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Respuesta no publicada por el ABC

Las trampas del intelectualismo liberal

Fuentes: Rebelión

A mediados del pasado mes de Agosto el suplemento del periódico ABC, Las artes y las letras (nº 758) publicaba tres artículos sobre el dramaturgo Bertolt Brecht con motivo del cincuentenario de su muerte. Es corriente (se pudo comprobar abiertamente hace algunos años cuando se celebró el centenario de su nacimiento) que escritores y periodistas […]

A mediados del pasado mes de Agosto el suplemento del periódico ABC, Las artes y las letras (nº 758) publicaba tres artículos sobre el dramaturgo Bertolt Brecht con motivo del cincuentenario de su muerte. Es corriente (se pudo comprobar abiertamente hace algunos años cuando se celebró el centenario de su nacimiento) que escritores y periodistas actuales busquen notoriedad denigrando a intelectuales de izquierdas por medio de groseras simplificaciones de una historia (la del siglo XX que muchos de estos escritores representan) compleja y radicalmente contradictoria. Aún es posible recordar los artículos que en El País publicaron Mario Vargas Llosa y Antonio Muñoz Molina contra Brecht. A este último no le importó, ni siquiera, mentir a sus lectores tergiversando la Historia[i], como tampoco cuando escribió contra Sartre.

Miquel Porta Perales (1948) crítico y ensayista, colaborador habitual de ABC, La Vanguardia, El Punt, Cuadernos de Pensamiento Político, Catalunya Ràdio, y otros medios de comunicación (según los datos que pueden encontrarse en la página de la Fundación FAES del Partido Popular) publica uno de los tres artículos que citaba al comienzo, «Las trampas del compromiso», y cuya misión, en sintonía con otros intelectuales de la extrema derecha, es justamente hacer imposible el acceso a la obra de los escritores de izquierda por la vía de una condena moral (aún) que vendría a decir: todo intelectual de izquierdas es culpable de los crímenes de Stalin y epígonos y, por lo tanto, su obra debe desaparecer en el basurero de la Historia. Esta es, sustancialmente, la tesis de este artículo: Brecht y Jean Paul Sartre son «desgraciadas figuras de la conciencia» puesto que apoyaron a Stalin y el Gulag, y contribuyeron a incrementar «el dolor y la miseria». En verdad, el artículo no dice prácticamente nada más. Ninguna idea nueva. Ninguna reflexión. Brecht y Sartre son grandes figuras del siglo XX pero Porta Perales no quiere saber por qué. Con su artículo pretende hacer «perder la inocencia» a los lectores que aún no la hayan perdido. Su artículo, sin embargo, es precisamente un ejemplo de ignorancia (pues es difícil acumular tantos despropósitos en tan breve texto[ii]) o, como parece ser, un juego tramposo del lenguaje, una táctica ideológica más del intelectualismo liberal. Vayamos punto por punto.

Inicia su artículo Porta Perales intentando definir al intelectual comprometido («nuestra época (…) arrastra la patética figura del denominado intelectual comprometido»), como «aquel que habla en nombre de la razón universal», aunque entonces deberíamos incluir a los que, desde hace ya tres siglos, fueron constituyendo el movimiento de la Ilustración: desde Kant hasta Schelling pasando, claro, por Hegel. ¿Son éstas las «desgraciadas figuras de la conciencia» de las que nos habla Porta Perales? Nos dice que es aquel que «interpreta el espíritu de los tiempos», algo que se ha dicho de un intelectual como Walter Benjamin, lo que no podría ser, entonces, un problema sino, al contrario, un elogio. Sigue en su caracterización definiéndolo con un punto algo oscuro pues dice que también sería aquel que «vigila la ciudad». ¿Se referirá con ello a aquellos que están de acuerdo con la instalación masiva de cámara de vigilancias en los centros urbanos? ¿O a los que pensaron formas de vigilancia social como el panóptico, todos ellos burgueses liberales? ¿O a las medidas tomadas por el gobierno de Bush que recorta los derechos individuales de los ciudadanos? Continúa su definición diciendo que este intelectual comprometido «sabe dónde está el Mal» y «siempre tiene a mano algún Apocalipsis con el cual asustarnos». Aquí el lector ya debe haberse perdido puesto que «el Mal» no fue, desde luego, un concepto ni fuerte ni débil en la obra de Brecht o Sartre, en cambio es fundamental en el discurso de Bush y su gobierno ultraliberal y de Richard Perle: basta recordar cómo los medios de comunicación de derechas prevenían a las poblaciones de los países occidentales contra Sadam Hussein como el Mal personificado, o cómo Bush (y Blair y Aznar) engañaban a las poblaciones occidentales con el «Apocalipsis» de las armas de destrucción masiva. ¿Son éstas las «desgraciadas figuras de la conciencia»de las que nos habla Porta Perales? La desatinada definición llega a su fin manifestando que este intelectual «quiere que el ciudadano se avergüence de haberse instalado lo más cómodamente posible en un mundo injusto». ¿Porta Perales no? Tal vez él, en el periodo de la Alemania nazi, se hubiera callado también y criticado a los que atacaban el silencio cómplice. Tal vez Porta Perales se calló durante la dictadura franquista. Tal vez solamente sea una pose cínica, como la del chistoso fascista Alfonso Ussía que desprecia, desde su butacón cómodo, «de salón», entre otros a los ecologistas que nos enseñan y advierten sobre las dimensiones trágicas que nuestro progreso y nuestro sistema de consumo han provocado en la naturaleza. ¿Le parece injusto pensar, reflexionar y responsabilizarse de lo que los países occidentales han hecho (y hacen) para mantener este sistema social? ¿De verdad, le parece injusto a Porta Perales hacer incómoda a los ciudadanos una situación que hace tan «incómoda» la vida a otros ciudadanos que sencillamente se la quita? ¿Se rió, también Porta Perales, con el repugnante juego cómico con el que la COPE y Jiménez Losantos obsequiaron a los oyentes de su cadena de radio convirtiendo en unas olimpiadas el intento de traspasar la valla que divide la frontera entre Marruecos y España, en una acción en la que los que lo hicieron se jugaban la vida huyendo de la miseria? ¿Le parece que no debe avergonzarse el ciudadano de las nuevas vallas que se pusieron para evitar otros intentos de pasar al territorio español? Esta desafortunada definición concluye diciendo que el intelectual comprometido «se concede el privilegio de pensar y decidir por nosotros». Tan falaz y débil es esta afirmación que lo mismo podría aplicarse a él.

Para Porta Perales (segunda parte de su artículo) «detrás del denominado intelectual comprometido se percibe la existencia de una cohorte de fundamentalistas y predicadores que son la expresión del integrismo de rostro humano que -enfermo de verdades incuestionables, fiebre redentorista y afán excomulgador- recorre Occidente. Cohorte de intelectuales falsarios que mistifican la realidad y mitifican la ideología progresista. Cohorte de intelectuales engreídos que menosprecia la opinión contraria y cree en el papel anticipador que le ha reservado la Historia. Cohorte de intelectuales cínicos por la desvergüenza en el mentir y la defensa de ideas o acciones reprobables». Desde luego nadie ha definido mejor lo que constituye el núcleo duro de la FAES y del intelectualismo neofascista que aglutina la Fundación del Partido Popular. Porta Perales ha dado con una clara definición de la obra y la labor periodística de Federico Jiménez Losantos, Gabriel Albiac, Pío Moa, César Vidal, Cristina Schlichting, Curri Valenzuela y otros[iii]. Sin embargo, Porta Perales lamentablemente fracasa en lo que podía ser un acierto y atribuye esta descripción al intelectual comprometido y contra Brecht y Sartre. De ellos sólo menciona su apoyo al estalinismo. Ningún esfuerzo por ubicar sus obras y contextualizar sus posiciones. Ninguna reflexión que equilibre el debe y el haber que buscaría cualquier periodista que intentara ser justo. Si utilizáramos sus términos entonces deberíamos decir que Porta Perales y sus intelectuales «liberales», que sí serían buenos intelectuales, habrían apoyado los genocidios, la miseria y la destrucción mundial que ha producido un siglo de capitalismo. No es el nombre de un dictador sino el de una maquinaria de relaciones sociales, de una lógica destructiva. Silencio sobre la explotación que las empresas realizan todos los días. Silencio sobre la tortura y sobre las guerras preventivas del gobierno de Bush. Etc. Silencios y frases también célebres.

Porta Perales (tercera parte de su artículo) muestra sus cartas: no se trata de celebrar el cincuentenario de nada sino de desenmascarar al intelectual comprometido que «continúa existiendo en versión más o menos moderada» en la España actual, cuya actitud sería criminalizar, dice, «a la derecha y el liberalismo al tiempo que loan las hazañas de dictadores y populistas hispanoamericanos», avalar «las acciones de los iraquíes, libaneses o palestinos», y vivir de la subvención pública «que les concede el progresismo gobernante». Se trata entonces, concluiremos con Porta Perales, de otra cosa. Los intelectuales buenos en los que él cree, tendrían que tener otra actitud: por ejemplo criminalizar a la izquierda y el comunismo al tiempo que loar las hazañas de presidentes liberales corruptos, dictadores apoyados por la CIA y ultraderechistas estadounidenses, avalar «las acciones de los israelíes en Palestina, de los estadounidenses en Irak o de los países occidentales en África; y vivir de la subvención pública que les concede el progresismo o el reaccionarismo gobernante (40 millones de euros a las fundaciones del Partido Popular; millones de euros para la Fundación Francisco Franco, etc.). Porta Perales habrá descubierto ya qué es la lucha de clases.

Acaba su artículo este intelectual liberal, y colaboracionista con la barbarie capitalista, acusando a los otros, a los intelectuales comprometidos, de aquello que él realiza espléndidamente bien en estas páginas: «reducir la infinita complejidad de lo real a la simpleza de sus consignas ideológicas». Y cierra su texto lamentando «el dolor y la miseria que esos ángeles justicieros de salón han contribuido a incrementar» (olvidando, de paso, el dolor y la miseria que él y sus colegas alientan sosteniendo este sistema) y previniendo al lector contra ellos, dado que «hay una cosa más peligrosa que un individuo poderoso: un individuo necio convencido de estar en posesión de la verdad». Pues eso.

 



[i]  En su artículo del 27 de Septiembre de 1995 «Otoño Brecht», publicado en El País, Muñoz Molina escribía que «los nazis no estaban solos en su agresión contra las libertades, ni tuvieron siempre como únicos aliados a los plutócratas: el partido comunista alemán, en el que militaba Brecht, no tuvo escrúpulos en unir sus fuerzas sindicales y parlamentarias a las de Hitler cuando le vino bien a su estrategia política» y hace responsable también a los comunistas de haber acabado con la República de Weimar. A la falsedad y tergiversación de los hechos (véase R. Kühnl.- La República de Weimar; o L. Richard.- Berlín 1919-1933) se une que su artículo fue un elemento más de la lucha ideológica que el PSOE y El País emprendieron contra Julio Anguita e Izquierda Unida a mediados de esa década y con vistas a las elecciones de Marzo de 1996, y que tuvo su núcleo en la famosa y fantasmática «pinza» entre IU y PP.

[ii]  Para evitarlo podía haber comentado alguna de las definiciones que Brecht o Sartre hicieron del «intelectual comprometido» o del compromiso: por el mismo «cada hombre se realiza al realizar un tipo de humanidad», o «El escritor está en situación en su época; cada palabra tiene repercusión. Cada silencio también» (Sartre). El texto de Brecht «Cinco obstáculos para escribir la verdad» es suficientemente significativo y claro.

[iii] Una antología de opiniones de alguno de los intelectuales de este círculo puede leerse en el libro de Álvaro Vioque Las barbaridades de la COPE, Badalona, Ara Llibres, 2006. Una crítica rigurosa de sus posiciones se encuentra en Francisco Espinosa, El fenómeno revisionista o los fantasmas de la derecha española (2005), y en el reciente Anti-Moa de Alberto Reig Tapia, Barcelona, Ediciones B, 2006.