La belleza, si bien siempre difícil de definir, es algo inherente a todos los seres humanos aunque no se la problematice en forma explícita. Entendámosla, para dar un marco general mínimo a partir del que poder seguir hablando del asunto, como la búsqueda del placer estético, el placer de los sentidos. La belleza, por tanto, […]
La belleza, si bien siempre difícil de definir, es algo inherente a todos los seres humanos aunque no se la problematice en forma explícita. Entendámosla, para dar un marco general mínimo a partir del que poder seguir hablando del asunto, como la búsqueda del placer estético, el placer de los sentidos. La belleza, por tanto, va de la mano de lo sublime, de lo que en términos perceptivos nos deleita. De las artes, sin dudas -quizá la forma superior de búsqueda de la belleza; pero también la podemos encontrar en la cotidianeidad, en cada pequeño detalle de la vida práctica.
¿Puede hablarse de la «belleza» de los seres humanos? Tema arduo, polémico; la ética ha tratado inmemorialmente estos asuntos. ¿Es la belleza algo material o espiritual? Convengamos que efectivamente sí hay belleza humana. Lo cual nos lleva a plantear qué es su opuesto: ¿la fealdad? ¿Quién es bello y quién es feo? ¿Con qué criterios medir eso? Y más aún -hablando de ética-: ¿es posible medirlo? ¿Para qué medirlo?
Si de belleza material se trata, el problema se torna muy complejo. La belleza de la que podemos dar cuenta con el sentido de la vista es totalmente social, cultural, histórica. ¿En nombre de qué alguien es más bello que un feo? ¿Quién es más feo o fea que otro u otra? Si extremamos la indagación, vemos que los valores ligados a la belleza física son absolutamente relativos, convencionales. ¿Es más bella la piel negra o la blanca? ¿Es más bella una nariz atravesada por un hueso de animal o un labio con un aro de metal que una no tiene nada de eso? ¿Cuándo comenzamos a decir que algo es feo? ¿Es más bello un seno femenino que nunca usó sostén -como el de las mujeres de algunas tribus en el Africa negra-, flácido y caído casi hasta la cintura, o aquel que lleva muchas siliconas, como el de tantas mujeres occidentales, rígidos y firmes? ¿Qué es más bella: una cabellera rubia o las trenzas de pelo negro? ¿Un calvo no es bello entonces? ¿Los pies de una mujer china, amarrados desde niña y por tanto muy pequeños, son más bellos que un número 44? ¿Son bellos los tatuajes? ¿Por qué ahora los y las occidentales los usan tan profusamente? Antes, unas décadas atrás apenas, ¿eran feos? ¿Y por qué ahora en Occidente se atraviesan narices, labios, orejas y ombligos con aros de metal? ¿Pasaron a ser bellos esos accesorios que antes usaban algunos pueblos «primitivos»? ¿No eran bellos hace unos años? ¿Era bella la Mona Lisa, o era una gorda con muchos kilitos de más? Como vemos, todo esto nos pone ante planteos difíciles. Primera conclusión, entonces: la belleza es relativa, los patrones de belleza son históricos, convencionales.
Por cierto esto no es nada nuevo. Lo que queremos destacar aquí -tampoco esto es nuevo, pero vale la pena no olvidarlo nunca y recalcarlo toda vez que sea posible- es que en un mundo regido ampliamente por la idea de lucro, de ganancia económica a costa de cualquier otra cosa, también la belleza ha pasado a ser un artículo más de consumo, una mercadería.
¿Por qué medir la belleza? Más allá que sea posible o imposible la medición, ¿para qué hacerlo? ¿Qué hay en juego ahí? Básicamente ello responde a una lógica mercantil; hasta donde sabemos, ninguna civilización en ningún estadio previo al capitalismo avanzado ha osado realizar estas mediciones. La exaltación de la belleza física (femenina o masculina) que podemos encontrar por toda la historia de la humanidad en modo alguno tenía como objetivo premiar al «más bello» o a la «más bella». Ha sido una exaltación, y no más que eso; exaltación, incluso, más ligada a lo espiritual sin un ánimo comercial, lo cual dista mucho de la noción competitiva de un concurso. Los concursos de belleza a que hoy día estamos ya totalmente habituados son algo muy reciente, de mediados del siglo pasado. Hoy por hoy se nos somete a una búsqueda casi obsesiva de la belleza entendida según ciertos modelos, aunque no tengamos para comer y seamos analfabetos. Segunda conclusión entonces: la belleza física tal como hoy la concebimos es una mercadería más de consumo, representante de sociedades donde ya no se sabe qué hacer con el dinero excedente y con el tiempo libre y donde una vez satisfechas las necesidades primarias se impuso la «obligación» de ser bellas/os según criterios fijados en forma impositiva; obligación que se traslada al Tercer Mundo creando procesos aberrantes.
Tradicionalmente, en el mundo capitalista moderno que nos legó el siglo XX, la belleza física es una mercadería de consumo femenino. Hacia fines del siglo, y ya en el XXI, también los varones acceden al consumo de este nuevo ámbito. De todos modos, por amplia mayoría la belleza aún sigue siendo una mercadería mucho más patrimonio del sexo «débil». En una sociedad patriarcal, machista como la que abunda por toda la superficie del globo -salvando las diferencias entre «desarrollados» y «subdesarrollados», pero machistas todas al fin- la belleza es aún un atributo más del ámbito de las mujeres. Por lejos la belleza es todavía en nuestro imaginario social una calidad femenina; hoy por hoy, por tanto, concurso de belleza sigue siendo sinónimo de «la mujer más bonita», aunque también existan concursos masculinos. Tercera conclusión: en un mundo patriarcal las mujeres siguen funcionando como objeto para los varones, como «muñequitas», ratificándose el estereotipo femenino de «tonta bonita».
El hecho que hoy exista una creciente preocupación por la «belleza» física por parte de los varones -fundamentalmente en las sociedades opulentas, aquellas donde sobran los recursos-, ello no significa en modo alguno una equiparación en los derechos de género. Que haya una moda de «metrosexuales» (varones tan acicalados como las mujeres) no habla de un progreso humano. Habla, en todo caso, del crecimiento de una tendencia que más bien debería aterrorizarnos: mientras sigue muriendo de hambre una persona cada 7 segundos a nivel mundial, y mientras la fabricación de armamentos continúa siendo el principal negocio de la humanidad -armamentos que se usan, obviamente: alrededor de 15 guerras se cursan actualmente en todo el planeta-, hay una alegre tendencia al consumo de «artículos para ser bellas/os», como cirugías plásticas, dietas para mantenerse delgado, siliconas para implantes y cosméticos (estos últimos facturan ventas de 14.000 millones de dólares anuales). ¿Todo esto nos da más belleza? Cuarta conclusión: lo superficial, lo banal, lo puramente cosmético ocupa un lugar cada vez más creciente en la civilización hedonista que impone el capitalismo desbocado. La forma superó al contenido.
Hoy día asistimos a una cantidad increíble de certámenes de belleza de difusión internacional, con fuerte impacto económico y amplia difusión mediática: más de 50 anuales, es decir más de uno por semana. El más rutilante sin dudas es el de Miss Universo, pero por mencionar sólo algunos de los tantos que existen, podrían citarse: Miss Mundo, Miss Europa, Miss América, Miss Verano-Internacional, Miss Bikini-Internacional, Miss Vacaciones, la Reina del Mes, la Más Bella Señora Casada, la Más Bella Turista, Miss Internet México-EE.UU., Miss Internet Guatemala-EE.UU., Miss Internet El Salvador-EE.UU., el Más Bello Busto, la Más Bellas Piernas, Miss Latina, la Más Bella Estudiante, la Más Bella Universitaria, la Más Bella Rubia, la Más Bella Morena, Miss Fútbol, la Más Bella Deportista, las Más Bellas Caderas, la Más Bella Trabajadora de Bancos, la Más Bella Trabajadora de Industrias, Miss Invierno, Miss de la Navidad, Miss del Año Nuevo, a los que deben sumarse todos los certámenes nacionales que envían representantes para los grandes concursos internacionales como Miss Mundo o Miss Universo.
Pero siguiendo esas pautas impuestas por las tendencias dominantes del mundo marcadas por las potencias económicas, incluso los colectivos más pobres, más postergados, aquellos donde las necesidades básicas ni siquiera están cubiertas, también copian y reproducen las modas del Norte, modas que nada tienen que ver con sus auténticas realidades. Así podemos asistir a concursos de belleza en cualquier barrio pobre, aldea o colectivo popular del Tercer Mundo, en una kermés, en un sindicato, en una fiesta escolar en una zona urbano-marginal. Ya no sólo Miss Universo o Miss Mundo; también contamos con la reina de belleza indígena en cualquier comunidad latinoamericana o la reina de un conjunto de tribus africanas. ¿Patético? ¿Consecuencias de un mundo globalizado?
Según Wikipedia «El certamen de Belleza «Miss Universo» fue creado a principios de la década de los años 1950. Debe su existencia a la Miss América 1951, Yolanda Betbeze, quien rehusó posar con uno de los trajes de baño «Catalina’s», provocando la ruptura del contrato que tenía la compañía textil Pacific Mills con Miss América para promocionar a la marca, lo que obligó a Pacific Mills a crear su propio concurso para darse promoción, en asociación con el ayuntamiento de Long Beach (California, Estados Unidos). Pacific Mills fue luego comprada por Kayser-Roth y más tarde por Gulf and Western Industries. Miss Universo, mientras tanto, fue cobrando más y más relevancia y se convirtió en un espectáculo transmitido a varios países a través de la CBS. En 1966 se hizo la primera transmisión a color; y en 1972 el concurso salió de Miami Beach para empezar su viaje por el mundo. A partir de ese momento ha tenido varias sedes en los cinco continentes, y sus ganadoras también provienen de todos los rincones del planeta».
El concurso de Miss Mundo -otro de los grandes certámenes de esta naturaleza- se inició en el Reino Unido en 1951 por obra del empresario por Eric Morley. Su renombre creció en la medida en que la fama de la televisión lo hizo. Este es uno de los espectáculos televisivos más vistos del planeta. Posicionado en el tercer puesto del ranking mundial de audiencia luego de la final de la Copa Mundial de Fútbol y la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos, tiene una audiencia de dos mil millones de personas.
Todos estos grandes y super mercadeados concursos están dirigidos por poderosas organizaciones empresariales que ganan enormes cantidades de dinero con su desarrollo. Miss Universo, por ejemplo, es una franquicia que se renueva anualmente. En cada país interesado en mandar una candidata para el certamen internacional existe un tenedor de esta franquicia que, tras el pago de una cantidad de dinero, variable según su capacidad económica, tiene los derechos en ese territorio para mandar una delegada bajo reglas que la empresa Miss Universo impone: la delegada debe ser mujer de nacimiento, nunca deber haberse casado, nunca debe haber estado embarazada, debe tener entre 18 y 27 años cumplidos al 1º de febrero del año en que compita, debe tener la nacionalidad del país por que el va a concursar, ser la ganadora del título nacional del país al que representa o, en su defecto, la suplente, debe tener la disposición de ser Miss Universo y cumplir todo lo que el detentar ese cetro conlleve, debiendo además contar con pasaporte y visa estadounidense.
Por supuesto el modelo de belleza que se ha impuesto -marcado desde los fabricantes del glamour, los patrocinadores de los grandes certámenes internacionales, pero válido también para esas muchachas indígenas o negras, de un barrio pobre o de un caserío rural- es el del Norte dominante: ser bella es ser rubia (¿cuántas rubias se tiñen el cabello de color negro?), es ser delgada y tener prominentes pechos inflados de siliconas. Cuarta conclusión, casi forzosa: ¿se goza más la vida siendo bella o bello según esos patrones? ¿Se tiene mejor sexo si se es delgada/o, rubia/o o las uñas pintadas? ¿Se alcanzan mejores orgasmos luego de una cirugía para quitarnos las arrugas y con una buena dotación de silicona encima? ¿Se es más sano siendo bella/o según estos criterios?
Como amargamente lo expresó una concursante de Miss Puerto Rico luego del certamen: «¿Es una Miss Puerto Rico una verdadera representación de la mujer portorriqueña? De ser así no serían necesarias cirugías y procesos estéticos además de dietas estrictas a las que son sometidas estas muchachas a tan corta edad. ¿Acaso la celulitis, las estrías y el sobrehueso en la nariz nos resta belleza? ¿Ante los ojos de quien? Al final de cuentas ¿para qué tanto sacrificio si luego de un año pasan nuevamente al anonimato en el que vivían antes de ser reina? Sin embargo, durante su reinado entregan la dirección de sus vidas a otras personas que es la que la va a llevar al triunfo. La reina sólo obedece. La mayor parte del tiempo transcurre en la preparación para un concurso internacional, posando al lado de dirigentes de grandes empresas capitalistas (casi siempre hombres), realizando comerciales. En fin, una reina de belleza no es mucho más que un objeto que vende y se deja vender, un simple adorno que posa sonriente al lado de gobernadores, presidentes y cuya voz y opinión, junto con su ferviente deseo de paz, mundial no son más que eco en el vacío».
Quinta conclusión: los concursos de belleza son una muestra en pequeñito de la sinrazón del mundo en que vivimos -clasista, machista, blancocentrista, mercantilizado, dominado por poderes que generan una cultura superficial y ramplona- todo lo cual nos convoca a seguir luchando por «otro mundo posible».