El pasado mes de abril el presidente de los Estados Unidos de Norteamérica recibió un reporte de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en donde se le prevenía sobre una creciente preocupación de que el proceso de recesión pueda originar desestabilización política y alzamientos armados en los países más vulnerables a la crisis financiera. De […]
El pasado mes de abril el presidente de los Estados Unidos de Norteamérica recibió un reporte de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en donde se le prevenía sobre una creciente preocupación de que el proceso de recesión pueda originar desestabilización política y alzamientos armados en los países más vulnerables a la crisis financiera
. De acuerdo con despachos de prensa, el reporte advertía sobre la necesidad de poner el ojo en los lugares donde el fenómeno pueda estallar en llamas
. Crearon el monstruo y ahora se espantan con él. Lo peor no es eso sino que en algo tienen razón. Es probable que la policía secreta de Estados Unidos exagere; lo que vemos no son preparativos de ejércitos o guerrillas para levantarse en armas y tomar el poder de manera violenta, sino masas movilizadas discutiendo formas de remontar la crisis imaginando nuevas formas de vida.
Estas movilizaciones se ven por toda América Latina, lo mismo que en otras partes del mundo, cada una con la forma y las dimensiones que les permiten las condiciones concretas en que se desarrollan, aunque en muchos puntos coinciden. Uno de ellos es su convencimiento de que la crisis es estructural, de paradigma. De acuerdo con quienes suscriben esta tesis, una vertiente importante del capital se está enfocando a despojar a los pueblos de sus riquezas naturales. Aguas, bosques, minas, recursos naturales y los saberes ancestrales y conocimientos asociados a su uso común están perdiendo el carácter de bienes comunes que por siglos han mantenido para beneficio de la humanidad, convirtiéndose en propiedad privada, impulsando un nuevo colonialismo, más rapaz que el sufrido por los pueblos indígenas de América Latina durante los siglos XV y XVIII.
Esta situación marca las formas de las diversas resistencias populares. Desde la Minga colombiana que movilizó a los pueblos indígenas para defender sus territorios; las luchas de los pueblos indígenas de Perú exigiendo la derogación de leyes a través de las cuales se impulsa el fraccionamiento y venta de los suyos; o los pueblos mayas guatemaltecos y andinos de Perú, Ecuador y Bolivia pidiendo la salida de las empresas mineras y privatizadoras del agua, que los despojan de sus riquezas naturales y destruyen sus espacios vitales para seguir existiendo. Todas estas luchas tienen como eje común la defensa de los recursos naturales y, más allá de eso, aunque no se diga, tienen como trasfondo un fuerte cuestionamiento al capitalismo en su etapa más depredadora, al mismo tiempo que impulsan otro modo de vida, con matriz mesoamericana.