Preámbulo El dilema nos hace elegir entre dos puntos u objetos o situaciones aparentemente incompatibles. No hay relación, mucho menos posibilidad de fusión, los elementos están en orillas opuestas y situaciones irreconciliables. La «o» de la disyunción no concilia con la «y» de la distinción y la relación. Elegir lo uno y lo otro no […]
Preámbulo
El dilema nos hace elegir entre dos puntos u objetos o situaciones aparentemente incompatibles. No hay relación, mucho menos posibilidad de fusión, los elementos están en orillas opuestas y situaciones irreconciliables. La «o» de la disyunción no concilia con la «y» de la distinción y la relación. Elegir lo uno y lo otro no es racional, ni ético, ni posible, se piensa. La «y» no cabe en la lógica de la razón disyuntiva: no hay una guerra que sea paz ni una paz que sea compatible con la guerra. La muerte no es la vida y no se vive cuando se muere. El planteamiento ético recurre sistemáticamente a los dilemas: o eliges a tu amigo y no lo despides de su trabajo para que tú obtengas menos ganancias, o eliges las ganancias y no tienes amigos. No es posible ser amigo del enemigo, ni amar a quien se odia. El odio no es amor. La economía no se hace con amor al prójimo. No te golpeo porque te amo tanto.
La elección del dilema es presentada dentro de una tipología determinada por los opuestos, la diferencia y lo real:
El dilema de los opuestos: debemos elegir entre dos elementos contrarios, la mentira o la verdad, el bien o el mal, la noche o el día. No se pueden elegir los dos elementos a la vez, porque no hay simultaneidad pero si puede existir sucesión. Escogemos el uno y dejamos el otro elemento para otro momento. Un tiempo para la guerra y otro tiempo para la paz. No los dos a la vez, por imposibilidad epistémica y obstáculo ético, si uno después de otro, por conveniencia.
El sujeto de este dilema no vive supuestamente ninguna coacción para la elección. En sus manos está la elección de uno o de otro. Dicho sujeto vive en la ilusión del ideal que es común a la presentación de los opuestos. El maniqueísmo es una consecuencia de la ilusión del ideal: o estás conmigo o estás contra mí, o combates el terrorismo o eres uno de sus benefactores. No hay término medio.
Los dos elementos del dilema son como el agua y aceite. El ambiente no va de la mano con el desarrollo, los derechos colectivos son opuestos a los derechos individuales, las revoluciones no son reformas y la economía no puede ser social. Al final, o queremos desarrollo sin ambiente, o un ambiente sin desarrollo, o reformas sin revolución, o revolución que lleve a la destrucción de todo lo anterior, o derechos individuales como el trabajo sin derechos colectivos como la negación de las naciones amazónicas a la minería, o una economía basada en el capital y sin inclinación por lo social o una preocupación social y política sin economía.
El énfasis en el dilema de los opuestos es muy común al discurso de la política pero no a su accionar. El discurso está lleno de dogmatismos como una estrategia común del poder. Pareciera que tal tipo de discurso envuelto en el dilema de los opuestos es una apariencia inducida por el tipo del lenguaje utilizado que confunde los sonidos emitidos con los actos realizados. La política se presenta en el dilema y se negocia en su acomodación circunstancial.
El dilema de la diferencia: la elección se da entre elementos no opuestos pero distintos. Nunca es lo mismo un indígena que un afro-ecuatoriano, una mujer que un hombre, un hetero-sexual que un homosexual. La tendencia puede ser la oposición, sin embargo su estatuto es la diferencia. Un hombre militar puede considerar que una mujer oficial es débil o sentimental, es decir, no apta o inferior en la vida militar, difícilmente admite la diferencia como un dato. Al no ser lo opuesto, es lo otro lo afirmado y lo otro no es lo mismo y menos lo inferior o superior.
El dilema de la diferencia sugiere la distinción y exige la igualdad sin homogeneidad. No confundir porque cuando decimos hombres no caben las mujeres, ni cuando decimos ecuatorianos estamos incluyendo a los indígenas, ni cuando decimos ciudadanos ingresan los pueblos, ni cuando decimos todos nos referimos a todos.
Distinguimos para no invisibilizar e igualamos para afirmar los derechos a ser diferentes con derechos como diferentes, pero iguales como personas. La igualdad de la diferencia no es igual a la igualdad de las oportunidades. La primera es emancipadora y la segunda es liberal, es decir, deja intacto el sistema-mundo. Por ejemplo, un indígena Shuar no quiere ser igual a un mestizo urbano ni está interesado en que los urbanos sean como el pueblo Shuar, pero si le interesa la igualdad; por el contrario, los mestizos en general queremos la igualdad de ellos con nosotros, creemos que no puede ser posible que ellos no quieran ser como nosotros, en consecuencia la pregunta que ellos se hacen es: ¿cómo hacer para que los pueblos y naciones indígenas reciban «los beneficios» del desarrollo? No podemos entender, como decía una persona de un Ministerio público, que los indígenas no agradezcan tener una casa de concreto cuando ellos todavía viven en sus chozas.
El dilema entre diferentes suele aparecer esencializado y disputar la pregunta sobre quién. Para un heterosexual es imposible hacer políticas para el mundo homosexual. Los indígenas tienen que conducir sus propias instituciones y no otros no-indígenas. Las mujeres tienen en sus cabezas cosas muy distintas a los hombres. Sin embargo la esencialidad acontece en una situación en que los Gay, los indígenas, las mujeres y los afros son considerados esencialmente inferiores. La esencialidad crea brechas las cuales en algunos momentos, aparecen insuperables a la manera de la irreductibilidad del otro de Levinas.
El dilema de las diferencias está vinculado con las políticas correctas antidiscriminatorias y del respeto. Las instituciones, organizaciones y personas que están en los proyectos, los programas, la formulación de las políticas son quienes más están confrontados con el dilema de las diferencias, a veces esencializados, otras veces colocando puentes artificiales entre los elementos diferentes, otras veces igualando sin diferencias y algunas otras diferenciando con la igualdad de la filosofía liberal y el mundo capitalista, pero muy pocas veces en la diferencia de los derechos sin oposiciones.
El dilema de lo real: éste es un dilema entre lo malo y lo menos malo. No hay elección en la vida entre la verdad y la mentira o entre el bien y el mal, es decir, no existe elección entre los opuestos. Los opuestos son una cortina de humo utilizada en el ejercicio del poder. El dilema de lo real nos recuerda que el dilema de la diferencia no es moral. No es porque una mujer sea mejor que un hombre que podemos elegir por ella. No es porque un indígena sea mejor que un mestizo que elegimos por él. El dilema de lo real desplaza la centralidad moral del bien y del mal.
La vida nos pone a elegir no entre opuestos de la teoría sino entre lo que se nos ofrece o impone y esto no es ideal, es real, es decir, es entre lo malo y lo menos malo. Así tener que elegir entre un candidato u otro está inscrito dentro de una situación trágica. Elegimos entre uno de los dos porque no tenemos opción. Elegir es no tener opción. La democracia es elegir a alguien porque no tenemos una opción distinta.
Las elecciones verdaderas están fuera de nosotros, ya han sido tomadas, nosotros elegimos entro lo que ya ha sido elegido. Elegir lo elegido es también elegir pero de una forma muy relativa. No podemos elegir entre la verdad y la mentira porque la verdad es una ficción y la mentira una imposibilidad ontológica. No elegimos entre el bien y el mal porque el mal se mezcla con el bien; siempre elegimos las dos cosas a la vez. Cuando tenemos el control de la TV, elegimos lo que nos ofrece la TV. Quizás la única elección real es elegir no ver TV. Por lo tanto la negatividad es la elección auténtica. Elegir es no elegir. Sin embargo socialmente, todo está dado para vivir en la ilusión de la elección. Elegimos una carrera universitaria pero dentro de un mundo con una determinada orientación. Estamos eligiendo dentro de algo que no hemos elegido, es decir, la elección es un imperativo dentro de un mundo en que no podemos decidir sobre lo más importante.
El sujeto del dilema real es existencial. El sujeto que hace la política, las leyes, los proyectos, quién vive en el día a día, es quien recurre al dilema real. Siempre tenemos que elegir bajo este tipo de circunstancias, elegir lo inevitable para que lo trágico no nos aplaste.
Los tres tipos de dilema, -la oposición, la diferencia y lo real-, se evidencian en tres grandes dilemas conceptuales y conflictivos que atraviesan las luchas políticas actuales: derecha o izquierda; eficacia o participación y neoliberalismo o socialismo.
El dilema de la derecha o la izquierda y la necesidad de resignificar la política
¿Qué es ser de izquierda? ¿Qué es ser de derecha? La distribución está dada. Los unos son los malos y los otros son los buenos, depende de cuál lado estés, los unos saben de política y los otros de economía; los unos se comprometen con lo social y los otros con las transnacionales; los unos arriesgan su vida, los otros no les importa aplastar la vida de los otros. En efecto, siempre los vemos así, porque creemos que así son realmente, la realidad confirma lo que pensamos desde antes. Un izquierdista empresario es un traidor y un economista social es una blasfemia.
En el mundo de la Realpolitik el dilema entre izquierda o derecha sirve para medir lealtades y acercar y alejar máscaras. A muchos que nos creemos de izquierda se nos ha cuestionado en algún momento si queremos favorecer a la derecha con nuestros análisis o críticas demasiado radicales a la izquierda en el poder. Un izquierdista leal y abstracto no puede ser crítico con la izquierda real. Estamos convencidos de estar en la izquierda porque hemos estado al lado de indígenas, extranjeros, afro-ecuatorianos, mujeres, gblt, obreros, campesinos, es decir, al lado de la defensa de los derechos de grupos que a la derecha solo importa si son mercado cautivo. Creemos que la derecha tiene una incapacidad antropológica o un obstáculo ontológico para comprometerse con el mundo de los derechos. Sin embargo nos damos cuenta que el ser de izquierda no es garantía para la implementación de los derechos colectivos. La preocupación económica que tiene la izquierda en el poder nos lleva a la sospecha sobre la autenticidad de dicha izquierda. Uno cree que ellos son de alguna parte de la izquierda por su discurso. Sin embargo, las hojas de vida no importan pues a pesar de indicar alguna trayectoria en algún momento, no son fiables. Muchos vienen de movimientos sociales pero en el poder se comportan de igual manera o peor que un empresario o un hacendado.
El dilema de la izquierda y la derecha es operativo en el ejercicio del poder. En décadas anteriores quienes se oponían al sistema eran comunistas, hoy son neoliberales. La oposición queda atrapada en el dilema. Los empresarios, los medios de comunicación y los indígenas, todos los que se oponen, son considerados personas de derecha queriendo reconquistar sus antiguos privilegios. Ellos, los que condenan, pueden creerse de izquierda sin saber que son de derecha. La izquierda que crítica la supuesta izquierda en el poder, no quiere renunciar a sus viejos privilegios concedidos por el Neoliberalismo, se piensa. La derecha que crítica a la supuesta izquierda es conspiradora, se dice. Francois Houtard me decía en una ocasión que la crítica al gobierno de la Revolución Ciudadana era importante siempre y cuando no fuera tan radical para no hacerle el juego a la derecha. ¿Qué es una crítica poco radical que no le haga el juego a la derecha?, cuando el gobierno termina por creer, desde una posición paranoica, que cualquier crítica da ventajas a su opositor. Pareciera que el abandono de la radicalidad es la consagración de la vía descafeinada que adquiere la supuesta revolución.
¿Qué es ser o estar en la izquierda? Esta es la pregunta aplazada ante la inminencia de los resultados. Parece importar menos la ideología para la actual izquierda. Bajo el pretexto de no perderse en dogmatismos, los discursos y las posturas son bastante contradictorias y light en coherencia y correspondencia. Internamente se tienen posturas de derecha. En cierto modo, muchos de los sueños de la derecha se están cumpliendo pero desde una práctica de izquierda. Externamente no hay una posición definida, en unas ocasiones tomamos una postura crítica, en otras una postura diplomática, todo depende de los beneficios que se quieran obtener.
La izquierda en el poder y la derecha en los negocios se encuentran en el anti-intelectualismo. Cualquier discusión sobre un tema conflictivo es tildada de académica, por consiguiente narcisista e innecesaria, en consecuencia se suplanta la reflexión con la propaganda. Los slogans abundan en las conversaciones y condenas. Las discusiones se hacen entre la repetición de órdenes y la sordera frente a los argumentos. El hacer se coloca sobre el pensar. Más importante que el pensar es el hacer, o se cree, el hacer es la mejor forma de pensar. No tenemos porque criticar el hacer, solo se crítica el pensar, en consecuencia, basta con mostrar o aparentar que hacemos.
El diálogo en el poder de la izquierda o la derecha solo es un instrumento para convencer al adversario de las bondades de nuestros programas o detener el conflicto pues no es más que un arma estratégica. Se obliga a dialogar cuando los efectos son inevitables. En efecto, no puede existir un diálogo antes de una medida tomada.
¿Qué sucede en el dilema de la izquierda y la derecha con el dilema de los opuestos, las diferencias y lo real?
El dilema de los opuestos es funcional para el discurso y la práctica pero en sentido inverso. El discurso normal del dilema es de confrontación entre amigos y enemigos, socialistas y capitalistas, albañiles de la institución y terroristas del Estado. Para el dilema de confrontación no existe el tercero excluido. Quien no se pronuncia es un enemigo. El neutral es un hipócrita. Regularmente el gobernante señala a los enemigos. En efecto, si no hay un enemigo, tiene que ser inventado. Si el enemigo existe lo importante es debilitarlo o eliminarlo con la ayuda de la comunicación y el corte de cualquier fuente de financiación. Se puede mostrar un enemigo fuerte de lo débil. La única prohibición es que no exista enemigo. El fantasma adquiere una realidad aterradora de acuerdo a los discursos. El ejercicio de la política es efectivo por el énfasis en la perversidad y la maldad del enemigo. Sin embargo, en la práctica, los enemigos pueden ser aliados, colegas, cooperantes, compañeros de negocios, lo cual demuestra que lo primero era también una forma de actuar. Luego, la confrontación con el enemigo señala la fuerza no solo de la confrontación sino también de la negociación.
Para el dilema de los opuestos la confesión es dogmática y la práctica es flexible: se supone que éste no es un gobierno de derecha, porque no viola los derechos humanos, se preocupa por una economía social, sus aliados son los gobiernos progresistas y distribuye la riqueza, entre otras políticas. Su enemigo es la derecha y el Neolibealismo pero no el Capitalismo. Sin embargo en su práctica suele violar los derechos colectivos e individuales y recrea un neocolonialismo ideológicamente ilustrado.
La oposición entre izquierda y derecha es señalada en dos direcciones: una, es la dirección de los que siempre gobernaron, otra es la de aquellos que abandonaron el barco de la lucha. Los primeros hablan desde los intereses y los segundos desde el resentimiento. ¿A quién temerle más? En realidad, a los que se busca destruir son a los segundos porque conocen desde adentro, pueden levantar las máscaras y señalar las debilidades.
Si el discurso en el dilema es dogmático, la práctica es flexible porque la perspectiva es económica. La prohibición del discurso es suplantada por la práctica legal de la regulación. El grado es llamativo: no se prohíbe, se regula; no se regula, se controla; no se controla, se flexibiliza; y cuando se flexibiliza volvemos al punto de partida del Neoliberalismo.
El dilema de los opuestos para la disyunción entre la izquierda y la derecha es la formula correcta para que la nueva izquierda sea lo más parecido a la derecha y la vieja izquierda este más alejada de la nueva derecha-izquierda. El acercamiento sucede bajo la forma de una justificación constante. No hay opción desde un tipo de conciencia colectiva, podemos perdonar que la izquierda no tenga un proyecto político, pero es imperdonable que no tenga un proyecto económico, así se pasa de largo la radicalidad del dilema de los opuestos.
Si el dilema de las oposiciones hace parte del show mediático, el dilema de la diferencia no logra ingresar en la discusión debido al enfoque pragmático de la nueva izquierda. Ser mujer, gay, discapacitado, indígena, afro-ecuatoriano o montubio es un accidente incapaz de marcar especificidades institucionales. La unidad sobre todo, las generalidades por encima de las especificidades. La pobreza y la riqueza en cierta forma nos hacen iguales porque las diferenciaciones de las clases sociales son el vector que dirige a la política revolucionaria. El Neoliberalismo es el demonio maligno, la Patriarcalidad es simplemente una referencia, el Colonialismo es un discurso político que nos identifica estratégicamente con el opositor y el racismo es un hecho contestable por decreto. La lucha contra el Neoliberalismo nos daría la apertura soñada: las mujeres pueden estar felices, los afro-ecuatorianos alcanzaron el cielo, los montubios han obtenido la llave del paraíso, los gays pueden salir del closet y los indígenas alcanzaron el Sumak Kawsay. La lucha contra la Patriarcalidad se conseguiría con la transversalización de género, el Anticolonialismo se cura con las autoridades únicas, los afro-ecuatorianos pueden cambiar con presupuesto para ejecutar por algunos blancos que viven muy bien en las ciudades, a los montubios se les permite los beneficios del desarrollo y los gays tienen derechos por leyes antidiscriminatorias.
Las políticas de las diferencias pueden ser diversas pero las instituciones y los institutores son los mismos para todos y todas. En efecto, la universalidad del mandatario es incuestionable. La importancia se ubica en la confesión política y la confesión política está gobernada por discursos generales: todos somos todos y la patria es una.
Las diferencias están atravesadas por la negación. Sus enunciados se mantienen dentro de una ética del mal: no discriminar, no hacer daño, no ser racista, no ser machista. El ejercicio de los derechos se inscribe en no violar los derechos, de este modo se cree indirectamente que ya vivimos en un estado ideal.
Las diferencias se subordinan a la homogeneidad del imaginario de la Revolución Ciudadana. Las diferencias no existen porque la patria ya es de todos. Las diferencias se diluyen en el «todos» de los «revolucionarios». Por tal motivo, los modelos institucionales se fabrican en serie y bajo la perspectiva de unificación. Los mecanismos son los mismos, se dice en las matrices. Se une aquello que nunca es diferenciado, simplemente es particularizado. En breve, un estado diferenciado traería consecuencias catastróficas para el pragmatismo y la eficacia con la que se quiere gobernar.
Las distinciones existen para las oposiciones pero no para las diferencias. Todos somos, no importa que antes no fuéramos. Un montubio puede ejercer la igualdad con una mujer, un gay con un discapacitado, una mujer con un indígena. La institucionalidad pasa por encima de la antropología y la historia. Tenemos derechos sin distinción, sin embargo solo pueden ser reconocidos dentro de la tribunalización de la sociedad y la legalización de la institucionalidad.
Por último, el dilema de lo real. ¿Qué tan real es que la izquierda sea izquierda? Lo real más bien nos señala la derechización de la izquierda, porque la derecha siempre ha sido autoritaria, ha erigido gobiernos sin movimientos sociales, ha dejado lo estructural intacto y no ha roto con el colonialismo del poder, la política y la economía. Estas características siguen vigentes en algo que aparentemente se presentó como nuevo y radical. Al final el enemigo de la izquierda no fue la derecha sino la izquierda misma. ¿Por qué? El modelo de desarrollo para la derecha o la izquierda fue el mismo: extractivista, lineal y depredador. No cambio el modelo para ninguno de los dos. La derecha basó el desarrollo en la acumulación, la izquierda en un desarrollo supuestamente vinculado con una mejor repartición de la riqueza traducida en bonos con los cuales se renuncia al cambio estructural.
El dilema actual de la eficacia o la participación o el conflicto entre administradores y políticos
Si para la eficacia el mayor enemigo es la participación, para la participación el mayor enemigo es el autoritarismo. La eficacia está centrada en el resultado, la participación gira en torno al proceso. La eficacia no tiene elección porque se deja invadir por el apresuramiento, en cambio la participación se deja guiar por la paciencia. Para la eficacia la acción es hacer, para la participación la acción es pensar. La eficacia requiere de pocos, la participación requiere de casi todos. Mientras la eficacia es discrecional, la participación es abierta.
La eficacia reduce lo político a la planificación, la participación hace de la planificación un acto político. La planificación se sustenta en un tipo de eficacia económica y es parecida a una película porno porque esconde la reflexión sobre los juegos de poder que suceden tras los tres mandatos: coordinación, transversalización y articulación, así como el film porno no deja traslucir la violencia o si lo hace es dentro de la prioridad del placer. Mientras la eficacia de la participación está basada en la garantía de los derechos individuales y colectivos, la eficacia de la economía naufraga en el acceso a los bonos. La justificación de la eficacia para los planificadores nace en la insuficiencia del desarrollo. En sentido estricto la eficacia de la participación es contra un modelo desarrollo vertical, universal, extractivo, sus efectos, sus causas y sus ilusiones. La eficacia económica crítica el mal uso de los fondos para el desarrollo. La eficacia de la participación crítica el desarrollo, la pobreza de sus concepciones, el subdesarrollo de sus fines y la destrucción que se genera con su siempre relativo éxito.
Se cree: debemos ser eficaces porque la ayuda para el desarrollo no ha sido efectiva. La preocupación está dada por el despilfarro de los recursos económicos. Ser eficaces es ser responsables de cada dólar que se invierte en ayuda para el desarrollo. La eficacia esta al servicio del capital. En consecuencia, y siguiendo las líneas de los organismos multilaterales, -ellos dicen que la corrupción es la consecuencia del subdesarrollo por lo tanto necesitamos de ética y desarrollo-, en América latina no hemos tenido desarrollo porque los dineros destinados no han cumplido el rol bien intencionado, se han perdido, malgastado por diversos factores. El problema no lo tiene el ladrón sino el administrador y sobre todo el administrado. Ante tal situación, la propuesta es gerencial y no política. Saber qué hacer con la ayuda financiera, con los préstamos, sin preguntarnos sobre sus intereses, las agendas ocultas o las condiciones en las que dichos préstamos fueron o están siendo realizados, es una consecuencia directa de plantear el problema desde la eficacia.
La eficacia es la solución venida de la mentalidad tecnocrática de la planificación, la cual gira en torno al desarrollo. Si bien, los montos de la ayuda internacional han disminuido para Latinoamérica, la gran solución sigue siendo pasar de la eficacia de la ayuda a la eficacia del desarrollo. ¿Qué significa dicho paso? La eficacia para el desarrollo supone para sus apologetas cinco líneas de acción de acuerdo a la Declaración de Paris del 2005:
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Los actores decisores no están en los organismos internacionales sino en los países en desarrollo. Ellos son los que lideran los procesos.
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No se dará ayuda para algo diferente a un plan nacional del desarrollo.
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Debe existir una alineación por parte de los países donantes.
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La estrategia de la eficacia insiste en la gestión por resultados.
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Por último, la eficacia se entenderá es una mutua responsabilidad sobre los resultados y la rendición de cuentas.
Luego, las características de la eficacia son:
La eficacia implica un cambio en la comprensión del liderazgo, de políticos retóricos a administradores eficaces. Los que antes conducían son los responsables, se suele pensar. El diagnostico no es sistémico. Acabemos las formas irresponsables, es el lema. La primera consecuencia es intentar tomar distancia con una forma de hacer política clientelar. Se está seguro que los movimientos y organizaciones fortalecieron un liderazgo político y social clientelar y corrupto. La mirada es interna y reduccionista. Ellos fueron ineficaces. El problema estuvo en la política, por eso el puesto es tomado por administradores que se piensan apolíticos.
La izquierda nunca supo qué hacer, pues solo tenía claro qué no se debía hacer. Ella condenó a la economía, ciencia que suplanta a la política. Sin embargo: ¿Qué tan cierto es que los nuevos sujetos no son políticos? ¿Puede la propuesta ser esencialmente técnica? ¿Qué países donantes no intervendrán unilateralmente en la ayuda? La suplantación de la economía por la política es la mayor de las ideologías. Las propuestas técnicas defienden una postura política. En sentido estricto, las ciencias enseñadas en las universidades construyen una visión de mundo acrítica, injusta y oportunista, a la cual llaman adaptativa justa y competitiva.
En el campo de la Cooperación Internacional, nadie da dinero sin condiciones, pues nada tiene más interés que el dinero. La mejor forma de intervenir es convirtiendo a los gobiernos receptores en ventrílocuos de los ODM. Los nuevos gerentes de la administración pública están convencidos de hablar por sí mismos, cuando en realidad se convierten en portavoces del Capitalismo. En consecuencia el actor enjuiciado será el Estado y no los organismos bilaterales o multilaterales. Los pobres son los causantes de su pobreza, los ladrones lo son por sí y en sí. La moral es la nueva Teoría Crítica. Si los ODM no se cumplen, no será responsabilidad de la Cooperación Internacional pues ella adquiere el rostro de un Banco humanitario y para el desarrollo ofrecido por los «poderosos generosos». En efecto, la mejor manera de manipular a un Estado pobre es haciéndole creer que él es el centro y que los poderosos sólo están allí para ayudar un poco.
En consecuencia, el discurso político ahora nos viene en matrices. La gran promesa es el mercado. Los sueños se transforman en cemento y asfalto. Al final todo se detiene en pan regalado homologado a la libertad. La política se mide por números. El espejo de la eficacia es la estadística. Los resultados se equiparan a los sueños y los sueños se confunden con el deseo.
No hay eficacia sin desarrollo. La eficacia es el desvío a la pregunta por el desarrollo. Decimos eficacia cuando no queremos preguntar más. La eficacia es el mandato para los que se sienten y se piensan subdesarrollados. Ellos construyen sus objetivos nacionales, convencidos de ser soberanos, sin embargo, no hay ayuda si dichos objetivos no son congruentes con los objetivos del milenio. El desarrollo no es invento de los países pobres es la imposición colonial de los países poderosos.
Ningún objetivo de desarrollo puede ser validado si una determinada nacionalidad o pueblo renuncia al desarrollo. La eficacia es la palabra mágica para el desarrollo. Así, el desarrollo sigue siendo el acto impositivo que justifica la ayuda internacional. Ellos nos ayudan a desarrollarnos y nos abandonarían si no queremos o no podemos desarrollarnos, es decir, consumir sus objetos y productos. Además, ¿cuánto reciben los países «benefactores» por cada dólar que invierten en ayuda? ¿Es en realidad la ayuda internacional un acto de filantropía de países ricos muy preocupados por la pobreza de casi todos?
La eficacia de la homogeneidad. La eficacia implica la desaparición de la diferencia en la unidad. Un montubio se diferencia antropológicamente de un indígena pero la eficacia conlleva a que la institución sea la misma para los dos, luego, las políticas son iguales, en consecuencia, ninguno de ellos pueden formular sus propias políticas para no destruir la eficacia de la maquinaria estatal. Así, un problema político es abordado por una solución administrativa. En el plano internacional los donantes deben estar de acuerdo en los campos de ayuda. La homogeneidad es lo común. La pluralidad no es nada eficaz. Una misma propuesta, una sola coordinación, un mismo objetivo. Todos saben lo que necesitan los pobres, con excepción de los pobres mismos. Un pueblo indígena fuera de la bondad del desarrollo está errado, es el nuevo terrorista. En efecto, la igualdad no puede tener un rostro distinto a las oportunidades.
La eficacia de los resultados. No importan los procesos, queremos resultados. No puede existir un buen proceso sin resultados, pero bastarían los resultados sin procesos. La relevancia de los resultados cuantifica el mundo de la vida. Los números son los argumentos infalibles. Un número no se equivoca. Queremos personas eficaces, estados eficaces, ministerios eficaces, políticas eficaces, es decir, solo nos interesa aquello que se pueda medir, monitorear y modificar desde una computadora. La cuantificación se identifica con el hacer. Nos reunimos para comunicar lo que hacemos, es decir, para numerar las acciones. El pensar es un hacer numérico, de economistas que piensan en inversión e infraestructura. Los números piensan por ellos. El conflicto es contra quienes no confían en el hacer del economista, es decir contra los poetas y locos. La eficacia del número sostiene de manera indirecta la política pues ella nace en la imposibilidad de la matemática y la geometría. La política es desprestigiada ya que la participación nunca ha podido acceder a la eficacia.
La ética de la eficacia es la corresponsabilidad. No podía faltar la eficacia de la ética que suspende la política eficaz. Si bien el otro es quien supuestamente lidera, el donante es también corresponsable de lo que hace el otro. Levinas se actualiza: yo soy responsable de la responsabilidad del otro. El otro es responsable de las decisiones y yo soy corresponsable de los resultados. La Cooperación es corresponsable pero sin compromiso. Al gobierno le interesa el dinero de la cooperación, puede tener diferencias ideológicas pero al final, juntos se toman el champagne. No hay como dejar al subdesarrollado aislado. Estamos allí para «ayudarle» a extraer bien sus recursos, a negociar bien, a construir bien, a educarse bien. El bien es una consecuencia de su ciencia y la tecnología, no existe de forma aislada o como causa, por tal motivo jamás pueden ser éticos sus actos cuando el bien es un acto ilustrado. Rendir cuentas es la palabra clave de la ética pública. Demostrar que ese dólar que recibimos, fue invertido, sirvió para el desarrollo, es la mejor evasión de la culpabilidad entre la Cooperación y el Estado. La ética del capitalismo contemporáneo es la rendición de cuentas.
De esta forma, la eficacia es el concepto hegemónico contemporáneo. Le convencemos al otro que su pobreza es ineficaz, por eso tiene que decidir sobre lo decidido: el desarrollo. La libertad es atreverse a hacer, consumir y vivir como todos viven. La ayuda se alinea para exigir las mismas cosas, implantamos una metodología cuantitativa para que siga adelante el mundo pragmático de la globalización y por último, imponemos la ética del capital para asegurarnos que no existen desvíos de la eficacia. El mundo de la eficacia es el mundo de la economía. Dicho valor está colocado para maximizar la producción de bienes y servicios. Se es más eficaz en la medida que se pueden utilizar más bienes y servicios sin necesidad de recurrir a mayores gastos. Dicho valor está vinculado con el Keynesianismo y hace parte del Neoliberalismo. De esta manera las revoluciones contemporáneas están atravesadas esquizofrénicamente por discursos políticos independentistas y practicas eficaces de una economía neoliberal que niega la participación de los movimientos sociales.
Luego, el dilema de la eficacia y la participación ¿cómo se manifiesta en el dilema de los opuestos, el dilema de las diferencias y el dilema de lo real?
El dilema de los opuestos nos hace creer que la participación no es eficaz porque consultar, preguntar, dialogar es anti-eficaz. La democracia, es eficaz pues se vincula con el número. En sentido estricto, la eficacia es negación de la participación, sin embargo, al guiarse la democracia por el número, la eficacia es una obligación. El día que la democracia sea participativa, la eficacia será sepultada. De los partidos políticos emerge la tríada perfecta para competir por la eficacia: administradores, economistas y abogados, los cuales se juntan con los grandes estrategas del poder contemporáneo: los comunicadores. Si lo que falta es información, entonces lo que no puede faltar es comunicación para trabajar sobre los efectos de verdad renunciando a la verdad.
El mundo de la eficacia niega los espacios participativos. El esfuerzo máximo confunde intencionalmente la participación con la socialización. Todo lo participativo es sospechoso. La participación es un maquillaje para el economista eficaz. Los espacios mínimos de decisión se legitiman. La mayoría estamos allí para obedecer. El eficaz habita en la ceguera por eso no comprende que una eficacia sin participación es ineficaz.
En el dilema de las diferencias la participación es posible si va dirigida al culto de la unidad. La eficacia repite constantemente que todos somos iguales: la patria es de todos, el petróleo es de todos y la comunicación es de todos. Quieren hacernos sentir que las discriminaciones desaparecen por repetir un lema o aprobar una ley sin cambiar la economía. Los ciudadanos se igualan a los pueblos para decretar la inexistencia de los últimos. La eficacia replica el mecanismo institucional, porque aunque existan las diferencias uno mismo tiene que ser el actuar. Los eficaces planean primero y después abren sus brazos para que todos entren en sus objetivos de mercado. Las diferencias existen para el mercado pero dejan de existir para la institucionalidad y la política. La igualdad es lo mismo que la unidad. La diferencia es un proyecto de turismo, una celebración cultural, en fin, una parte del patrimonio. La diferencia no es sujeto, es objeto de la unidad. Al estar la eficacia en lo uno, las diferencias son un campo de cultivo de conflictos. Siendo diferentes todos deben ser lo mismo.
Por último, para el dilema de lo real la eficacia se hace lenta porque deja de lado el proceso histórico de las diferencias y político de las organizaciones. La institucionalidad eficaz opera descontextualizando las interrelaciones con las organizaciones y los pueblos. El economista eficaz demora mucho más al prescindir de la participación. Aunque la participación implique una mayor pérdida y una planificación más tortuosa, es la auténtica eficacia. La participación puede no pasar a la eficacia pero no por ello es inservible. En cierto modo, la participación no tiene porque ser eficaz mientras que la eficacia está obligada a ser participativa. Dicha asimetría hace parte de la perspectiva emancipadora.
El dilema del Neoliberalismo o el Socialismo y la imposibilidad de escapar del Capitalismo
Para el mundo capitalista y neoliberal no existe nada gratis, todo tiene un valor, el trabajo, la educación, la salud, los alimentos, la tierra, el agua, el aire, el ocio, la vida e incluso la muerte. El hecho de que todo tenga un valor no lleva a un mayor respeto por las cosas como pretendería el Capital o una teoría simple de los valores apologética de la propiedad privada, por el contrario sucede una mayor exclusión y explotación. En efecto, el valor del capital no preserva, más bien otorga un acceso ilimitado. Por tal motivo el valor de las mercancías es inversamente proporcional al valor de la vida. Fijar un precio a la vida disminuye su valor.
Con el Neoliberalismo la vida se devaluó, por eso nos da impresión que la guerra no tiene que ver con nosotros y los falsos positivos es solo una noticia más del entretenimiento. La expresión todo vale nos conduce a otra expresión: todo tiene un precio. El valor es un monto numérico. No hay nada imposible que el dinero no pueda comprar, por eso los sueños hoy dependen básicamente de tener o no tener, todo lo demás es pura retórica. Por tal motivo no es extraño descubrir que los sueños del Socialismo del siglo XXI solo son realizables por medio del Capitalismo, es decir de la riqueza producida por el trabajo y la explotación de la naturaleza.
Uno creería que la palabra gratis es suficiente para estar al otro lado del Capitalismo. Sin duda que la palabra gratis es un anatema para los Neoliberales. Los países socialistas han colocado la palabra gratis en dos de sus principales servicios: la educación y la salud. El derecho a la educación y el derecho a la salud no puede ser un lujo para el pueblo. Además decir gratis no es ofrecer un servicio de cualquier modo. La gratuidad implica lo mejor y para acceder a lo mejor no se requiere de la mediación del dinero. Sin embargo la gratuidad no es algo que nos coloque fuera del Capitalismo, aunque si tome distancia del Neoliberalismo.
¿Por qué la gratuidad no nos coloca fuera del Capitalismo? La razón fundamental la encontramos en el descubrimiento de Marx concerniente al valor de uso y el valor de cambio inscrita en los productos generados por el trabajo dentro de una economía capitalista. Así, el valor de la naturaleza depende del trabajo para obtener sus recursos.
El capitalista y el socialista, por requerir de un modelo de desarrollo extractivista, tienen relaciones conflictivas con los ecologistas y los indígenas, pero debido al valor de los objetos, ellos pueden colocar un precio para no explotar la naturaleza. Para ellos, el petróleo bajo tierra es un sin sentido. No obstante, a la naturaleza se puede respetar si le pagan por ello. El dinero es el límite del derecho. Luego, las luchas contra el capital se hacen con las mismas armas. De esta manera podemos entender que los derechos de la naturaleza de la constitución ecuatoriana son una estocada para el mundo capitalista, porque lesiona una de las dos leyes intrínsecas al desarrollo del capital: la explotación del hombre por el hombre y la explotación de la naturaleza ya que genera una ruptura en el valor de uso y el valor de cambio. Sin embargo, los derechos de la naturaleza tienen un precio. Al final, validamos el Capitalismo.
El valor de uso y el valor de cambio nos recuerdan que las cosas no valen por sí mismas. Que el agua no es solamente el agua, el vestido no es solamente el vestido, la naturaleza no es solo la naturaleza. Los objetos están más allá de las necesidades. Consumimos lo que deseamos y no solo aquello que necesitamos. El valor de los objetos viene de un lugar externo a los objetos, viene del dinero y del deseo. Las cosas las vemos, las valoramos, las deseamos dentro de los límites del capital. La madera es dinero, el agua es dinero, la tierra es dinero. Los espacios sagrados de los indígenas son vistos por nosotros los occidentales como fuentes indispensables de energía. Es como si un indígena viera la Iglesia de la Compañía de Jesús y pensara en vender ese oro para sus fiestas y en derrumbarla para construir casas indígenas.
Dicha identificación entre las cosas y el dinero es estructuralmente asesina. Sin dinero las cosas están en el abandono, como la vida de los pobres en un barrio popular. El socialista, lo mismo que el capitalista, piensa que la única manera para solucionar la pobreza de los pobres es por medio de los recursos que guarda la naturaleza. Por tal motivo, él odia a las indígenas y ecologistas que se oponen porque las finalidades buenas en sí mismas deben admitir medios supuestamente irrenunciables. Quien lo crítica por los medios, lo acusa de no estar de acuerdo con sus fines.
Pero, la discusión sobre el Capitalismo está más allá del binomio fines/ medios y de la moral de las intenciones. Aunque sea absurda una fábrica de autos en ciudades abarrotadas de vehículos, sea inmoral la producción de cocaína, o no tenga ninguna justificación la destrucción de la Amazonía, mientras el capital haya colocado un precio, es imposible evitar su cambio de dirección. La economía se sigue midiendo por la cantidad del consumo y no por la calidad de vida de la gran mayoría.
La satisfacción de las necesidades requieren de mercancías y el trabajo está allí para producir dichas mercancías. El valor de uso produce la mercancía y es porque hay mercancías que existe el valor de uso. No se producen valores de uso, se producen mercancías. El valor de las mercancías descansa en la utilidad subjetiva. La riqueza producida por las mercancías es para el Capitalista. El Socialista decreta la repartición de las riquezas para el pueblo. Para ambos, la riqueza asentada en las mercancías es fundamental dentro de la noción de economía.
Mientras el valor de uso es el trabajo concreto, el valor de cambio es el trabajo abstracto y social. La mercancía está sometida a dos tipos de valoraciones, luego una mercancía tiene que ser útil y debe poder intercambiarse en el mercado con otros valores concretos. El intercambio iguala las cantidades diferentes de valores de uso de las mercancías. El valor de uso no entra en el análisis del intercambio pues son valores de cambio los que se intercambian. Las singularidades concretas se abstraen a favor de los valores de cambio. Con el advenimiento del dinero, éste se convierte en el equivalente general de valores para todas las mercancías con lo que el análisis cualitativo del valor de uso y de cambio se transforma en el análisis meramente cuantitativo, donde el dinero es el equivalente general.
El socialismo del siglo XXI propone una economía que no renuncia a la noción de riqueza. En sentido estricto, el Capitalismo sigue funcionando solo que ahora el gran empresario es el Estado quien reparte el Capital por medio de bonos. En el fondo, el socialista está obligado a aceptar algunas de las reglas del Neoliberalismo para obtener la riqueza que necesita para su revolución. La pregunta central es ¿por qué la izquierda no puede abandonar la economía capitalista sabiendo de los daños inmensos que ella produce social y ambientalmente?
La relación de cambio entre las mercancías es una relación de expresión, es decir, es una relación semiótica. En las sociedades feudales solo una parte de la riqueza se producía como mercancía, mientras que en las sociedades capitalistas toda la riqueza se produce como mercancía. El mundo socialista tiene que evitar acabar con la fuente de la riqueza con la que quiere solucionar su mala conciencia de subdesarrollado. La tragedia es tener conciencia de los males del desarrollo y querer controlarlos sin poder escapar del desarrollo. Luego, queriendo escapar de los efectos del capitalismo, no lo puede abandonar. Por ejemplo, el socialismo quiere evitar que se acabe la injusticia por eso ataca los inmensos sueldos sin detener las leyes del capitalismo porque estaría condenado al fracaso.
El valor de uso se dirige a satisfacer las necesidades. Luego hay un valor de utilidad que no es el único. Sí el objeto no tiene propiedades no puede ser útil, pero, la utilidad se encuentra entre el objeto y el sujeto contextual. El mercado demuestra la necesidad y el valor de una mercancía. Por consiguiente, estamos en el mercado y en la esfera del consumo por aceptar las reglas del capital.
El valor de uso se constituye en el contenido material de la riqueza, cualquiera sea su forma social, así la riqueza se produzca en la forma esclavista -forma feudal-, en la forma capitalista, o forma socialista. Dejar de lado la forma de producción de la definición del valor del uso es hacer de la explotación del hombre por el hombre un problema ético y no un problema económico.
Ergo, el dilema del Neoliberalismo y el Socialismo, ¿cómo se evidencia en el dilema de los opuestos, el dilema de las diferencias y el dilema de lo real?
El dilema de los opuestos coloca al Neoliberalismo a un lado y el Socialismo en otro lado, sin embargo la estructura fundamental de la economía capitalista queda intacta, lo mismo que la noción de desarrollo, por consiguiente la institucionalidad y el ejercicio del poder son simplemente maquillados, mientras el socialista va a requerir de una institucionalidad más fuerte que la usada por el capitalista para obtener los mismos productos. La Economía sigue anclada en lo manifestado anteriormente: el valor de uso y el valor de cambio. El desarrollo sigue siendo lineal y extractivista. La institucionalidad es ordenada y adquiere una mayor fuerza, en consecuencia los rasgos de colonialidad son más evidentes que antes. El ejercicio de poder maquiavélico no es reformado porque la eficacia le impide entregar o delegar poder popular.
El dilema de los opuestos deja entrever el cuestionamiento al amo. Pareciera que el lugar del poder es ocupado por un amo más fuerte que antes. El amo lo sabe: sin mano fuerte las cosas no cambian. La visión de la economía clásica sigue dada por el modelo de hombre racial ligado al poder y a la fuerza. En consecuencia, los pueblos y los ciudadanos marginados son tomados como benefactores y no como hacedores. El desarrollo se dirige al aseguramiento de los recursos naturales por cualquier medio. El Estado sigue su tradición discursiva y práctica de uni-nacionalidad. El ejercicio de poder se afianza por medio de la paranoia del control.
El dilema de las diferencias nos hace pensar que no importa que seamos afro-descendientes, indígenas, montubios, todos queremos dinero y desarrollo. Estas dos palabras son la verdadera unidad en la diversidad.
Además el dilema de la diferencias tiende a invisibilizar, vaciar de contenido o negar las otras alternativas frente al Neoliberalismo o al Socialismo. En consecuencia, falta desarrollo si solo se produce para consumir y no para comercializar entre los pueblos. La tierra baldía de las nacionalidades es signo de pereza e ignorancia, los recursos sin explotar en la Amazonía son un absurdo y la crítica al desarrollo por parte de los pueblos pobres o grupos sociales es una manipulación dirigida contra la revolución. Los académicos son juzgados por la eficiencia e invitados por compartir sus credos.
El dilema de las diferencias nos llama la atención sobre la cuestión antropológica del dilema en cuestión. Ser rico o ser pobre es el verdadero dilema y no es ser o no ser de Shakespeare. Aparentemente todos queremos ser ricos y los ricos, más ricos. Todos queremos un sistema político que haga posible éste sueño colectivo. Deseamos escapar de las consecuencias de la pobreza porque no conocemos las consecuencias de la riqueza y menos cuando los medios tienen como ideal al hombre rico mientras el hombre pobre es motivo de burla y de desprecio. Sin duda, las carencias de la pobreza destruyen a las personas como dirá Federico Carrasquilla. Pero la destrucción es doble: en la ausencia y en la acumulación de riqueza. No luchar contra la pobreza es resignación. No luchar contra los valores de la acumulación es cultivar la autosuficiencia, el individualismo y la injusticia.
El dilema de la real nos lleva a la siguiente conclusión: no tenemos que repartir la riqueza para cambiar la sociedad, lo que tenemos que repartir es la pobreza. Lo real nos debe llevar a apostar por lo imposible, es decir a hacer actos para que ocurran los valores humanos de las personas pobres, por una economía de engrandecimiento del hombre y la mujer pobres porque esa economía solo es posible entre los pueblos pobres y no entre las naciones ricas.
No podemos seguir viendo que ser pobre es algo malo. Debemos rechazar una economía y un desarrollo que no nos deje ser pobres pero sin pobreza. Si los problemas de los indígenas fueran económicos, los liberadores serían los ricos y la liberación se podría hacer sin ellos.
Conclusiones
Cuatro son las conclusiones que podemos sacar de las trampas de los dilemas.
Primero, la falsa inmovilidad de los polos opuestos del dilema: la lucha entre los polos de un dilema, no nos deja ver de qué manera uno de sus polos justifica al otro. La izquierda y la derecha se justifican con los errores del contrario. Dicha justificación ideológica recurre a los hechos. Tener que aceptar los argumentos de la derecha en un determinado momento es una posición que oscila entre la honestidad y la perplejidad. Hay una mala conciencia cuando estamos obligados a aceptar que algunas de las cosas dichas por la derecha eran verdad sin renunciar a develar sus postura de dominación.
La oposición del dilema puede llegar a niveles inimaginables de travestismo polar. La lucha contra el terrorismo es más terrorista que aquello denominado terrorismo. Las medidas frente a los indígenas tomadas por la izquierda en el poder han sido más duras que las tomadas por cualquier gobierno de derecha. En efecto, terminamos pareciéndonos a aquello que queremos combatir. En el dilema no podemos ver que nos parecemos a aquello que buscamos combatir, pues lo que está al otro lado, para nosotros simplemente está fuera.
Por último, la falsedad de la inmovilidad normalmente no permite percatarnos que la polaridad cae en un fraccionamiento interior. La supuesta inmovilidad de uno de los polos no deja translucir la movilidad caótica polar en su interior. Así, la izquierda tiende a ser caníbal de la misma izquierda por diversas razones: in-autenticidad, falsa contextualidad, conservadurismo, moralidad, ineficacia, corporativismo. Cuando se tiene muy claro que el otro polo se encuentra fuera, el mismo polo se va debilitando en un rompimiento separatista, buscando una pureza que no existe en un lado ni en otro.
Segundo, la obsolescencia de los polos del dilema: la lucha entre los dilemas en realidad, deja andar la obsolescencia del dilema defensivo. La oposición entre lo uno y lo otro no permite ver que hay una agujero en el dilema en el que estamos parados. Ya lo dijimos, la eficacia sin participación es ineficaz. La exigencia de resultados como una de las maneras de hacer de cualquier política contemporánea es un disparo al aire. La preocupación máxima no será en tener resultados sino en presentar resultados. Los falsos positivos son el mejor ejemplo de la digresión de la exigencia de los resultados. Obviamente, la participación también hace parte de la obsolescencia, no obstante, renunciar a la participación es colocar las bases para la barbarie.
Tercero, la lucha entre los dilemas deja pasar de largo algo que está más allá de los dilemas y que resulta mucho más importante. De este modo, luchamos por los dilemas entre neoliberalismo y socialismo, mientras sacralizamos el capitalismo. Los dilemas terminan siendo un distractor para dejar pasar un tipo de desarrollo y de economía devastadora. En cierto sentido, las confesiones ideológicas son casi intrascendentes cuando no estamos dispuestos a discutir una serie de finalidades que son más que preocupantes para la vida de la civilización y el planeta.
Cuarto, salir de la política de los dilemas: ante lo anteriormente dicho, el desafío es escapar de los dilemas en los cuales suceden identificaciones no queridas, obsolescencias inconfesadas y puntos centrales invisibilizados. Ciertamente el dilema es un elemento que precisa una confesión pero en donde las prácticas se debilitan. Las posibles salidas pueden ser colocarnos en el trilema o cuatrilema, o más, e inventarnos en una discusión más múltiple con polos dispuestos a re-significarse no en su imagen sino en su ética, interacción y contextualidad.
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