Traducción: Anahí Seri
Decenas de millones de americanos, amalgamados en un movimiento difuso y rebelde conocido como la derecha cristiana, han comenzado a desmantelar el rigor intelectual y científico de la Ilustración. Están creando un estado teocrático basado en la «Ley de la Biblia» y expulsando a los que ellos definen como sus enemigos. Este movimiento, que se asemeja cada vez más al fascismo tradicional, quiere obligar a un mundo recalcitrante a rendirse ante una América imperial. Aboga por erradicar a las personas con conductas desviadas, comenzando con los homosexuales y pasando luego a inmigrantes, laicistas, feministas, judíos, musulmanes y aquellos a los que ellos llaman, peyorativamente, «cristianos nominales», refiriéndose a quienes no se acogen a la interpretación perversa y herética de la Biblia que hacen ellos. A quienes se resisten a integrarse en este movimiento de masas se los condena afirmando que suponen una amenaza para la salud y la higiene del país y de la familia. Todos serán purgados.
Se debe convertir o reprimir a los seguidores de creencias desviadas, como el judaísmo o el Islam. Los medios de comunicación desviados, las escuelas desviadas, la industria del entretenimiento desviado, el gobierno y los jueces laicistas desviados así como la iglesias desviadas se reformarán o cerrarán. Se fomentarán incesantemente los «valores» cristianos, que ya se están promoviendo desde la radio y la televisión cristianas y en los colegios cristianos, al mismo tiempo que la información y los hechos son sustituidos por formas abiertas de adoctrinamiento. Ha comenzado la marcha hacia una distopía aterradora. Está teniendo lugar en las calles de Arizona, en los canales de la televisión por cable, en las «tea party», en las escuelas públicas de Tejas, entre los miembros de la milicia y dentro de un Partido Republicano que está siendo secuestrado por este grupúsculo de lunáticos.
Elizabeth Dilling, que escribió The Red Network (La red roja) y fue simpatizante de los nazis, se pregona como lectura obligatoria desde programas de tertulia televisada basura como el de Glenn Beck. Thomas Jefferson, quien defendía la separación entre Iglesia y Estado, se pasa por alto en los colegios cristianos y pronto desaparecerá de los libros de texto de las escuelas públicas de Tejas. La derecha cristiana se congratula de las «contribuciones significativas» de la Confederación. El Senador Joseph McCarthy, quien encabezó la caza de brujas anticomunista de los años 50, ha sido rehabilitado, y el conflicto entre Israel y Palestina se define como parte de una batalla a escala mundial contra el terror islámico. La legislación como las nuevas leyes Jim Crow de Arizona se están estudiando en otros 17 estados.
El ascenso de este fascismo cristiano, un ascenso que supone un grave riesgo ignorar, está siendo impulsado por una clase liberal ineficiente y en bancarrota, que ha resultado incapaz de poner freno al creciente desempleo, de protegernos de los especuladores de Wall Street o de salvar a nuestra clase trabajadora desposeída que se enfrenta a juicios hipotecarios, bancarrota y miseria. La clase liberal ha demostrado ser inútil cuando se trata de combatir el mayor desastre ambiental de nuestra historia, de poner fin a guerras imperiales costosas y fútiles o de frenar el saqueo de la nación por parte de las empresas. Por la cobardía de la clase liberal, la nación y los valores que representa han llegado a ser injuriados y odiados.
Los demócratas se han negado a revocar las graves violaciones del derecho internacional y nacional codificadas por la administración de Bush. Esto significa que los fascistas cristianos que lleguen al poder dispondrán de herramientas «legales» para espiar, detener, negarles el habeas corpus y torturar o asesinar a ciudadanos estadounidenses, igual que las tiene la administración de Obama.
Quienes se mantienen en un mundo basado en la realidad a menudo se despreocupan de estos rebeldes tildándolos de bufones o inocentones. No se toman en serio a quienes, como Beck, son condescendientes con unos anhelos primitivos de venganza, de nuevas glorias y de renovación moral. Los críticos del movimiento siguen empleando las herramientas de la razón, la investigación y los hechos para desafiar los absurdos propagados por los creacionistas que piensan que ascenderán desnudos hacia los cielos cuando Jesús regrese a la Tierra. El pensamiento mágico, la distorsión total a la hora de interpretar la Biblia, las contradicciones que abundan en el sistema de creencias del movimiento y la ridícula pseudociencia, todo esto, sin embargo, es inmune a la razón. No podemos persuadir a las personas de este movimiento para que despierten. Somos nosotros los que estamos dormidos.
Quienes abrazan este movimiento ven la vida como una batalla épica contra las fuerzas del mal y el satanismo. El mundo es blanco y negro. Incluso aunque no lo sean, tienen la necesidad de sentirse víctimas rodeadas de grupos siniestros que pretenden destruirlos. Necesitan creer que conocen la voluntad de Dios y que pueden hacerla realidad, sobre todo a través de la violencia. Necesitan santificar su ira, una ira en la que se centra su ideología. Buscan un dominio cultural y político total. Emplean el espacio que les brinda la sociedad abierta para destruirla. Estos movimientos actúan dentro de los límites del estado laico porque no tienen otra opción. La intolerancia que promueven queda amortiguada en los discursos tranquilizadores de su representantes más hábiles. Si tuvieran suficiente poder, y están haciendo lo posible por conseguirlo, se acabaría con esta cooperación. La exigencia de un control total y de una nación cristiana, así como el rechazo a toda disidencia se hacen visibles dentro de sus lugares sagrados. Estos pastores han establecido, dentro de sus iglesias unos diminutos feudos despóticos, y pretenden replicar estas pequeñas tiranías a gran escala.
Muchos de las decenas de millones de personas de la derecha cristiana viven al borde de la pobreza. La Biblia, interpretada para ellos por pastores cuya conexión con Dios significa que no se puede cuestionar, es su manual para la vida cotidiana. La rigidez y sencillez de su fe son poderosas armas en la lucha contra sus propios demonios y el esfuerzo por mantener sus vidas bien encaminadas. El mundo basado en la realidad, un mundo donde no existía ni Satán ni los milagros, el destino, los ángeles y la magia, los golpeaba como a una madera a la deriva. Los privó de sus trabajos y destruyó su futuro. Echó a perder sus comunidades. Inundó sus vidas con alcohol, drogas, violencia física, privaciones y desesperación. Y luego descubrieron que Dios tiene un plan para ellos. Dios los salvará. Dios interviene en sus vidas para promoverlos y protegerlos. La distancia emocional que han recorrido desde el mundo real al mundo de la fantasía cristiana es inmenso. Y a las fuerzas racionales, laicas, a quienes hablan en el idioma de los hechos, los odian y en última instancia los temen, pues éstos intentan devolver a los creyentes a la «cultura de la muerte» que casi llegó a destruirlos.
Hay tremendas contradicciones dentro de este sistema de creencias. Se celebra la independencia personal al mismo tiempo que una sumisión abyecta a los líderes que dicen hablar en nombre de Dios. El movimiento dice que defiende la santidad de la vida y a la vez aboga por la pena de muerte, por el militarismo, la guerra y un genocidio justo. Habla de amor y promueve el temor a la condena eterna y el odio. Hay una terrible disonancia cognitiva en cada palabra que pronuncian.
Para muchos, el movimiento es una tabla de salvación emocional. Es todo lo que los mantiene unidos. Pero la ideología, si bien reglamenta y ordena sus vidas, es despiadada. A los que se desvían de la ideología, incluidos los «que recaen» y abandonan estas organizaciones de la Iglesia, los tildan de herejes y los someten a pequeñas inquisiciones, una excrecencia natural de los movimientos mesiánicos. Si la derecha cristiana se hace con las ramas legislativa, ejecutiva y judicial del gobierno, estas pequeñas inquisiciones llegarán a ser grandes inquisiciones.
A los creyentes les dicen que el feminismo y la homosexualidad han convertido al varón americano en impotente física y espiritualmente. Para la derecha cristiana, Jesús es un hombre de acción, musculoso, que expulsa a los demonios, lucha contra el Anticristo, ataca a los hipócritas y castiga a los corruptos. Este culto a la masculinidad con su glorificación de la violencia, resulta muy atractivo para los que se sienten despojados de sus derechos, humillados. Es una forma de desahogar la ira que condujo a muchas personas a los brazos del movimiento. Los anima a revolverse contra aquellos que, según les dicen, están intentando destruirlos. La paranoia sobre el mundo exterior se atiza mediante extrañas teorías conspirativas, muchas de las cuales se defienden en libros como The New World Order (El nuevo orden mundial), de Pat Robertson, una diatriba xenófoba que incluye ataques a los liberales y a las instituciones democráticas.
La obsesión con la violencia impregna las populares novelas de Tim LaHaye y Jerry B.Jenkins. En su novela apocalíptica Glorious Appearing, basada en la interpretación que hace LaHaye de las profecías bíblicas del segundo advenimiento, Cristo regresa y destripa a millones de no creyentes con el sonido de su voz. Hay largas descripciones de horror y sangre, de cómo «las mismas palabras del Señor habían hecho hervir su sangre, haciendo estallar las venas y la piel». Los ojos se desintegran. Las lenguas se derriten. La carne se disuelve. La serie Left behind, de la cual forma parte esta novela, incluye a las novelas adultas de más éxito en el país.
Se debe usar la violencia para limpiar el mundo. A estos fascistas cristianos se les llama a un estado de guerra perpetuo. «Predicar la paz antes del regreso de Cristo es herejía» dice el teleevangelista James Robinson.
Los desastres naturales, los ataques terroristas, la inestabilidad en Israel e incluso las guerras en Irak y Afganistán se ven como indicadores gloriosos. Los creyentes insisten en que la guerra de Iraq se predijo en el noveno capítulo del Libro de las Revelaciones, donde cuatro ángeles «encadenados al Éufrates son soltados para matar a un tercio de la humanidad». La marcha es inevitable e irreversible y obliga a todos a estar listos para luchar, matar y tal vez morir. No se debe temer la guerra global, ni siquiera la guerra nuclear, pues es un augurio del Segundo Advenimiento. Y a los ejércitos vengadores los guiará un Mesías iracundo y violento que condena a cientos de millones de apóstatas a una muerte cruel y terrible.
La derecha cristiana, aunque adopta una forma de primitivismo, busca la impronta de la ley y la ciencia para legitimar sus absurdas mitologías. Sus miembros buscan esta impronta porque, a pesar de que aleguen lo contrario, son un movimiento totalitario y manifiestamente moderno. Quieren abrazar los pilares de la Ilustración para abolir la Ilustración. El creacionismo, o «diseño inteligente», al igual que hicieron los nazis con la eugenesia o Stalin con la ciencia «soviética», debe introducirse en la corriente de pensamiento dominante como disciplina científica válida, de ahí que se deban reescribir los libros de texto. La derecha cristiana se defiende a sí misma usando la jerga jurídica y científica de la modernidad. Los hechos y las opiniones, cuando se usan de forma «científica» en apoyo de lo irracional, llegan a ser intercambiables. La realidad ya no se basa en la recopilación de hechos y pruebas. Se basa en la ideología. Los hechos se alteran. Las mentiras se convierten en verdad. Hannah Arendt lo llamó «relativismo nihilista», aunque sería más adecuado llamarlo locura colectiva.
Por esta razón, la derecha cristiana tiene sus «científicos» creacionistas que emplean el lenguaje de la ciencia para fomentar la anti ciencia. Han logrado que los libros creacionistas se vendan en las librerías de los parques nacionales en el Gran Cañón y se utilicen como libros de texto en estados como Texas, Arkansas o Louisiana. El creacionismo configura la visión del mundo que tienen cientos de miles de alumnos que van a colegios y facultades cristianas. Esta pseudo ciencia afirma haber demostrado que todas las especies animales, o al menos su progenitores, cabían en el arca de Noé. Desafía la investigación sobre el SIDA y la contracepción. Corrompe y desacredita las disciplinas científicas: la biología, la astronomía, la geología, la paleontología y la física.
Si los creacionistas pueden sentar cátedra desde la misma tarima que los geólogos, afirmando que el Gran Cañón no se formó hace 6 mil millones de años sino que lo creó, hace 6.000 años, la gran inundación que elevó la arca de Noé, hemos perdido. Aceptar la mitología como alternativa legítima a la realidad es un duro golpe para el Estado racional, laico. Destruir los sistemas de creencias basados en lo racional y lo empírico es fundamental para la construcción de todas las ideologías totalitarias. La certeza, para quienes no podrían hacer frente a la incertidumbre de la vida, es uno de los mayores atractivos del movimiento. La investigación intelectual imparcial, con sus continuos reajustes y la exigencia de pruebas, amenaza la certeza. Por ello hay que abolir la incertidumbre.
«Lo que convence a las masas no son los hechos -escribió Arendt en Los orígenes del totalitarismo– y ni siquiera los hechos inventados, sino solamente la coherencia del sistema del que se supone que forman parte. La repetición, un tanto sobrevalorada por la creencia generalizada en la inferior capacidad de las masas para captar y recordar, es importante porque las convence de la coherencia a lo largo del tiempo.»
San Agustín definió la gracia del amor como volo ut sis – quiero que seas. Según él, hay una afirmación del misterio del otro en las relaciones basadas en el amor, una afirmación de diferencias inexplicadas e insondables. Las relaciones basadas en el amor reconocen que los otros tienen derecho a ser. Estas relaciones aceptan lo sagrado de la diferencia. Esta aceptación significa que ningún individuo y ningún sistema de creencias capta o se adhiere a una verdad absoluta. Todos, a su manera, algunos fuera de los sistemas religiosos y otros dentro, se afanan por interpretar el misterio y la trascendencia.
Lo sagrado del otro es anatema para la derecha cristiana, la cual no puede aceptar que sea legítima otra forma de ser y de creer. Si otros sistemas de creencias, entre ellos el ateísmo, tienen una validez moral, entonces se resquebraja la infalibilidad de la doctrina del movimiento, que constituye su principal atractivo. No puede haber formas de pensar o de ser alternativas. Hay que aplastar todas las alternativas.
Los debates ideológicos, teológicos y políticos no sirven de nada con la derecha cristiana; no responde al diálogo. Es impermeable al pensamiento racional y al debate. Los ingenuos intentos de aplacar a un movimiento empeñado en destruirnos, de demostrarle que nosotros también tenemos «valores», no hace más que fortalecer su legitimidad y debilitar la nuestra. Si nosotros no tenemos derecho a existir, si nuestra existencia misma no es legítima a los ojos de Dios, no puede haber diálogo. Es una lucha por la supervivencia.
Aquellos que se dejan abrazar por este movimiento cristiano fascista están intentando desesperadamente sobrevivir en un entorno cada vez más hostil. Les hemos fallado; les debemos más. Esa es su respuesta. Los problemas financieros, las luchas por abusos domésticos y sexuales, la batalla contra las adicciones, la pobreza y la desesperación que soportan muchos de lo que pertenecen al movimiento son una tragedia, dolorosa y real. Tienen derecho a la ira y a la alienación. Pero también a ellos los utilizan y manipulan unas fuerzas que pretenden desmantelar lo que queda de nuestra democracia y abolir el pluralismo que una vez fue el distintivo de nuestra sociedad.
La chispa que podría hacer estallar esta conflagración podría estar en las manos de una pequeña célula terrorista islámica. Podría estar en manos de unos codiciosos especuladores de Wall Street que se juegan el dinero del contribuyente en el complejo sistema mundial del capitalismo de casino. El próximo ataque catastrófico, o el próximo cataclismo financiero, podría ser nuestro incendio del Reichstag. Podría ser la excusa empleada por estas fuerzas totalitarias, este fascismo cristiano, para acabar con lo que queda de nuestras sociedad abierta.
No permanezcamos, sumisos, ante la puertas abiertas de la ciudad, esperando con pasividad a los bárbaros. Vienen a por nosotros. Se arrastran hacia Belén. Despojémonos de nuestra complacencia y nuestro cinismo. Desafiemos abiertamente el sistema liberal, que no nos va a salvar, para exigir y luchar por unas compensaciones para nuestra clase trabajadora. Reintegremos a estos desposeídos en nuestra economía. Démosles una esperanza de futuro basada en la realidad. El tiempo se está agotando. Si no actuamos, los fascistas americanos, empuñando sus cruces cristianas, agitando la bandera americana y haciendo que se recite en masa la «pledge of alliance» (promesa de fidelidad a la bandera), utilizaran esa rabia para acabar con nosotros.
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