Jeremías nos recuerda como, en una ocasión, Yhavé le ordenó reclamar a los habitantes de Judea que buscasen plañideras para llorar la desgracia que sufrían. El profeta, fiel a la voluntad revelada, advirtió entonces a los hebreos sobre la necesidad de no conformarse con cualquier coro de lamentatrices, destacando que Dios, en última instancia, consideraba […]
Jeremías nos recuerda como, en una ocasión, Yhavé le ordenó reclamar a los habitantes de Judea que buscasen plañideras para llorar la desgracia que sufrían. El profeta, fiel a la voluntad revelada, advirtió entonces a los hebreos sobre la necesidad de no conformarse con cualquier coro de lamentatrices, destacando que Dios, en última instancia, consideraba preciso recurrir a las más hábiles en el oficio. Este mandato, recogido en el Antiguo Testamento, no debió ser recibido como una extravagancia divina por el pretendido pueblo elegido, acostumbrado como estaba a ver a estas enlutadas de alquiler en los funerales. No en vano, plañideras y prostitutas compiten en la historia laboral de las civilizaciones por el alcanzar reconocimiento oficial como la profesión más antigua del mundo.
La presencia de estas artesanas del llanto se puede rastrear, de hecho, en la noche de los tiempos. Especialmente famosas fueron las mujeres que prestaban sus lágrimas en los funerales del antiguo Egipto, existiendo auténticos tratados de la época sobre el arte de llorar. Igualmente, Esquilo nos las presenta acompañando a Electra en el sepelio de Agamenón, un coro de esclavas con el corazón alimentado de lamentos, los rostros ensangrentado por los arañazos de la desesperación y los cabellos arrancados por los tirones del sufrimiento.
Pero la entrega exagerada y dramática de estos sollozos no quedó reducida a las tinieblas del mundo clásico. Sus desgarrados lamentos se desbordaron en todos los tiempos y latitudes, desde la España enlutada al Caribe, de los entierros paganos a los más ortodoxos sepelios de todas las religiones. Su dolor sobreactuado dejaba constancia del obligado tributo a la memoria del difunto. Pero, sobre todo, las exageradas convulsiones de luto eran un consuelo para los vivos, reconfortados así por no ser ellos quienes ocupaban el hueco de ese féretro que provoca tales manifestaciones de pena.
Estos días la vigencia de sus artes ha sido puesta nuevamente de actualidad. Y ha sido precisamente en Europa, donde la profesión parecía condenada al olvido tras el monopolio funerario conquistado por los fríos tanatorios en las sociedades de capitalismo avanzado. Sin embargo, no es así, aunque hayan hecho falta los estragos de la crisis. Esta inesperada recuperación de la figura de la plañideras llegó esta semana de la mano, o mejor dicho del lloro, de la ministra italiana de Trabajo, Elsa Fornero. Su llanto al anunciar recortes para pensionistas y trabajadores ha sido elogiado unánimemente por todos los medios. Todos se han apresurado a destacar la sinceridad de su emoción incontenida, su capacidad para transmitir a los ciudadanos la gravedad del momento y la ineludible necesidad del sacrificio. En suma, la virtud de Formero ha consistido en elevar las políticas de ajuste hasta la misma dimensión fatal de la muerte. Sus lágrimas nos advierten de que frente a ellas, como ante la visita de la Parca, solo nos queda el consuelo humilde de la resignación.
Con todo, ha sido una pena que tan convincente representación del dolor haya coincidido en el tiempo con el último informe de la OCDE donde se destaca que las desigualdades sociales se han disparado en los últimos 30 años en los que el neoliberalismo más desenfrenado ha gobernado el mundo. Un documento, en fin, que nos recuerda que han sido tres décadas de saqueo que ahora quieren culminar con el asesinato de nuestros derechos. Y este tipo de víctimas asesinadas no necesitan plañideras. Porque, como diría Oscar Wilde, serán los parias quienes les lloren. Y los parias siempre están de duelo.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.