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Lenin, Mariategui y la epopeya de octubre

Fuentes: Rebelión

Ponencia sustentada en Simposio «José Carlos Mariátegui y la Revolución de Octubre». Lima, 25 – 27 de octubre del 2017. Casa Museo José Carlos Mariátegui

Uno de los poemas más bellos escritos por Gonzalo Rose está dedicado a Mariátegui deplorando su muerte, ocurrida cuando apenas había cumplido 35 años. «¿Hay algo más terrible que la muerte de un hombre verdadero cuando aun su estación dictaba frutos?» se pregunta el poeta de «Las Comarcas» iniciando el verso que evocamos. Pero él termina con una formulación que no es sólo literaria, sino también política: Dice «El es nuestro Lenin. Sólo le falta su octubre rojo…».

  Este bello verso simboliza no sólo el mensaje de un intelectual que juzga su deber vincular al revolucionario peruano con el inspirador y ejecutor de la Revolución de Octubre, cuyo centenario celebramos en nuestros días; sino que también forja un paralelo político que debe ser analizado en una circunstancia como ésta, cuando el recuerdo de este acontecimiento constituye no solamente una necesidad histórica, sino también aliento para nuevas batallas.

Hay elementos comunes entre Lenin y Mariátegui, sin duda, pero también notables diferencias. Ellas tienen que ver no solamente con las circunstancias en las que ambos vivieron, sino también con los escenarios concretos en los que desarrollaron sus luchas; las diferentes experiencias y tareas que abordaron, y hasta la formación académica que ambos alcanzaron.

Nos se trata, entonces, de diseñar un paralelo, ni de pretender ubicar a uno al mismo nivel que al otro en la consideración de los pueblos. Apenas, si de esbozar un perfil que nos ayude a comprender mejor el fenómeno que estudiamos, y nuestra realidad; al tiempo de resaltar la opinión que el Amauta tuvo de la Gesta de Octubre y de sus repercusiones en el escenario.

  Cuatro lecciones de la historia

Hemos dicho, y es verdad, que la Revolución Rusa fue el acontecimiento más trascendente y significativo de los últimos cien años, que cambió el rostro del Siglo XX, y abrió una perspectiva distinta para el desarrollo de la humanidad.

Una somera visión del fenómeno que naciera al fragor de los cañonazos del Crucero Aurora, nos permite percibir hasta cuatro factores que ameritan esa afirmación.

La Revolución Rusa, en primer lugar, mostró al mundo que era posible cambiar radicalmente el escenario político de un país. Que no tenía sustento la conocida afirmación de que «nada es posible» , que «todo habrá de seguir igual», que «no hay salida» a los problemas de los pueblos. En otras palabras que es algo así como la suerte del destino -o una simple Voluntad Suprema- la que ha hecho a algunos hombres ricos y a otros pobres; a algunos países avanzados, y a otros dependientes; a algunos pueblos libres, y a otros siempre oprimidos.

La Revolución de Octubre demostró que la explotación no era perpetua; que la opresión social, podía concluir; que la injusticia y el hambre, no eran eternos; que en un momento determinado de la historia, podían cambiar las cosas. Y que ése era el signo de un tiempo nuevo. Fue ese, un mensaje de oro para todos.

En segundo lugar, la Revolución de Octubre fue capaz de sacar a un país del fondo de un pozo, y colocarlo a la cabeza de los pueblos en la lucha por una sociedad mejor, más humana y más justa. Hay que recordar que antes de 1917, la Rusia de los Zares era un país secularmente atrasado.

Casi el 80% de la población vivía en el campo; en tanto que más del 60% de los que habitaban las ciudades, registraban muy altos niveles de pobreza y aún de miseria. El 95% de la población rural era analfabeta. Había, ciertamente, esbozos de desarrollo industrial, pero eran escogidos, y se situaban en lugares precisos. No implicaban un nivel compatible con el alcanzado por otros países europeos.

En pocos años, la Unión Soviética logró impresionantes niveles de desarrollo. En 1931 puso en vigencia sus Planes Quinquenales y asumió dos políticas complementarias: la industrialización forzada y la colectivización forzosa de la agricultura. Ambas herramientas le permitieron, diez años más tarde, enfrentar militarmente al la primera potencia mundial -el eje Berlín / Roma- y vencerlo.

Y luego del 45, convertirse en una de las cuatro «Grandes Potencias». En los años 50 superó prontamente a Inglaterra y Francia y a partir de 1950 comenzó a igualar a los Estados Unidos de Norteamérica, a quien superó en diversos escenarios -como la conquista del espacio- en los años 60.

De modo general, en la educación, la ciencia, el arte, y la cultura, la URSS alcanzó niveles excepcionales. Ni siquiera sus adversarios más enconados pudieron nunca negar tales evidencias. Si hoy se habla de los adelantos de Cuba en materia de educación, por ejemplo, hay que admitir que ésa, fue una escuela que dejó el socialismo, desde los tiempos de Lenin hasta nuestros días.

Y es que, en muy poco tiempo, en apenas medio siglo, la Unión Soviética se forjó como una Gran Potencia. Fue el primer Estado Pacífico y Creador de la historia humana. Y abrió una perspectiva sin igual para el hombre. Por eso, su implosión constituyó la mayor tragedia para los pueblos.

El tercer elemento clave estuvo vinculado a la capacidad de la URSS para salvar al mundo de la barbarie Nazi-Fascista. Mucho más allá de lo que hoy dice la prensa imperialista, fue la Unión Soviética la que derrotó a la Alemania Nazi en la II Guerra Mundial. Portentosas hazañas como la defensa de Moscú, el Cerco a Leningrado, la batalla de Stalingrado, el Arco de Kurts y la Marcha hacia Berlín; fueron, una a una, epopeyas que marcaron historia y costaron la vida a 25 millones de soviéticos. Nadie, jamás, pagó tan alto precio por la libertad.

Hoy se conocen los planes hitlerianos, aquellos que se habrían puesto en ejecución en el caso que la Alemania Nazi hubiera ganado la guerra: Moscú habría desaparecido completamente ahogada con todos sus habitantes, quedando convertida en una nueva imagen del Mar Muerto. Y en nuestro continente habrían sido exterminadas todas las llamadas «poblaciones nativas». Se habría «repoblado» estos territorios con exponentes de la «raza superior», la Raza Aria.

La URSS no sólo se salvó a sí misma. Salvó al mundo del oprobio nazi; y nos salvó, a los latinoamericanos, de la extinción total. Eso, nunca hay que olvidarlo.

Y el cuarto elemento a considerar es que, gracias a la Revolución de Octubre y a la lucha nacional liberadora de los pueblos, se desmoronó definitivamente el régimen colonial. Cayeron -para no levantarse más- los viejos Imperios Coloniales y asomaron centenares de nuevos países en Asia, Africa y América Latina. Y fue posible la Revolución China, la liberación de la India, la victoria de Corea, la Revolución Cubana, el triunfo de Vietnam, el ascenso de las luchas de la clase obrera europea y el desarrollo de una sólida conciencia antiimperialista de los pueblos de América Latina. La URSS, fue el comienzo. Lo dijo el Amauta en 1921: «La Revolución Rusa es siempre el principio de la Revolución Social».

  Aunque aún subsisten algunos enclaves coloniales, es claro que ya quedó en la historia la etapa aquella en la que los Grandes Imperios vivían de las riquezas de los pueblos sometidos. Con el advenimiento del Imperialismo, los esquemas de la dominación son otros. Y los Estados -surgidos en nuestro tiempo- afirman de manera constante y creciente, su independencia y su soberanía.

  Vidas paralelas

  Guardando las distancias que la realidad reclama, hay que subrayar que, definitivamente, Lenin y Mariátegui fueron vidas paralelas.

Ambos nacieron, aunque en distintas fechas, en el siglo XIX. Mientras el líder ruso vio la luz en una aldea lejana en 1870, nuestro Amauta nació al sur del país, en Moquegua, en 1894. Y ambos vivieron poco tiempo muriendo en la primera parte del siglo XX con apenas seis años de diferencia. Uno, en 1924 y el otro en 1930; con 53 y 35 años, apenas, respectivamente.

Los dos se guiaron por el ideario Marxista. Y lo asumieron a partir de su propia experiencia de vida. Estudiaron la teoría, asimilaron su práctica y enriquecieron sus formulaciones con aportes ideológicos y políticos de innegable valor. Asistieron a la fundación de sus propios Partidos, y fueron sus líderes históricos y naturales, sin apego alguno por cargos o por puestos.

Trabajaron siempre estrechamente vinculados a la clase obrera de sus propios países, Y aportaron a sus luchas con vigorosas ideas y concepciones de clase. Fueron plenamente conscientes del papel de la prensa y trabajaron de manera infatigable en la batalla de ideas que libran los pueblos contra sus opresores.

Para Lenin, la «Iskra» -«las Chispa»- y «Pravda» -Verdad-; fueron valiosas herramientas de combate: para Mariátegui, «Amauta» y «Labor» jugaron un rol de primera importancia en la tarea de difundir el pensamiento.

Y los dos buscaron afanosamente conocer la realidad de sus países y extraer de ella los caminos para avanzar a la tarea de sus pueblos. No en vano, la primea obra de Lenin se llamó «El desarrollo del capitalismo en Rusia», en tanto que la más conocida de Mariátegui fue sus «7 Ensayos…»

  Pero al mismo tiempo, fueron marcadamente internacionalistas, convencidos que la lucha que libraban no podría resolverse sólo en el marco de las fronteras de sus países, y que ellos tenían el deber de aportar al combate del proletariado universal alentando la Revolución Mundial; porque, como Carlos Marx, habían llegado a la conclusión que no bastaba conocer el mundo, sino que había que transformarlo.

  Pero, sobre todo, los dos fueron revolucionarios a carta cabal. Nunca se encasillaron en conceptos formales, ni en dogmas, rechazaron el diletantismo, y pusieron su mayor esperanza en la organización y en la conciencia de clase de los trabajadores. Enarbolaron la bandera del Socialismo con seguridad absoluta en el porvenir de los pueblos, y estuvieron imbuidos del más alto sentido del optimismo en la historia. Los dos hicieron de la Política una elevada práctica de Pedagogía, y la ennoblecieron para colocarla en el sitial que le correspondía.

Mariátegui en la senda de octubre

Algunos analistas del escenario mundial y hasta incluso personas consideradas «de izquierda», se empeñan con cierta pertinacia en ubicar a Mariátegui alejado de la experiencia Soviética. Argumentando que fue un «revolucionario original», «distinto y distante de los comunistas ortodoxos», lo sitúan casi como «contestatario» de la visión bolchevique, algo así como un «libre pensador», «ajeno a esquemas y a dogmas».

Las palabras dichas al desgaire pueden inducir a engaño. Hay que partir de la idea que Mariátegui fue un comunista. Y que los comunistas, por el mismo hecho de serlo, son originales, libre pensadores, ajenos a dogmas y a criterios formales, y a esquemas. Si alguien los tiene, registra defectos y deformaciones de ese orden, que finalmente lo alejan de su auto definición.

Veamos en el caso concreto, cuál fue la posición del Amauta respecto a la Revolución de Octubre. Recordemos, en primer lugar que sólo cuando ella se produjo (noviembre de 1917) fue que Mariátegui encontró el rumbo que buscaba: «nauseado de política criolla, me orienté resueltamente hacia el socialismo, rompiendo con mis primeros tanteos de literato inficionado de decadentismo y bizantinismo finiseculares» dijo a inicios del 18 y muy poco antes de asegurar, que si bien su revista «Nuestra Época» no portaba un programa socialista, si aparecía «como un esfuerzo ideológico y propagandístico en ese sentido».

Y porque «andaba en ese sentido», Mariátegui se vinculó a las organizaciones sindicales de la época, a la Federación Gráfica del Perú, a los textiles, panaderos y otros, a los que procuró entregarles un mensaje de clase que lo distanció obviamente de los anarquistas, que, a su vez, lo combatieron como lo recuerda en sus memorias Julio Portocarrero.

Fue con la intención de conocer la experiencia europea que Mariátegui viajó al viejo continente. Allí estudió el proceso de formación de los Partidos Comunistas, se vinculó a los núcleos revolucionarios ligados al Partido de Gramsci, nacido en Livorno; y analizó con singular detenimiento la evolución de la naciente Rusia Soviética.

Cuando tuvo lugar la Conferencia de Génova para la reconstrucción de la economía de Europa,, en 1922, se anunció la posible asistencia de Lenin. Este no pudo concurrir. En su lugar estuvo el diplomático soviético Georgui Chicherin. Mariátegui lo entrevistó con singular interés porque eso respondía a su más definida vocación política.

Mariátegui no pudo viajar a Rusia por razones de orden estrictamente personal, como lo aseguró, pero eso no disminuyó su interés por el proceso soviético, que siguió con diligencia ejemplar. Cuando retornó al Perú, su quinta conferencia en las Universidades Populares González Prada -el 13 de julio de 1923- fue sobre la Revolución Rusa; y luego, el 22 de septiembre de ese mismo año, en la revista «Variedades», insertó un extenso artículo titulado precisamente «Lenin». Recordemos algunos párrafos del mismo:

«La figura de Lenin está nimbada de leyenda, de mito y de fabula. Se mueve sobre un escenario lejano que como todos los escenarios rusos, es un poco fantástico y un poco aladinesco. Posee las sugestiones y atributos misteriosos de los hombres y las cosas eslavas…»

«Quienes han asistido a asambleas, mítines, comicios en los cuales ha hablado Lenin, cuentan la religiosidad, el fervor, la pasión que suscita el líder ruso. Cuando Lenin se alza para hablar, se suceden ovaciones febriles, espasmódicas, frenéticas. Las gentes vitorean, gritan, sollozan. Pero Lenin no es un tipo místico, un tipo sacerdotal, ni un tipo hierático. Es un hombre terso, sencillo, cristalino, actual, moderno»…

«Lenin es un revolucionario sin desconfianzas sin vacilaciones, sin grimas. Pero no es un político rígido ni inmóvil. Es, antes bien, un político ágil, flexible, dinámico, que revisa, corrige y rectifica sagaz y continuamente su obra… la historia rusa de estos seis años, es un testimonio de su capacidad de estratega y de conductor de muchedumbres y de pueblos»

Alguien podría decir que estos escritos corresponden a una etapa de la obra del Amauta cuando estaba sensiblemente atraído por el genio de Lenin, por su vida o por su muerte. Pero no, años después, en febrero de 1928, cuando Trotski fue separado del Partido Bolchevique, Mariátegui consideró su deber resaltar nuevamente el papel de Lenin. Dijo:

«La Revolución Rusa, que como toda gran revolución histórica, avanza por una trocha difícil que se va abriendo ella misma con su impulso, no conoce hasta ahora días fáciles, ni ociosos. Es la obra de hombres heroicos y excepcionales, y, por este mismo hecho, no ha sido posible sino con una máxima y tremenda tensión creadora. El Partido Bolchevique. Por tanto, no es ni puede ser una apacible y unánime academia. Lenin le impuso hasta poco antes de su muerte su dirección genial; pero ni aún bajo la inmensa y única autoridad de este jefe extraordinario, escasearon dentro del Partido los debates violentos. El Partido Bolchevique no se sometió nunca pasivamente a las órdenes de Lenin, sobre cuyo despotismo fantaseó a su modo un periodismo folletinesco que no podía imaginarlo sino como un Zar Rojo… Lenin ganó su autoridad con sus propias fuerzas; la mantuvo luego con la superioridad y clarividencia de su pensamiento. Sus puntos de vista prevalecían siempre por ser los que mejor correspondían a la realidad».

No necesitamos aludir extensamente a la posición que asumió Mariátegui cuando la crisis tocó las fibras del Partido Bolchevique. Tan sólo decir que el Amauta recordó que Trotski resultó «el líder de una composición heterogénea en la cual se mezclaban elementos sospechosos de desviación derechista y social-democrática, con elementos incandescentemente extremistas, amotinados contra las concesiones de la Nueva Política Económica, la NEP» . Por eso, pese a reconocerle innegables meritos, nunca se sintió particularmente atraído por su figura ni por sus planteamientos.

Por lo demás, Mariátegui observó con claridad un fenómeno errático. Y dijo: «El trotskismo no sale de un radicalismo teórico que no logra condensarse en fórmulas concretas y precisas».

Esta «toma de posición» que reviste el carácter de una opción de principios, no debe llevarnos a la confusión. Hay que juzgar siempre a los hombres de acuerdo al tiempo en el que vivieron, a los elementos de juicio con los que contaron, a los compromisos y tareas que abordaron, y al escenario concreto en el que les tocó vivir y luchar.

Sería estéril inducir un debate respecto a lo que «podría haber sido» la posición del Amauta si éste hubiese tenido a la mano los elementos de juicio y los recursos con los que contamos hoy. El subjetivismo, en ese plano, siempre nos habría ganado la batalla.

Perfiles en la historia

Como puede apreciarse, al evocar el Centenario de la Revolución Socialista de Octubre, resulta legítimo -y emblemático- citar a Lenin y a Mariátegui. Sus vidas estuvieron estrechamente vinculadas a ese ideal que hoy vuelve a estar en los sueños y en las expectativas de los pueblos.

Aunque la URSS hoy no exista, los mensajes de su fundador, y los de su primer discípulo en el Perú, se levantan con renovados bríos y palpitan en el pecho de millones.

Llegará día, sin duda, en el que volverá a brillar el sol del Socialismo alumbrando el derrotero de los pueblos. Cuando eso ocurra, se podrá decir que Lenin y Mariátegui, con sus perfiles diseñados en la historia, sellaron finalmente su obra.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.