Enciendes el intermitente que indica que tomarás el carril de la izquierda, y doblas a la derecha. El truco es viejo. Ni las luces, ni las palabras, son definitorias: lo son las acciones.
Cuando quieres destruir una Revolución victoriosa porque dices que no es perfecta, cuando colaboras en ese empeño con el imperialismo y después, intentas impedir que aquella se defienda, cuando obstaculizas cualquier proceso de corte nacionalista (necesariamente antimperialista, en países neocolonizados) en contubernio con la derecha o te alías a la OTAN en sus intentos para conservar o recuperar la hegemonía imperialista, militas en la derecha.
Da igual si te autodenominas libertario o te crees trotskista. No es posible asociar el nombre del revolucionario León Trotsky, quien llegó a decir desde su exilio mexicano que, si los nazis invadían la URSS, él iría a defenderla, con estos parásitos de la doctrina. No basta con que nos declaremos contrarios al bloqueo, si nuestras acciones han sido diseñadas para justificar su recrudecimiento o incluso, para justificar una invasión armada.
Conozco a algunos de esa calaña: aprobaron las intervenciones de la OTAN (del imperialismo estadounidense) en el Medio Oriente en nombre de la democracia, y ahora firman condenas a la Revolución cubana —que los acogió, cuando sus vidas flotaban en el limbo exclusivo de las palabras—, porque, caramba, se defiende y no se deja intimidar.
En la sala de mi casa, y ante mi observación de que entonces, según su concepto, la OTAN debería intervenir en su país de origen (miembro activo de la OTAN), donde las masas indignadas ocupaban de forma indefinida el centro de la capital, uno de esos firmantes respondió sin asomo de vergüenza: no, porque mi país es una democracia. Esa y otras “democracias” análogas, apalean a los manifestantes en las calles, los balean y los enjuician duramente. En los Estados Unidos, cuyo gobierno se arroga el derecho de definir quién es y quién no es democrático, como recuerda nuestro canciller Bruno Rodríguez, “1009 personas fueron asesinadas a tiros por la policía en 2021”.
También los hay en el patio: utilizan el lenguaje de la izquierda, hablan desde un centro supuestamente equidistante de todas las militancias, y actúan según el guión imperialista. Estos “izquierdistas” que se indignan con la justicia revolucionaria que responde a los actos de violencia, al intento planificado de subvertir el socialismo libremente elegido por el pueblo —algunos firmaron la primera versión de un documento que los delataba, porque no mencionaba siquiera la existencia del bloqueo, y después se unieron al que una mente más sinuosa elaborara, con las variables adecuadas: hay bloqueo, pandemia, pero la Revolución tiene la culpa—, son recibidos con entusiasmo en los palacetes de la derecha, donde anarquistas e imperialistas, socialdemócratas y neoliberales, bailan tomados dulcemente de la mano para, aseguran, construir una Cuba “inclusiva”. Digámoslo como es: con sus errores, virtudes y defectos, hemos sorteado y rebasado en lo posible el bloqueo y la pandemia, gracias a que existe una Revolución.
Pero la puesta en escena distribuye papeles. Una activista contrarrevolucionaria de las artes visuales (artivista le gusta llamarse) interpreta un personaje rico en matices: se une a la declaración (es la acción que la define) y después dice no estar de acuerdo con los términos utilizados por los firmantes “de izquierda” (su tarea es hacerlos creíbles, pero son solo palabras).
Ante una acción y unas palabras, me quedo con la acción. Pero es interesante saber que para ella el bloqueo no existe, que en cualquier caso debe llamarse embargo, como le dijo que dijera el Departamento de Estado de los Estados Unidos. El truco, ya lo dije, es viejo.
“La Agencia llevaba tiempo dándole a una idea —escribe Frances Stonor Saunders en su documentado libro La CIA y la Guerra Fría Cultural—: ¿Quiénes mejor que los ex comunistas para luchar contra los comunistas? (…) Por supuesto, para la CIA, la estrategia de promover a la izquierda no comunista habría de ser el ‘fundamento teórico de las operaciones de la Agencia contra el comunismo durante las siguientes dos décadas’”.
Pero estos izquierdosos amigos del imperialismo —los juzgo por sus actos, no por sus palabras—, no ejercen la democracia que predican. Están molestos con la emergencia de una nueva generación de jóvenes revolucionarios, audaces e inteligentes, que tiene su propio lenguaje, sus códigos de conducta, que asume la continuidad no de las formas, ni de las metas alcanzadas; sino del esfuerzo colectivo por conquistar nuevos cotos de justicia y dignidad, que son los principios básicos que sostienen la Revolución. Jóvenes que saben que sin la Revolución en el poder nada podría hacerse.
Los vi en la ciudad de Matanzas, cuando la pandemia azotó esa provincia como huracán de máxima intensidad; eran directores de hospitales y de centros de aislamiento, ingenieros ocupados en hacer más funcional y rápida la distribución de camas, estudiantes universitarios convertidos en ayudantes de limpieza y de cocina en zona roja, boteros que ofrecían sus almendrones para el traslado de los sospechosos de estar enfermos, soldados y oficiales que transportaban balones de oxígeno.
Eran también los científicos que trabajaban codo a codo con otros más veteranos en la concepción y producción de vacunas, o de respiradores artificiales hechos en casa. Todo el odio se centraba en esos muchachos que destruyen el relato de una juventud cubana apática y descreída, y vencen el bloqueo, no con palabras, sino con actos.
Uno de esos jóvenes, irónico y sagaz, que hace valer el nombre de su programa de televisión Con Filo, ha sido invitado a participar en un evento sobre Cuba organizado por la Universidad de Nottingham, en el Reino Unido. Los odiadores han escrito cartas para impedirlo. La democracia que defienden se siente amenazada ante sus verdades simples y rotundas. Algunas firmas se repiten —sin principios rectores, cualquier documento es bueno para canalizar el odio—, pero no quiero citar nombres. Un conocido escritor y cineasta fue lapidario en su comentario a la carta:
“El programa podrá ser mejor o peor, pero impedir al locutor asistir a un evento solo por eso es oscurantismo y fascismo”.
No puedo dejar de sonreír, al pensar con pena en los burgueses destronados y sus viejos y nuevos ideólogos que durante seis décadas han pedido, cada 31 de diciembre, la reconquista de sus antiguos privilegios en Cuba.
Sus libros anuncian “la hora final” de Castro, sus blogs prometen que estos serán nuestros “penúltimos días”, sus canciones proclaman la llegada del día final. Preparan para luego deshacer, ante cada fiasco, las maletas del regreso, así sea la invasión mercenaria de Playa Girón, la caída del Muro de Berlín, o la partida física de Fidel. Tratan de engañarnos y se autoengañan. El afiche de Ares, “Cuba postcastro”, provoca en ellos la mayor de las pesadillas: el rostro de Fidel aparece multiplicado, convertido en pueblo.
Fuente: La Jiribilla