En una nota publicada en el diario La Nación del 9 de agosto (Un viaje mágico por las bibliotecas más emblemáticas de Buenos Aires) se pasa revista a las bibliotecas porteñas y en el párrafo dedicado a la del Congreso de la Nación se afirma que registra más de 80000 usuarios por mes y que […]
En una nota publicada en el diario La Nación del 9 de agosto (Un viaje mágico por las bibliotecas más emblemáticas de Buenos Aires) se pasa revista a las bibliotecas porteñas y en el párrafo dedicado a la del Congreso de la Nación se afirma que registra más de 80000 usuarios por mes y que los títulos más consultados pertenecen principalmente al campo del Derecho y la Filosofía y se destaca[n] Vigilar y Castigar, de Michel Foucault»… Este dato puntual corrobora de alguna manera la densa información aportada por la doctora Mariana Canavesi en su libro «Los usos de Foucault en la Argentina recepción y circulación desde los años cincuenta hasta nuestros días» .
Foucault es un personaje que ocupa actualmente un inmerecido lugar privilegiado en muchos programas universitarios de sociología. Nuestro intento de realizar un análisis crítico de su obra se explica, por el hecho de que sus ideas influyen en los enfoques sociopolíticos de no pocos intelectuales que se dicen de izquierda.
Foucault es autor de obras tales como Locura y civilización (1960), donde hace la crítica del concepto de «locura» y de la oposición entre razón y locura que se establece a partir del siglo XVII; Las palabras y las cosas (1966), La arqueología del saber (1969), Vigilar y castigar (1975), donde se ocupa de la forma en que las instituciones disciplinan y «normalizan» a los individuos. Historia de la sexualidad, (1976), El uso del placer (1984) y La preocupación de sí mismo (1984), fueron sus últimos libros. Además expuso sus ideas en numerosos cursos y conferencias.
Analizar críticamente sus opiniones e ideas resulta difícil, por varias razones. Las expresó oscuramente, fueron variando en el curso de su vida y no son sistemáticas. Esto último es coherente con una de sus ideas centrales (inspirada en Nietzsche) de que el orden lógico y la sistematización racional es un elemento esencial del poder para disciplinar y «normalizar» al ser humano, privándolo así de su libertad.
Esta suma de dificultades para seguir el pensamiento de Foucault las explicó John Weightman, que fue profesor de lengua y literatura francesas en el Kings College de Londres y en el Westfield College de la Universidad de Londres, en un opúsculo de algo más de 30 páginas titulado No entender a Michel Foucault, (en castellano: http://www.arcadiespada.es/wp-content/uploads/2008/08/fuco.doc) donde se concentra en el análisis de Las palabras y las cosas. Weightman comienza diciendo que en la prosa literaria y en la escritura académica francesas era raro que un pensador se permitiera faltas de lógica o penumbras en la presentación de sus ideas y que esta tradición «continuó hasta la época de Sartre y Camus, pero que los más destacados maîtres à penser de las siguientes dos o tres décadas Roland Barthes, Jacques Lacan, Michel Foucault y Jacques Derrida generaron un cambio en el ambiente que rápidamente alcanzó a sus numerosos discípulos. En algunos campos especulativos, la tradicional claridad francesa desapareció para ser reemplazada, en diversos grados, por la oblicuidad, el preciosismo y el hermetismo, como si éstos fueran, por definición, modos de operar más válidos que lo lúcida y racionalmente establecido».
En Vigilar y castigar, que parece ser la lectura preferida de muchos intelectuales argentinos, Foucault comienza con la descripción detallada hasta la minucia del descuartizamiento, que duró horas en medio de enormes sufrimientos, de Damiens, condenado a dicha pena en 1757 por haber intentado asesinar a Luis XV. Aunque el caso puede haberle resultado útil a Foucault para abonar la tesis de su libro, no se puede evitar percibir una buena dosis de morbosidad en dicha descripción. En todo el libro se citan hechos históricos y normas legales sobre los castigos físicos y la evolución hacia el abandono de los mismos, remplazados por el disciplinamiento de los cuerpos y de las mentes. Es sin embargo curioso que Foucault no mencione en su obra las condenas a muerte por ahorcamiento, fusilamiento, mediante la silla eléctrica o porinyección letal, las torturas como práctica estatal casi universal, las desapariciones forzadas, el terrorismo de Estado, etc., que subsistían cuando Foucault escribió su libro en 1975 y subsisten aún a escala mundial. De modo que el abandono de los castigos físicos es una hipótesis de Foucault que no corresponde a la realidad de los hechos. También Foucault cita el reglamento «para la Casa de jóvenes delincuentes de París» de 1838, donde se establecían agotadoras jornadas de trabajo para los internados pero omite citar el reglamento -mucho más actual- de los campos de concentración nazis donde se establecía que los detenidos tenían que trabajar hasta el agotamiento, a fin de alcanzar el máximo rendimiento, que la jornada de trabajo era ilimitada y que sólo dependía de la estructura y de la naturaleza del trabajo. Demás está decir que dicho reglamento se aplicaba con el mayor celo y rigor ¿Omisión deliberada como homenaje a una de sus principales referencias filosóficas el nazi Heidegger? El disciplinamiento de las mentes y de los cuerpos de que habla Foucault es un tema trascendente en la sociedad actual y que lógicamente interesa a quienes están contra el orden capitalista vigente.
Así pues, Foucault habla de un poder disciplinante y represor que se ejerce en las cárceles, en los hospitales, psiquiátricos o no, en las escuelas, en las fábricas, sobre los presos (sean estos delincuentes primarios autores de delitos menores o asesinos multirrecidivistas) sobre los estudiantes, sobre los esquizofrénicos, paranoicos, maníacos depresivos, etc. o catalogados como tales y sobre los trabajadores. Foucault no hace mayor distinción entre el tipo de poder que se ejerce sobre un asesino como Pierre Rivière, cuyo caso estudió con sus alumnos en un seminario que duró dos años y el poder que se ejerce sobre los asalariados en una empresa. Al contrario, parece haberle interesado más el caso Rivière que el poder sobre los asalariados que ejerce el capitalista, que se traduce en la explotación capitalista. Sobre esto último Foucault tenía ideas muy particulares: rechazaba la teoría del valor como teorización de la explotación capitalista y sostenía que era ese poder difuso e indistinto que empujaba a la gente a trabajar y someterse a la explotación. Y no el hecho de que, no disponiendo de los instrumentos y medios de producción, el trabajador debe vender su fuerza de trabajo a quienes poseen esos instrumentos y medios para poder recibir un salario y sobrevivir.
De modo que Foucault se ocupó de un tema sumamente importante e imprescindible para comprender los diferentes mecanismos de dominación del sistema capitalista imperante pero lo puso «patas arriba», despojándolo de su base material (la propiedad privada de los instrumentos y medios de producción) y formuló una casuística (microfísica del poder) sin una coherencia que tuviera en cuenta sus diferentes especificidades. Dicho de otro modo, no supo, no quiso o no pudo abstraer sus múltiples facetas o determinaciones en una idea unificada del aspecto disciplinante y normalizador del poder. Pero además Foucault se ocupó de ese aspecto del poder disperso en el cuerpo social, olvidando casi totalmente el papel del Estado como tal, en tanto coordinador, administrador y gestionario del poder disciplinante y normalizador. Y directamente represor, agregamos.
Muchos autores e instituciones han trabajado y trabajan, ya sea para poner al desnudo lo que Foucault llamó poder disciplinante y normalizador y sus múltiples facetas , o para acentuar y perfeccionar dicho poder. Algunos foucaltianos contemporáneos -o foucaltianos tardíos- que lo conocen por haberlo leído o lo conocen de oídas o que son foucaltianos sin saberlo, practican la «transgresión», entendida como cuestionarse permanentemente a sí mismos tratando de escapar al disciplinamiento del poder en sus distintos aspectos. Desde vestirse de manera estrafalaria o simplemente transgrediendo las reglas al uso en la materia en un ambiente determinado (los diputados de PODEMOS en «tee shirt» en el Parlamento español, para compensar el abandono de sus iniciales postulados radicales) hasta adoptar y promover la «pospornografía». No intentan formular un cuestionamiento y una crítica estructurada – política, artística, filosófica, etc.- del sistema vigente que genera el poder disciplinante, pues para ellos todo radica en la transgresión. Transgresión «antisistema» que también puede consistir en orinar en medio de la calle, «aporte» realizado por Águeda Bañón, Directora de Comunicación del Ayuntamiento de Barcelona, gobernado por una coalición de izquierdas. (http://www.elmundo.es/cronica/2015/07/05/5597af6ee2704e8d338b4574.html). Evidentemente es más fácil y no requiere ningún esfuerzo intelectual y poco esfuerzo físico orinar en la calle o transgredir los tabúes sexuales mediante exhibiciones obscenas en público que criticarlos a nivel social con argumentos económicos, políticos, filosóficos o producciones artísticas, populares o académicas. Porque el arte y la imaginación creadora en general, no sólo puede ser crítica del sistema sino también puede ser una forma del proceso del conocimiento. Desde las obras literarias que nos ayudan a conocer arquetipos humanos, a veces mejor que un tratado de psicología, hasta los films como Tiempos Modernos de Chaplin que nos muestra agudamente la explotación capitalista, pasando por las obras pictóricas que nos aportan otra visión de la naturaleza y de los seres humanos. Incluso la literatura puede servir para comprender mejor una época histórica o captar un concepto.
Las ideas de Foucault, cambiantes, confusas y crípticas, nos llevan a un callejón sin salida frente al sistema dominante.
Foucault, como Habermas, Hannah Arendt y Heidegger , entre otros, son los «maitres à penser» de no pocos intelectuales que se autoproclaman de izquierda y contribuyen con sus ideas al espectáculo frustrante de la incapacidad de la izquierda -o de la autodenominada izquierda- en todo el mundo para promover entre las masas populares una alternativa de transformación radical al sistema actualmente vigente a fin de lograr que éstas asuman dicha alternativa y sean las protagonistas del cambio.
Argentina no es una excepción, como se puede constatar con el reciente resultado de las PASO, en el que la suma de los partidos de izquierda no alcanzó al 7% pese a la exacerbación de la explotación capitalista, de la corrupción, de la delincuencia generalizada, en especial de la infanto-juvenil, del asesinato y la sumisión a la trata de jóvenes mujeres, del incremento del tráfico y consumo de drogas, de la triplicación del número de suicidios de adolescentes en lo últimos decenios etc. La izquierda se muestra incapaz de hacer un diagnóstico global y coherente tomando en cuenta todos esos aspectos y sus raíces económicas, sociales, culturales, ideológicas y políticas y de proponer una alternativa en función de ese diagnóstico para cambiar tal estado de cosas. Tarea que se anuncia difícil cuando los intelectuales se nutren en tipos como Foucault y la mayoría de la población se extasía con Tinelli y se desconecta de Facebook y deja sus celulares y sus play stations sólo para dormir.
El texto precedente está basado fundamentalmente en algunos fragmentos de mi libro El papel desempeñado por las ideas y culturas dominantes en la preservación del orden vigente. Editorial Dunken, Buenos Aires. 2015.
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