Cuando iniciaba mis estudios universitarios al comenzar la década de 1970, el marxismo era una teoría en auge en las ciencias sociales, y en las universidades públicas del Ecuador incluso existía la cátedra de «Materialismo histórico», para la cual se utilizaban no solo textos originales de Marx, Engels o Lenin, sino una serie de manuales […]
Cuando iniciaba mis estudios universitarios al comenzar la década de 1970, el marxismo era una teoría en auge en las ciencias sociales, y en las universidades públicas del Ecuador incluso existía la cátedra de «Materialismo histórico», para la cual se utilizaban no solo textos originales de Marx, Engels o Lenin, sino una serie de manuales provenientes de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), que se adquirían a precios bajísimos. Predominaba esa visión «soviética» del marxismo.
Pero también circulaban los libros de Mao Zedong (Mao Tse Tung) y alguna literatura marxista de los «chinos», que servían para contrarrestar a los «cabezones» comunistas pro-rusos. Así se definían las posiciones marxistas de aquellos años, atravesadas por dogmatismos fuertemente arraigados y que convertían a cada grupo o partido marxista (en las universidades proliferaban esas organizaciones con distintos membretes) en campeones autoproclamados de la auténtica interpretación marxista, de la correcta línea estratégica y táctica, así como de la verdadera revolución.
Sin embargo, el activismo y la retórica de aquellos tiempos, si bien sirvieron para politizar a muchos estudiantes que se definieron por el marxismo y consagraron su vida en el espacio de la izquierda nacional, no lograron crear la fuerza unificada que espiritualmente se anhelaba para encaminar la toma proletaria del poder y la instauración del soñado socialismo. Eso no resta, en modo alguno, la importancia histórica del izquierdismo de aquellos años en la lucha social contra la opresión interna y frente al imperialismo.
Pero, además, la represión institucional y gubernamental contra todo proyecto socialista tenía suficiente experiencia y dureza, como para impedir su avance definitivo. Y si bien Cuba había logrado mantener su revolución bajo las condiciones más adversas y con un bloqueo brutal, el proyecto de socialismo por la vía pacífica, impulsado por Salvador Allende en Chile desde su triunfo electoral en 1970, fue liquidado en 1973 con la implantación del terrorismo de Estado por el régimen de Augusto Pinochet, que no tuvo límite alguno al momento de perseguir, encarcelar, desaparecer, torturar y asesinar a miles de «comunistas-marxistas». Semejante «ejemplo» fue seguido en el Cono Sur latinoamericano por otras dictaduras militares igualmente terroristas.
El triunfo del Sandinismo en Nicaragua (1979), pareció abrir un nuevo camino esperanzador para las izquierdas de América Latina, pero la frustración también llegó con el paso de los años. Y, sin duda, con el derrumbe del socialismo mundial a raíz de la perestroika impulsada por Mijaíl Gorbachov (1985-1991) en la URSS, la utopía socialista perdió piso, las filas de la izquierda se desestabilizaron y el propio marxismo decayó como teoría digna de estudio.
En este marco histórico se ubica la presencia y obra de Marta Harnecker (1937-2019), intelectual marxista chilena, quien falleció hace pocos días. Su libro «Los conceptos elementales del materialismo histórico» (1973) era utilizado como otro de los manuales para el estudio del marxismo entre los universitarios de la década de los setentas. Miles de latinoamericanos tuvieron como referente a esa obra. Algunos años más tarde comprendí ciertas limitantes de su obra y expuse mi posición crítica en una nota del libro en el que traté sobre la teoría histórica de Hegel y de Marx.
En todo caso, Marta fue para Chile, durante el gobierno de la Unidad Popular, una consecuente activista e impulsó la educación popular, cuyos cuadernillos también llegaron a Ecuador. Debiendo escapar de su país de origen por la instauración del pinochetismo, vivió primero en Cuba y más tarde en Canadá, siempre indesmayable en continuar con su labor pedagógica y teórica. La conocí en Caracas hace una década y desde entonces mantuvimos continua comunicación. Cuando venía a Quito nos juntábamos para realizar análisis de la realidad y también disfrutar de las conversaciones más triviales.
En 2014 integré, junto con el filósofo italiano Gianni Vattimo, el director de la revista Punto Final de Chile, Manuel Cabieses Donoso, el arqueólogo y escritor Mario Sanoja, y la doctora en Ciencias Sociales Alba Carosio, de Argentina, el jurado para el Premio Libertador al Pensamiento Crítico (otorgado por el gobierno bolivariano de Venezuela), que por unanimidad decidimos que se entregara a Marta Harnecker no solo por su libro «Un mundo a construir (nuevos caminos)» (2013), sino por su obra y coherencia intelectual. La última vez que la vi fue en Quito, en 2016 y desde entonces solo mantuvimos esporádicos cruces de correos electrónicos. Ahora, su recuerdo queda en miles de latinoamericanos e intelectuales del mundo.
Además de sus estudios globales, Marta también dedicó varios textos a Ecuador y queda un importante libro: «Ecuador. Una nueva izquierda en busca de la vida en plenitud» (2011). De modo que su obra y su lugar en la historia, pertenecen ahora a la herencia intelectual que fortaleció el pensamiento marxista crítico.
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