Uno de los problemas sanitarios más importantes que en la actualidad amenaza seriamente a la humanidad y a la medicina tal como hoy la conocemos, es el crecimiento peligroso de la resistencia de los microorganismos a un número significativo de fármacos, principalmente a los antibióticos modernos y de última generación y amplio espectro. Este problema […]
Uno de los problemas sanitarios más importantes que en la actualidad amenaza seriamente a la humanidad y a la medicina tal como hoy la conocemos, es el crecimiento peligroso de la resistencia de los microorganismos a un número significativo de fármacos, principalmente a los antibióticos modernos y de última generación y amplio espectro. Este problema ha alcanzado niveles tan alarmantes, que no se circunscribe a una región, continente, país o grupo de personas, sino que sus efectos ya pueden ser observados en todo el planeta. El tema formó parte fundamental de las preocupaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), durante su más reciente Asamblea Mundial realizada en Ginebra en mayo de este año.
Allí, en el Informe sobre los progresos del Plan de Acción Mundial sobre la resistencia a los antimicrobianos, aprobado en el 2015, se pasó revista a la situación de los planes nacionales según región y se ofreció información actualizada sobre los avances alcanzados, en los cincos grandes objetivos que contempla este Plan: mejorar el conocimiento, educación, formación y concienciación; mayor vigilancia e investigación; optimizar el uso de los medicamentos; reducir infecciones con saneamiento, higiene y prevención; aumentar la inversión en los nuevos medicamentos, medios de diagnóstico, vacunas y otras intervenciones.
Precisamente estas preocupaciones adquirieron un mayor nivel intimidatorio, cuando semanas antes que tuviera lugar la Asamblea Mundial, investigadores chinos revelaban el descubrimiento del gen MCR-1, capaz de desarrollar resistencia a la colistina, un potente antibiótico polimixina que se usa como último recurso, para el tratamiento de infecciones agudas o crónicas, cuando otros procedimientos han resultado ineficaces. Hoy sabemos que este gen, que se transmite con facilidad entre bacterias comunes, ha sido detectado en muestras examinadas en países de casi todos los continentes.
Si a esto se le suma que ya desde el 2009 se había identificado el gen NDM-1, responsable de conferir resistencia a bacterias ante un número significativo de poderosos antibióticos y que igualmente al MCR-1 puede, no solo por mutaciones cromosómicas, sino por el proceso de transferencia horizontal de genes, aparecer combinados o solos en una variedad de diferentes poblaciones de bacterias, se comprenderá entonces mejor, la grave crisis de salud pública mundial a la que toda la humanidad se enfrenta y que ha llevado a temer a muchos expertos de salud, entre ellos a la directora de la OMS, Margaret Chan, la posibilidad real de que el mundo se encamine a una era sin antibióticos y a una proliferación de cepas resistentes entre microorganismos y principalmente bacterias, que harán casi imposible el tratamiento satisfactorio desde lesiones menores, hasta trasplante de órganos.
Ciertamente, los patógenos, al igual que el resto de los seres vivos, tienen la facultad de desarrollar naturalmente algún grado de resistencia, cuando se exponen de forma reiterada, entre otros factores, a agentes infecciosos, sustancias químicas toxicas o distintos condicionantes ambientales. Sin embargo, aun cuando el creciente aumento de cepas resistentes a una gran variedad de fármacos, especialmente antibióticos y que son además, perjudiciales para los seres humanos, es una realidad compleja y donde concurren muchas causas interrelacionadas, reducir por tanto –como algunos a veces pretenden– a explicar este fenómeno únicamente como consecuencia de procesos naturales y comprensibles o por abusos en la prescripción y uso que de los mismos hacen las personas, es querer ignorar o subestimar deliberadamente, la gran responsabilidad que le cabe a la poderosa industria alimentaria, que motivada primordialmente por su afán de lucro, hace un uso excesivo de antibióticos, hormonas, esteroides y hasta tranquilizantes, en la cría de animales para el consumo humano.
En efecto, en la producción industrial de ganado y aves, muy a menudo y de forma rutinaria, una amplia gama de productores y empresas dedicadas a este negocio, les suministran continuamente fármacos a sus animales, entre ellos, antibióticos de gran importancia para los humanos, aun cuando estos están completamente sanos. De allí que muchos estemos completamente seguros que esta gran amenaza a la salud pública mundial que es la expansión alarmante de la farmacorresistencia y sus serias implicaciones económicas, sanitarias y humanas, tiene, en el uso prolongado e intensivo de antibióticos en los animales, a uno de sus principales responsables.
Hoy se estima que el 80% de los antibióticos que se venden en suelo estadounidense van a parar directamente a las granjas industriales de animales para consumo. Por ello, desde hace ya algunos años, la Agencia de Alimentos y Medicamentos (FDA) de ese país, ha solicitado a la industria ganadera y de aves, restringir significativamente el uso de los mismos en la alimentación y tratamiento de los animales. Mientras que en China, principal país productor de antibióticos en el mundo, se sospecha que un volumen superior al 50% de estos fármacos, se siguen destinando a la producción de ganado. En ese país que alberga a la quinta parte de la población mundial, existe una verdadera adicción a los antibióticos, que hace que la situación se asemeje a un auténtico caos.
Allí, además del abuso descontrolado de los fármacos en toda la agricultura industrial china, sus habitantes tienen el récord poco envidiable de consumir diez veces más el nivel medio anual per cápita de antibióticos de los Estados Unidos. Estas realidades han hecho que muchos países tomen conciencia de esta emergencia sanitaria y estén adoptando algunas medidas para contrarrestarla. Corea del Sur en el 2008, por ejemplo, prohibió la utilización de siete antibióticos en la alimentación del ganado, y tres años más tarde, la Unión Europea decidió prohibir el uso no terapéutico de antibióticos en la crianza de animales.
No obstante, además de estas y otras iniciativas de los países y de las que se derivan del Plan de Acción Mundial sobre la resistencia a los antimicrobianos, la lucha contra la farmacorresistencia tampoco será suficiente, tratando de encontrar antibióticos en la sangre de cocodrilos, en la piel de ranas, en la industria enológica, en la nariz humana; o desarrollando campañas como el «Día Europeo del Uso Prudente de los Antibióticos» o «La Semana Mundial de Concienciación sobre el Uso de los Antibióticos». Es necesario y urgente que a todas estas acciones se sume, reconociendo su inocultable responsabilidad en esta emergencia de salud, el sistema alimentario industrial; el mismo que se afana a través de profesionales y organizaciones muy bien patrocinadas, a sostener que las preocupaciones sobre la resistencia a los antibióticos son exageradas y que las restricciones sobre ellos, no afectará únicamente la salud de los animales, sino la misma producción eficiente y económica de las lucrativas granjas industriales.
En definitiva, es necesario que transformemos radicalmente nuestras formas de producir, prescribir, regular y utilizar los antibióticos, tanto los de uso humano como de aplicación veterinaria. También es imprescindible la información y educación de la población, el apoyo creciente a la investigación de nuevos fármacos y la colaboración decidida de los profesionales de los sectores relacionados. Pero el éxito no será posible, si la agricultura industrial no renuncia cuanto antes al consumo abusivo de más de la mitad de los antibióticos producidos en el mundo y la codicia y los mezquinos intereses corporativos no cedan, por solo una vez, ante la oportunidad que debe disfrutar la vida y la humanidad, de renovarse, florecer y perdurar.
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