En el año 2012 el consumo de la televisión en España ha aumentado. Alcanzando una media de doscientos cuarenta y seis minutos. Quizás, como señala el poeta Antonio Gamoneda en su última obra, «Canción errónea«, al fin y al cabo vamos encaminados a «despertar / en el olvido«. La instantaneidad es promiscua. Es versátil. No necesita más que de conciencias adiestradas en el proceso de la desmemoria. Lo más aparente de este estudio de audiencias lo significa, aunque no aparezca, el fundido en negro que han protagonizado los trabajadores de la televisión autonómica de Madrid. La insolencia no viene establecida por el derecho a la huelga que ejercen frente a la «impía» regulación de empleo que sufren. Las consecuencias de ésta son las que merecen la consideración del poder político con ese sentir. Una pantalla oscura es síntoma de marasmo, de crisis, de excepcionalidad, de insospechado efecto para los intereses con los que especulan. La aparentemente dimensión de lo negro es lo indefinido e incierto. Sin embargo el presagio de la luz está en la oscuridad. Como en la literatura, hay que escudriñar en los anaqueles para entresacar títulos que sustancien esa luz.
A las «palabra inmóviles» del poeta asturiano, le suceden como a las cuentas del rosario. No arreglan el mundo pero lo cuentan. Y de qué manera: «han desaparecido los significados y nada estorba a la indiferencia«. Todo un proceso de introspectivo y definitivo arranque se inicia en la palabra que se enuncia con la certeza de su propia inutilidad. Juan Gelman introduce el dedo índice en las brasas, «La poesía es lenguaje calcinado y su palabra se alza desde esas calcinaciones que algunos llaman silencio y, sin embargo, todavía se retuercen y aún crepitan«. Como las pinturas de Edward Hopper, hay un vacío habitable porque hay sed en los lectores y espectadores de convertirnos en dios sabe qué. Ese paso franqueable es el signo de la constante búsqueda. Aquello que contiene un mundo en ciernes. Siempre por expresar lo último y en la existencia de la soledad compartida o individualizada. En la lectura es compatible esa acepción ambivalente y contradictoria. Se disfruta en solitario y comparte de tú a tú.
Arde Grecia. Los fuegos de leña, debido a la crisis económica, están contaminando el aire. El precio del gasóleo se ha incrementado en un 48 por ciento con respecto al año anterior. Muchas escuelas permanecerán cerradas si el gobierno no destina fondos para la calefacción. Europa tiene frío en el alma. No es consuelo ni alivio pero Petros Márkaris solivianta las conciencias con su obra «Liquidación final«. En un escenario social de tan complicada problemática, un ciudadano empieza a tomarse la justicia por su propia mano. Conmina a los defraudadores de la hacienda pública a pagar lo que deben. Si no acceden, los asesina. Convirtiéndose en un justiciero que recibe los aplausos de los más desfavorecidos. El detective Kostas Jaritos es el encargado de investigar estos sucesos. Como en anteriores novelas, el personaje va desgranado en sus reflexiones y miradas la crudísima realidad del país heleno.
El escritor venezolano y afincado en España, Edgar Borges, resume con lucidez y tino la base troncal de su propio quehacer creador, «imagino, luego me rebelo«. Un principio que es fin y viceversa en su trayectoria. Es un «autor de microacontecimientos«. Éstos no son más que la suma de las fracturas que diariamente tratan de someter al ser humano para obstaculizar su libertad y las que toma éste para contravenirlas. Un juego dispar que queda al arbitrio de la conciencia. La constatación y definición de cada una de ellas son un compendio de transgresiones. Como las que incluyó en su diario Winston Smith, protagonista de la novela»1984«. La crisis tal vez no sea un efecto real, sino un efecto propagandístico. Como así parecía indicar George Orwell con la figura del «Gran Hermano«. Es la conciencia del individuo con respecto a la masa que describía Elias Canetti en su obra «Masa y poder«. El autor de «El hombre no mediático que leía a Peter Handke«, su última obra, en la que integra diversos géneros -novela, periodismo, diario-, de marcado acento experimental por el tratamiento psicológico de la estructura narrativa y argumental, vincula el pensamiento del polifacético autor austriaco, con el reducto de un ser humano que renuncia a cualquier ansia que no sea conocer ese punto de vista que simplifique lo genérico en específico. La soledad del ser humano es una amenaza. Contradice el biempensante postulado económico actual como forja colectiva. Hay exilios interiores que no se corresponden con los convencionales de todos conocidos. Edgar Borges vindica ese lugar como principio de una nueva conciencia, la que origina, en el caso del lector, la trascendencia de las palabras que no se resignan a ser obviadas y, por consiguiente a ser reconocidas como indiferentes. La literatura no es fin pero sí principio. Y, en éste, se halla la razón de ser de la misma.
Pedro Luis Ibáñez Lérida. Poeta y editor (Sevilla, España).
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.