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Entrevista a Clara Valverde Gefaell sobre Desenterrar las palabras (II)

«Las palabras nunca son poca cosa si son sobre lo que se siente»

Fuentes: Rebelión

Para los y las ciudadanas que piensan, hablan e indagan en sus mentes, en sus familias y en su historia para liberarse del impacto de la violencia política heredada.

Profesora de enfermería jubilada por la Encefalomielitis Miálgica (Síndrome de Fatiga Crónica), enferma rebelde , activista de y en el 15M, firme defensora de la sanidad pública, escritora sobre biopolítica y resistencia, luchadora de amplio y largo recorrido, Clara Valverde Gefaell es coordinadora del Equipo Aquo de Formación en la relación terapéutica, trauma generacional y activismo. Entre sus numerosos artículos y libros, cabe destacar No nos lo creemos. Una lectura del lenguaje neoliberal (Icaria, 2011)

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Inicias la introducción con tres citas. La primera es de José María Valverde, tu padre, de Para Walter Benjamin: «El pasado no es algo dado para siempre, algo irreparable, sino que su montaña de escombros tiene que recibir un sentido desde nuestra conciencia actual con su desesperada exigencia e un futuro de revolución y esperanza.» ¿La conciencia actual de quién? ¿De cada uno de nosotros, tan diversa, tan distinta? ¿Desde la conciencia general de la sociedad que ha sufrido ese pasado?

CV: La conciencia que tenemos aunque a veces creemos que no la tenemos o preferiríamos no tenerla. No se puede forzar a que la gente tenga conciencia. Pero supongo que podemos inspirarla en otros.

Das unos datos que toman pie en investigaciones del historiador Julián Casanova en la segunda cita: 600.000 víctimas mortales de la Guerra Civil, 270.000 encarcelados, 450.000 exiliados en Francia… ¿Cómo explicar tanta muerte, tantos encarcelado, tantos exiliados, tanta persecución posterior? ¿Por qué fue tan dura, tan inhumana nuestra guerra In)civil?

CV: Es que cualquier guerra es más que una guerra. No soy historiadora, pero la Guerra Civil Española me parece que fue un plan sistemático de acabar con todo pensamiento que no era aceptable para el fascismo. Las ideas de la Segunda República eran muy amenazadoras para la derecha porque estaban cargadas de libertad y de posibilidad.

Te apoyas en Víctor Korman en la tercera: «No hay nadie en el Estado español que no lleve la huella de esos procesos traumáticos aunque la gente no lo sepa o no lo quiera reconocer». Si es así, si no hay nadie que esté fuera de estos procesos traumáticos, ¿por qué sigue habiendo tanto desconocimiento de lo sucedido? ¿Hay una planificación interesada de la desmemoria?

CV: Hay dos razones principales por las cuales hay tanto desconocimiento: los poderosos no quieren que recordemos y la gente no queremos recordar, no queremos sentir, no queremos admitir cómo nos han afectado esos procesos. Es incómodo y tenemos un alto nivel de tolerancia al malestar que arrastramos. ¡Aguantamos mucho, aguantamos demasiado!

También tenemos una tendencia a huir de lo que realmente sentimos. Las habilidades que tenemos sobre cómo vivir con las emociones, las aprendimos de las generaciones previas que estaban muy traumatizadas. Ellos, emocionalmente, estaban heridos y no pudieron ayudarnos a aprender a convivir con las emociones. Y por eso somos bastante disfuncionales y tendemos a negar que no estamos bien.

Estamos en una sociedad de «no pasa nada». La psicoanalista lacaniana, Teresa Colomer, dice que en el Estado español el siglo XXI es el siglo del «no quiero saber».

En las líneas iniciales del capítulo, hablas de la importancia de conocer lo ocurrido en el golpe de estado, la guerra, etc y la posdictadura. ¿Qué es eso de la posdictadura?, ¿por qué esa expresión?

CV: Desde hace más de diez años, autores españoles, chilenos y argentinos escriben sobre este concepto. Una sociedad posdictadura es una sociedad herida. Cuando acaba una dictadura, las heridas no desaparecen porque siguen existiendo los desaparecidos, los exiliados, las víctimas de la tortura y los silencios sobre el sufrimiento. Los traumas no se han nombrado ni elaborado. La española Cristina Moreiras-Menor dice que a ese tiempo no se le puede llamar «transición» porque no se puede dejar atrás lo que aún no se ha hecho.

Después de una dictadura, el pasado no está cerrado. El chileno Federico Galende, en «Postditadura, esa palabra» escribe que es «ese momento calamitoso de la historia después del cual es el terror mismo quien inicia la marcha hacia su ocultamiento».

Hay otros autores que han escrito sobre este importante concepto como Nelly Richard y Alberto Moreiras. Pero yo creo que el que mejor lo explica es Luis Martín-Cabrera, compañero tuyo de Rebelion.org, en su libro Radical Justice: Spain and the Southern Cone beyond Market and State, libro que encuentro indignante que aún no esté traducido al castellano.

Desde aquí, y al alimón, hacemos un llamamiento para que alguna editorial se ponga en la tarea, un trabajo justo y necesario.

Haces referencia a la transmisión general, de la que ya hemos hablado un poco, y la herencia psicosocial. ¿Qué herencia es esta? ¿Por qué es portadora de secretos, penas y dificultades no resueltas?

CV: Siento si no me he explicado muy bien: la transmisión generacional (no general) es solo una cosa. Implica el inconsciente y por eso es portadora de secretos, penas y dificultades no resueltas.

Los aspectos más dañinos de la transmisión generacional se traspasan, afirmas citando a varios estudiosos, a través del inconsciente. Supón por un momento que alguien no acepta la veracidad o adecuación del concepto o bien le parece que es una noción algo o muy nebulosa. ¿Qué pasa entonces? ¿No hay peligros, digámoslo así, de transmisión generacional en ese caso?

CV: ¿Qué pasa? Pues que la persona sigue sufriendo y que lo transmite a sus hijos y nietos. El no querer intentar hacer consciente algo del inconsciente, el no osar a verbalizar lo incómodo, lo confuso, lo intenso, hace que la gente aguante mucho y se amargue la vida.

Las investigaciones demuestran que la gente que siguen arrastrando muchos aspectos dañinos del trauma de la violencia política transgeneracional tiende a fobias, depresiones, problemas de salud mental, confrontaciones inútiles, somatizaciones, etc. Y que es más difícil enfrentarse a las injusticias y al trabajo de construir una sociedad más justa cuando se está herido.

De todas las investigaciones que citas en el libro (Canadá, EEUU, resistencia francesa, armenios, Chile, Argentina, etc), ¿cuáles te parecen más relevantes? ¿Por qué?

CV: Yo creo que las francesas y las latinoamericanas son muy útiles porque tenemos cosas en común con esas dos partes del mundo. De los franceses recomiendo especialmente Davoine y Gaudillière, Serge Tisseron, Abraham y Torok y Schutzenberger. De Latinoamérica me gusta especialmente el colombiano Francisco A. Ortega.

Pero también depende de cada uno. Hay gente que a lo mejor le fascina las investigaciones hechas en Chipre. El trabajo que hizo Dan Bar-On en Alemania, Israel y Palestina, con grupos, es también muy interesante.

Una compañera mía de Montreal de la Association Medicale pour l’Amerique Latine et le Caraibe (AMALC), Cecile Rousseau, hizo una investigación comparativa entre los hijos de los refugiados salvadoreños y los camboyanos que me parece de gran valor.

¿Cómo se efectúan esos proyectos de elaboración, reparación y diálogo sobre transmisión generacional a los que haces referencia?

CV: Hay muchísimos proyectos sobre en este sentido. Miles. Cada uno es el producto de un sitio y un grupo. Hay grupos de elaboración, hay comisiones más formales. Hay de todo. Es cuestión de comenzar cada uno en su grupo, su familia, su asamblea, su barrio.

 

Al hablar de la ley española de Memoria histórica hablas de «limitada utilidad.» ¿Por qué limitada?, ¿dónde están sus limitaciones en tu opinión?

CV: Es una ley que privatiza el dolor, el duelo y la memoria. Creo que es indispensable el libro de Jordi Ibañez Fanés, Antígona y el duelo . Una reflexión moral sobre la memoria histórica. Es lo mejor que hay escrito como análisis de la Ley de Memorica Histórica y no sé por qué razón es un libro que no ha recibido mucha prensa. A lo mejor es porque es un libro que incomoda.

Tal vez. ¿Por qué afirmas que no hay conciencia suficiente del enorme impacto de la transmisión de la violencia del siglo XX en nuestra generación y en las más próximas? ¿No será también que aun habiendo consciencia no hay fuerza suficiente o los obstáculos de los diseñadores del olvido son permanentes y poderosos?

CV: Bueno, sabemos que los poderosos no quieren que recordemos. Vale. Pero, ¿cuándo vamos a empezar a hablar, indagar, recordar y elaborar nosotros? Porque los poderosos no quieren que recordemos y que nos liberemos, ¿no lo vamos a hacer?, ¿vamos a esperar a que alguien lo haga por nosotros?

No parece razonable ni va en nuestros memes. ¿Cómo crees que tu libro puede ayudar a rescatar lo que llevamos en nosotros de la valentía y del compromiso con la justicia de nuestros abuelos?

CV: Nuestra intención, la de mi colaboradora, Elena Álvarez, y la mía, es ayudar a la gente a pensar y a hablar con otros sobre todo esto. Yo ya trabajé con estos temas en Canadá, y aquí, en el Estado español, he hecho talleres en varias comunidades y he visto a la gente empezar a quitarse un peso que llevan de encima.

¿Cuál es el efecto de pensar y hablar de este tema? Depende. Y es difícil saberlo. Hay muchas personas que me han escrito o hablado después de leer este libro expresando la sensación de liberación que sienten y del viaje que creen que tienen por delante. Una señora de unos 80 años de un pueblo de Castilla me ha escrito una carta, después de haber leído el libro, en la que dice: «Mil gracias por escribir este libro que sin saberlo tanto necesitaba».

Ahora, si este aumento en conciencia puede transformase en valentía, las investigaciones dicen que es así. Pero no sé si mi libro lo conseguirá. Es solo un libro.

¿Cómo se puede poner en palabras los aspectos emocionales de la transmisión generacional? ¿Y si no hay palabras para ello? ¿Y si son poca cosa, muy poca cosa las palabras? ¿Y si no sabemos? ¿Sólo son suficientes las palabras?

CV: Hay palabras para todo y las palabras nunca son poca cosa si son sobre lo que se siente. La palabra cura. La palabra remueve y mueve. Pensamos que no sabemos, pero no es verdad. Lacan ya lo dijo: «No sabemos que sabemos». ¡Claro que sabemos! Por la palabra hacemos consciente todo eso que llevamos ahí dentro, muy dentro.

Es cuestión de echarle valentía y nombrar lo incómodo, lo que parece que no tiene sentido, lo que pensamos que otros no quieren oír.

Es cuestión de empezar. Y no me refiero al bla bla bla desde la razón, intelectualizando. No, eso no nos libera de estos viejos traumas. Me refiero a decir lo indecible.

Es increíble que en un país como el nuestro en el que la gente habla tanto, en el que nunca paramos de hablar, la gente tenga tanto miedo a hablar desde su corazón, desde su yo, desde su nosotros.

En nuestro país, cuando alguien está hablando y llega a algo doloroso, enseguida cambia a la segunda persona singular. Por ejemplo, en vez de decir: «Me duele mucho que mi hija no confíe en mí», la persona cambia y dice: «Es que cuando tu hija no confía en ti pues eso te duele». Nos queremos alejar de lo que sentimos.

No está mal pensado.

Claro que es incómodo y al salir todas esas palabras causan emoción, pero liberan. Hay que hacerlo. No hay otra manera. Solo vivimos una vez y vale la pena. Nombrar lo que sentimos, lo que creemos o sabemos que sintieron nuestros antepasados es, en mi opinión, un acto revolucionario.

No está mal, nada mal, para acabar esta conversación. Te pregunto a continuación por el primer capítulo querida Clara. ¿De acuerdo?

CV: De acuerdo!

[*] La primera de esta conversación puede leerse en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=184575

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes