Desde hace muchos años, después de los primeros compases de la transición de la dictadura a lo que luego se ha manifestado como una medio farsa democrática, a España entera le ha absorbido el seso la política. Diríase que los 40 años anteriores ayunos de política y de políticos necesitaban otros cuarenta de abotargamiento de […]
Desde hace muchos años, después de los primeros compases de la transición de la dictadura a lo que luego se ha manifestado como una medio farsa democrática, a España entera le ha absorbido el seso la política. Diríase que los 40 años anteriores ayunos de política y de políticos necesitaban otros cuarenta de abotargamiento de política y de políticos. Ha habido cambios. Pero no tantos sustanciales. Por ejemplo, si en el régimen anterior eran unos cuantos los que acechaban los favores, las prebendas, las canonjías y los privilegios que repartía la dictadura, en el actual se cuentan por miles. Por ejemplo, si entonces no había libertad de prensa, ahora oficialmente la hay, pero esa libertad la administran los dueños de los medios oficiales de comunicación eligiendo minuciosamente al opinante y orientando los pareceres y las tendencias hacia donde a ellos les conviene para mantener en lo posible el statu quo del régimen. Por ejemplo, si antes no había libertad de reunión, ahora la hay sólo a veces, pues situaciones hasta ayer novedosas o inéditas, como la efusión soberanista en Cataluña, las reprime el gobierno con la dureza del tirano…
En todo caso, al menos las legislaturas del actual partido del gobierno desprenden el tufo de una dictadura, blanda por los tiempos que vivimos y los compromisos con Europa, pero al fin y al cabo dictadura, no de un solo dictador sino por cooptación. Es decir, manteniendo un cupo «ortodoxo» en las instituciones del Estado repartido principalmente entre los adictos a los dos partidos principales. De momento sabemos que veinte de estos últimos cuarenta años cientos del partido postfranquista los ha dedicado sobre todo a maquinar, dicho por la propia Justicia, y el desvalijamiento de las arcas públicas que se ha ido descubriendo poco a poco después ha sido el resultado. Por eso dejo a un lado el nulo interés en seguir hablando de ese partido cuyos miembros siguen en la gobernación y no merecen más que el desprecio que se dispensa al oportunista, al ventajista, al déspota, al prepotente y al ladrón de lo público… Pero es que tampoco el otro partido, ése que hace más de un siglo era socialista, que se ha alternado en la gobernanza a lo largo de ese mismo tiempo, sale mucho mejor parado en prestigio. Pues, aparte el pillaje o irregularidades cometidas asimismo en relación a los caudales públicos aunque ciertamente menos escandalosos, el incumplimiento de sus promesas ilusionantes en materias estructurales del Estado le han puesto en evidencia y probado que tampoco es digno de crédito. Es más, su deriva a lo largo de estos cuarenta años y después de haber prestado servicios estimables, es lo más deprimente que quepa imaginar. Partido que no sólo se ha limitado a compartir el poder con el otro de ideología y praxis execrables, es que no ha cumplido ninguna de las promesas de cambio y de fondo hechas en los años 80: no ha hecho el más mínimo intento de propósitos originarios de su ideología: referéndum monarquía/república, denuncia del Concordato con la Santa Sede, reforma de la ley electoral, denuncia de las Bases americanas, etc; es que en lugar de socializar todo lo posible, como se supone corresponde a una ideología socializante, ha privatizado empresas energéticas, telefonía, banca, etc.; propósitos cuyos líderes fueron pregonando de mitin en mitin antes de acceder a su primera legislatura. Un partido que ha respaldado y robustecido la ideología contraria ensanchando con ello la desigualdad y ahondando la exclusión social de grandes porciones de población. Pero no menos deprimente y grave es esta otra deriva: una ideología que nació republicana y que desde hace al menos dos décadas se ha ido convirtiendo poco a poco en el principal baluarte de la monarquía y de los títeres que la representan…
Sí, ya sabemos que la esencia de la política, en todas partes, está en el mentir y el desmentir, en el decir y el desdecirse, en el prometer y el incumplir. Es más, no imagino a un político íntegro, coherente y de conciencia recta a menos que su ejercicio sea de breve plazo, pasajero o de ocasión. Pues, muy raro será el que, tras un balance de su participación en la política o en la gobernación, no resulte culpable; si no por acción, por omisión. Por este motivo pero también porque el político al uso no tiene escrúpulos en faltar a la palabra dada, al compromiso o al pacto, en incumplir promesas hechas a quienes le han elegido, la política es la actividad humana más opuesta al ideal de ciudadano libre, hombre y mujer, educados en la rectitud de conciencia. Virtud y galanura ésta que están presentes en toda pedagogía universal impartida en cualquier centro de enseñanza o de educación básicas cuyo propósito no fuere inculcar depravación y canallismo. Ellos, los profesionales de la política, se excusan diciendo que es de imbéciles no cambiar de opinión cuando han cambiado las circunstancias. Sin embargo, basta un poco de perspicacia para observar cuán a menudo son ellos mismos quienes cambian las circunstancias con el fin de justificar después los cambios de su discurso… La nómina de las imperfecciones del político, en fin, dejando al margen la seducción eventual de su peroración y de su tarea política, tan alejada, por cierto, de la idea de servicio a la comunidad que es lo que le daría sentido, son notables.
Desde luego, y aunque acapare la máxima atención en España en buena medida precisamente porque la impostura, la mentira y el fácil cambio de rumbo ideológico provocan una atención en general enfermiza, aparte la corrupción, la política que bulle permanentemente en este país es desde luego radicalmente antagónica con el pensamiento filosófico y las actitudes que le son propias. Pues sólo la política prudente y eficaz para todos, ésa que no da que hablar y apenas es noticia es la que puede considerarse útil y respetable: justo la contraria de la que se ha enseñoreado de una España sumida en el escándalo que no cesa. El caso es que la percepción para millones de ciudadanos es que el régimen que se inauguró aquel día hace casi cuarenta años, en lugar de estar manejado por uno como el anterior pasó a estar manejado por muchos, y que lo que se ha ido revelando después hasta ayer es que se entronizaba con él en España un medio simulacro de democracia que inmediatamente ya muchos pensaron que debía removerse. Los fondos recibidos de la Unión Europea para desarrollar el proceso de aggiornamiento político actuaron como un espejismo que duró las dos primera décadas. Las dos siguientes, de unas desastrosas consecuencias económicas para millones, en buena medida causadas por la rapiña crónica, dieron paso al desencanto, a mucha más desigualdad social y a una justicia mucho más proclive a la benevolencia con los fuertes y más implacable con los débiles sociales. Como siempre ha sido. En suma, los favores, los privilegios, las concesiones y la cada vez mayor distancia entre los ciudadanos de primera y los de cola, han ido haciendo más y más abominable la política en España.
En resumidas cuentas, si la política en su conjunto es una actividad sospechosa en cualquier parte, y la democracia burguesa es el menos malo de los sistemas, en España la política y especialmente la atención persistente a la política es sólo para los espíritus vulgares. Por eso se hace fácilmente comprensible a todo ciudadano, hombre y mujer, sensitivos, despiertos, responsables y cabales la sugerencia de Epicuro : ¡lejos de la política!
Jaime Richart, Antropólogo y jurista.
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