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Armando Uribe, Premio Nacional de Literatura

«Las obras valen cuando las habla el pueblo»

Fuentes: El Siglo

Desde octubre de 2001, cuando falleció su mujer, Cecilia Echeverría, Armando Uribe no sale de su departamento que mira al Parque Forestal si no es para acudir a la misa dominical en una parroquia vecina.No obstante, para recibir el Premio Nacional de Literatura debió acudir al ministerio de Educación para lo cual el ministro le […]

Desde octubre de 2001, cuando falleció su mujer, Cecilia Echeverría, Armando Uribe no sale de su departamento que mira al Parque Forestal si no es para acudir a la misa dominical en una parroquia vecina.
No obstante, para recibir el Premio Nacional de Literatura debió acudir al ministerio de Educación para lo cual el ministro le envió un auto a la puerta. Dudó si recibirlo o no, señala, tras la infaltable polémica que en estos casos se arma, y cuenta que consultó a sus hijos y amigos antes de decidir. Sus cercanos le aconsejaron que lo recibiera porque, de lo contrario, sería un acto de «soberbia y vanidad y era una forma de exhibicionismo» le argumentaron y lo convencieron. No por ello «me tapan la boca», dice en alguna parte de una larga entrevista que concedió al El Siglo, por supuesto en su casa, en una habitación de cuyas paredes cuelgan los collage de su mujer y los libros se acumulan en rumas en mesas, escritorios y estantes.

-En declaraciones a la prensa, usted dice que, por sus opiniones políticas, no esperaba que le dieran el Premio,
«Durante todo el período de la dictadura, estuve desterrado, incluso me tuve que quedar un tiempo más porque estaba haciendo clases en la universidad en Francia. 17 años de destierro, todo el tiempo ocupado en criticar, poner al desnudo las fallas atroces, los crímenes, la pobreza provocada por la dictadura.
Creo además que desde el 90 continúan la mayor parte de los criterios de la dictadura, empezando por el sistema neoliberal capitalista de mercado, el que se ha continuado y agudizado incluso en los últimos 14 años. Yo escribía sobre esas cosas en forma muy precisa.
Me lo dijeron cuando volví del destierro: que era demasiado conflictivo porque había continuado hasta el final de la dictadura de Pinochet e incluso con artículos en la revista Análisis del 90 y el 91. Yo seguí atacando a los herederos de la dictadura que eran los que empezaron a gobernar el 90, y entonces consideraron que era tan conflictivo que me cerraron todas las puertas y me hicieron la cruz, tanto que del 90 al 98 no pude tener trabajo para vivir. El 98 jubilé en la Universidad de París y tengo jubilación del Estado francés. Viví sin poder ganar un centavo, vivía a costillas de mi mujer que heredó de su padre y madre algo que nos permitió vivir austeramente hasta que me jubilé.
No creí jamás que me lo iban a dar (el premio) porque he tenido total independencia sobre todo durante los últimos 30 años, para hablar de las personas que tienen poder, de las que mandan efectivamente, no sólo en lo político sino también en lo económico y en otras actividades. He hablado en forma muy crítica de quienes mandan dentro de Chile y también de quienes mandan en otras partes del mundo e incluyen a Chile, como es el caso de EE.UU., que ha transformado a Chile con el Tratado de Libre Comercio en un enclave norteamericano en Sudamérica. Cosas así no pueden gustarle al gobierno actual, cuyo ministro preside la comisión que otorga el premio, donde hay dos rectores de universidad, un representante de la Academia de la Lengua, todas personas oficiales; el único que no lo era es Volodia Teitelboim, que formaba parte del jurado porque fue el Premio Nacional hace dos años, y muy merecido».
-¿Por qué cree que se lo dieron, entonces?
«Creo que a despecho. En este caso, por motivos que no me explico todavía, hubo la buena voluntad unánime -según me dijeron- de dármelo. Del jurado conocía de veras a Volodia y algo a Sergio Bitar, de cuando era ministro de Minería de Salvador Allende y lo vi una vez en Europa, al rector de la U. de Chile no lo conocía, al rector de la Universidad de Playa Ancha tampoco. Pese a eso, hoy día en el diario La Tercera el escritor Enrique Lafourcade sostiene en crítica muy violenta respecto al premio que yo recibí, que, leo literalmente: ‘Uribe y sus paladines trabajaron el premio. Con el ministro, la Academia, y el rector de la humita. Eran votos seguros. Y él sabe manipular. El premio lo ganó en una vida de mordiscos que le desdentaron, no sólo la calavera, sino el alma’. La última frase es una buena metáfora literaria, es cierto que soy desdentado porque no quiero regalarle dientes postizos a la calavera, y porque el pueblo chileno es desdentado y porque a través de eso me identifico más con él, cosa que siempre he sentido profundamente. Pero no hice ninguna trampa, no firmé ninguna postulación; a las dos personas que se estaban moviendo, que eran escritores jóvenes, les dije que por favor no me contaran esto porque no quería aparecer como alguien que postula a un premio que yo mismo había criticado antes que se lo dieran a Volodia».
-¿Cuales son las críticas que hizo al Premio Nacional?
«Dije que el jurado estaba compuesto principalmente por funcionarios del Estado, dije también que no eran escritores, conocedores de las cosas escritas, dije que se daba cada cuatro años a los que escribían poesía, porque cada dos años se alterna poesía y prosa. Critiqué sobre todo que parece necesario el postularse personalmente, lo que es humillante y vergonzoso, y es humillante para los propios miembros del jurado porque si uno tiene que postular, presentar curriculum vitae, la lista de los libros publicados… quiere decir que el jurado está hecho de ignorantes. Y pensé que, si me lo daban, debía renunciar al premio».

Perro que ladra

-Como señaló un escritor en la prensa.
«La verdad es que me lo planteé, cuando empezó a salir en la prensa que había 4 ó 5 personas sobre la mesa para darles el premio, personas todas que lo merecían, a juicio mío, por distintos motivos. Estaría muy bien que lo hubiera tenido Efraín Barquero, era mi candidato también.
Yo consulté a mis dos hijas y a mis dos hijos que trabajan en el extranjero, sobre si renunciaba al premio y me dijeron unánimemente que no lo hiciera, porque era una muestra de soberbia y vanidad, y una forma de exhibicionismo el aparecer rechazándolo. Y la verdad es que me convencieron. Si hubiera hecho eso lo hubiera hecho por vanidad, por aparecer como una persona muy elevada, y esa soberbia y vanidad no se justifica. Por eso estoy explicando lo que dijo Germán Marín de que yo soy perro que ladra pero no muerde, por no haber renunciado. Le encuentro la razón de que diga que soy perro, porque me he comparado yo mismo con un perro muchas veces en poesía, en verso. Por otro lado, es cierto que ladro cuando tengo opiniones sobre distintas cosas y me opongo a distintas cosas de la vida en general en Chile y en otras partes, porque estoy en desacuerdo, soy muy criticón. Estoy de acuerdo, soy así. Ahora, los perros que ladran para proteger a su amo de que no le entren a robar o que no lo asesinen ejercitan una labor positiva. Que no muerdo… siendo tan desdentado poco es lo que puedo morder, pero por otro lado creo que tengo la capacidad de morder por escrito y aun a veces por acciones, por conducta».
-Usted empezó a hacer poesía muy joven, en un taller en el Saint George. ¿Cómo surgió la poesía en usted?
«No tengo la menor idea. A muchos niños que están siendo adolescentes les surge naturalmente escribir versos, yo diría casi a todos. A muchos se les quita, pero en ese colegio había un profesor, Roque Esteban Scarpa, que hizo los tres últimos años -entre los 14 y los 17 que teníamos nosotros los estudiantes- de humanidades de esa época. El era profesor de Castellano, un hombre muy letrado, conocedor de literatura, y era un gran estímulo para las capacidades literarias que tuviera alguno de sus alumnos. Incluso formó un grupo que llamó ‘Academia literaria’, porque era muy de solemnidades. Más tarde, cuando quiso publicar una antología, llamó a ese grupo ‘El joven laurel’, cosa que nos atacaba porque lo encontrábamos medio ridículo y se reían de nosotros porque éramos ‘los jóvenes laureles’, que era una frase ridícula.
El estimuló a varios escritores que después han seguido escribiendo; uno murió, que era Carlos Ruiz Tagle, cuentista muy notable. Hubo otros, como Hernán Montealegre, que era dos años menor pero estaba en el mismo grupo, un poeta para tomar en cuenta y además un abogado en su trabajo cotidiano que toma causas corriendo riesgos, como ha sido últimamente el caso de esta señorita Gemita. En seguida un sacerdote que entró al Opus Dei, José Miguel Ibáñez, de la misma clase de Montealegre; también estaba Jaime Silva, que es autor de ‘El Evangelio según San Jaime’ y otras obras contestatarias. También estaba Antonio Avaria, y un semillero de personas que tenían capacidades literarias y que Scarpa se dio cuenta y los estimuló».
-¿Cuál fue su identificación con la generación del 50?
«Esa fue por coincidencia cronológica, pero la verdad es que se llamó Generación del 50 a los que estuvieron en una antología que hizo Lafourcade. Ahí, de los que yo le he nombrado no aparece ninguno. Los escritores jóvenes leíamos las cosas que escribían los demás. Un único rasgo común, que en nosotros fue por influjo de Scarpa pero también por curiosidad, es que tuvimos mucha lectura en traducción de autores extranjeros de grandes novelas como ‘La montaña mágica’, de Tomás Mann, que también los cuentistas de la generación del 50, Jorge Edwards, el propio Lafourcade, leían mucho.
Con Teillier tuve siempre muy buenas relaciones, su poesía la encuentro muy notable y creo que debió haber obtenido el Premio Nacional de Literatura. Durante la dictadura se entregaron muchos premios de literatura que no se merecían, salvo el caso de Eduardo Anguita, que se lo dieron el último año de la dictadura y que estaba muy bien dado, pero los demás casos son dudosos».

«No en todos mis versos publicados hay poesía»

-Usted ha dicho que su poesía no le pertenece mucho, que le aburre…
«En materia de versos escritos y publicados tengo dudas respecto de que haya verdaderamente poesía… desde luego sé que no hay poesía en todos los versos que he publicado. Dónde haya más poesía o poesía de veras, no lo sé, sencillamente, y la verdad es que eso se sabe con el paso del tiempo. Póstumamente, después de la muerte del autor, se va sabiendo y son pocos los casos de éxito verdadero y merecido, como el de Neruda; son casos extraordinarios, pero tampoco creo-habiéndolo conocido bien-, que Pablo Neruda considerara que en todas las cosas que había publicado hubiera muy alta poesía, él tenía la madurez y la inteligencia de saber que eso se produce o no se produce según circunstancias que el propio poeta no controla.
En mi caso, me aburre y me da vergüenza, por eso es que hablar de estas cosas es un esfuerzo enorme y le confieso que cuando me preguntan sobre la poca poesía escrita, publicada, quedo agotado porque me esfuerzo en algo de que no quiero hablar. Yo mucho más he leído durante toda mi vida que lo que he escrito, y muchas más obras en prosa que en verso. Y ahí uno se encuentra con grandes autores cuando lee y relee, en cambio uno mismo lo que escribe no sabe en realidad si puede durar o no. La duración, que es la aspiración que tiene todo el que escribe, y todo ser humano de ser recordado después de muerto, uno no la conoce».
-Y en cuanto a sus ensayos…
«Ahí tengo mucha más vanidad, respecto de mis planteos en cuestiones jurídicas, en cuestiones de relaciones internacionales y de derecho internacional, que conozco bien por haber sido diplomático; en cuestiones políticas. Ahí tengo mucho más vanidad que respecto de la poesía. Ahí sí que están las ideas, las causas que yo defiendo en materias en las cuales pongo mi voluntad y, si usted quiere, la soberbia, el orgullo, mucho más que en los versos. Estoy dispuesto a defender las ideas de mis ensayos, aun de los ensayos literarios, no así la calidad de mi poesía».

Las cartas abiertas

-Usted es considerado un escritor polémico, y una de las polémicas la levantó con la carta que le escribió a Aylwin. ¿A quién le escribiría una carta ahora?
«Bueno, después de la carta al señor Aylwin, en la que critico sin injuria ni calumnia… Porque yo empecé como abogado penalista y después me pasé al Derecho de Minería, y siempre me guardo de cometer ni injurias ni calumnias, y jamás he tenido problemas de ese tipo a pesar de que he sido muy duro en la crítica. Después escribí la carta abierta al señor Agustín Edwards, porque mandaron un periodista para que me entrevistara sobre la gran minería del cobre, pues en esa época había bajado muchísimo el precio a nivel internacional. No publicaron ese reportaje, donde yo hablaba sobre las fallas que se habían cometido en Chile, y la inercia de los gobiernos de los 90 en adelante, de no obtener muchos más beneficios para el Estado, para el pueblo chileno. Esa entrevista nunca la publicaron. Entonces, yo dije: no voy a dejar que esto se quedé así.
Quizás con todo lo que está pasando en el país, yo debería hacer algo equivalente, no sé si una carta abierta, examinando los hechos de los últimos años, pero no estoy seguro de tener el ánimo de escribir sobre lo que ha ocurrido en Chile desde el fin del destierro hasta ahora. Es decir, yo terminé mis memorias, que se llaman ‘Memoria para Cecilia’ -que le puse así después que murió mi mujer-, al regresar a Chile del destierro, pero no escribo sobre el período del 90 hasta ahora. Ahora estoy pensando, tomando algunos de los temas que hemos conversado recién, en hacer un examen de estos últimos 15 años, que se cumplen el próximo marzo».
-¿Como calificaría ahí la esencia del modelo social que estamos viviendo?
«Como totalmente anticristiano. El sistema y la ideología totalizadora del neoliberalismo capitalista de mercado desregulado. Así lo llaman los franceses, y es una buena definición. Es una ideología que cubre todos los campos; no sólo la economía y las finanzas, sino que lo político, lo social y lo cultural entre comillas. También los espectáculos, y todo lo que nos bombardea todos los días y todas las noches».
-En ese contexto, ¿cual es su visión de nuestra «transición a la democracia»?
«Yo creo que es una trampa. El proyecto de la transición, tal cual como se ha producido, fue preparado por el gobierno de Estados Unidos el año 85, por el National Endowment for Democracy, según declaró una sola vez a dos personas muy en reserva el señor embajador Guerra Mondragón de Estados Unidos. El mismo había venido a Chile por el National Endowment for Democracy trayendo este programa en 1985 y volvió a venir el año 86, cuando iba a ser un año decisivo. Ese año se produjeron dos hechos que confirmaron los miedos de los partidos que después formaron la Concertación, que fueron el atentado a Pinochet y las armas de Carrizal Bajo. Ahí fue aceptado por los partidos de la Concertación este programa, y ha sido exactamente el plan que se ha ido ejecutando para ‘la transición pacífica de la dictadura a la democracia’. Paso por paso, se fue cumpliendo.
La transición es indefinida, porque hay un acuerdo reservado, pero visible para el que bien observa, entre la Concertación y lo que ahora llaman Alianza por Chile. La Concertación, que es de centro derecha y tiene personeros de extrema derecha, como han sido todos los ministros de Hacienda y Economía. Hay un acuerdo pleno que se ha realizado en los hechos con la alianza de derecha, con la UDI, que es un partido protofachista. Entre ambos hay pleno acuerdo en lo que les importa más, que es el sistema económico financiero, para agudizarlo y llevarlo, más allá y más allá. Aquí no sólo no hay democracia, sino que además no hay ninguna representatividad de lo que realmente quiere la población y el electorado. Esto es monstruoso y se mantienen, sin embargo, guiñándose los ojos en el auditorio, los que mandan en Chile, con los que mandan desde la oposición y con el empresariado más grande y que manda más que los poderes del Estado.»