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Le dicen democracia… y no lo es

Fuentes: Rebelión

      La democracia capitalista como democracia esquizofrénica   El capitalismo es un sistema socioeconómico que lleva emparejada una apertura hacia la democracia formal, en abstracto, al liberar de ataduras los factores básicos de su razón de ser: el capital y el trabajo, cuyas personificaciones quedan formalmente libres para establecer vínculos contractuales entre sí. […]


 

 

 

La democracia capitalista como democracia esquizofrénica

 

El capitalismo es un sistema socioeconómico que lleva emparejada una apertura hacia la democracia formal, en abstracto, al liberar de ataduras los factores básicos de su razón de ser: el capital y el trabajo, cuyas personificaciones quedan formalmente libres para establecer vínculos contractuales entre sí. De esa apertura formal pueden derivarse después distintos desarrollos de democracia efectiva en función de la relación que en cada momento se dé entre esas personificaciones. Esto es, entre el Capital (quienes poseen los medios de producción y organización social en gran escala) y el Trabajo (quienes tienen que asalarizarse o autoasalarizarse para vivir).

En el capitalismo la democracia está vinculada a la constitución de la esfera económica como (si fuera) un ámbito separado de la política. Y se requiere que sea así para mantener la democracia exclusivamente en el nivel formal. Esto implica que el Capital puede permitirse la irrupción del Trabajo en el ámbito político, donde se instaura la formalización del poder (la política con minúsculas). Pero no en la esfera económica, donde teje su poder real, en cuanto que poder material.

Por eso también, la única democracia que ha podido y puede darse compatiblemente con el modo de producción capitalista es una democracia coja o esquizofrénica. Pueden ganarse cuotas de apertura en la esfera del consumo (técnicamente la de circulación de las mercancías) en la que los seres humanos son susceptibles de llegar a ser consumidores-ciudadanos y electores (pretendidamente) soberanos. Pero el Sistema no puede realizar ninguna concesión en la base de su poder material, que radica en la despótica expropiación de los medios de vida (tierras, materias primas, recursos energéticos, alta tecnología, maquinaria productiva, solares, naves…). Éstos, en el capitalismo, para las grandes dimensiones, no están al alcance de la población sino que están privatizados o concentrados en muy pocas manos. Lo que quiere decir que quienes no disponen de nada de eso en escala suficiente como para vivir por sí mismos, están obligados a trabajar para aquellos que sí lo tienen en cantidad suficiente como para hacer que otros trabajen para ellos sin necesidad de que ellos trabajen por sí mismos en el mismo proceso productivo (el 0,33% de la sociedad, aproximadamente).

En este terreno el capitalismo no puede ofrecer ninguna concesión ‘democrática’. Esto es, no puede conceder ninguna democracia en la esfera de la producción, donde los seres humanos están privados de decisión y voto (como trabajadores dependientes de terceros) sobre el proceso de producción-distribución-consumo. Ahí sólo pueden hacer lo que les ordena quien les paga.

Pero resulta que en el capitalismo los productores son también los consumidores. Consumidor y productor son la misma persona. Una persona que tiene que asimilar que como consumidor es «soberano» (siempre tiene razón), mientras que como productor no puede decidir apenas nada.

De ahí la «esquizofrenia democrática».

 

Ahora bien, la «soberanía» o capacidad de decidir en la esfera del consumo, está limitada a los productos que previamente ofrece el propio capital. Esto vale tanto para las «mercancías» físicas como para las electorales.

Veamos un poco más esto último, el espacio político-institucional.

 

El cerramiento del espacio político-institucional

 

Ya tradicionalmente, desde la II Guerra Mundial, para acceder a los parlamentos capitalistas ha habido que contar con todo un entramado empresarial-mediático, una maquinaria electoral dependiente de los grandes poderes económicos (a los cuales quedan deudoras -y no sólo económicamente- las fuerzas en liza, sean de las siglas que sean). Ese espacio se ha ido concentrando correlativamente a como se concentra el capital en la esfera económica. Las palabras del analista norteamericano, William Pfaff, en su artículo «El poder del dinero en la política estadounidense», son asaz esclarecedoras al respecto: «…al mundo empresarial le viene muy bien el actual sistema de gasto ilimitado en las campañas políticas. Mientras éstas sigan exigiendo sumas faraónicas, no se elegirá una mayoría reformista. Mientras gastar dinero siga siendo una forma de libertad de expresión protegida, el sistema estadounidense permanecerá bloqueado«.

 

Desde el principio se trató de asentar un Bipartidismo en el que sólo dos fuerzas, a la par representantes de distintos sectores de poder, se apropiaran también del espacio electoral casi en su totalidad (con pequeños márgenes para otras fuerzas menores que proporcionaban cobertura así a la «pluralidad» electoral).

 

Con los procesos de oligopolización económica el Bipartidismo fue dando lugar al Bipartido, omniabarcador del espacio político-institucional, exactamente como la Liga de fútbol se fue cerrando para que sólo dos equipos en la práctica puedieran ganarla. La aceptación del estado de las cosas de aburrida monotonía por parte del público-elector va calando, sin embargo, en el descrédito y desgana con que se mira a la política-institucional, como al fútbol, por más que todo el entramado periodístico-mediático actúe cada día ignorando estos hechos (si no, ¿qué venderían?), como si la competición fuera emocionante para todos, y como si todos compitiesen con las mismas oportunidades. Por eso, una vez obviada la injusticia de partida, los resultados son siempre justos.

 

Pero como decíamos, en la presente coyuntura se está cerrando cada vez más ese espacio democrático institucional, lo que deja cada vez menos huecos para que la vía electoral pueda constituirse en una vía de transformación social, válida para que la población pueda incidir de alguna forma en la política económica y social que se lleva a cabo. Esto es, para intervenir en la Política de verdad, con mayúsculas.

 

Algunos pasos han ido trazando ese deslizamiento antidemocrático.

 

  • Primero se ha llevado a cabo la des-substanciación de las instituciones de representación popular, creando o empoderando en cambio entidades supraestatales ajenas a cualquier tipo de elección democrática (Bancos Centrales, Comisión Europea, G-20, FMI, OMC, Foro de Davos…).
  • Después se supeditan las leyes estatales a las supraestatales, liquidando la soberanía del Estado incluso para poder tener una política económica propia (y en el caso de la UE ni siquiera una moneda soberana), autosubordinándose a los mercados financieros y a sus agencias evaluadoras de riesgos, que no son precisamente elegidos democráticamente.
  • Finalmente se modifican las propias constituciones, de manera que sea ‘anticonstitucional’ intentar cambiar la falta de soberanía, al tiempo que se empieza a tomar medidas para expulsar de forma directa a los partidos minoritarios de la contienda electoral (a través de la exigencia de una gran cantidad de avales para poder presentarse, por ejemplo).

 

Pero por si todo eso fallara, siempre queda la amenaza del caos (las famosas huelgas del capital) que se producirá si no sale una opción «aceptable» para los mercados, la presión para la repetición de elecciones, el chantaje político y económico, etc. Todo con tal de que la masa de votos no se vaya del Bipartido. Véanse como ejemplo los referenda sobre la constitución europea en distintos países cuando el resultado fue negativo, el intento de referendum y las posteriores elecciones de la primavera de 2012 en Grecia, donde sólo faltó amenazar con el fuego divino.

 

Sin embargo, cuando el resultado ‘democrático’ entraña un riesgo mayor para las clases dominantes, éstas se decantan por el golpe de Estado, el boicot, la subversión productiva o la agresión militar directa contra lo expresado en las urnas. Los casos del Chile de Allende, la Nicaragua sandinista, la Angola independiente del MPLA, son ejemplos no muy lejanos en el tiempo; la República Española es también testigo histórico excepcional de ello. Los actuales países del ALBA son laboratorios donde se llevan a cabo esas agresiones casi a diario, como en estos momentos ejemplifica dramáticamente una vez más, Venezuela.

 

El Bipartido no descarta nunca, si las cosas se ponen feas socialmente hablando (a través de un nivel generalizado de descontento y protesta social, por ejemplo), conformar gobiernos de concertación nacional, para «salvar» el orden.

 

El caso español

 

Vamos a atender ahora a algunas de las claves que se fueron introduciendo en la famosa «transición» española de cara a obliterar el espacio político-institucional a las grandes mayorías.

 

1. Impedir que el ciudadano pueda elegir a la persona en quien confía su representación en la Cámara de Diputados.

 

Para ello se estableció un conjunto de medidas tendentes a que el candidato quedara desvinculado de compromisos con los electores: se hicieron amplias circunscripciones territoriales, también listas cerradas (que mantienen el predominio del partido sobre el candidato), así como el voto secreto de los representantes, la disciplina de voto y el colegio uninominal.

 

Como las listas son confeccionadas por las jefaturas partidarias, los candidatos procurarán responder antes a aquéllas que a los electores, y estar a bien con los jefes de partido, que son quienes los cooptan para su elección.

 

 

Esto conlleva una «inversión democrática» : si ningún elector puede elegir a un diputado nominalmente, tampoco lo puede controlar.

 

2. Eliminar el techo y el control eficaz de los gastos electorales

 

Los partidos pudieron recibir financiación sin límite y sin obligación de explicitar, ni ante la opinión pública ni ante ninguna entidad jurídica o política de control (ni control interno ni externo, público o privado). Incluso se oculta el dinero prestado por la Banca a las cúpulas políticas, y la consiguiente deuda de los partidos (nunca clara).

 

Esto supone una fuente segura de corrupción (es muy fácil que las empresas financien partidos a cambio de concesiones y contratos, estatales, autonómicos, municipales…). Además, los elegidos deben responder más a estos compromisos que a los programas-publicidad electorales.

 

3. Evitar el sistema de representación proporcional integral (Ley de Hont).

 

Se favorece el sistema de mayorías absolutas que recorta el pluralismo y disminuye la representación parlamentaria de opciones «díscolas». También, por ejemplo, se sobrerrepresentan zonas rurales con escasa densidad poblacional frente a las concentraciones urbanas e industriales.

 

Dado el presente nivel de deterioro económico y social, el Bipartido (el PPSOE en España) está hoy sometido a fuertes tensiones según se extiende la desafección de la sociedad. Necesita una vía de regeneración que vuelva a ilusionar a la población con la vertiente electoral. Estamos viviendo momentos muy movidos en torno a una gran variedad de opciones que brotan por doquier con intención de representar y encauzar esa ilusión.

 

Para distinguir entre tanto brote verde, será necesario recordar que una transformación social real sólo puede venir de una correlación de fuerzas populares, con una sedimentada conciencia de lo que se quiere (no sé si muy común entre las hoy tan vitoreados multitudes y noventaynueves por ciento). Y que ésta es resultado de trabajos de larga duración y calado, de base, forjados a través de transformaciones previas conseguidas desde abajo. Sólo entonces, para que la esquizofrenia social llegara a su fin, la vía electoral podría tener posibilidades transformadoras serias, como traducción de esa fuerza social generada. Una fuerza que es capaz, por tanto, de afectar también a la esfera de la economía, para desprivatizar los medios de producción, a la par que emprende un gran proceso constituyente en el orden social y político, para dar el paso a la Política.

 

Este es el único camino posible para una izquierda integral.

 

La vía contraria, esto es, poner el carro delante de los bueyes (que es la que escoge tanta izquierda integrada), nunca trajo a la postre buenos resultados para los intereses populares.

 

Andrés Piqueras. Profesor de Sociología. Univesitat Jaume I.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.