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Libertad e independencia (La ilusión salvífica)

Fuentes: Rebelión

La libertad política, por sí sola, es un recipiente vacío. No tiene sentido si no va acompañada de independencia económica. Y en el capitalismo esto es raro. Son sólo unos cuantos, en comparación con la población total de cada país, los que reúnen en su persona libertad e independencia por igual. Es decir, libertad e […]

La libertad política, por sí sola, es un recipiente vacío. No tiene sentido si no va acompañada de independencia económica. Y en el capitalismo esto es raro. Son sólo unos cuantos, en comparación con la población total de cada país, los que reúnen en su persona libertad e independencia por igual. Es decir, libertad e independencia: los dos bienes más preciados del ser humano en tanto qur ser social, van estrechamente unidas. En la medida que se reduce el número de esa minoría, el país en cuestión será más democrático además de más justo. Es un módulo del valor democrático.

Pero así como la libertad a secas es más un concepto moral o filosófico en el sentido de que la libertad jamás se pierde pues uno la posee hasta en prisión, y las libertades públicas son formales y teóricas, la independencia es exclusivamente material, su concepto es unívoco, no oscila ni mueve a duda: somos o no somos independientes, tenemos o no tenemos independencia.

Voltaire pedía que nadie posea tanto como para poder comprar a otro, ni tan poco que se vea en la necesidad de venderse. En todo caso pocos tienen libertad e independencia por igual. Y pocos no dependen de otro que le paga.

Hay, por cierto, otra manera de tener libertad e independencia, en la práctica absolutas: no precisando de nadie, sólo en último término de los frutos de la tierra o del benefactor ocasional.

Las dependencias más notables, además de la política, son la económica y la sentimental. En lo económico; en principio el deudor depende del acreedor. Pero esta relación de dependencia tiene una singularidad: varía según la suma debida. Si es poca, el deudor depende del acreedor. Pero si es mucha, es el acreedor el que depende del deudor,.pues si no le paga, le arruina. En cuanto a la sentimental, no toca ahora analizarla.

En todo caso, cualquier clase de independencia, sea política, económica o sentimental puede ser fruto del pacto; un consenso entre quien ya domina o quiere dominar, y el que desea zafarse de la dominación que otro mantiene por la fuerza pretérita, o intenta dominar por la fuerza presente

Irak y Afganistán son dos ejemplos de países que han perdido su libertad y su independencia política. Pero otros territorios, como Euzkadi o Cataluña, en España, que la han perdido hace mucho tiempo o no la han conseguido nunca, nunca dejarán de perseguirla. Pero el Estado dominador (ahora con un gobierno fascista vestido con la piel de la oveja neoliberal) da pruebas un día tras otro a lo largo de la historia de hasta qué punto quiere mantener su dominación. Sus jueces, sus policías y su ejército, siempre en estado de alerta…

Sin embargo, hasta los políticos, los economistas y los periodistas más obtusos hacen hincapié en que para salir de la crisis la única solución es generar una idea ilusionante colectiva. Como no podemos imaginar que a estas alturas y con la que ha caído y está cayendo brote un fervor patriótico que en España no existe desde la invasión del extranjero a principios del siglo XIX, ya nos dirán esos avispados si semejante ilusión no es, precisamente, la que renace en Cataluña con el soberanismo, la independencia o el Estado Federal. Pues si no es la independencia en estado puro, el Estado federal se presenta como el objetivo y revulsivo para todos los territorios, pese a que se diga que las actuales Autonomías son la figura de organización más descentralizada. Porque no es cierto. La prueba de que no es así es la amenaza que el gobierno central ejerce en estos momentos sobre la decisión de la Asamblea catalana de convocar un referéndum para sondear la voluntad de autodeterminación entre los catalanes. En el federalismo la voluntad suprema se invierte. Es el Estado federado el que delega poderes propios a un órgano u organismo superior. Mientras que la fórmula de las Autonomías españolas es el Estado el que concede o no concede. La diferencia es superlativa.

Por consiguiente, y al hilo de lo que digo al principio, ninguna otra ilusión puede tirar del carro de la economía,y del afán colectivo que una transformación de las condiciones políticas y especialmente relacionados con el modelo y la sensación de libertad real para todos. La que actualmente existe, refrendada además por el poder judicial, es la de quienes tienen que esperar la «gracia» de soluciones y medidas del bien de la magnanimidad bien de la mezquindad de gobiernos que, amparados en una Constitución monstrenca y promulagada en una situación coactiva, se creen y se comportan como si fueran los dueños de todo el país compuesto por provincias controladas por gobernadores imperiales…

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.