Nicolás Sarkozy se escandaliza : el himno nacional francés ha sido sonoramente abucheado el Martes antes de que Francia y Túnez saliesen al campo. Decía Albert Camus que el fútbol era una metáfora de la vida. Acertadísimo, porque el abucheo monumental a la marsellesa no ilustra sino el malestar que muchos ciudadanos de «identidades partidas» […]
Nicolás Sarkozy se escandaliza : el himno nacional francés ha sido sonoramente abucheado el Martes antes de que Francia y Túnez saliesen al campo. Decía Albert Camus que el fútbol era una metáfora de la vida. Acertadísimo, porque el abucheo monumental a la marsellesa no ilustra sino el malestar que muchos ciudadanos de «identidades partidas» sienten hacia la Francia oficial. Incluso los socialistas franceses llegaron a pedir represalias por el abucheo general. Al parecer, contra Argelia y contra Marruecos pasó lo mismo. Esta relación amor-odio con el país de acogida me suena. No la he experimentado en Suiza porque no tuve tiempo a madurar políticamente para ello, pero sí me he topado con muchos inmigrantes e hijos de inmigrantes que, aquí, en España, experimentan ese sentimiento de amor-odio al país. Lo que sí he experimentado y experimento, sin embargo, es la relación amor-odio con el país de origen, y no tengo duda de que la hubiese experimentado en Suiza si, a día de hoy, tuviese que vivir allí.
Me parece totalmente comprensible que el abucheo y la provocación sea la reacción concreta de aquellos para quien regresar a su país de origen no mejora en nada su vida, aunque el permanecer en el de acogida… tampoco sea plato de buen gusto. Al desarraigo y al exilio como condición perpetua le ha importado siempre tres pitos los himnos nacionales, y quizás sea esa la razón por la que, en la memoria oficial de cada país, la memoria del exilio y el desarraigo haya sido siempre incómoda. No hay país alguno sin su particular memoria del exilio, la emigración forzada y el desarraigo; los abucheos a la marsellesa de las multitudes de identidades partidas que sobreviven en Francia ilustran claramente hasta que punto las reflexiones de Negri en «Imperio» no son del todo desacertadas. Sigo sin entender el malestar excesivo que Negri provoca en los círculos culturales y académicos de la izquierda realmente in-existente. Me parece un malestar desmedido y no llego a entenderlo, a pesar de la perplejidad que se apoderó de mí cuando me comunicaron que este hombre llegó a votar SI a la constitución Europea, pensando que erosionaría la omnipotencia de los estados-nación.
En fin, una buena intuición teórica no tiene porque ir seguida de una buena elección práctica. Ni mucho menos.
El abucheo a la marsellesa tiene poco de reacción visceral; son las multitudes inteligentes las que empiezan a hacerse oír. El fútbol, que hasta ahora había conseguido lo que nunca consiguió ningún estado moderno de forma plena, generar un sentimiento de pertenencia, de comunidad, tampoco consigue esconder el conflicto y el malestar social latente, y a quien siga pensando que no es recomendable o que incluso es vulgar mezclar la política con el deporte… habría que responderle tan solo que, si así debiera ser, entonces, las declaraciones del siempre hiperactivo e histriónico Sarkozy, mostrando su malestar por el abucheo de las multitudes al himno nacional Francés, tendrían que ser tan ignoradas como el polémico abucheo. Roselyme Bachelot, ministra de Salud, explicó que los miembros del gobierno abandonarán cualquier estadio en el que se abuchee el himno, e incluso consideró la posibilidad de suspender el partido. Por su parte, Michelle Alliot-Marie, ministra de interior, ha pedido que se investigue si lo sucedido puede ser constitutivo de delito. Así, como lo oyen : ¿esperarán las fuerzas del orden francesas a la Francia descontenta y mestiza a la salida del estadio para encarcelar uno por uno a quienes hayan cometido la desfachatez de silbar el himno?
Cuando las realidades incomodan a los esquemas sociales heredados o pre-establecidos, se necesitan conservar, como mínimo, los símbolos que tradicionalmente habían funcionado como argamasa social, como sentimiento colectivo compartido, unánime, inapelable, indiscutible. No podemos ya ignorar lo siguiente, a saber : que las tradicionales estructuras de identidad colectiva están haciendo pedazos ya desde hace tiempo, y no sólo en Francia, sino en el resto del mundo. El abucheo a la Marsellesa es toda una declaración de principios de la Francia real a la Francia oficial de los protocolos, la diplomacia, el formalismo democrático y la laica sacralización de la democracia realmente existente : la marsellesa, no nos interesa. Hemos venido a ver fútbol. La «nación» francesa no es motivo de orgullo para nosotros, sino de malestar.
Ya ni el pan y el circo del balompié logra acallar la protesta social, y desde su privilegiada y céntrica posición en las gradas de un estadio, el establishment sigue comportándose igual que en sus protocolarias ruedas de prensa y en sus actos públicos: intentar silenciar o paralizar la protesta de las periferias y de los franceses de segunda. Huir del interrogante molesto. Seleccionar las preguntas adecuadas para comunicar las respuestas ya acordadas antes de la función.
Que el abucheo a la Marsellesa pueda llegar a ser considerado como delito ilustra a las claras cuanta libertad de expresión y conciencia cabe en un aparentemente intrascendente protocolo como un himno o una bandera. Como siempre, los códigos «legales» y las tradiciones o costumbres heredadas por filiación social, antropológica, y no por afiliación libre e individual, son muchas veces la expresión de la voluntad de poder de un reducido grupo social, y no sólo poder material, sino simbólico.
Insinuando la posibilidad de considerar como delito la expresión del desarraigo y del desencanto de la Francia mestiza, que muestra poco respeto por los símbolos y las melodías colectivas tradicionales que representan lo característicamente francés, se muestra a las claras hasta que punto fue, es y será imposible normativizar e imponer por vía legal las afinidades, los sentimientos de pertenencia y las sensibilidades culturales y linguísticas. Se muestra también la brutalidad e insensibilidad con la que la razón de Estado quiere -otra cosa es que pueda- llegar a meterse hasta en la carne de las personas, aspirando a reeducar sus personales e intransferibles sentimientos de pertenencia y aspirando a normativizar la vida social y cultural bajo sus rígidos esquemas mentales.
J.M Coetzee, en su novela Los bárbaros, nos narró con profunda frialdad la cartografía mental y sensible de un magistrado del Imperio en un remoto país habitado por lo que la fría e impersonal administración del imperio y sus papeles denominaba como bárbaros. Seres extraños que, sencillamente, parecían estar ahí. Seres que simplemente «están» y no «son». Seres que simplemente estaban ahí antes de la llegada de nuestras perfectas y democráticas instituciones.
Pero los bárbaros del Imperio, todo hay que decirlo, ya se han cansado de ser bárbaros a los ojos de los civilizadísimos gobernantes del Imperio. Los bárbaros ya están dándose cuenta, en nuestra Europa-fortaleza y en el resto del mundo, de que los verdaderos bárbaros no son ellos… y de que no hay nada más bárbaro e incivilizado que negar la ciudadanía a los bárbaros