La lógica formal se impone. Es esta la que predomina en los grandes centros de producción del conocimiento. Es la herramienta por excelencia de análisis, y para algunos, es la lógica en mayúsculas. Lo cierto, es que de tanto repetirlo ya casi se convierte en verdad. De hecho, es una verdad social. Un ejercicio cualquiera […]
La lógica formal se impone. Es esta la que predomina en los grandes centros de producción del conocimiento. Es la herramienta por excelencia de análisis, y para algunos, es la lógica en mayúsculas.
Lo cierto, es que de tanto repetirlo ya casi se convierte en verdad. De hecho, es una verdad social. Un ejercicio cualquiera de encuestas, arrojaría un resultado donde para la mayoría de las personas, académicos o no, es esta, la que nos provee de una verdad -categoría peligrosa esta, por cierto.
Pero la lógica formal (LF) no está sola, al menos no en el mundo de las teorías. A su lado -encima, delante, o en cualquier otro punto referencial-, está la dialéctica. La tan vilipendiada dialéctica por Karl Popper, la tan distorsionada dialéctica de los manuales soviéticos, pero dialéctica al fin. Y no se olvide nunca que nadie puede repudiar impunemente la dialéctica, dijo Hegel, quien la llevó a su punto cumbre -descontando a Marx, claro-. Entonces, póngase la dialéctica de frente a la LF.
Toda la cuestión de la lógica empezó con Parménides, y para algunos este es el padre, ya que su idea de la abstracción, de la sustancia, fue clave para la disciplina. Pero con cuidado de no cometer alguna violación de la historia de la teoría, se pudiera saltar a la figura de Aristóteles para abordar la LF.
Este genio resulta muy polémico. Sus ideas sobre la lógica pueden dar lugar a diversas interpretaciones, o mejor dicho, ya se ha hecho. Y ciertamente, como con muchos pensadores, autores, en no pocos casos, de sus ideas sobreviven las resultantes de las formas de apropiación simbólica cultural de la realidad, es decir, los mitos. Así, los filtros de números pensadores, sobre todo de aquellos filtros de la iglesia -por solo mencionar-, y sus efectos, es lo que nos ha llegado hasta hoy sobre el griego.
Yendo ya a Aristóteles, tomemos de este dos ideas claves para el asunto de la LF. Y es que hablaba de la autonomía de la forma, y de no confundir la forma con aquello de lo que esta es forma. Ideas esta, de una gran relevancia. Comparémosla con lo que socialmente se acepta.
Lo primero, es que para la mayoría de las personas, la LF es la lógica matemática. Esta, descansa sobre sus 3 postulados clásicos -mejorados reforzados con un 4, perfeccionado con polivalencia, pero básicamente la misma lógica-. Desde ahí, se establecen las archiconocidas identidades formales que dominan el escenario. Con ellas, todas las maravillas son posibles. Sin estas, se es poco científico. Y aunque no se usen números, los fundamentos de la matemática se llevan a otros campos.
Estas identidades, gozan de autonomía. El desarrollo de la propia matemática lo demuestra. Esta se despliega en una serie de artilugios, ampliaciones de un miembro de la ecuación, coherentes dentro de un sistema estos artilugios, que terminan por parecer impenetrables. La matemática, se abre una casi infinidad de relaciones estructurales, de formas. Así, se llega a esas identidades formales, que se muestran autónomas, y es que ese mundo de las formas matemáticas depende solo de su relación consigo mismo. No es más que el resultado de la ampliación del lenguaje desde el cual se fundamenta. Hasta ahí, parece cumplirse lo planteado por el sabio griego.
Ahora, ¿y el no confundir la forma con aquello de lo que es forma? Eso nos lleva a preguntar siempre, ¿forma de qué?, es decir, ¿de qué es forma? Y es que en lo aceptado como la LF, esa pregunta queda a medio responder. La autonomía antes mencionada, hace que la forma se piense inevitablemente como causa y efecto de sí misma. La autonomía del despliegue de las formas, explican por sí solas el mundo exterior a estas. Lo vemos todo el tiempo en estadísticas, números. Otro buen ejemplo, son esos moldes para pensar fenómenos, base y superestructura, es decir, todo indicio de una forma-estructura previa para pensar algo es LF. Incluso los métodos modernos, construyen rápidamente formas funcionales de algo, pero en realidad no es más que la reproducción de un esquema formal previamente planteado en la recolección de la información -un modelo formal pensar la información.
Y es en ese punto donde la LF tiene que resolver su problema, necesita algo de lo que ser forma. Termina por tenerse, el desarrollo de la forma por un lado, a la cual se le agrega un contenido, que claro, se mueve de forma independiente. Las funciones se establecen, se desarrollan, y luego se les pone su contenido. El número, el dato, es desarrollado, estandarizado, procesado, y al final, se le da un contenido. La forma arroja ella misma sus resultados, el contenido, será ese color con el que se rellenará el envase de la forma.
Ese escenario se encuentra la dialéctica, y de manos de Hegel sería abordado. Para este, «el principio de identidad expresa sólo una determinación unilateral, y contiene sólo la verdad formal, es decir, una verdad abstracta, incompleta.» Con ello, comenzaba a mostrar las deficiencias de una ciencia base, que por más de mil años se había expandido.
Para Hegel, quedaba claro un problema: la forma, es forma de algo, pero no aparece de qué. Esta se ve separada, independiente, por tanto, abstraída del contenido. Se trata entonces, de una LF basada en una identidad formal abstracta, es decir, de pura forma. La dialéctica no puede moverse sobre la pura forma.
Si bien es cierto que Henri Lefebvre habló de que si una era la LF, la dialéctica es la del contenido, eso no se resume en eso el asunto. Sobre todo, porque eso es una media verdad.
Hay que recordar que una de las marcadas diferencias de la dialéctica con el resto de los enfoques, es evitar innecesariamente la separación en partes autónomas. De ahí que el pecado está, en la separación entre forma y contenido, porque ambos son lo mismo. La forma no es más la manera en que se organiza -despliega- la esencia. El contenido, no es algo contenido -dentro-, sino simplemente lo comprendido de la forma en movimiento. Es decir, el contenido no es más que entender el devenir de la forma. Son por tanto, dos momentos abstractos del mismo proceso. Toda forma, lleva implícita una noción de contenido, y viceversa. La forma, deviene en contenido de sí misma. Eso, resolvía la cuestión de, ¿de qué es forma? Lo es de un fundamento -relación esencial- desplegado.
¿La autonomía de la forma? Es la autonomía del despliegue del modo en que se organiza la esencia, es decir, es la autonomía del modo en que se organiza la condición, pero ya eso es otra historia. Pero creo que podemos aprender a diferenciar un poco, la lógica formal -abstracta-, de la lógica formal dialéctica.
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