Desde hace ya casi seis años se ha venido discutiendo las razones que han alentado la guerra en México, señalando, en términos generales, que éstas se fundan en los beneficios que genera a la economía y la sociedad estadounidense. Básicamente dichos beneficios podrían agruparse en tres rubros: el lavado de dinero efectuado por los grandes […]
Desde hace ya casi seis años se ha venido discutiendo las razones que han alentado la guerra en México, señalando, en términos generales, que éstas se fundan en los beneficios que genera a la economía y la sociedad estadounidense. Básicamente dichos beneficios podrían agruparse en tres rubros: el lavado de dinero efectuado por los grandes bancos y el estímulo que representa para la especulación y el mantenimiento de ganancias altas; el estímulo a la industria de armas, poderoso grupo de interés que controla a buena parte del aparato del estado; y el estímulo que representa el discurso belicista que sigue basado en el destino manifiesto de ser el fiel de la balanza en el mundo y promotor de la democracia.
Con respecto al primer ‘beneficio’, para nadie es un secreto que el lavado de dinero representa -en tiempos de la depresión mundial que vivimos- un rubro que produce enormes ganancias, que no son declaradas al fisco, lo que permite mantener tasas de ganancia atractivas para la especulación financiera, manteniendo la ilusión de que todo va bien.
Por su parte, y frente al paulatino retiro del ejército de Irak, la industria militar necesita encontrar nuevos mercados para absorber lo que parece ser el nicho industrial estratégico de la economía estadounidense. Y con esto no sólo me refiero a la venta de armas y tecnología militar sino también de mercenarios e inteligencia militar, jugoso negocio de unos cuantos. A su vez, la industria militar y sus lacayos en la Casa Blanca insisten en mantener un discurso belicista, muy parecido al que se utilizó los años de la Guerra Fría, que sirve de base para mantener engañado al pueblo estadounidense acerca de su responsabilidad frente a la Historia (con mayúscula para denotar su carácter historicista) y los sacrificios que esto exige.
Dicho lo anterior cualquiera podría deducir que la guerra en México sí le conviene a los habitantes de los EEUU pero un análisis más profundo podría arrojar una conclusión opuesta. Y es que el lavado de dinero beneficia al sector financiero, concentrado en la ganancia fácil en detrimento de la producción y la creación del empleo, empobreciendo cada vez más a la población y provocando el crecimiento de la desigualdad. El adelgazamiento de la clase media estadounidense no augura nada bueno en términos de paz social. Los asesinatos masivos en las escuelas son, en parte, consecuencia de la angustia en la que viven los afortunados que aun pueden concebir el logro del sueño americano. Pero también el crecimiento del racismo y la discriminación, que poco apoco prefiguran un ambiente de polarización social, antesala de una guerra civil.
Asimismo, la bonanza de la industria militar y sus beneficios, limitados a unos cuantos, abona a la idea de que sólo por medio de las armas y la violencia es posible recuperar el paraíso perdido; que las instituciones encargadas de la seguridad son parte del problema y no su solución. El diálogo y el consenso pasan a un segundo término y por más que la industria crezca sería ilógico pensar que por sí sola puede reencauzar el crecimiento de la economía y detener la decadencia. De hecho, ésas armas que cruzan la frontera sur son y serán utilizados eventualmente contra sus creadores. El caso de la operación Rápido y Furioso es sólo un botón de muestra. En otras palabras, ésas armas le dan a la delincuencia organizada mayor poder y capacidad para seguir creciendo y controlando no sólo al sur del Rio Bravo sino también al norte.
Pero tal vez lo más grave de todo es el estímulo al desgastado discurso basado en el Destino Manifiesto, pues en lugar de replantear el futuro del país como una oportunidad histórica lo lanza al vacío con la ilusión de recuperar lo imposible. El engaño de la retórica belicista radica en que oculta la crisis por la que atraviesa la sociedad estadounidense, ignorándola simple y llanamente, lo que está provocando una enorme frustración y de paso profundizando, en aventuras como la de Irak, la crisis económica por la que atraviesa. Los políticos en EEUU siguen utilizando la idea de superioridad -muy al estilo de Hitler en su momento- para ocultarle a sus representados la debacle. Y todos sabemos en que acabó el sueño nazi.
Sobra decir que en México, nuestros gobernantes se han sometido vergonzosamente a los designios del Pentágono y no dejan de decirle a los que aun los escuchan que no hay otro camino que la guerra contra el narcotráfico. Su empecinamiento ‘patriótico’ se funda en su ambición de riqueza y poder, aunque sea como lacayos. Después de todo el desprecio por sus compatriotas es inversamente proporcional a la admiración que sienten por la retórica supremacista. Es por eso que en lugar de pensar en cómo resolver el problema aquí se ocupan más de ver cómo pueden mantener el sueño de sus patrones, pues eventualmente muchos de esos que ahora conducen la guerra acabarán viviendo en San Antonio, Houston o Nueva York para evitar las consecuencias de la guerra que empezaron.
En este sentido, desde México pensamos que nuestros vecinos del norte deben tomar en cuenta que la guerra contra el narcotráfico no les favorece en ningún sentido. Que provocar un incendio en la casa del vecino pone en riesgo la suya, pues tarde o temprano, si el fuego crece, lo invadirá indefectiblemente. Es por ello que desde acá hacemos un llamado a un pueblo caracterizado por sus ideales de libertad para que, como lo hicieron en los años sesenta y setenta cuando se opusieron a la guerra en Vietnam, se opongan sin ambages a la guerra que estamos viviendo en México. Que se opongan ya que ésta sólo favorece a los dueños del dinero, a los mismos que saquearon el erario para rescatar a los bancos, y no a sus hijos y nietos, pues si las cosas siguen como están se verán obligados a combatir el incendio no al sur de la frontera, sino bajo sus propios pies, en su propia casa.
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