En este trabajo intentaremos describir la evolución teórica del autor marxista greco-francés Nicos Poulantzas a la luz de las transformaciones históricas de las sociedades capitalistas contemporáneas. Nuestro interés, sin embargo, no será plantear sólo cómo se va transformando la teoría del Estado y de la sociedad de este autor, sino sumergirnos en una discusión […]
En este trabajo intentaremos describir la evolución teórica del autor marxista greco-francés Nicos Poulantzas a la luz de las transformaciones históricas de las sociedades capitalistas contemporáneas. Nuestro interés, sin embargo, no será plantear sólo cómo se va transformando la teoría del Estado y de la sociedad de este autor, sino sumergirnos en una discusión que remite, según nos recuerda Daniel Bensaïd en su reciente crítica al libro Multitud de Michael Hardt y Antonio Negri,[1] al problema de la estrategia de la/s izquierda/s hoy, dado que podría decirse han quedado perimidas las dos estrategias prevalecientes desde la segunda posguerra, a saber: la estalinista y la socialdemócrata.
En el mismo sentido es que resulta importante para el marxismo pensar en una teoría del Estado en estrecho vínculo a la relación «teoría-praxis» para una estrategia política, porque ¿qué hacer con el Estado? ¿Es el mismo una organización que opera en un sentido únicamente opresivo o por el contrario la misma puede ser «tomada» y transformada en un sentido emancipatorio?
Si respondemos en sentido afirmativo la primera parte de esta última pregunta, se nos presenta como desechable cualquier estrategia que pretendiese ocupar «espacios» en los organismos del Estado por la vía electoral. Prueba de ello es el fracaso de las más recientes estrategias de este tipo por ejemplo en Italia, donde la debacle «progresista» condujo directamente al triunfo de Silvio Berlusconi. Pero si asumimos la segunda parte de la pregunta, tendremos que preguntarnos de qué modo se «toma» el Estado, si esa «toma» es realmente necesaria y por último cómo nos planteamos el proceso de transformación de ese Estado en su forma burguesa y capitalista.
Y en este punto es que se vuelve actual la pregunta por la teoría de Poulantzas. Porque si asumimos la crítica a muchas de las teorías que sostienen que el punto de partida es la defensa incondicional de la institucionalidad «democrática» (burguesa) establecida, tenemos que preguntarnos entonces cuál es la estrategia de la izquierda hoy y cuáles son los límites de aquellas perspectivas que -con razón- critican el funcionamiento del sistema político burgués y por lo tanto sostienen una idea de construcción por fuera y en contradicción con el Estado capitalista. La crítica al Estado capitalista, como práctica, ¿es posible sólo desde fuera del Estado o por el contrario habría también que ver cómo se transforma y/o destruye desde adentro? Desde esta pregunta es que nos parece importante recuperar la teoría social y del Estado de Poulantzas, para iniciar -y seguramente no terminar- una necesaria discusión sobre las tácticas y estrategias de la izquierda (partidaria y no partidaria) a inicios del siglo XXI.
1968: el momento estructuralista de la teoría del Estado de Poulantzas
Es conocido que Nicos Poulantzas (nacido en Atenas, Grecia, en 1936) formó parte del grupo de reflexión y acción política vinculado con la figura de Louis Althusser.
Muchos integrantes de este grupo buscaron reformular o bien reinterpretar algunos de los conceptos marxistas a partir de nuevas categorías provenientes por ejemplo de la epistemología, del psicoanálisis, de la teoría del lenguaje o bien de la teoría de la cultura. El resultado fue lo que se conoció como el «estructuralismo marxista».
Si bien Althusser (en la «Introducción» a Para leer El Capital) intentó desligar su producción teórica y la de este grupo del mote de «estructuralista»;[2] lo cierto es que de la relación posible entre «acción y estructura» este autor intentó desarrollar una teoría que se preciara de «científica», desplazando cualquier posible «subjetivismo», para poder dar cuenta de aquellas estructuras que al interior de la sociedad capitalista no permiten el desarrollo de una «nueva» sociedad comunista. Es claro que se trata de un proyecto de investigación que parte de la teoría marxista y no de la llamada «teoría estructuralista» (como por ejemplo la de Lévi-Strauss o Saussure).
Sin embargo, el ambiente «intelectual» francés, la relación entre Althusser y Lacan (que adoptó, y modificó, la teoría lingüística de Saussure para aplicarla al psicoanálisis), y la preeminencia de la investigación «sobre las estructuras» también en estas teorías, sustentaron la idea de existencia de un «marxismo estructuralista». Idea que quedó reforzada no sólo por una perspectiva que privilegiaba el análisis de las «estructuras» sino también por el hincapié hecho en la construcción de una «teoría científica» marxista; diferente de una «filosofía de la conciencia», «idealista» (utópica) y/o «subjetivista».[3]
Este es el marco en el que se insertan las primeras reflexiones de Poulantzas, sobre todo en lo que respecta a su primer libro Poder político y clases sociales en el Estado capitalista, escrito en 1968. Allí Poulantzas parte de una posición althusseriana para el análisis del Estado capitalista, indicando que dicho «objeto» (Estado capitalista) será abordado como un problema teórico inserto dentro de la «región» de «lo político»; para luego conectar dicha teoría del Estado con una teoría más general del modo de producción. Aunque lo cierto es que en esta «conexión teórica» pareciera ser que las distintas regiones gozan de cierta «autonomía» en relación con el «objeto» general.
El intento de Poulantzas en particular, es el de teorizar sobre una formación capitalista en la que se ubica un «tipo» estatal que es el Estado de bienestar europeo. Frente a muchas de las posiciones de la socialdemocracia de posguerra, que veían en la restauración de la democracia burguesa y en los avances conseguidos desde la participación en ella de las masas populares la práctica emancipatoria que llevaría hacia una sociedad socialista; pretendía demostrarse que el Estado seguía siendo capitalista y que no podía obviarse tampoco su carácter represivo. Esto es, que con este tipo de Estado -benefactor, pero capitalista- y de democracia burguesa, y sin revolución, no se proseguía «en línea recta» hacia una sociedad emancipada del yugo del capital.
En esa línea teórica es que Poulantzas intenta demostrar el carácter capitalista en un sentido estructural del Estado, mostrando -como Althusser- su carácter represivo que se extiende no sólo a las instituciones así consideradas de modo «tradicional» (ejército, policía, justicia) sino también a aquellas otras que en general no son consideradas ni «represivas» ni «estatales» por encontrarse dentro del ámbito de la «sociedad civil» (iglesias, escuelas, hospitales, etc.).
Sin embargo, hasta este punto es que el autor griego retoma a Althusser, ya que desde aquí lo que comienza a analizar es la forma en que el Estado capitalista actúa de modo de organizar la acción de las clases dominantes, cuestión de vital importancia para garantizar la reproducción del «sistema». Y si bien puede entenderse que esta función estatal comporta cierto carácter represivo (en el sentido althusseriano de la ideología), dado que el Estado cumple con una serie de procedimientos que buscan resolver las tensiones generadas por las distintas fracciones de la clase dominante que compiten entre sí, lo cierto es que no se remarca aquí el carácter represivo sino el accionar «funcional» tendiente a garantizar el «equilibrio» capitalista. Esa función de «articulación» de clase no se da para Poulantzas solamente en relación con las distintas fracciones de la clase dominante, ya que también el Estado cumple la función de articular la organización de los distintos «niveles» en los que se despliegan las regiones constituyentes de la formación social capitalista en su conjunto.[4]
Teniendo en cuenta estos elementos planteados es que el Estado capitalista funciona para el autor estructuralmente tendiendo a generar equilibrios al interior del modo de producción, buscando por un lado -en términos más «estructurales»- articular los diferentes niveles (a veces contradictorios) que conforman la formación social y por el otro solucionando los conflictos planteados entre las diferentes fracciones de la clase dominante de modo de garantizar el equilibrio que permita la reproducción capitalista. Esto podrá ser posible a su vez en la medida que también el Estado capitalista busca «dispersar» el accionar conjunto de las clases subalternas.
Una posición respecto de las clases dominadas que tiene también hoy repercusión en el análisis, ya que el propio Poulantzas plantea que es el otorgamiento de ciertos beneficios económicos para las clases dominadas -incluso en colisión con los intereses dominantes- el que puede generar la propia desorganización de aquellas clases; porque a veces el beneficio económico produce retrocesos en la organización política.
Los años del debate en la New Left Review y la modificación de la perspectiva teórica
El estudio teórico relativo al Estado y las clases sociales que produce Poulantzas con su primer libro vuelve a primer plano la problemática del Estado capitalista como «objeto de estudio» de cualquier teoría crítica (como el marxismo) que se precie de emancipatoria.
Ese «retorno» del Estado a los análisis marxistas motivó una serie de debates en relación a la forma en que se concebía y abordaba teóricamente a «ese» Estado[5] y cobró forma en una serie de artículos publicados en la revista marxista inglesa New Left Review, que tuvo como protagonistas al propio Poulantzas y a Ralph Miliband.[6]
La discusión tomó cierto «tinte» epistemológico, ya que representó la contraposición de dos metodologías de investigación bien diferenciadas, lo que en el caso de dos autores de filiación marxista supuso además diferencias teóricas. Una paradoja, ya que si ambos se denominan marxistas, ¿cómo es posible que se presenten entonces diferencias teóricas?
En este caso la diferencia podría afirmarse se plantea entre un abordaje «empirista» como el de Miliband y otro «estructuralista» como el de Poulantzas. Si Miliband pretende, contra las teorías políticas pluralistas del estilo de Dahl o Parsons, demostrar que el Estado en Europa occidental tiene un fuerte carácter de clase, aunque sin necesariamente demostrar que el Estado «siempre» poseerá a futuro ese carácter; Poulantzas pretende demostrar que el Estado es capitalista en un sentido «estructural» y que por lo tanto «siempre» lo será. Por eso este debate se conoció como el debate «instrumentalismo» (Miliband) versus «estructuralismo» (Poulantzas).
Desde el punto de vista de las prácticas políticas, podría decirse que si bien en Miliband encontramos una búsqueda que deja espacio para una teoría de la acción, en Poulantzas encontramos una búsqueda que intenta demostrar que no hay salida «práctica» desde el interior del funcionamiento del capitalismo, salvo la lucha revolucionaria.
Como plantean algunos autores como Tarcus u Olivé, las huellas de este debate se reflejaron en cierto modo en los posteriores trabajos de ambos autores.[7] Para lo que a nosotros nos interesa, esto supuso por parte de Poulantzas el asumir algunas de las críticas que creyó pertinentes a la hora de pensar en los procesos de transformación de la sociedad capitalista. Si bien ya en algunas nociones utilizadas por el Poulantzas de Poder político… encontramos cierta flexibilidad en torno a algunos de los conceptos más estructuralistas, lo cierto es que ese texto sigue siendo todavía muy deudor de la tradición marxista althusseriana.
Todavía encontramos allí una noción de clase que se encuentra muy adherida a la noción de «estructura», y un modo de ver la acción política como determinada por el funcionamiento estructural, aun en el caso de las contradicciones presentes entre las distintas estructuras que configuran la formación social capitalista. En el mismo sentido encontramos una lectura «política» en perfecta sintonía con el pensamiento leninista y su noción organizacional del partido; si bien de un modo menos declarado y más difuso. De allí deriva una estrategia política que radicaliza la crítica hacia el Estado de bienestar con su conjunto de aparatos ideológicos y represivos, hasta impugnar el conjunto de la formación social.
Si bien Miliband no hubiese desechado una estrategia de participación al interior del «sistema político burgués» vía partido, en la medida que considera al sistema representativo como producto de las luchas que llevó adelante la clase obrera, la discusión en Poulantzas va a desembocar más bien en una flexibilización de la postura relativa al partido político como forma de organización primordial, que no supone dejar de lado completamente esa forma organizativa.
A posteriori de Poder político y clases sociales va a escribir Fascismo y dictadura, texto que todavía posee una fuerte impronta estructuralista en la construcción categorial, aunque ya vemos allí un uso bastante más importante de conceptos gramscianos, no tan presentes en el texto anterior. En Fascismo y dictadura Poulantzas busca dar cuenta de una serie de problemáticas que no sentía suficientemente bien planteadas en Poder Político…, porque concedía notable importancia a la noción de «autonomía relativa» y se dificultaba observar las diferencias existentes entre una «democracia burguesa», el «fascismo» y una dictadura -como las que podían verse en muchos de los países del llamado Tercer Mundo- que no revistiera las mismas características que las fascistas. Dichas diferencias podrían ser explicadas correctamente de acuerdo con las características que estructuralmente asumiera la lucha de clases en los distintos países y regiones estudiados.
Es en un texto posterior, «Las clases sociales en el capitalismo actual», donde pareciera ser que Poulantzas se «hace cargo» de algunas de las críticas deslizadas en la polémica con Miliband. Uno de los planteos de Miliband tenía que ver -y esto se da de la mano con la crítica de E. P. Thompson a Althusser- con el fuerte acento puesto sobre la cuestión teorética en el estructuralismo marxista, que creaba un proceso de abstracción tan formidable que desvinculaba la reflexión de la praxis; casi desconociendo lo fundamental de la relación entre teoría y praxis en el marxismo. Si la teoría comportaba un proceso de abstracción semejante que no había retorno hacia el «concreto enriquecido» y por otro lado la «experiencia práctica» se encontraba tan fuertemente determinada en términos estructurales, la conclusión era -para los autores críticos- una teoría que no explicaba correctamente el funcionamiento social ya que además había perdido de un modo notable potencialidad transformadora de la realidad.
Poulantzas supo contestar algunas de estas críticas, ya que en Poder político… puede encontrarse toda una serie de reflexiones en torno a la teoría de las clases sociales en el marxismo. Pero los críticos insistían en que el abordaje teórico «sobredeterminaba» de tal modo las «situaciones concretas» de «las clases» que parecía que en todo momento las prácticas de las mismas estaban determinadas por la «estructura».
En esa concepción sustentada en tan fuerte determinación estructural, era siguiendo al «partido» que podía pensarse la reconciliación posible entre teoría y praxis. Esta visión aparece bastante más matizada en «Las clases sociales en el capitalismo actual», porque el «objeto» de estudio son las «clases sociales» y porque aquí el partido no es necesariamente la única forma de organización posible que pueden darse las clases subalternas. Dice Poulantzas: no hay necesidad de una «conciencia de clase» propia y de una organización política autónoma de las clases en lucha para que la lucha de clases tenga lugar en todos los dominios de la realidad social.[8] Pareciera haber aquí un sutil cambio de grado hacia la capacidad transformadora de lo social de la «lucha de clases».
Esto, que pareciera ser en cierto modo por parte de Poulantzas un «hacerse cargo» de las distintas críticas desplegadas por un lado a sus primeros textos, tiene también que ver con una modificación de la coyuntura tanto intelectual como histórica, como intentaremos ver a continuación.
Foucault en perspectiva marxista: el momento del paso del estructuralismo al posestructuralismo y el cambio en la coyuntura histórica y en la estrategia política
La Francia de los años sesenta, y puntualmente el París de la época, era un espacio intelectual bastante «explosivo» donde uno podía encontrarse con la revalorización de la participación democrática de posguerra, la crítica de » La Academia», el impacto de la «Revolución Cultural» china, el de las guerras de liberación de varios de los países del Tercer Mundo. Un contexto donde se desarrollaron las filosofías críticas de Sartre pero también las teorías de Lévi-Strauss y los primeros escritos de Althusser y de Lacan.
Desde el marxismo, y prefigurando la fuerte crítica hacia la ortodoxia estalinista presentes en los movimientos de fines de los sesenta, comienza a emerger una idea de «revolución total», que por oposición con los procesos dados en la Unión Soviética entendía que la transformación no se agotaba en la socialización de los medios privados de producción sino que además comprendía una modificación profunda de la vida cotidiana, de la sexualidad, de la relación con el medio ambiente.
Pero a posteriori del fracaso ocurrido con los movimientos de mayo del ’68, el análisis de la izquierda comenzó a observar que la capacidad de supervivencia del sistema era lo suficientemente fuerte como para creer que fuera posible una transformación inmediata. Y si un texto de Althusser como «Ideología y aparatos ideológicos del Estado» es de esa época, también nos encontramos aquí con varios de los trabajos de Foucault relativos a la transformación de las «instituciones de encierro» y la aparición de diferentes «dispositivos» de «control social».
En Foucault encontramos una tematización microsociológica, una búsqueda de cómo se constituye el dominio en aquellos ámbitos, como los cotidianos, que no fueron generalmente abordados por una teoría política. Se presenta todavía una visión «estructural» donde ese mismo poder burgués se materializa en instituciones tendientes a reproducir nuevamente «el poder» o bien la «ideología dominante»; dando cuenta de las dificultades de transformación de una sociedad burguesa que había salido fortalecida luego del fracaso de los movimientos del ’68.
La evaluación pesimista del proceso llevó por un lado a que la teoría tendiese a focalizar cada vez más en los mecanismos de control social que funcionaban de modo «estructural», moldeando incluso las prácticas constitutivas de lo «subjetivo». Esto tendió a desplazar muchas de las posiciones marxistas en relación por ejemplo al poder de las clases capitalistas, a la misma capacidad de transformación de las sociedades capitalistas por parte de las clases subalternas e incluso a la existencia misma del proletariado. El desplazamiento de muchas de las principales categorías marxistas prefiguró en el ambiente intelectual francés (aunque no solamente en éste), no sólo un desplazamiento del marxismo a favor de la supervivencia del estructuralismo, sino ya hacia principio de los setenta la emergencia de un pensamiento de tipo postestructuralista sustentado en posiciones relativistas en el campo del conocimiento.
Pero a diferencia de muchos marxistas estructuralistas, lo que caracterizó tanto a Foucault como a algunos postestructuralistas, fue la filosa crítica que desplegaron contra algunas visiones del marxismo (ortodoxas) defensoras del statu quo dentro de los países denominados del «socialismo real». Si el desplazamiento teórico que va de lo «macrosociológico» y «macrohistórico» hacia lo «microsociológico» y «microhistórico» supone la idea de recuperar «lo cotidiano» también como ámbito donde se dan las «luchas» contra la explotación, de modo de pensar que la revolución debe darse como «totalidad» en estos pequeños ámbitos; se comprende además que ese proceso no se produjo en las sociedades del «este» donde las «revoluciones» dadas «desde arriba» dieron paso más bien a la constitución del «gulag» antes que a la transformación de esa «vida cotidiana». El «gulag» es una institución, pero que no se sitúa, ya que puede ser una práctica «instituida», un «proceso instituido» más allá de la institución. Puede originarse en la concepción «teórica» estalinista, en ese saber constituido en «poder»; pero también en la Revolución, en las instituciones revolucionarias incluido el Estado. El Estado es una institución de poder, y lo es tanto en las sociedades burguesas como en las proletarias. Este «poder instituido» es, sin embargo, al estar presente en todas estas sociedades, «genérico», y atraviesa al conjunto de las instituciones como así también al conjunto de las prácticas, tanto las «públicas» o las «políticas» como las «privadas» y cotidianas. De allí la dificultad de «situar» al «poder», de «verlo» en un sentido «estático»; porque el mismo se desplaza, se transforma, se vuelve «proceso» y «movimiento». En este momento «teórico» es que puede enmarcarse la obra de lo que se conoce como «el último» Poulantzas, el de «Estado, poder y socialismo».
Hasta ahora intentamos ver cómo, en las obras posteriores a Poder político… Poulantzas va cristalizando una modificación de la posición teórica que le permite asumir de un mejor modo -no tan «estructural»- el problema del antagonismo social.
En cierto modo esto respondía a un cambio de contexto histórico, pero también a un desplazamiento teórico que comenzaba -aún dentro de las corrientes estructuralistas- a estudiar de modo más concreto la constitución de las «subjetividades» y el funcionamiento de las clases en ciertos casos.
El paulatino desplazamiento temático también supuso en Poulantzas un cierto desplazamiento en términos de la estrategia política, porque como pudimos ver «el partido» dejaba de ser la «única» forma posible de organización de las clases subalternas.
La necesidad de focalizar de un modo más profundo sobre la estructura de la lucha de clases en un momento histórico diferente al que se produjo Poder político… implicó la inclusión por parte de Poulantzas de la teoría foucaultiana del poder, aunque modificada en un sentido marxista.
Como sostuvimos previamente, encontramos en «Estado, poder y socialismo» un contexto histórico diferente al de 1968. Aquí ya estaba claro el fracaso de los movimientos emancipatorios de fines de los ’60, pero también comenzaban a verse de forma más clara los efectos de una transformación social post-sesentayocho que implicaba un cambio profundo en las formas de la -hasta entonces vigente- organización laboral «fordista». Este proceso, articulado a su vez con la llamada «crisis petrolera» de 1973, dio forma al comienzo del fin del éxito que hasta entonces habían tenido las políticas de tipo keynesianas implementadas en Europa por la llamada «formación estatal de bienestar». Además las modificaciones que se daban en el ámbito laboral indicaban la pérdida de peso político de la clase obrera, justamente el «clásico» sujeto de la transformación planteado por el marxismo.
Ya en los sucesos producidos en distintos lugares de Europa hacia fines de los sesenta y principios de los setenta se mostraban otra serie de «sujetos» críticos del orden capitalista establecido como ser los movimientos pacifistas, feministas, de liberación sexual, de liberación racial, de artistas, estudiantiles, etc. Pero el fracaso de estos movimientos fue leído en clave postestructuralista como una forma más de la producción de «subjetividades» promovida por un poder que ya no se «situaba» (aunque pudiera por momentos «condensarse» en algunas instituciones) sino que más bien se desplazaba por el conjunto de la sociedad «atravesando» los «cuerpos» e instituyéndolos de sentido. Esta noción de poder es retomada por Poulantzas en este libro, aunque con algunas modificaciones en relación a la postura original de Foucault.
Una primera diferencia es básicamente política, ya que si bien en ambos autores pueden encontrarse elementos teóricos tanto estructuralistas como postestructuralistas, en el caso de Poulantzas estos elementos siguen articulados dentro de una teoría marxista, mientras que Foucault es notablemente más ambiguo al respecto. Esta diferencia es fundamental, ya que al considerarse marxista, Poulantzas nunca deja de lado en el análisis sociológico y político que el conjunto de las clases y grupos sociales viven en una sociedad capitalista, aunque la misma posea características diferentes de aquella que describió Marx o el propio Lenin. Un punto importante que en Foucault no se plantea de ese modo, ya que la sociedad que construye el poder en este autor tiene que ver con los «dispositivos» de la sociedad burguesa, aunque también de las sociedades soviéticas que evidentemente no son para él sociedades «capitalistas». El «objeto», es más bien en Foucault el poder en términos «genéricos».
En Poulantzas en cambio el «poder» es el modo en el que el capital busca reproducir el conjunto del modo de producción capitalista y su propia formación social; tiene que ver con la sociedad capitalista y por supuesto con el antagonismo que esa sociedad presenta entre el «capital» y el «trabajo», expresado en la disputa entre las consideradas «clases fundamentales», es decir, la burguesía y el proletariado. ¿Pero qué es lo que toma de Foucault? La idea de que el poder que expresa el dominio del capital en las sociedades capitalistas es notablemente «dinámico». Es un «poder» que no se encuentra nunca estático, ya que se produce y reproduce constantemente, se desplaza. Y eso sucede simultáneamente al interior del conjunto de instituciones que conforman la formación social capitalista como así también en los «cuerpos» y en las «prácticas» que esos mismos cuerpos disciplinados despliegan dentro o fuera de esas instituciones.
Así el Estado sigue siendo una estructura fundamental dentro de la formación social capitalista, pero en la medida que se manifiesta como una «condensación de relaciones de fuerza». Esto supone una modificación de la visión que Poulantzas sostenía con relación al Estado, ya que en esta última es claro que también el Estado es producto de la lucha de clases.
Sin embargo, lo más importante en relación a este cambio es que implica una clara modificación en términos de la estrategia política, algo tenuemente insinuado en textos anteriores. Porque lo que tenemos aquí es que si el poder del capital se desplaza, ya no es posible pensar que se producirá una transformación sustancial de ese poder por parte de las clases subalternas con la mera obtención del poder del Estado. No sería suficiente la estrategia leninista de «toma» del Estado y posterior instauración de la «dictadura del proletariado» para caminar hacia el comunismo.[9] No alcanzaba tampoco con la socialización de unos medios privados de producción que pasaban a ser gestionados por el Estado, ni con el crecimiento exponencial de un aparato «de control» estatal que se imponía por sobre «la economía» y muchas de las «acciones cotidianas» en el ámbito privado.
Para Poulantzas la teoría foucaultiana es útil ya que supone que ese poder es dinámico y atraviesa el conjunto social, motivo por el que no alcanza con la «toma del Estado», con la «ocupación» de tal o cuál institución, ya que el poder del capital se va desplazando en la búsqueda de no ser «encontrado» por un accionar político que parta de las clases subalternas.
Así es que la disputa contra el poder del capital debe ser también comprendida en términos dinámicos. Si el poder está en «todos lados», entonces la confrontación contra ese poder emanado de la formación social capitalista debe darse también en «todos lados», pero nunca en un sentido estático, porque el propio poder en su dinamismo es capaz de «situar» cualquier acción emancipatoria y tornarla en una que implique por el contrario la reproducción del poder del capital.
Conclusiones
Como planteábamos en la «introducción», el «nudo» que pretendió articular el conjunto de este texto fue ver cómo se fue modificando la perspectiva teórica de Poulantzas desde Poder político… hasta «Estado, poder y socialismo». Vimos que si bien Poulantzas no deja de lado por completo su posición teórica encuadrada dentro del «estructuralismo marxista», va matizando dicha posición a partir de las modificaciones histórico-contextuales propias de la sociedad capitalista.
En Poulantzas esto implicó que la perspectiva teórica desplazara hasta cierta medida una fuerte importancia asignada al estudio de las «estructuras» a una que pone más el acento en la «lucha de clases» para el estudio de la transformación de esas propias «estructuras».
Ese pequeño cambio en la constitución del «objeto» representa a su vez un cambio en la conceptualización de las estructuras de poder dentro de la formación capitalista. Pero como tratamos también de demostrar, dicho cambio supuso el balance realizado por el propio autor acerca de las distintas experiencias históricas tanto de la clase obrera como del conjunto de las clases subalternas que luchan contra la explotación. Lo que implicó la incorporación por parte de Poulantzas de una serie de perspectivas que sin dejar del todo de ser estructuralistas, buscan una visión más dinámica de comprender el funcionamiento del poder del capital en las sociedades contemporáneas, acercándolo a cierto postestructualismo.
Ese cambio relativo en la conceptualización teórica fue abordado aquí tratando de no perder de vista algo fundamental para una perspectiva que se precie de ser materialista: la relación entre teoría y praxis. Si la consecuencia práctica, en términos de estrategia política, que se desprende de la posición estructuralista de dar cuenta del carácter «estructural» e inmodificable de la formación capitalista, es el despliegue de la «lucha ideológica» introducida «desde fuera» a partir de la acción del partido político; la visión que se deriva de una concepción dinámica, «relacional» del poder del capital, no necesariamente es que la única confrontación en el terreno político e ideológico está mediada por el partido político sino además por otro tipo de mediaciones.
Este punto de vista tiene que ver con un cambio del momento histórico, con un balance del fracaso de los movimientos de transformación social de fines de los sesenta, pero también con un balance crítico de la situación de burocratización que se observaba en las sociedades capitalistas occidentales (aún de las de «bienestar») y en las sociedades del «socialismo real».
La situación de crisis del «estatalismo» de izquierda, que se presenta empíricamente con la crisis de la formación estatal de bienestar en los países europeos occidentales y luego con la «falta de perspectivas» de transformación (socialista) democrática en los «países del este» concluye por un lado con la idea de una virtual desaparición de la clase obrera y por el otro con la idea de su real burocratización. Las prácticas emancipatorias no necesariamente pueden provenir entonces de la clase obrera, pero si provinieran de ella es probable que no lo hicieran a partir de la mediación de una organización de tipo burocrática como el partido político. Así, esto abre el camino a una noción de clase más amplia pero también a la idea de que lo político no necesariamente se encuentra mediado institucionalmente y que la transformación social no se termina con la «toma» del poder del Estado capitalista. Entre otras cosas porque el poder del capital para Poulantzas ya no se encuentra solamente ubicado en el Estado capitalista sino además también en el conjunto de instituciones que componen la formación social capitalista.
Lo que aparece en Estado, poder y socialismo de un modo más cabal que en sus textos previos, es que si bien se reconoce que hay una estrategia política que va más allá de lo «partidario», esto por otro lado no supone dejar de lado la posible participación y disputa -por parte de los grupos subalternos- al «interior» del «sistema político». Tenemos aquí por parte de Poulantzas una diferencia con aquellas posiciones que niegan cualquier posibilidad de disputa política emancipatoria «interna» al «sistema», situándola siempre en la crítica que -por ejemplo para el caso de los movimientos sociales- se hiciera solamente desde fuera del mismo. Esto supuso una serie de críticas que se le realizaron a Poulantzas, como así también a ciertas interpretaciones del Gramsci de «Los cuadernos», donde se observaban posibles consecuencias reformistas.
¿En qué sentido? En el de postular que es posible a partir de las acciones de los sujetos, de las clases subalternas, a partir de la disputa de clases, transformar las instituciones de una determinada formación social capitalista, incluyendo entre ellas al Estado capitalista. Esto podría desprenderse de una definición teórica del Estado capitalista como una relación social que funge como «condensación de relaciones de fuerza» al interior del modo de producción en su conjunto.
A esta crítica podría sumársele otra correspondiente a la potencialidad de transformación política de la teoría de Poulantzas. Esta tiene que ver con la noción de «totalidad» presente en la concepción marxista. Si bien el marxismo reconoce la existencia de distintas instancias mediadoras del funcionamiento social, lo cierto es que esas instancias para esta teoría se encuentran articuladas en torno a una visión totalizadora. En cierto modo, en el marxismo esa idea de «totalidad» se vincula desde un punto de vista materialista con la noción hegeliana de «totalidad», posición que el estructuralismo marxista rechaza por considerarla idealista».[10] El problema teórico de rechazar la noción de «totalidad» implica en el estructuralismo marxista una comprensión de las formaciones sociales separadas en diferentes «regiones», suponiendo el funcionamiento articulado de estas pero a su vez afirmando por otro lado cierta «autonomía relativa» de las mismas.
El problema, sostienen los críticos, es que si se pierde de vista esa noción totalizadora del funcionamiento social, entonces la crítica social no puede darse en un sentido radical al conjunto de la sociedad capitalista, se pierde potencial emancipatorio y se cae en el reformismo propio de las visiones «politicistas puras» o «economicistas puras».[11]
Ahora, si bien deben asumirse los problemas teóricos que tiene la visión de Poulantzas, nuestra pregunta más bien tiene ver con las posibilidades de recuperar esta teoría en nuestros días. ¿Es todavía útil?
Podría decirse que sí, por ejemplo para intentar explicar en la actualidad la conformación de los «bloques dominantes de poder», utilizando conceptos poulantzianos como los de «fracciones de clase», «fracciones burguesas», etc.[12] Pero hay además otra que refiere a la posibilidad de pensar en la actualidad una estrategia política que nos permita salir de esa dicotomía entre «estatalismo» y «anti-estatalismo», «socialdemocracia» y «estalinismo», «reforma» o «revolución», «movimientismo» o «partidismo».[13]
Si asumimos la última definición de Estado de Poulantzas, aquella que lo categoriza como «condensación de relaciones de fuerza», veremos entonces que el poder del capital no es estático sino dinámico (aunque sea estructural), por lo que la transformación de las sociedades capitalistas no puede darse únicamente con la «toma» del «poder del Estado» para transformar o destruir los aparatos del Estado capitalista sino en términos de una «transformación total» de la sociedad, una «revolución total» que comprenda a la «base» y la «superestructura», al conjunto del «bloque histórico». Pero, si se entiende que el poder del capital es dinámico y por ello invade el conjunto de las esferas sociales, entonces la lucha contra ese poder del capital sería sólo posible en la medida que también ella se extendiese a todos los ámbitos de la sociedad.
Esto es importante, porque supone una interpretación de un nuevo contexto social donde la lucha contra el poder del capital no parte sólo y necesariamente de la clase obrera y de la esfera de la reproducción social, sino que también incluye a todo un conjunto de movimientos sociales.
Ahora bien, esto no supone que la disputa solamente pueda darse «externamente» al ámbito institucional establecido, porque el poder también se sitúa dentro de ese mismo ámbito institucional. Si pensamos dinámicamente, la lucha contra el poder del capital debe darse al interior de las instituciones pero también en el exterior de las mismas; concretamente, deberá darse dentro del «sistema político» como también por fuera del mismo, buscando los flancos débiles de un «sistema» totalizador que se ha vuelto burocrático y por momentos carente de legitimidad.
Si pensamos dinámicamente, esto no debería necesariamente suponer una estrategia reformista. Ya que si el poder «se mueve», también deberá hacerlo cualquier disputa en contra de ese poder, pero eso dependerá del análisis de la situación concreta, de la caracterización del momento político en el que hay que actuar de un modo o de otro.
Por esto es que nos resulta útil retomar el pensamiento político de Poulantzas en nuestros días, para tratar de pensar una estrategia política que no sea necesariamente excluyente, que no nos deje en esa dicotomía por momentos improductiva respecto de una estrategia que se plantea «desde fuera» o «desde dentro» del funcionamiento de la formación social capitalista. Luego del fracaso estalinista, no alcanza con la teoría del «doble poder», tampoco con las -cada vez más derechizadas- estrategias socialdemócratas de «ocupar espacios» dentro del sistema político burgués.
La teoría de Poulantzas nos sirve para pensar que ambos fracasos se deben a la movilidad del poder del capital, a esa movilidad que implica que el poder siempre pueda «situarnos» y «moldearnos» y que, por el contrario, a nosotros nos sea difícil poder situarlo a él. Es en ese sentido que hoy la izquierda debe adoptar entonces una estrategia múltiple contra el poder del capital, golpeándolo por momentos desde dentro y por momentos desde fuera. Discutiendo y contraponiendo al accionar del Estado capitalista fuera y dentro de él, buscando jaquearlo por todos lados. Una tarea por supuesto no demasiado fácil, pero no por ello imposible, si es que seguimos pensando que las estrategias políticas derivadas del análisis teórico para el marxismo siempre suponen la búsqueda inapelable de la praxis transformadora.
* Docente de las carreras de Ciencias de la Comunicación y Ciencia Política de la Universidad de Buenos Aires. Colaborador de Herramienta.
[1] La crítica de Bensaïd puede ser consultada en http://www.herramienta.com.ar/modules.php?op=modload&name=News&file=article&sid=298.
[2] Ver respecto L. Althusser y E. Balibar, Para leer El Capital, México, Siglo XXI, 2000, pp. 3-4.
[3] Discusiones que alcanzaron al «existencialismo sartreano» pero también a aquellas corrientes marxistas consideradas «subjetivistas» o bien «historicistas» en las cuáles eran ubicados autores como Korsch o Lukács.
[4] N. Poulantzas, Poder político y clases sociales en el Estado capitalista, Buenos Aires, Siglo XXI, 1998, pp. 42-44.
[5] Puede encontrarse una sistematización de esa discusión en Ernesto Laclau, «Teorías marxistas del Estado: debates y perspectivas», en Norbert Lechner, comp., Estado y Política en América Latina, México, Siglo XXI, 1985; y desde una perspectiva más afortunada, Atilio Borón, «Estadolatría y teorías Estadocéntricas», en Estado, capitalismo y democracia en América Latina, Buenos Aires, CLACSO, 2003.
[6] Ese debate se encuentra compilado en castellano. Horacio Tarcus, comp., Debates sobre el Estado capitalista, Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 1991.
[7] Ver al respecto H. Tarcus, ob. cit. ; León Olivé, Estado, legitimación y crisis, México, Siglo XXI, 1985.
[8] N. Poulantzas, Las clases sociales en el capitalismo actual, México, Siglo XXI, 1998, pp. 16-17.
[9] N. Poulantzas, Estado, poder y socialismo, Buenos Aires, Siglo XXI, 1986 (último apartado «Hacia un socialismo democrático», p. 305).
[10] Ver al respecto Althusser y Balibar, ob. cit.
[11] Algunos consideran que esto estaría en la base de pensar «lo político» y «lo económico» como ámbitos separados. También que esa misma postura se sostiene en una interpretación neoricardiana o -paradójicamente- directamente neokeynesiana del funcionamiento de la teoría marxista del valor en las sociedades capitalistas contemporáneas, ya que postularía que la explotación capitalista -y por ende la «salida» de la misma- no se genera en una «ley» propia del capitalismo o en una «lógica» del capital sino en las propias políticas estatales «autónomas». Ver Rolando Astarita, «Sobre Estado y relaciones sociales», en Realidad Económica, nº 212, mayo-junio de 2005, y del mismo autor, Valor, mercado mundial y globalización, Buenos Aires, Ediciones Cooperativas, 2004.
[12] Algunos autores siguieron utilizando la noción de «fracciones de clase» para establecer vínculos analíticos entre la existencia de distintas «fracciones de capital» en el ámbito de la «economía» y su expresión en el campo de lo político-partidario. Este tipo de perspectivas, deudoras en cierto modo del análisis poulantziano, fueron sobre todo fructíferas para investigar la constitución de los sectores dominantes y los «bloques en el poder» en distintos países. Ver al respecto el libro de Eduardo Basualdo y Enrique Arceo, Neoliberalismo y sectores dominantes. Tendencias globales y experiencias nacionales, Buenos Aires, CLACSO, 2006, y especialmente Armando Boito, A burguesia no Governo Lula, Buenos Aires, CLACSO, 2006.
[13] No es este el único uso posible hoy de la teoría de Poulantzas. Existen por supuesto otros, como por ejemplo, Ulrich Brand, Social Forces and Political Institutions in the International State . A Neo-Poulantzian Approach to ‘The International’ Today, Frankfurt , agosto de 2006, mimeo.