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Sobre el libro y la próxima película “No lloréis, lo que tenéis que hacer es no olvidarnos"

Las putas monjas

Fuentes: Rebelión

.- «Abuela», preguntó [la monja], «¿por qué no baja al patio?» .- «Porque no puedo, hermana. Estoy tan enferma que no me puedo levantar». .- «Ah, no, usted no tiene fiebre; no hay ninguna razón para que se tumbe en su petate. ¿Entiende? Ha recibido una carta y creo que trae incluso fotografías de sus […]

.- «Abuela», preguntó [la monja], «¿por qué no baja al patio?»

.- «Porque no puedo, hermana. Estoy tan enferma que no me puedo levantar».

.- «Ah, no, usted no tiene fiebre; no hay ninguna razón para que se tumbe en su petate. ¿Entiende? Ha recibido una carta y creo que trae incluso fotografías de sus nietos». Y sacó la carta y las fotos. «Ahora», dijo, «usted no va a ver a sus nietos ni leer su carta». Y rompió la carta en cuatro pedazos [1] .

María González Gorosarri, licenciada en derecho y periodista, ha publicado en Ttarttalo un bello libro: «No lloréis, lo que tenéis que hacer es no olvidarnos. La cárcel de Saturrarán y la represión franquista contra las mujeres, a partir de testimonios de supervivientes».

No son raros los hombres, viejos luchadores contra el golpe militar, que al narrar sus años de penar exclaman en algún rincón de su relato: «¡Putas monjas!». Conservan un recuerdo sangrante de aquellas funcionarias crueles e inhumanas de prisiones en el putsch militar de Franco.

El precioso libro de historia y reflexión de María González no aminora ni rebaja un ápice el juicio contra las monjas, que ejercieron de funcionarias en la Prisión Central de Mujeres, antiguo balneario de Saturrarán (Mutriku-Gipuzkoa) a orillas del mar Cantábrico. No en balde en esta prisión entre 1938 y 1944 murieron 120 mujeres y 57 niños víctimas del hambre, del tifus, de la bronquitis, difteria y sarampión, cifras que hablan de la bestial dureza de aquella cárcel franquista y de dictadura, de la que tan sólo queda algún trozo de pared y dos placas, que nos recuerdan que allí se alzó una prisión de inhumanidad y castigo para mujeres, en la que con una labor de venganza e ira de su dios de cruzada colaboraron 25 monjas de la Merced y un cura de la santa Iglesia católica, apostólica y romana.

No rebaja, pero dice algo más. Revela una historia oculta de mujer, desvela un pasado prohibido de mujeres que se negaron a vivir como vencidas en un almacén de mujeres, e invisibles en una sociedad vencida. Unas mujeres que, aunque enmarcadas en su tiempo, luchan tenazmente en las cárceles y no comprenden cómo un obrero explotado y camarada se convierte en su hogar en tirano y jefe de unos principios autoritarios, en patrón que explota a su mujer.

El hombre revolucionario combate contra un mundo que se opone a sus anhelos de libertad, igualdad y justicia social. La mujer revolucionaria, en cambio, ha de luchar primero por su libertad, aliado con el hombre en idéntica causa, pero además, la mujer ha de luchar por su propia libertad, por su papel y lugar en la sociedad, espacio que el hombre disfruta desde siglos.

En esta lucha la mujer se encontró sola: en la cárcel y en el hogar, entre las putas monjas y entre los camaradas.

Según el padrón de 1940 del Ayuntamiento de Mutriku en ese año en la prisión de Saturrarán había 1666 personas: 4 oficiales de prisiones, 53 militares, 25 monjas, 1 sacerdote y 1.583 reclusas. ¿Entonces por qué los viejos luchadores exclaman con ira en el relato de sangre ¡Putas monjas! y no más bien ¡Putos fascistas!? Porque el trato inhumano de las vigilantes no era más despiadado que el de los vigilantes.

Nos recuerda la autora que en la Segunda Guerra Mundial «las fuerzas aliadas denominaron liberación al avance de sus tropas sobre Alemania, tras haber vencido militarmente al régimen nazi. No para la mujer alemana. Existen casos documentados de violaciones sistemáticas de mujeres y niñas alemanas por soldados de todos los ejércitos (Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos y URSS), todavía impunes porque las potencias aliadas victoriosas ocuparon Alemania durante lo siguientes años. Más de 180.000 mujeres y niñas alemanas, en modo alguno responsables de crímenes, murieron violadas por estos libertadores». Las violadas impunemente por su «libertadores» ascienden a varios millones en aquella Alemania de la posguerra. «Frau, komm!» se convirtió en escupitajo de hombre y en muerte afectiva.

«No lloréis, lo que tenéis que hacer es no olvidarnos» es un libro escrito con ojos de mujer y una buena reflexión para todos. Un libro que, hecho película, rodará este mismo mes en las pantallas.



[1] Cuevas, Tomasa en Prison of women: Testimonies of war and resistanse in Spain , 1939-1975