A partir del estreno de La forma del agua, película de Guillermo del Toro, he recorrido varias conversaciones/opiniones de cinéfilos y no tan cinéfilos. He escuchado discutir sobre si del Toro con esta obra estaba o no haciendo un homenaje a sus películas favoritas, a la estética de Jean-Pierre Jeunet en Amélie (2001) y que […]
A partir del estreno de La forma del agua, película de Guillermo del Toro, he recorrido varias conversaciones/opiniones de cinéfilos y no tan cinéfilos. He escuchado discutir sobre si del Toro con esta obra estaba o no haciendo un homenaje a sus películas favoritas, a la estética de Jean-Pierre Jeunet en Amélie (2001) y que no termina de ser un remake de El monstruo de la laguna negra que Jack Arnold dirigiera en 1954. Incluso, se habla de La forma del agua como una relectura seudointelectual de la Bella y la Bestia para adultos.
Efectivamente, no es un pequeño guiño al espectador que refiera a otros filmes, es demasiado el parecido para llamarlo homenaje, lo cual crea una suerte de distanciamiento inmediato para aquellos amantes del séptimo arte.
Sin embargo, y con el permiso de la industria, mi tesis es la siguiente: a lo largo de la historia de la humanidad podemos ver que en las amplias ramas de las artes hemos logrado expresar, de manera creativa, las situaciones sociales y políticas. Se ha demostrado que las artes son el medio por el cual se denuncia furtivamente lo que no podríamos decir en voz alta a riesgo de nuestra vida.
Por tanto, tomando en cuenta que Guillermo del Toro es un mexicano exitoso en la era Trump y todo lo que esto significa: xenofobia, racismo, machismo, muro fronterizo entre Estados Unidos y México, ¿podría el galardonado cineasta querer contarnos algo más que solo una obra de linda estética?
Pensando en esto, tomemos en cuenta que el personaje guía es una mujer muda (¿latina?), lo cual a simple análisis habla del obligado silencio en que se coloca en nuestra sociedad patriarcal a la mitad de la población. Su mejor amigo es un hombre gay y pintor, relegado por las nuevas tecnologías y la homofobia al armario. La compañera de trabajo, una mujer negra, víctima de violencia psicológica por parte de su marido. Estos tres personajes son la representación de las mal llamadas minorías, cada uno tiene una historia individual, más allá de la película y, en pequeños momentos, en las escenas que parecen olvidarse, por parecer no tan importantes, por no ser románticas, están los detalles de cómo la sociedad los ha relegado a la oscuridad y al silencio.
Hablemos de los villanos, en primer lugar el coronel Strickland, hombre blanco, militar estadounidense, heteronormativo, familia de foto de publicidad de los años 50, por favor, recordemos que mi tesis es que nada de esto es casualidad. Después podríamos hablar de los rusos, por supuesto, estamos en medio de la guerra fría. Sin embargo, hay un villano clave que casi no vemos, el general Frank Hoyt, quien devela qué es lo realmente importante para el gobierno estadounidense, desarrollando la idea de que no importa ser decente, no hay espacio para equivocaciones y, sobre todo, la imagen del hombre decente y la familia feliz que se ha creado en Estados Unidos es solo una fachada; es la imagen que se vende hacia afuera; el famoso «sueño americano».
¿Me siguen? Es imposible que estas frases sean un accidente, vayamos pensando que el eslogan de Donald Trump es «hacer América grandiosa nuevamente», la época en la que está puesta la película, la guerra fría, finales de los años de 1950 y principios de 1960.
Y, por supuesto, tenemos al maravilloso rebelde, que desde adentro se rebela a ambos gobiernos, y su sed de poder, Dimitri, quien pone por delante su ética como científico y da su vida por ello.
Por fin llegamos a La Criatura, venida de un lago en América del Sur, Brasil, dios de un pueblo originario, semihumano, ha sido raptada, desaparecida por los militares. Se le dedica toda una escena de tortura, bajo el poder de la picana eléctrica, arma favorita de los militares estudiados en la Escuela de las Américas. Seguramente, esto les recordará los miles de desaparecidos y torturados en América Latina, sitiada por las dictaduras de militares entrenados por el Gobierno estadounidense.
Ahora bien, con este desglose de ideas y análisis, ¿será que esta obra nos invita a hacer memoria y a preguntarnos si queremos repetir nuestra historia?
Natalia Beluche Barrantes es actriz y licenciada en Arte Dramático.