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Los caballos de Swedenborg y la proscripción de la risa (8 de noviembre 1917 – 8 de noviembre 2018)

Fuentes: Rebelión

De casualidad me fijé en la fecha y detecté el aniversario (8 de noviembre). De modo que me lancé, raudo, y compuse estas líneas (no sé si conmemorativas). Pues en un día análogo (octubre, según otro calendario), los leninistas tomaron el poder en el Imperio ruso. Hoy ya no existe mucho de su legado, y […]

De casualidad me fijé en la fecha y detecté el aniversario (8 de noviembre). De modo que me lancé, raudo, y compuse estas líneas (no sé si conmemorativas). Pues en un día análogo (octubre, según otro calendario), los leninistas tomaron el poder en el Imperio ruso. Hoy ya no existe mucho de su legado, y es natural. Pues sólo cambiaron al caballo de establo y proscribieron la risa.

Aquí aludimos primeramente a un filósofo sueco del siglo XVIII (Swedenborg) quien escribió: «Los pueblos libres son como los caballos voladores a los que los antiguos llamaron ‘Pegasos’, y que volaban no sólo sobre los mares, sino también sobre el monte Parnaso y sobre los templos de las Musas. Pero los pueblos sin libertad son como caballos nobles con un arnés elegante, paciendo en los establos de los reyes.»[1] Esencialmente, en una fecha como hoy, de la lóbrega caballeriza zarista el pueblo ruso pasó al famélico pesebre bolchevique, donde casi muere por falta de forraje y alegría, bajo amos aún más tiránicos que Nicolás II.

No siempre fue así. Interesantemente, en 1917, triunfantes aquellas izquierdas, crearon una estructura basada en los «sóviets» (o sea, las asambleas de trabajadores, del pueblo llano y relegado) y éstas gozaron de poder, si quiera temporal. En aquellos sóviets iniciales, al parecer, había bastante libertad de palabra, crítica y elección. Los funcionarios tuvieron que dar cuentas, todo el nuevo funcionariado del estado era elegido directamente desde la base, y cada oficial era revocable ipso facto, deseándolo el pueblo. Y en aquel tiempo, según se dice, los comisarios eran tan pobres como los obreros, empezando por Lenin mismo.

Curiosamente aquella Revolución era multipartidista y exhibía una suerte de «sistema de partidos de izquierda», donde para obtener el triunfo político en las Asambleas había que competir por una mayoría, y reinaba gran pugna entre los social-revolucionarios y los bolcheviques, y también contra los «comunistas-izquierdistas», los mencheviques, etcétera. Todos ellos gozaron legalmente de sus propios periódicos, elecciones y debates públicos. Por demás, la Constitución de 1918 no consentiría en la exterminación de personas con postura política diferente, quienes no estaban actuando para restablecer a la monarquía o imponer el imperialismo occidental en Rusia. Así, hubo diputados de los Kadetes (pronto ilegalizados), los Bundistas judíos, los seguidores de Plejanov organizados como un grupo político…[2] Y también los anarquistas accionaron bastante libremente hasta el tiempo de sus rebeliones. E incluso los «Viejos creyentes», una secta extremista enemiga de la Iglesia ortodoxa oficial, tuvieron sus derechos reconocidos por un tiempo.

Pero todo acabaría, lentamente. El nuevo Estado persiguió a los explotadores tradicionales y los explotó a su vez, vengando crimen con crimen, ahorcamiento por ahorcamiento, y dándole bayoneta al hijito del Zar en reivindicación por el esquelético infante del Mujik. Y aprendido el método, con el tiempo los soviéticos ostentarían las peores fosas masivas de ejecutados que sea dable recordar en una sola nación[3]. Y al final, arribó el gran Secretario General, «Generalísimo», «Padrecito de los pueblos».

Ante él, dos opciones: o arrodillarse o ir a parar a un Gulag. Ninguna discusión. Ninguna votación real. Ninguna auto-crítica o esbozo de franco criticismo… Y obviamente, como el viejo izquierdismo (llamado «centralismo democrático») y la nueva burocracia autoritaria eran antitéticos, por consiguiente, toda la Vieja Guardia leninista fue torturada, liquidada, inducida al suicidio. Y así perecieron los Kamenev, Zinoviev, Bujarin y otras miríadas de personas que ya habían saboreado las cadenas del Zar, y habían soñado con un mundo mejor y más igualitario. Pues la única vía para que José Stalin se convirtiera en el semidiós de los nuevos Apparátchiks se elevaba sobre las osamentas de los viejos rebeldes leninistas[4]. De modo que el «Caudillo» mantuvo el culto exterior al fundador de la Rusia soviética, y a la vez exterminó sus ideas tras las alambradas siberianas.

Ahora bien, también se proscribió la risa, el sentido del humor. En las sociedades libres y democráticas es muy corriente encontrarse con caricaturas, animados, sátiras y otras burlas dirigidas a los poderosos de la nación, como el Presidente. Pues si el gobierno es del pueblo y para el pueblo, éste último no tiene por qué temerle a sus gobernantes, si no al revés: los líderes deben temer a la nación soberana, que puede deponerlos si no cumplen con su cometido (impeachment). Ahora bien, en cualquier tipo de sistema totalitario, el líder tiene poder absoluto y está prohibido caricaturizar al presidente de la nación, pues no hay crítica libre. El periodista o artista que se propase, puede terminar muerto. Y recordando algunos ejemplos del período[5], me alegro por cualquier país que no haya perdido la capacidad de reír políticamente.

No sé si hoy esa Rusia puede reír ya en paz como tanto merece, pero como quiera, es natural que el antiguo establo de los Beria y los Vasily Blokhin haya sido demolido hasta los cimientos. Además, espero de corazón que nadie muera hoy por hacer un epigrama sobre la enigmática seriedad de Putin.

Sea como sea, cierro con Martí, el cual, retratando verbalmente el entierro de Marx [6], dijo de los socialistas rusos: «No, ¡no son aún estos hombres impacientes y generosos, manchados de ira, los que han de poner cimiento al mundo nuevo: ellos son la espuela, y vienen a punto, como la voz de la conciencia, que pudiera dormirse; pero el acero del acicate no sirve bien para martillo fundador.»[7]

Notas:

[1] Vera Christiana Religio, 815:2.

[2] El sistema de «partido único» vino sólo más tarde, después de las insurrecciones internas, e intentos de derrocar al poder en medio de una guerra en contra de varias potencias. Pero ha de notarse cómo Lenin respetó la vida de la líder «oposicionista» María Spiridónova, quien vivió hasta las Grandes Purgas.

[3] Sólo en Bykivnia, de 100.000 a 225.000 cadáveres, una cifra impensable para cualquier otro país, incluso al más capitalista e imperialista de todos http://www.reuters.com/article/worldNews/idUSL2750737720071027

[4] Incluyendo a héroes tan reales como los mariscales Blücher (quien salvó a la República del Lejano Oriente del expansionismo japonés) y Tujachevsky (maestro de los generales nazis en la estrategia de tanques), junto a sus familias. El implacable «Karma» se la cobraría más tarde a un Ejército Rojo descabezado.

[5] Sobre todo el caso del poeta judío Osip Mandelstein, quien hizo un poema caricaturesco contra el dictador, criticando al «montañés del Kremlin» que jugaba «con los medio-hombres que le cortejaban» y para quien «el patíbulo era siempre una fiesta». Ese epigrama le costó al rimador la muerte por hambre.

[6] A quien ciertamente admiró, pero de quien, no obstante, también dijo que «Anduvo de prisa, y un tanto en la sombra, sin ver que no nacen viables, ni de seno de pueblo en la historia, ni de seno de mujer en el hogar, los hijos que no han tenido gestación natural y laboriosa.» (vol. IX, p. 388). Buena predicción de la caída del Bloque del Este.

[7] Martí, Loc. cit.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.