirecta, a quienes convierten a los otros en infantes, en el pasado lejano, en el pasado próximo y en el presente.

Por este procedimiento Vonnegut logra captar enseguida la benevolencia del lector, que se va dando cuenta poco a poco de que «lo asqueroso» no es el librito que trafica con momentos apoteósicos, como la historia del bombardeo de Dresde (secreto militar, a pesar de haber sido una catástrofe comparable a la Hiroshima), sino los hechos mismos que en él se narran, vividos, además, por soldados que sobrevivieron al fuego amigo. Hechos simples, descritos obviamente con un punto de vista anti-heroico, que culminan narrativamente en una de esas ironías de la historia que dicen mucho acerca del infantilismo de la conducta humana: el final de un pobre soldado norteamericano de infantería que, en aquella ciudad alemana casi por completo destruida, entre millares de muertos y pocos sobrevivientes que se mueven como sombras, es conducido a un consejo de guerra y fusilado de inmediato por haberse apropiado de una tetera que encontró entre las ruinas.

Una de las cosas notables del relato de Vonnegut es que, a diferencia de lo que suelen ser las historias bélicas, en ésta no hay una descripción seguida y detallada del bombardeo de Dresde, ni se pretende tampoco dar una visión contextualizada o historicista del mismo. Matadero Cinco no es precisamente un relato tolstoiano. De hecho, sobre la terrible matanza que produjo el bombardeo se dice muy poco en el relato, y sólo al final. Precisamente porque el punto de vista, avanzado al principio y reiterado casi al final de la obra, es que «no hay nada inteligente que decir sobre una matanza; apenas lo que dicen los pájaros: pío, pío, pi» [24-25; 188]. Sobre el bombardeo mismo se habla de forma fragmentaria, casi telegráfica, a lo largo de la obra, como a retazos, jugando con la flecha del tiempo, entre el recuerdo y la reflexión reproductiva de lo ocurrido, como si se pasara la misma película varias veces, hacia atrás primero [71], hacia adelante después.

Una vez introducido el asunto principal, Vonnegut juega constantemente con la discontinuidad temporal, como si alguien estuviera manipulando los relojes y el protagonista de la obra, Billy Pilgrim, del que se dice que es «espástico en cuanto al tiempo», volara fuera del decurso habitual de las horas, entre una época y otra, entre los días de la segunda guerra mundial, la década de los sesenta y un futuro indeterminado a veces, determinado otras, imaginando, por otra parte, con sólo parpadear, que vive alternativamente entre el frente, sus casas norteamericanas de antes y después de la guerra, los hospitales por los que pasó en momentos decisivos de su vida y el planeta Tralfamadore, al que en otro momento de su vida habría llegado después de ser abducido por un platillo volante. La disolución del tiempo, la presentación fragmentaria de los acontecimientos y sobre todo los episodios intercalados sobre Tralfamadore, un planeta inventado que aparecía ya en otros relatos de Vonnegut, desde su primer libro, Player Piano (1952), contribuyen a desdramatizar la historia de Dresde y dan a la obra un aire de comicidad.

Esta forma de narrar, que se aleja, ya de entrada, del realismo de la novela tradicional antibelicista, combina diversos elementos que refuerzan alternativamente la intención seria, irónica o paródica del autor: la no-contemporaneidad de personajes que viven simultáneamente en un mismo tiempo; el excurso reflexivo sobre la trivialidad y el absurdo de las grandes palabras con que los de arriba inducen al patriotismo a los infantes, cansados, famélicos, desastrosamente vestidos; el juego verbal sobre la aparente locura del hombre que sabe lo esencial acerca del desastre porque, a diferencia de aquellos que no quieren escucharle, estuvo ahí en el momento en que ocurrían los hechos. Este haber estado ahí (en Dresde, en 1945) es esencial en el relato de Vonnegut porque, en vez de aparecer como argumento de autoridad sobre la cosa, se presenta como algo que produce en los otros, que ignoran lo ocurrido o no quieren saber la verdad, una reacción parecida a la que produce entre los familiares del protagonista la historia paralela de su abducción y viaje al planeta Tralfamadore.

VI

La combinación de los elementos aludidos conduce a un par de hallazgos igualmente interesantes desde el punto de vista formal. Primero: permite contrapuntear el relato principal, que es la historia del grupo de soldados norteamericanos del que Billy Pilgrim formaba parte, capturado durante la segunda guerra mundial por los alemanes, hasta ir a parar al matadero de Dresde, con alusiones breves, casi siempre irónicas o satíricas, a lo que fue la vida anterior de éstos y a lo que será su vida después de la guerra. Y segunda: permite contraponer en una misma página [59-60] el recuerdo del bombardeo de Dresde, al final de la segunda guerra mundial, a la descripción paródica del discurso de los energúmenos que, en 1968, pretendían recrudecer los bombardeos sobre Vietnam del Norte hasta devolver aquel país, como decían, a la Edad de Piedra.

Hay en la obra dos momentos igualmente iluminadores que dan la pista de lo que Vonnegut pretende con su relato e ilustran sobre su punto de vista. El primero es la reproducción, fragmentaria, de la Plegaria de la Serenidad de Reinhold Niebuhr, una oración de esas que ayudan a seguir viviendo, aunque sea sin entusiasmo. Billy Pilgrim, el muerto superviviente, la tiene enmarcada y colgada en su oficina y Vonnegut, como humanista sensible, parece haberla hecho suya:

Concédeme, Señor, serenidad para aceptar

las cosas que no puedo cambiar,

valor para cambiar

las que sí puedo

y sabiduría para

distinguir las unas de las otras 3.

El otro momento atendible es una declaración intercalada en el relato, ya hacia el final del texto, que dice así: «En esta historia no existen personajes ni situaciones dramáticas, puesto que la mayoría de los personajes que la integran están enfermos y son totalmente ajenos al juego de los grandes poderes; uno de los principales efectos de la guerra es que la gente pierde la fuerza de ánimo suficiente para conservar su personalidad» [146]. Lo llamativo es que eso está escrito justamente como contraposición a la única situación del relato en que uno de sus personajes muestra ser «todo un carácter», al atreverse a denunciar en público y en circunstancias muy adversas, por fascista, el discurso del nazi norteamericano Howard Campbell, a quien el lector conoce ya por Mother Night.

Esta misma combinación de elementos narrativos, de distanciamiento y reflexivos, así como la adopción de recursos típicos de la literatura de ciencia-ficción (que por entonces no eran habituales en la «gran literatura» canónica), aún da más de sí. En lo que el relato tiene de ejercicio reflexivo, porque Vonnegut sabe, al adoptar la forma fragmentaria y discontinua que adopta, que está escribiendo para la generación contracultural del no hay futuro , de manera que de su protagonista, que se acoge a la oración de Reinhold Niebuhr, dirá enseguida, parodiando la oración del teólogo: «Entre las cosas que Billy Pilgrim no podía cambiar se contaban el pasado, el presente y el futuro» [61]. Y en lo que hace a la narración propiamente dicha, más acá de las reflexiones intercaladas, porque aquel recurso literario tomado de la ciencia-ficción permite a su autor pergeñar un personaje antibelicista muy original.

Efectivamente, Billy Pilgrim y sus compañeros pueden traer a la memoria de lector, en algunos momentos (sobre todo, en las páginas en que aparecen como combatientes que se entregan al enemigo en la segunda guerra mundial, porque, «a ser posible, querían seguir viviendo»), la actitud del «valeroso soldado» Schwejk, quien, obedeciendo a sus superiores, tiende a tomar siempre, con su supuesta estupidez, el camino contrario al de las órdenes que recibe. Pero, por otra parte, aquella naturaleza atribuida a Billy Pilgrim, el «espástico en cuanto al tiempo», permite introducir un juego dialógico (mundo en guerra/mundo en paz/Tralfamadore) que no hay todavía en la novela, más clasicista, de Jaroslav Hasek, ni tampoco en el dialéctico Schwejk, el anti-héroe de los últimos recursos imaginado por el dramaturgo Bertolt Brecht.

VII

El propio Vonnegut ha sugerido en el relato otra pista interesante sobre su propia forma de narrar. En un determinado momento del relato el capitán de infantería Eliot Rosewater, que ocupa el camastro contiguo al de Billy Pilgrim y le introduce en los misterios de la ciencia-ficción con la consideración de que ésta «constituía una gran ayuda en el intento de rehacerse a sí mismos y rehacer el universo entero», le habla de un libro, que no es de ciencia-ficción, libro en el que, en su opinión, «está todo lo que se puede saber sobre la vida». Ese libro es Los hermanos Karamazov . Eliot Rosewater añade de inmediato: «Pero eso ya no es suficiente «[94-95].

Si el libro en el que está todo lo que se puede saber sobre la vida no es suficiente, ¿qué puede serlo para contar en 1969 la destrucción de Dresde, la ciudad más bella que jamás había visto el grupo de norteamericanos, ciudad, además, en 1945, abierta, sin industria bélica y sin ninguna concentración importante de tropas? Es de suponer que la reflexión sobre esta pregunta, que parte de la presentación ambivalente de la ciencia-ficción y de la entonces considerada literatura mayor , es lo que ha impulsado a Vonnegut a dar a Matadero Cinco la forma que tiene.

Como Arno Schmidt y Stanislaw Lem y algunos otros (pocos) escritores europeos y norteamericanos que en la década de los cincuenta y los sesenta del siglo XX adoptaron ciertos recursos de la ciencia-ficción para innovar la forma narrativa, Vonnegut se ríe también de las historias de la ciencia-ficción canónica, pero recurre a los recuerdos del futuro y a la historia fantástica del planeta Tralfamadore para prospectar aquellos otros caminos desde los que puede decirse, una vez hecho el guiño a la gran literatura decimonónica, que el relato tradicional del drama y la tragedia humanas no es ya suficiente (después de lo visto en Dresde y de lo ocultado sobre Dresde). Lo que se puede decir a los contemporáneos sobre eso en la forma narrativa tradicional es hasta demasiado obvio (el «pío, pío» de los pajaritos); lo que se necesitaría es un tipo de discurso parecido al que se ha impuesto en los libros del planeta imaginado: «la profundidad de muchos momentos maravillosos vistos todos a la vez» [84].

Este es un discurso que puede hacer o imaginar que hace un personaje que vive alucinado entre la ensoñación, la fantasía, la abducción y la morfina, que sabe que ha muerto, que conoce además el lugar, el momento y la causa de su propia muerte y que, desde ahí, hilvana sus recuerdos (para los otros) pasando sin transición de un momento a otro de su vida. Para la mayoría de los humanos contemporáneos que tienen algún poder (ya sea sobre las vidas de los otros, en la Academia , o sobre la vejez) Billy Pilgrim pasará por ser un hombre ridículo, un personaje cómico, que padece ecolalia, que sólo sabe hacerse eco de las últimas palabras pronunciadas por el interlocutor; o tal vez un demente.

Vonnegut ha manejado muy bien los tiempos de su relato para sugerir al lector, por ejemplo, que la reacción del erudito, finalmente dispuesto a escribir sobre Dresde, ante aquel «yo estuve allí» (en Dresde, durante el bombardeo) de Billy Pilgrim es muy parecida a la reacción del familiar que oye al protagonista contar la historia de su abducción y traslado a Tralfamadore, el planeta imaginario. Para el normópata cotidiano, sea erudito o familiar del protagonista, aquel fabulador de Tralfamadore y el hombre ridículo superviviente del bombardeo del que no se quiere hablar vienen a ser el mismo tipo de enfermo mental.

Pero es obvio desde el principio de la novela que, como en el erasmiano Elogio de la locura, la comicidad de Matadero Cinco está apuntando a verdades muy serias: la infantilización del ser humano en la guerra y el miedo del vencedor al recuerdo de lo que fue la propia barbarie. La introducción de los avatares de Billy Pilgrim en Tralfamadore es, pues, algo más que un guiño a las historias de ciencia-ficción entonces en auge; simboliza estupendamente la reflexión del librepensador de nuevo tipo que ha captado la veracidad del joven contracultural que repite que no hay futuro (en esta Tierra) e ironiza al mismo tiempo sobre la infatuación de los tecnólogos que andan predicando el «salto al cosmos».

VIII

El recurso inteligente a un tópico de la ciencia-ficción, representado en este caso por Tralfamadore, cobra así un sentido que no es sólo cómico o desdramatizador. El relato está apuntando, por un lado, a la recuperación de la totalidad perdida desde la inevitable fragmentación de los recuerdos del ser humano y reintroduce, por otro, cierto optimismo de la voluntad ante aquel no hay futuro . Esto último requiere cierta argumentación porque, conociendo su evolución, una parte de la critica ha presentado a Vonnegut como un pesimista cósmico y crónico en la medida en que también él fue un creador de distopías o utopías negativas. Yo no lo veo así.

En Matadero Cinco Vonnegut nos está diciendo que es ingenuo pensar que el futuro que no hay en esta Tierra lo encontrará el ser humano con el salto al cosmos. Al fin y al cabo, la lección que Bill Pilgrim ha aprendido de los tralfamadorianos es que «todo está bien y todo el mundo tiene que hacer exactamente lo que hace», algo que conocemos bien aquí. Pero la parodia del todo está bien , reforzada en este caso por el ritornello de fórmulas como «así era», «así fue», «así tendrá que ser», con las que Vonnegut cierra cada párrafo en que se describe un drama, deja todavía abierto el interrogante acerca de si las cosas podrían haber sido de otra forma y, por tanto, si tendrá que ser así en el futuro, si tratando de esas cosas sobre las que los nuestros no quieren hablar y a nosotros nos cuesta tanto decir, cuando estuvimos ahí, podemos ir un poco más allá del «pío-pío-pi» del pajarito que habla a Billy Pilgrim en el párrafo final de la obra .

Es cierto que Vonnegut ha ridiculizado hasta la parodia, en sus relatos, y criticado abruptamente, en sus conferencias y entrevistas, el optimismo desinformado de la clase política (norteamericana y europea) y de los tecnófilos del salto al cosmos y del consumismo. La mayoría de los personajes de sus relatos son perdedores, perdedores apayasados, personajes de opereta. En cierta ocasión, veinte años después de Matadero Cinco , cuando se estaba acabando el mundo bipolar pero las manifestaciones de la crisis ecológica eran ya muy patentes, dijo en una entrevista que en elecciones habría que elegir líderes apayasados. Y eso porque: «Un hombre político que sea optimista hoy no sirve absolutamente para nada. Dentro de pocos años es muy posible que la gente empiece a morir como moscas, pero nuestros políticos, que son todos abogados, seguirán diciendo que la atmósfera está bien de salud y que hay que seguir produciendo bombas y aerosoles. Como abogado, el político ilustra sus argumentos. Pero con la atmósfera hay poco que discutir; con el agua hay poco que discutir; con el clima hay poco que discutir».

Pero no es menos cierto que para mantenerse «excéntrico» durante más de cuarenta años y reiterar abiertamente la crítica a los poderosos que llevan a los débiles a la guerra –y Vonnegut lo hizo en su vejez, también a propósito de los bombardeos e invasión de Irak– se necesita un fondo de optimismo de la voluntad, que no es ajeno a su sempiterna carcajada ante lo que llamó opera bufa que suponen las guerras 4. La recomendación maternal, a la que Vonnegut se acoge, en el sentido de que no escribiera nunca sobre malvados no es una broma. No es lo mismo escribir sobre malvados que sobre perdedores apayasados que saben que escribir sobre perdedores es escribir sobre la vida misma. Como tampoco es una broma la inclusión de la Oración de la Serenidad. Hay distintas formas de optimismo de la voluntad. Cuando Vonnegut hablaba en serio decía cosas así: «Si Cristo no hubiera pronunciado el Sermón de la Montaña , con su mensaje de misericordia y piedad, yo no habría querido ser un ser humano. Me hubiera dado igual ser una serpiente de cascabel».

El mensaje humorístico de Vonnegut ante el apocalipsis podría haberse escrito rigurosamente en serio. Varios supervivientes del holocausto lo han hecho en forma autobiográfica o en forma novelada. Donde aquél pone humor estos ponen viejos y queridos adjetivos que nos conmueven; donde aquél salta a Tralfamadore éstos incluyen recuerdos de una infancia en la que no pudieron ni siquiera imaginar la dimensión de la barbarie que iba a vivir; donde aquél recurre al pajarito del pío-pío éstos reclaman silencio. Cambia la forma, pero ¿acaso la lección moral, frente a la barbarie, no es semejante?. ¿No es esa también la lección que se puede encontrar en el Candide de Voltaire o en los relatos de Mark Twain, obras reconocidas por Vonnegut como constante fuente de inspiración? Ton Wolfe lo ha dicho bien: «Como escritor, Kurt Vonnegut ha sido lo más parecido a Voltaire que nosotros, americanos, hemos tenido». Nueva candela, pues, para la vieja luz de una razón que se sabe ante el miércoles de ceniza.

Lo que tal vez aquí nos despistó a tantos sobre Vonnegut –y con esto contesto a la pregunta del principio–, la razón de este elogio tardío en nombre del pacifismo y del anti-militarismo de verdad hay que buscarla precisamente por ahí, en lo que supuso aquel cambio de forma que él proponía en 1969. Tralfamadore y Bill Pilgrim no nos interesaban, o no tuvimos tiempo para ellos, porque pensábamos, ilusos, que de lo serio sólo podía escribirse en serio. Yendo aquí a las mismas manifestaciones contra la guerra a las que iba Vonnegut en Washington no nos imaginábamos que su parodia de la cruzada de los niños podía abrir los ojos de los nuestros tanto como los había abierto la contemplación de los ojos, definitivamente abiertos, de aquel otro serio optimista de la voluntad muerto en un valle boliviano predicando no uno sino muchos Vietnams. Del bombardeo de Dresde en 1945 no sabíamos nada…

http://ddooss.org/articulos/otros/Francisco_Fernandez_Buey.htm

 


Notas:

<= 1 Traducción castellana, Plaza Janés, Barcelona, 1994, págs. 7-9.

<= 2 Matadero Cinco, Anagrama, Barcelona, 1991, traducción castellana de Margarita García de Miró. Original : Slaughterhouse-Five, or The Childrens´s Crusade, Delacorte Press/Seymour Lawrence, N.Y, 1969; hay dos ediciones castellana anteriores: Grijalbo, 1970, y Bruguera, (1976).

<= 3 En la formulación de Reinhold Niebuhr, la llamada Oración de la Serenidad , decía además: "Viviendo un día a la vez, disfrutando un momento a la vez; aceptando las adversidades como un camino hacia la paz; pidiendo, como lo hizo Dios, en este mundo pecador tal y como es, y no como me gustaría que fuera; creyendo que Tú harás que todas las cosas estén bien si yo me entrego a Tu voluntad; de modo que pueda ser razonablemente feliz en esta vida e increíblemente feliz Contigo en la siguiente. Amen". Reinhold Niebuhr (Wrigth City, 1892-Stockbridge, 1971) fue un teólogo evangélico estadounidense, partidario del liberalismo político, que actuó en Detroit y Nueva York.

<= 4 La crítica ácida a la política belicista de la Administración Bush está muy presente en la última de las obras que publicó, en 2005, después de haber anunciado que dejaba de escribir: Un hombre sin patria , traducción de Daniel Cortés, Bronce, Barcelona, 2006.