En 2017 se cumple el 55 aniversario del final de la guerra de liberación argelina (1954-1962). El revolucionario, filósofo y médico psiquiatra, Frantz Fanon, quien militó en el Frente de Liberación Nacional (FLN) y participó en el proceso que concluyó con la independencia de Argelia, recordaba cómo en los territorios «liberados» por los revolucionarios se […]
En 2017 se cumple el 55 aniversario del final de la guerra de liberación argelina (1954-1962). El revolucionario, filósofo y médico psiquiatra, Frantz Fanon, quien militó en el Frente de Liberación Nacional (FLN) y participó en el proceso que concluyó con la independencia de Argelia, recordaba cómo en los territorios «liberados» por los revolucionarios se introducía un orden nuevo; consistía, por ejemplo, en orientar la producción no sólo a las ciudades y la exportación -algo que ocurría hasta ese momento-, sino también a las masas y los efectivos del ejército de liberación nacional. Se llegó, en estas regiones, a una ración diaria de 3.200 calorías, cantidad desconocida hasta el momento. Frantz Fanon falleció a los 36 años en Estados Unidos, debido a una leucemia. El año de su muerte, 1961, se publicó en París su obra capital, «Los condenados de la tierra», un referente para los movimientos de liberación nacional de los años 60 y 70 del siglo pasado.
Este descendiente de esclavos nacido en Martinica (otra colonia francesa) detalla en «Los condenados de la tierra» algunos logros de las zonas «liberadas» contra el ocupante francés: la producción de lentejas se multiplicó por cuatro y se organizó la obtención de carbón de madera. Además se hizo sin grandes especialistas ni expertos formados en las escuelas occidentales («los funcionarios y los indígenas no deben sumergirse en los diagramas y estadísticas, sino en el corazón del pueblo», afirmaba Fanon); las legumbres verdes y el carbón se trasvasaba por las montañas desde las regiones del norte a las sur de Argelia, en un proceso de intercambio que se completaba con los envíos de carne en sentido inverso. El FLN se encargó de desplegar este sistema de comunicación y transporte. Comenzaron a extenderse entre la población sojuzgada algunas preguntas: ¿Por qué en algunas regiones de Argelia no se ha visto pasar una naranja hasta la guerra de «liberación»?; con la circunstancia agravante que, todos los años, la colonia exportaba millares de toneladas de cítricos. Otro tanto ocurría con la uva.
Frantz Fanon había cursado estudios superiores en París. Leyó con provecho a Kierkegaard, Nietzsche, Hegel, Marx, Lenin, Sartre y Simone de Beauvoir. Esta formación previa, además de la influencia de filósofos como Jean Lacroix y Merleau-Ponty o el acercamiento al pensamiento colonial francés le llevó años después a la militancia activa en Argelia. Y a la publicación de libros como «Piel negra, máscaras blancas» (1952), «Sociología de una revolución» (1959) y «Hacia la revolución africana» (1964), obra en la que según el periodista Mumia Abu Jamal, se revela el Frantz Fanon africanista, marxista, internacionalista y antiimperialista. «Los condenados de la tierra» fue publicado en diferentes ediciones por Txalaparta, la primera en 1999. No se trata de un texto académico, ni de un análisis concienzudo en el que estampe su firma un atildado científico social; se trata de un libro de combate.
La pretensión agitadora figura ya en el primer capítulo, sobre la Violencia, donde el autor señala cómo la descolonización convierte a los «espectadores aplastados por la falta de esencia en actores privilegiados, recogidos de manera grandiosa por la hoz de la historia». O, dicho en lenguaje bíblico, «los últimos serán los primeros». El mundo de la colonia (por ejemplo Argelia en manos de Francia, a partir de 1830) es el de los compartimentos estancos, el de las «balas y cuchillos sangrientos», donde imperialistas y colonizados cohabitan en medio de «bayonetas y cañones». Pero, si se trata de un mundo segregado en fronteras, ¿cuál es la divisoria que los separa? El escritor y activista responde que cuarteles y delegaciones de policía.
Este médico psiquiatra defendía que la «liberación nacional» era un proceso que trascendía la independencia. Recordaba cómo durante los años 1956 y 1957 el colono francés «prohibió» algunas zonas en territorio argelino, lo que implicaba una rígida reglamentación sobre al tránsito de las personas. Entre otras consecuencias, los campesinos ya no podían acercarse libremente a la ciudad para renovar las provisiones y el precio de algunos productos -sal, azúcar, té, café o tabaco- se disparó. Empezó a reinar el mercado «negro».
Se daba la circunstancia de campesinos que, al no poder pagar en especie, tenían que hipotecar las tierras, cosechas, parcelar el patrimonio familiar o incluso laborar a cuenta del tendero. En oposición a estos procesos, Fanon destaca una de las leyes fundamentales de la Revolución argelina: «La tierra es de quienes la trabajan». En consecuencia, no sólo los peones ganaron participación en la era, sino que según el revolucionario nacido en Fort de France el rendimiento por hectárea se triplicó; la metrópoli no puso facilidades: asaltos, bombardeos aéreos y dificultades para el acceso a los abonos. A ello se agregaba el prejuicio imperialista, que asociaba al colonizado con la lentitud; lamentaban los colonizadores que los sometidos no fueran entusiastas del trabajo esclavo.
El libro incluye una parte final sobre trastornos mentales, derivados de la guerra de liberación nacional. Aunque ya la colonización había provisto de no pocos enfermos a los hospitales psiquiátricos; existía una «patología mental permanente y copiosa producida directamente por la opresión», según constataba Frantz Fanon a partir de su experiencia en el tratamiento de pacientes franceses y argelinos. Utilizaba el término de «psicosis reaccional» para designar de modo genérico lo que ocurría, como efecto de la «atmósfera sanguinaria, despiadada y la generalización de prácticas inhumanas». En este apartado el autor evita los tecnicismos y las discusiones escolásticas, con el fin de hacerse entender. Las expresiones elegidas revelan ocho años de terror; literalmente, afirma, «los individuos tenían la impresión de asistir a una verdadera apocalipsis»; en otro texto -«L’An V de la Révolution Algérienne»-, el escritor y periodista sostenía sin rebozos: «Toda una generación de argelinos, sumergida en el homicidio gratuito y colectivo con las consecuencias psicoafectivas que esto supone, sería la herencia humanitaria de Francia en Argelia».
La información sobre los tratamientos permite reconstruir la realidad de la «guerra sucia». Fanon informa del caso de un hombre de 26 años, miembro de una célula del FLN desde 1955, que conducía un automóvil para repartir propaganda y transportar a los comandos guerrilleros. Buscado por la policía, su mujer fue «brutalmente abofeteada» durante un interrogatorio y violada por dos militares franceses. También relata las circunstancias de S., de 37 años, habitante de una aldea que apoyaba a la guerrilla argelina. A principios de 1958, una emboscada en un lugar próximo terminó con varios muertos. A las pocas horas, un oficial francés ordenó la destrucción del poblado campesino. A los que no pudieron escapar, se les dirige cerca de un río donde se perpetró la escabechina: 29 muertos; S. resultó herido de bala en el muslo y el brazo. Estos y otros casos derivaron en impulsos homicidas, psicosis de angustia grave con síntomas de despersonalización, pánico, delirio de culpabilidad y conducta suicida.
El autor de «Los condenados de la tierra» también centra la atención en la población refugiada. Cifra en 300.000 personas las ubicadas en las fronteras marroquí y tunecina como consecuencia de la política de «tierra quemada» de los ocupantes franceses. Así, Cruz Roja pudo constatar la «extrema miseria y la precariedad de las condiciones de vida». Más aún, las persecuciones se tradujeron en bombardeos y ametrallamientos por parte del ejército francés. Pocas refugiadas argelinas parieron sin padecer trastornos mentales. En el caso de menores de diez años argelinos, distribuidos en centros de Túnez y Marruecos, se detectó una fobia al ruido así como tendencias sádicas.
Mucho se ha publicado sobre las torturas perpetradas por la civilizada Francia en la guerra de Argelia. Una de las que causó mayor número de muertes fue la «inyección de agua por la boca, acompañada de lavado a alta presión con agua de jabón»; también los afectados relataron la inserción de botellas en el ano; o ubicar al detenido de rodillas, con los brazos en paralelo al suelo, mientras un policía sentado detrás le propinaba golpes. Este sistema contaba con una variante: el preso situado de cara a la pared con los brazos pegados a la misma. Además, los torturados podían distinguirse entre aquellos que disponían de información; y otros que, no organizados, tras su detención eran conducidos a las dependencias policiales o centros destinados a interrogatorios. En las «encerronas» o «cacerías de ratas», otros argelinos eran también objeto de golpizas. Además, subraya Frantz Fanon, «a partir de 1956 ciertos interrogatorios se realizaron exclusivamente con electricidad».
La dominación colonial se apreciaba también en la ciencia. Antes que comenzara la guerra de independencia, en 1954, ya se consideraba al argelino un criminal nato (su arma predilecta era presuntamente el cuchillo y mataba sin motivo), recuerda el periodista y psiquiatra; también era un perezoso, mentiroso y ladrón de manera congénita. Estas ideas se enseñaron en las universidades (a los médicos licenciados en la Facultad de Argel), durante más de dos décadas, con teorías que supuestamente lo explicaban y presuntas validaciones científicas. El libro de Fanon recoge unas palabras del profesor de Psiquiatría en la Facultad de Argel, A. Porot, quien en 1935 sostenía en un Congreso de Analistas y Neurólogos celebrado en Bruselas: «El indígena norafricano, cuyas actividades superiores y corticales están poco evolucionadas, es un ser primitivo cuya vida en esencia vegetativa e instintiva está regida sobre todo por su diencéfalo».
El célebre prólogo de «Los condenados de la tierra», firmado por Jean Paul Sartre en septiembre de 1961, se pregunta por los grandes valores franceses, «manchados de sangre». El filósofo se cuestiona por la masacre de Setif (1945), y por los ocho años de guerra en la que murieron más de un millón de argelinos. El periodista Mumia Abu Jamal reproduce en un artículo publicado en julio de 2017 por el periódico La Haine, una idea central de Frantz Fanon sobre la colonización francesa: «La tortura en Argelia no es un accidente, tampoco un error o falla; no se puede entender el colonialismo sin ver la probabilidad de tortura, violaciones y masacres». Además le alinea con otros amigos rebeldes: Nkrumah, de Ghana; o Lumumba, del Congo.
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