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Las razones antitaurinas de Rafael Sánchez Ferlosio

Fuentes: Rebelión

Para Jesús Mosterín, que nos enseñó lógica y nos inculcó el amor a los animales «Patrimonio de la Humanidad» es el título de un escrito de 5 de agosto de nuestro cervantino Rafael Sánchez Ferlosio, un artículo, publicado en las páginas del «periódico global en español», que muchos debemos y queremos agradecer. Entre otras razones, […]

Para Jesús Mosterín, que nos enseñó lógica y nos inculcó el amor a los animales

«Patrimonio de la Humanidad» es el título de un escrito de 5 de agosto de nuestro cervantino Rafael Sánchez Ferlosio, un artículo, publicado en las páginas del «periódico global en español», que muchos debemos y queremos agradecer. Entre otras razones, por el homenaje implícito a un inolvidable y malogrado periodista, maestro de todos, Javier Ortiz.

Si los del diario global-imperial fueron menos suyos, no se pusieran por las nubes y viajaran huracanados, y activaran veloces su gabinete de abogados serviles cuando reproducimos sus artículos, bastaría con recomendar el texto -«¡léanlo!, tan excelente e imprescindible como todo lo suyo. ¡Un regalo para nuestras mentes y almas!»- y dar la referencia. Sería, por supuesto, un honor para rebelión incorporar trabajos del autor del Alfanhuí. Pero el señor Cebrián y los suyos no se andan con chiquitas y sabido es que, como la Barcelona olímpica, tienen poder, mucho poder. Mejor ser precavidos y dar como indicación su edición en las páginas de Sin Permiso [1]. No es miedo, es prudencia.

Sea como fuere, aprovechando que el tema ha vuelto tras el acuerdo del Ayuntamiento donostiarra (con los precedentes de las decisiones tomadas en Canarias y Catalunya), no está de más recordar algunos de los argumentos esgrimidos por el hermano del gran lógico y filósofo Miguel Sánchez-Mazas y del inolvidable cantante y compositor Chico Sánchez Ferlosio.

 

«Los antitaurinos catalanes se niegan a aceptar que las corridas de toros sean consideradas como cultura por el sufrimiento que infligen a un animal», recuerda RSF. No tiene precedente el criterio de esgrimir un juicio de valor moral para decidir de la pertenencia de una cosa, en este caso, las corridas de toros, a la «cultura». El equívoco, apunta oportunamente RSF que suele tener con razón a don Felipe-Gas Natural en el punto de mira, «nace de esa actitud, tan del PSOE de González, de privilegiar la Cultura como cosa excelsamente democrática, y así se ha popularizado la manía de estar viendo cultura por todas partes, con nuevas y baratas invenciones; y a la mera palabra «cultura» se le cuelga impropiamente una connotación valorativa de cosa honesta y respetable».

Da RSF a continuación una breve historia del caso: «[…] los primeros escandalizados ante la crueldad de las corridas de toros no fueron ni los catalanes ni los castellanos sino los ingleses, y no por la gente y la muerte del toro sino por las de los caballos». Muy distintos motivos y circunstancias -«desde luego totalmente remotos a la compasión»- fueron los que removieron la «cuestión caballos» entre los taurinos nacionales, señala RSF. «Hubo una época, creo que fijada desde una ordenanza de 1846, en que el ministerio obligaba al empresario de cualquier corrida ordinaria corriente de seis toros a tener dispuestos en la cuadra hasta 40 caballos para la suerte de varas; de modo que cada toro tenía asegurados seis caballos que matar, y todavía quedaban cuatro por si alguno no se había saciado con su cupo».

El remedio, «aunque en parte no tan remedio», sobrevino en 1928, bajo la dictadura de Miguel Primo de Rivera, «no por motivación pública, sino por un incidente personal desagradable: el contenido de las tripas de un caballo despanzurrado por el toro saltó hasta la barrera y salpicó a don Miguel, a una ilustre dama francesa que lo acompañaba y a algunos otros espectadores». El dictador ordenó a Martínez Anido, su ministro de gobernación, «que implantase la protección de los caballos de picas mediante una gualdrapa embutida de lana o de crin, con una botonadura al tresbolillo, estilo capitoné». El toro ya no mataba a los caballos, la orden satisfizo a los empresarios; «pero no así al público: desde los graderíos de todas las plazas se levantó una protesta ensordecedora. Y es que en aquellos años todavía el público iba a ver principalmente toros, mucho más que toreros -aunque la suerte de matar tuviese ya algún predicamento: ¡el Espartero!- y la suerte de varas, donde el toro mostraba su bravura y su poder, era la más importante, de manera que el número de caballos muertos era casi el sumando principal en el baremo de la calificación».

Los castellanos, prosigue RSF (¿sólo los castellanos?), se han puesto a revindicar la alta culturalidad de la Fiesta Nacional (que no entrecomilla esta vez), «sobreentendiendo implícita e inconscientemente que la cultura es buena por definición, al ensalzar del modo más enfático las muchas y gloriosas externalidades que se han desarrollado en torno suyo, en la poesía, en la literatura, en las artes plásticas, pintura y escultura (¡Mariano Benlliure!) y hasta en filosofía!». Lo más ambicioso, señala con razón RSF, ha sido lo de doña Esperanza Aguirre: «que la corrida de toros sea declarada «Patrimonio de la Humanidad», pero yo por mi parte no puedo sustraerme de que la Alianza de las Civilizaciones entre España, el Midí y no pocas naciones de Ultramar que tal cosa implicaría, más aún que para enaltecer una muy castellana y española afición taurina, es para darles a los catalanes una lección sobre Cultura», una cultura que -RSF va directo al corazón del asunto- es «desde siempre, congénitamente, un instrumento de control social, o político-social cuando hace falta; por esta congénita función gubernativa tiende siempre a conservar y perpetuar lo más gregario, lo más enajenante, lo más homogeneizador. Hoy está muy cabalmente representada por ese inmenso CERO que es el fútbol».

Nada de lo anterior hacía falta, sostiene RSF en un sarcasmo inolvidable: «el genuino e innegable carácter de «cultura» se le reconoció a la corrida a mediados del siglo XX, cuando la populista fórmula romana Panem et circenses se remedó para título de una zarzuela Pan y toros. Este título identificaba en las corridas de toros una función análoga ante el público a la que tenían en Roma los espectáculos circenses: la ya citada función congénita de toda cultura, instrumento de control político social». Benjamin ha sonreído en Port Bou.

Desde luego, prosigue RSF, hay apologetas «como algo más filosóficos o sofisticados, que o bien niegan el placer del sufrimiento o le dan una connotación espiritual». Cita los casos de Víctor Gómez Pin, Fernando Savater y Ortega.

No se pierdan los comentarios de nuestro Premio Cervantes. Un adelanto: «El dicho, celebrado como uno de los más excelsos ortegajos, tiene varias versiones, cito la que encuentro más explícita: ‘No puede comprender la historia de España quien no haya construido, con rigurosa construcción, la historia de las corridas de toros».

Y ahora, al final del artículo, viene la referencia a Javier Ortiz. RSF toma pie en un artículo –Público, 7 de abril de 2008- sobre las corridas de toros, escrito, «por una vez, no desde el sufrimiento de los animales, sino directamente desde el comportamiento de los hombres».

Por lo pronto, señala RSF, los exime de saña, al escribir Ortiz: «los partidarios de la tauromaquia afirman que ellos no disfrutan con el acoso, burla y muerte de los animales. Y yo estoy convencido de que dicen la verdad». Por lo demás, matiza RSF, «en el instante en que la compasión obedeciese a un precepto moral imperativo se aniquilaría». Certeramente, prosigue RSF, «habla Ortiz de abstracción del sufrimiento como lo que permite a los toreros actuar y a los espectadores admirar». ¿Qué admiran? «Una constante exhibición y exaltación de actitudes y poses machistas… Los lances y desplantes de los toreros responden a una estética chulesca que no ignoro que hay quien admira (…) pero que se vincula de manera chirriante a una concepción de la virilidad».

El corolario de un Sánchez Ferlosio en estado puro: «La referencia a los «desplantes» me parece central; el ahí queda eso me parece el paradigma del alma-hecha-gesto de la españolez. Así la corrida de toros revela la inclinación gestual del alma de los españoles, tantas veces gesteros en el café, gesticulantes en la plaza».

La conclusión: «Mi ferviente deseo de que los toros desaparezcan de una vez no es por compasión de los animales, sino por vergüenza de los hombres». ¿Y por qué no sumar ambas razones en absoluto contrapuestas?

PS: Una candidata destacada al premio mayor de esta españolez a la que hace referencia RSF en su artículo -de ese «ahí queda eso»-, acaso pueda ser esta carta pública de un almirante -o de un supuesto almirante- dirigida al luchador y diputado andaluz Sánchez Gordillo:

«Señor mío, no es referencia formal, sino real, porque el sueldo que usted cobra se paga con los impuestos de los españoles, de los que formo parte, y por tanto, usted pertenece a la casta que impone su voluntad a las gentes de este país en nombre de los intereses de su secta, IU y su sindicato, el SAT, aunque se disfrace de lagarterana, cuatrero de tetrabriks o militante de la causa palestina.

Verá usted, estoy más que harto de pagar el sueldo a impresentables como usted [SLA: ¡ESCRIBE UN ALMIRANTE!], que en nombre de su particular causa y fanatismo tratan de adoctrinar a las masas, aprovechándose de que este país ha perdido el norte, para sacar tajada para los de su secta y para usted. A mí, personalmente, me fascina su hipocresía, su irresponsabilidad, su mezquindad y su miseria, solo un patán con su iluminación podría en estos momentos incitar a la rebelión popular para hacerse el imprescindible, eso sí, con una inmunidad parlamentaria conferida no para hacer lo que hace, sino para defender a los ciudadanos, y no enfrentar a unos ciudadanos con otros.

Usted no es un demócrata, ni nunca lo ha sido, sino un fanático que utiliza la democracia para alcanzar su utopía, pisando los derechos de los demás, ciscándose en la libertad del prójimo, como cualquier fascista o estalinista que considera que su verdad es más verdadera que la de los demás, y que la justicia es lo que a usted le brota de los meninges y no la ley que ha de imperar sobre todos en un mundo civilizado» [todas las cursivas, innecesarias por supuesto, son mías].

Prosigue nuestro almirante por la misma senda de abyección racista y antiobrera, sin cortarse un pelo, con mando en la plaza «España»:

«Si usted no fuera tan imbécil como es, se daría cuenta de la repercusión de sus actos teatrales, porque hoy, sin ir más lejos un guardia municipal ha fallecido en Madrid a manos de unos magrebís que atracaron una oficina de correos, porque seguro que también tenían hambre y su causa era muy justa, y al final, como lo que hay en los supermercados o el dinero público no es de nadie, pues que más da. Y si se producen altercados, usted se envuelve en la kufyya y ahí se las den todas, de mártir por la vida y aspirante a mahdi. ¡Que asco de demagogia!»

Ya es suficiente, no son necesarios ni convenientes más vómitos. La salud y el alma no resultan bien paradas de agresiones de esta índole [2].

«¡No puede más, se lo juro! ¡Odio «España»! Hace años, RSF iniciaba un artículo con una expresión afín. ¿Se entiende? ¿Le entendemos?

Nota:

[1] http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=5199

[2] Para el resto de la carta del señor almirante, español donde los haya, puede verse www.alertadigital.com/2012/08/22/carta-de-un-almirante-al-alcalde-ladron-de-marinaleda-estoy-mas-que-harto-de-pagar-el-sueldo-a-impresentables-como-usted/

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