Recomiendo:
0

Lo que vale la pena aprender de Mayo del 68

Fuentes: Rebelión

Numerosos periódicos y seminarios nos recuerdan lo que significó en aquel París de mayo de 1968, cuando miles de jóvenes, estudiantes y obreros salieron unos días a la calle a manifestarse por un cambio social. Las interpretaciones son muchas y muy interesadas y seguramente muchas de ellas aunque sean contradictorias entre sí., ya que no […]

Numerosos periódicos y seminarios nos recuerdan lo que significó en aquel París de mayo de 1968, cuando miles de jóvenes, estudiantes y obreros salieron unos días a la calle a manifestarse por un cambio social. Las interpretaciones son muchas y muy interesadas y seguramente muchas de ellas aunque sean contradictorias entre sí., ya que no era un movimiento planificado y sí un síntoma de muchas cosas que no funcionaban en la sociedad que estos jóvenes ( mis hermanos mayores) rechazaban. Y aquí quiero señalar dos aspectos de este síntoma para realizar a partir de ellos una breve reflexión sobre nuestro presente. Un aspecto contra el que se levantaban era el autoritarismo y el otro el malestar. Analicemos los dos aspectos.

La sociedad de sus (nuestros) padres era muy autoritaria en todos los ámbitos de la vida cotidiana, desde la familia ( patriarcal) hasta política ( El Presidente de Gaulle o su reverso, el PC francés) pasando por supuesto por las instituciones educativas. Decía Kant, un gran filósofo, que la sociedad, ya a finales del Siglo XVIII, estaba llegando a su mayoría de edad porque el hombre estaba dispuesto a pensar por sí mismo, ya no necesitaba tutores que pensaran por él. Esto era una de las cosas que pedían aquellos jóvenes, la palabra, el que se les dejaran pensar por ellos ( nosotros ) mismos. Podemos preguntarnos ahora si en estos cuarenta años hemos ganado algo en este sentido. Yo dirían que no, que más bien hemos retrocedido. Un filósofo contemporáneo ( y vinculado al movimiento ) Michael Foucault, hablaba de la biopolítica y decía que el Estado cada vez administraba más la vida de los ciudadanos. Y es tremendamente cierto como podemos constatarlo en dos aspectos: la sanidad que ahora es Salud y la enseñanza que ahora es Educación. El cambio de nombre no es casual: El Estado quiere decirnos como hemos de vivir ( y hasta cuando, como demuestra la prohibición de la eutanasia) y también como nos hemos de formar como personas. Y esto nos coloca a los maestros y profesores ( que es mi profesión) y a los médicos en una situación imposible porque hemos de decir a los ciudadanos como educar a sus hijos y como vivir para llegar a este Ideal determinado por el Estado.de Salud física y mental.

El otro aspecto es el malestar, la infelicidad. Aquellos jóvenes veían ( veíamos) que la forma de vida de nuestros padres, que la generación que heredábamos no era una sociedad de personas felices. Y que el consumo como expectativa solo generaba insatisfacción.La felicidad, ya lo sabemos, es una cosa muy compleja y que solo puede medirse en términos subjetivos ( objetivarla es uno de los aspectos de la biopolítica, que también nos dice como ser felices). Pero aquellas gentes no parecían muy felices y queríamos otra vida, intentarlo de otra forma. Quizás tenía algo de ingenuidad porque como decía el viejo y sabio Freud la civilización comporta represión y por tanto malestar y nadie está dispuesto a negar las ventajas de un mundo civilizado. Pero aún aceptando esto podemos aspirar a un grado de felicidad y no conformarnos con ser víctimas de unas costumbres y una manera de vivir con la que no nos identificábamos. Podemos preguntarnos también si cuarenta años después, en las llamadas sociedades avanzadas, somos más felices. Y yo también diría que no. La sociedad cada vez parece producir más infelicidad y la depresión tiene características de plaga social, añadida a otras como al anorexia, las adicciones… Parece cumplirse la fatal predicción de Nietzsche cuando decía que lo que llegaría si no eramos capaces de transformar los valores era el nihilismo del último hombre. Y aquí Nietzsche señalaba una cuestión central que era que para vivir intensamente, para querer vivir hay que aceptar el dolor y la muerte. Y no aceptamos ni una cosa ni la otra por lo cual nos convertimos cada vez más en individuos que lo único que quieren es no sufrir y negar la propia finitud, la propia muerte. Y el precio es vivir a mínimos y guiados por una sociedad que cada vez nos ofrece más servicios para ser un rebaño que tiene la vida cada vez más reglamentada y que va desde los objetos tecnológicos hasta el turismo de masas, que por otra parte crean cada vez nuevas y mayores obligaciones para todos los que componemos, mal que nos pese, este rebaño.

Podemos pensar entonces que lo que vale la pena recoger de aquel movimiento es la lucha por la autonomía y la lucha por la felicidad. Y esto, mal que nos pese, no es solo incompatible con el autoritarismo o las costumbres represivas ya que como bien nos recuerda Zizek ( que también reflexionaba en este rotativo de forma muy inteligente días pasados sobre el Mayo del 68) ahora el imperativo es que hay que gozar. Con lo que es realmente incompatible es con el capitalismo. Ya sé que no conocemos alternativas globales y las que se han ensayado han fracasado pero hay que introducir una lógica diferente a él para conseguir el máximo de felicidad colectiva y el máximo de autonomía personal. Como ya vieron bien los jóvenes del Mayo del 68 con sus consignas anticapitalistas lo que nos ofrece el sistema es un engaño : una satisfacción aparente a través del consumo que no es felicidad y un individualismo que no es autonomía real. En todo caso

Vale la pena no olvidarlo y buscar algo mejor que lo que tenemos. Estos valores de los que hablo, no lo olvidemos, sí son muestras del Progreso, que nos es otra cosa que lo que ganamos colectivamente en felicidad y en libertad. Y es incompatible con el capitalismo.

[email protected]