Fabián Domínguez es historiador y autor de diversos libros dedicados a la última dictadura militar, entre ellos, «Bitácoras de un clandestino», sobre el escritor de «Operación Masacre». En este artículo reflexiona sobre los diferentes proyectos periodísticos de Walsh antes de su asesinato, en marzo de 1977.
El 23 de marzo de 1976 salió a la calle el primer y único número de la revista Información, un medio de comunicación que la organización Montoneros sacaba en plena decadencia del gobierno de Isabel Martínez, viuda de Perón que heredó la presidencia. Luis Guagnini, Francisco Urondo y Jarito Walker eran responsables de la publicación, tenían la redacción en la calle Chile, y pretendía ser más amplio que otros órganos que tuvo la organización. “Todo está naufragado”, decía el título de tapa, citando al radical Ricardo Balbín. La salida del medio marca la falta de “timing” de la Conducción de Montoneros que sacó la revista un día antes del golpe de Estado. Fue debut y despedida. Los tres responsables mencionados fueron secuestrados por distintos grupos de tareas en diversas circunstancias.
Rodolfo Walsh venía anunciando el despropósito de concentrar medio centenar de periodistas en un mismo edificio transformándolos en blanco fácil para la Triple A. Su idea pasaba por organizar pequeños grupos de periodistas e informantes que recabaran información, redactar partes cortos y concisos y a partir de ahí distribuirlos a manera de agencia de noticias. La idea no fue aceptada hasta ya entrada la dictadura, pero desde junio de 1976 el escritor empezó a organizar la agencia y el 20 de agosto salió el primer parte, que durante más de un año llegaron a los principales diarios y agencias del país.
Se llamó ANCLA (Agencia Clandestina de Noticias) y la elección del nombre fue una estrategia para que el Ejército pensara que otra fuerza estaba difundiendo información comprometedora, y para que en la Marina los sectores enfrentados sospecharan entre sí. La interna de las Fuerzas Armadas era una veta que había que explotar, nadie ignoraba que Videla no era un líder carismático y que Massera quería todo el poder.
Eran cables informativos distribuidos semanalmente por correo, enviados a redacciones de diarios, revistas y corresponsalías extranjeras, como una forma de sortear el cerco comunicacional. El vacío informativo que vivía el país fue producto de una campaña planificada por la misma dictadura, al cual adhirieron, por temor o convicción, los grandes medios. Los periodistas sabían lo que pasaba, sabían de la tortura, de los campos de detención clandestinos, de los fusilamientos y pocos cronistas de aquella época pueden alegar que no sabían lo que estaba pasando. Walsh y su equipo trabajaba para que los comunicadores supieran y se lo comunicaran al pueblo, con el objetivo de mantener alerta las conciencias ante el avance devastador del Estado Terrorista, que reprimía de manera salvaje. La experiencia duró hasta septiembre del ‘77, sobrevivió seis meses a la muerte del escritor.
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En un tiempo donde la mentira y la propaganda oficial llenaban la mente de los argentinos, Walsh y su equipo daban a conocer la violencia que se institucionalizó a través de la desaparición de militantes o de sospechosos de militancia, masacre de sus familiares, captura y asesinato de niños, secuestros extorsivos, saqueos, campos de concentración, tiroteos simulados, vuelos para arrojar a los detenidos al río. Entre los temas a destacar de esos partes están la presentación masiva de habeas corpus, la cantidad de desaparecidos, los fusilados en supuestos enfrentamientos, el exilio de miles de argentinos a distintos países de Europa o América, la censura en los medios de comunicación, los centros de detención clandestinos, las torturas, los negociados de los ejecutores del plan económico (Martínez de Hoz y sus amigos de la Bolsa de Comercio), la muerte de un militar de la Armada que venía denunciando el vaciamiento de la flota mercante en beneficio de sus superiores y empresa extranjeras, otra ‘misteriosa’ muerte de un militar de la Aeronáutica que denunciaba la venta dolosa de La Cantábrica, los sueldos bajos de los obreros y los sueldos exorbitantes de os militares, los fusilamientos múltiples en represalia a los atentados de los grupos guerrilleros y la lucha “más allá del bien y del mal” que encarnaron los militares, los secuestros del historietista Germán Oesterheld, de los escritores Haroldo Conti y Antonio Di Benedetto, numerosos periodistas, entre los que figuró el mismo Walsh.
La experiencia duró algo más de un año. La agencia fue afectada por la desaparición de Walsh el 25 de marzo de 1977, y entre mayo y agosto de aquel año no hubo partes, y un mes después deja de emitir noticias. El grupo que conformaba la agencia decidió salir otra vez durante agosto, el proyecto siguió un largo y ajetreado mes, con persecución y secuestro de algunos integrantes del equipo. En septiembre salen los últimos partes, uno de ellos se refería al secuestro del mismo Rodolfo Walsh.
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En diciembre de 1976 Walsh creó Cadena Informativa, con partes más cortos y concisos, con un estilo austero pero preciso en la denuncia. Se diferenciaba de ANCLA porque salía una o dos veces por mes; estaba dirigido a personas y sectores determinados, a fin de que ellos ayudaran a la extensión de la información, formando una verdadera cadena de comunicación. Los partes eran redactados por el mismo Walsh, y la entrega era en propias manos, generando un mayor compromiso en la difusión. A su muerte, sus colaboradores tomaron la posta y siguieron escribiendo partes, hasta agosto del ‘77.
En octubre del año del golpe ANCLA dio a conocer un extenso trabajo de investigación denominado Historia de la guerra sucia en Argentina, donde se denunciaba y describía por primera vez las condiciones de detención que se vivía en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). El informe, dividido en cuatro partes, tiene mucho de historia vinculando el pasado argentino con lo que sucedía en ese momento. La primera parte cuenta la interna militar apenas asumieron, y el acuerdo final para que un hijo dilecto de la oligarquía argentina se hiciera cargo de la economía: José Alfredo Martínez de Hoz (quien apenas asumió liberó los precios, sacó las regulaciones y firmó un crédito con el FMI). La segunda parte explica la guerra contrarrevolucionaria, donde se aplica la metodología enseñada por militares franceses y estadounidenses. La tercera parte se aboca a mencionar los “hitos” de la Marina desde la amenaza de bombardeo a Mar del Plata y La Plata durante los intentos golpistas de 1955, pasando por la Masacre de Trelew en 1972 para llegar a su punto más bajo: el centro clandestino de la ESMA. La cuarta parte desnuda el funcionamiento de la ESMA, brinda nombres, apellidos y alias de los represores, y revela algunas consecuencias psiquiátricas que sufren algunos integrantes de los grupos de tareas luego de las torturas y asesinatos.
El 15 de marzo de 1977 ANCLA difundió una serie de informes al cumplirse el primer año del gobierno de la Junta Militar. Los informes salieron como Partes de Situación: la Económica, la Laboral, la castrense, la Política, y dos informes sobre Derechos Humanos. De esta manera tenemos el “corpus” sobre el que Walsh escribe su famosa carta: los partes de Ancla, los cables de Cadena Informativa, el informe sobre la Guerra Sucia, y los informes al cumplirse el primer aniversario del golpe.
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Leer la Carta de Walsh. No decimos la Carta de un escritor a la Junta Militar. Solo nos basta decir la Carta de Walsh y sabemos que se trata de su último escrito, que estaba distribuyendo por la ciudad minutos antes de caer, morir, desaparecer en manos de un grupo de tareas de la Marina. Y decimos leer, no solo mencionarla, sino leerla. Ahí está la clave para entender el genocidio que se cristalizó entre 1976 y 1983. Y decimos que se cristalizó porque no es un gesto o un plan que tomó forma el 24 de marzo, sino que viene de décadas atrás.
Walsh divide su carta en dos partes: la descripción del genocidio y las consecuencias del plan económico. Y si levantamos la lupa de ese análisis veremos que los asesinatos en masa, los fusilamientos clandestinos, los vuelos de la muerte ya se plasmaban sobre el pueblo argentino en el bienio 1955/56. Y si esa lupa se amplía hacia el plan económico que impuso el general golpista Pedro Eugenio Aramburu, veremos que lo primero que hizo fue firmar la incorporación y préstamos del FMI, generando una deuda externa que en ese momento no existía. No es casual que las mismas medidas retomara el equipo económico de 1976, con la apertura irrestricta de las importaciones, el dólar atado a una tabla de convertibilidad, la toma de préstamos del exterior por parte de las empresas y la posterior estatización de dicha deuda, además de los préstamos del FMI que nos hizo pasar de una deuda externa que no superaban los 5.000 millones de dólares en 1976 a 45.000 millones en 1983.
Desde la recuperación de la democracia a nuestros días pasaron casi cuatro décadas, hubo avances y retrocesos, y lo lamentable es la repetición de fórmulas económicas con los mismos nombres que en las dictaduras: los Alsogaray (padre e hija), Domingo Cavallo, Martínez de Hoz, por citar solo tres.
¿Por qué tropezamos con esas piedras hirientes? La información está, pero los errores se repiten, a veces con una vocación suicida. Tal vez la clave está en aquello que sostenía el mismo Walsh: “El exceso de verdad puede enloquecer y aniquilar la conciencia moral de un pueblo”.