Dieciséis botas militares, expresando la más vil cobardía, arrebataron la vida de cuatro niños del pueblo.
Un año ha transcurrido desde aquella herida que aún duele. Un año en el que el país entero cargó un cúmulo de penas que se transformó en clamor, indignación y movilización. Dieciocho millones de ecuatorianos sentimos ese golpe como propio, porque el dolor, cuando nace de la injusticia, despierta incluso a quienes habían sido obligados a callar. Los cuatro de las Malvinas, cuatro niños ecuatorianos, no se han ido: viven en la memoria y en los corazones de quienes exigimos verdad y justicia.
Su muerte no fue un accidente ni un hecho aislado. Fue consecuencia directa de un gobierno que muchos en el pueblo han señalado como genocida, un gobierno de cartón que se escondió detrás de uniformes y órdenes injustas. Dieciséis botas militares, expresando la más vil cobardía, arrebataron la vida de cuatro niños del pueblo. Y con ese acto no solo apagaron vidas: intentaron romper futuros, sembrar miedo y doblegar voluntades. Pero el miedo, cuando se enfrenta con dignidad, se convierte en resistencia.
Los cuatro de las Malvinas eran hijos del barrio, hijos de Guayaquil, hijos de un país que todavía lucha por no hundirse entre la violencia, el abandono del Estado, el desempleo, y la crisis en la salud y la educación. Su asesinato es un espejo doloroso de lo que jamás debió ocurrir y de lo que no estamos dispuestos a tolerar, y mucho menos a callar.
Este 8 de diciembre, mientras los cantos navideños llenan las calles, realizaremos el cabo de año. Nos reuniremos para recordarlos desde la raíz profunda de nuestra espiritualidad afroecuatoriana. Así como nuestros abuelos y abuelas cimarronas resistían con alabaos y chigualos, hoy cantamos para que la memoria no se rompa y la dignidad no se pierda. En ese acto llamaremos a sus espíritus para que nos acompañen y nos guíen en la lucha por la vida.
Porque, como decía el abuelo Zenón: “El que recuerda con dignidad transforma su dolor en camino, y el camino en fuerza.”
El cabo de año será mucho más que un ritual: será una declaración. Una afirmación de comunidad, de defensa de la vida y de rechazo absoluto a la impunidad. Será semilla de conciencia colectiva. Será voz que no se apaga.
Que los cuatro de las Malvinas nos iluminen.
Que su memoria nos levante.
Y que la justicia, por fin, deje de ser una promesa rota.
“LOS CUATRO DE GUAYAQUIL”
En el nacimiento de un niño hay santidad,
en su sonrisa que florece sin temor.
En su juego que desarma la tristeza
hay luz, hay vida, hay calor.
Cuando se juntan para compartir la risa,
el mundo entero aprende a renacer.
Son cuatro luces que hoy nos acompañan,
cuatro caminos que nadie podrá detener.
Ay, que vuelvan sus risas al viento,
que se eleven sus nombres sin fin.
Los cuatro de Guayaquil viven dentro,
en la fuerza del pueblo que sigue por ti.
Ay, vuelan sus almas despiertas,
ya nadie los puede callar.
Los cuatro de Guayaquil son semilla,
son memoria que sabe luchar.
Son cuatro, son hermanos, hijos del barrio,
sueños que crecen más allá de la vida.
Son voces que regresan en el viento,
son tambor que en el pecho no se olvida.
Ya superaron la sombra y el silencio,
su sacrificio les dio santidad.
Y hoy el pueblo que los nombra en resistencia
los convierte en llama y en verdad.
En este cabo de año los llamamos,
con canto firme, con amor y dignidad.
Porque el pueblo no olvida a sus hijos,
y sabe levantar la verdad.
Los cuatro siguen caminando con nosotros,
cuatro estrellas que aprendieron a brillar.
Y en cada niño que hoy corre por las calles
sus sueños vuelven a germinar.
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