Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Los hechos en el terreno decidirán si EE.UU. realmente «valora la dignidad del vendedor ambulante en Túnez más que el poder bruto del dictador».
Por lo tanto comencemos con un hecho. Para el presidente Barack Obama de EE.UU., Arabia Saudí no está en Medio Oriente. Tal vez la Casa de Saud haya mudado sus desiertos y el petróleo a Oceanía sin decírselo a nadie. En su importante discurso del jueves, de donde viene la cita mencionada y donde, según el evangelio de Reuters, «se describiría una nueva estrategia de EE.UU. hacia un mundo árabe escéptico», los escépticos árabes, y en realidad todo el mundo, nunca escucharon esas dos fatídicas palabras: «Saudí» y «Arabia». Incluso India, Indonesia y Brasil se mencionaron.
Eso contribuye en gran medida a explicar cómo EE.UU., una vez más según el evangelio de Reuters: planifica «dar forma al resultado de sublevaciones populares», sin siquiera mencionar a la gran potencia de Medio Oriente detrás de la actual contrarrevolución contra la gran revuelta árabe de 2011.
Obama trató de dar forma a lo que los «clintonitas» definen como «realismo ambicioso». Más bien parece ficción ambiciosa. Al insistir en el conjunto de «principios» y al tratar de un modo no demasiado sutil de monopolizar una vez más la autoridad moral -emitiendo dispensas sobre el cambio de régimen de Muamar Gadafi (ya ido) a Bashar al-Assad de Siria (reforma o vete)-, Obama trató de reescribir la historia colocando a Washington en el centro del ímpetu de todos los árabes por la democracia. Podrá engañar a los estadounidenses. Pero no engañó a la calle árabe.
Pasaron tres largos meses antes que Obama finalmente se ocupara de la dinastía al-Khalifa en Bahréin – sin mencionar una sola vez a sus amos, Arabia Saudí-. Salvó de una situación difícil a los gobernantes bahreiníes con un guante de terciopelo entregado por el Departamento de Estado, desviando al mismo tiempo hacia un guión aprobado por Riad y Tel Aviv que culpa al mal de todos los males: Irán; «Reconocemos que Irán ha tratado de aprovechar toda la agitación del país y que el gobierno bahreiní tiene un interés legítimo en el mantenimiento del orden. Sin embargo, hemos insistido en público y en privado en que los arrestos masivos y la fuerza bruta están en conflicto con los derechos universales de los ciudadanos bahreiníes, y que no lograrán que desaparezcan los llamados legítimos a la reforma.»
Es mucho más orwelliano que simple «fuerza bruta»; es la Universidad de Bahréin, por ejemplo, que obliga a los estudiantes a firmar una promesa de fidelidad al gobierno, a prometer que no desafiarán a la monarquía, si no firman los expulsarán.
Por lo tanto, para decirlo en pocas palabras, estamos ante una concisa política de Obama para el Nuevo Medio Oriente: Apoyamos a «nuestros» hijueputas (dictadores) que son suficientemente sofisticados como para golpear, arrestar y matar a algunos cientos de su propio pueblo (Bahréin). Nos molestan un poco «nuestros» colaboradores en la guerra contra el terror que también golpean brutalmente, arrestan y matan a algunos cientos de su propio pueblo (Yemen). También estamos fuertemente inclinados a abandonar nuestro apoyo a dictadores poco confiables, alineados con Irán, que golpean, arrestan y matan a muchos cientos de su propio pueblo (Siria).
Desencadenamos la guerra -a través de la OTAN como brazo armado de las Naciones Unidas- contra dictadores poco confiables ricos en petróleo que golpean, arrestan y matan a supuestos miles (Libia). Y nos mantenemos totalmente mudos ante «nuestros» hijueputas monárquicos que impiden la posibilidad de protestas democráticas (Jordania, Marruecos, Arabia Saudí) o invaden a sus vecinos para aplastar actuales protestas pacíficas (Arabia Saudí).
«Solución final» o ruina
En el tema absolutamente central para el mundo árabe, Obama pareció demostrar juicio razonable al apoyar una solución de dos Estados para Israel/Palestina, basado en las fronteras de 1967 «con permanentes fronteras palestinas con Israel, Jordania y Egipto, y permanentes fronteras israelíes con Palestina». Y ahora el obstáculo inicial para terminar con todos los obstáculos: ningún gobierno israelí aceptará jamás esto, solo si es él, como insinuó Obama, quien decide qué porcentaje quiere conservar de esas tierras robadas.
Israel nunca definió sus fronteras. Desde 1948, e incluso antes, los sionistas sueñan con un Eretz Israel del río Nilo al Éufrates. Ya que el Éufrates nunca estuvo en el mercado, y ahora menos que nunca, los sionistas aceptaron toda Palestina del antiguo mandato. Es el significado (invisible) de la insistencia del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu en que los palestinos deben reconocer a Israel como «el Estado judío».
Si lo hicieran, al 1,5 millones de palestinos -que ya son infraciudadanos en Israel- los «desnacionalizarían» inmediatamente y los expulsarían en masa al bantustán palestino configurado como «solución final» al «problema demográfico» sionista.
El conjunto de las condiciones de Obama para los palestinos sonó como un comunicado de prensa de Tel Aviv: contra la unión entre Hamás y Fatah, contra la solicitud planificada de Palestina de la aceptación como Estado por la Asamblea General de la ONU en septiembre. Nada sobre los amplios asentamientos ya existentes en Cisjordania, solo un llamado a Israel a que cese «la actividad de asentamientos» (¿qué es eso? ¿Un primo de «actividad militar cinética»?) No es de extrañar que los medios israelíes lo estén presentando como una victoria de Netanyahu.
Y cuando Obama subrayó que «una demora interminable» no «hará que el problema desaparezca» no entendió en nada lo esencial: el uso de tácticas de «demora interminable» por parte de todos los gobiernos israelíes es lo que ha mantenido a toda marcha la construcción de asentamientos y ha encerrado totalmente Jerusalén Este, mientras aplicaban incesantemente una estrategia de «dividir para reinar» (enfrentando a Fatah contra Hamás) con el fin de aplastar la moral palestina.
Ninguna retórica florida puede ocultar de qué se trata todo esto -¿qué iba a ser?- «proteger» a Israel (mencionado 28 veces en el discurso). Habrá más confirmación real este fin de semana, cuando Obama se dirija a la juerga anual del Comité de Asuntos Públicos EE.UU.-Israel (AIPAC), y el próximo lunes, cuando Netanyahu hable en esa reunión de trabajo de Tel Aviv conocida como Congreso de EE.UU.
Por el momento, la calle árabe dice que es una metedura de pata total. E Israel furioso dijo no, no, no, a toda concesión.
Culpad a la media luna chií
¿Quién puede imaginar que la sospechosa retórica de Obama podría llegar a poner en peligro el pacto con el diablo estadounidense/saudí de petróleo por seguridad? (Es debatible qué parte es el diablo). Especialmente cuando la Casa de Saud -y los fabricantes de armas de EE.UU.- se relamen satisfechos ante un monstruoso negocio de 60.000 millones de dólares que involucra docenas de cazabombarderos jet F-15, que se impondrán a la «amenaza existencial», Irán (perdón, ¿no era una excusa israelí? Bueno, en todo caso es lo mismo).
¿Cómo iba a admitir directamente el líder Obama, ante todo el mundo, que existe una contrarrevolución estadounidense-saudí-israelí desde finales de febrero para aplastar la gran revuelta árabe de 2011, como ha estado informando Asia Times Online?
¿Cómo iba a admitir Obama que el arma preferida de la contrarrevolución es la carta anti-chií – contra los chiíes persas en Irán, así como contra los chiíes árabes en Bahréin, Arabia Saudí, Iraq, el Líbano, Omán y Siria; y que eso la convierte esencialmente, en un sentido trágico pero predecible, en una estrategia de al-Qaida?
¿Cómo iba a admitir Obama que Abdullah II, el rey Playstation de Jordania, ya inventó la idea de la «media luna chií» en 2004 y que ahora se ha desempolvado esperando que tenga más éxito?
¿Cómo iba a admitir Obama que la demencial obsesión de Washington con respecto a Irán -mientras Tel Aviv echa continuamente leña al fuego- se denuncia gráficamente como un prejuicio estadounidense/saudí/israelí contra el chiismo? (Toda una hazaña que los chiíes sean discriminados simultáneamente por una «coalición de los dispuestos» cristiana/judía/wahabí musulmana).
¿Cómo se iba a permitir Obama admitir, como ha señalado el profesor de política árabe en Columbia, Joseph Massad, que «la represión apoyada por EE.UU. en Bahréin, Arabia Saudí, Omán, Yemen, Jordania, Marruecos, Argelia, y en los Emiratos Árabes Unidos va a la par con la intervención euro-estadounidense-qatarí en Libia a fin de salvaguardar los pozos petrolíferos para compañías occidentales una vez que haya un nuevo gobierno?
¿Y cómo iba a admitir Obama que la lucha que define estos tiempos es la gran revuelta árabe de 2011 contra la contrarrevolución estadounidense/saudí/israelí?
Los charlatanes de Washington bautizaron el discurso de Obama de «Cairo II», una reposición de su discurso original de 2009 en El Cairo, en el que «vendió» democracia al mundo árabe.
El Cairo en sí tiene mucho más que decir al respecto que lo que podamos creer del cambio retórico de Obama. Prestad atención si El Cairo y el resto de Egipto eligen un gobierno verdaderamente soberano, verdaderamente independiente. Solo entonces será el comienzo de la verdadera revolución árabe. Ahora todos somos egipcios.
Pepe Escobar es autor de «Globalistan: How the Globalized World is Dissolving into Liquid War» (Nimble Books, 2007) y «Red Zone Blues: a snapshot of Baghdad during the surge«. Su último libro es «Obama does Globalistan» (Nimble Books, 2009). Puede contactarse con él en: [email protected].
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Fuente: http://www.atimes.com/atimes/
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