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Cronopiando

Los cuentos que nos cuentan

Fuentes: Rebelión

Fragmento extraído del libro de Koldo «El Diario de Itxaso»

Con los cuentos, al igual que con las canciones, estamos necesitando una profunda renovación del inventario. La mayoría de los cuentos que, actualmente, los padres hacen a los hijos, como Caperucita roja, La Cenicienta, Blancanieves, Pulgarcito, El Gato con botas, Pinocho, La casita de chocolate, Los tres cerditos, El soldadito de plomo, Alí Babá y los 40 ladrones, tienen más de un siglo atormentando cunas y desvelando sueños.

Padres que aseguran ser muy cuidadosos a la hora de proteger la integridad de sus hijos para según que cosas, sin embargo, muestran para otras un descuido que raya en la complicidad.

Y es que, a no ser que tengan algún secreto deseo de introducir a sus hijos, a tan corta edad, en las mundanas truculencias del crimen en cualquiera de sus formas, no se explica el amplio surtido de cuentos que les ofrecen y en los que no hay delito consignado en el código penal que no tenga acomodo.

Y, además, la exposición a semejantes horrores, dicen los padres, sólo trata de facilitar el sueño de los hijos, de ayudarlos a dormir.

Se trata, obviamente, de una complicidad que agrega a la culpa, la nocturnidad y el abuso de confianza.

Desde los casos de canibalismo registrados con ogros capaces de comerse a sus siete hijas, hasta el abuso laboral a que se sometía a Cenicienta por parte de quienes eran, al mismo tiempo, familiares y empleadores, pasando por la espantosa muerte, abrasada viva, de una anciana en un horno, todas las faltas a la moral y al orden, a la inteligencia y a la honestidad, se dan cita y hacen fiesta en los cuentos que nos cuentan.

Reinas celosas que envenenan a jóvenes doncellas, verdugos conminados a cortar cabezas, cazadores que arrancan corazones, brujos perversos, enanos gruñones, bandas organizadas de ladrones, epidemias de ratas, lobos hambrientos, caperucitas rojas, gatos con botas dedicados a la estafa en beneficio de amos que usurpan identidades y se dicen marqueses y lo son de Carabás, todos los desmanes y desgracias del mundo que nos aguarda, nos son reveladas a tan temprana edad y de tan cruda manera.

El abandono y maltrato a menores de edad es una constante en cuentos como Pulgarcito y Hansel y Gretel, niños abandonados, hasta dos veces, por sus padrastros. El robo de tesoros, alimentos y ropa también es habitual en la mayoría de los cuentos, como la discriminación de los patitos feos o de los Juan sin miedo, la mentira en Pinocho, o la corrupción municipal en ayuntamientos como el de Hamelín.

Cuentos como «El gato con botas» constituyen una detallada guía de la estafa aplicada al arribismo social para que un desheredado trepe y se haga dueño de fortuna y castillo, amén de casarse con la hija del rey, en lo que algunos llamarían braguetazo real.

Y preguntas, muchas preguntas que, cuando el cuento acaba, se quedan sin respuestas. ¿Cuándo va a ser que al soldadito de plomo al que le faltaba una pierna, se le va a reconocer la invalidez permanente? ¿Por qué no le gestiona la Seguridad Social una prótesis? ¿Han vuelto los padrastros de Pulgarcito a abandonarlo en la espesura del bosque?¿Sigue siendo Caperucita tan idiota?¿De quién era en verdad el zapato que el príncipe aseguró le servía a Cenicienta? ¿Quién seguía, realmente, a Cenicienta en la fila?¿Qué medidas ha adoptado el Ministerio de Trabajo con las hermanastras de Cenicienta?¿Si el lobo no se comió a ningún cerdito qué fue entonces lo que cenó esa noche?¿Construyeron los cerditos sus casas en terrenos públicos?¿Eran cómplices el flautista y las ratas?¿Cómo es que se llamaba el jefe de los ladrones al que todos confundimos con Alí Babá? ¿Por qué Gepeto no disfrutaba de ningún plan de jubilación?