Toda cultura es una forma original de construir la relación social . Lejos de ser un conjunto de características ligadas a un grupo humano, un sistema de reproducción (herencia) o de producción (obras), es la expresión misma de la condición humana. La cultura es el proceso constitutivo de toda sociedad humana. Está ligada, de forma […]
Toda cultura es una forma original de construir la relación social . Lejos de ser un conjunto de características ligadas a un grupo humano, un sistema de reproducción (herencia) o de producción (obras), es la expresión misma de la condición humana. La cultura es el proceso constitutivo de toda sociedad humana. Está ligada, de forma indisociable a la construcción identitaria : tanto la cultura como la identidad son procesos de relación, interactivos, que hoy por hoy se inscriben en una dinámica ampliada, modificada por la globalización cultural.
La globalización es un conjunto de procesos interrelacionados que se caracterizan por la multiplicación, la aceleración y la intensificación de las interacciones entre las sociedades humanas. No se limita al aumento de los flujos económicos y financieros, sino que afecta todos los sectores de la actividad humana. Comporta una dimensión cultural puesto que pone en presencia de una forma inédita valores, ideas, modos de vida, representaciones del mundo, cuyas diferencias se hacen más importantes en la medida en que se perciben mejor. Los flujos migratorios, el turismo y los medios de comunicación transmiten la mundialización cultural, pero ésta no se reduce al aumento de las relaciones culturales, o de los productos culturales, entre los Estados. Dicha mundialización transforma la manera como nos representamos el mundo, sus posibilidades, sus fronteras. Se trata, entonces, de un fenómeno estructurante cuyos efectos no pueden ser analizados en términos simplistas de dominación o uniformización, en función de las políticas culturales nacionales o en términos cuantitativos de marcado.
La aparición del Estado, y más tarde del Estado-nación, ha cambiado la definición y la percepción del espacio social, político, económico y cultural. A tal punto que parece casi imposible concebir y acondicionar el espacio sin tener en cuenta las fronteras estatales. La mundialización que constituye una transformación no menos importante, impide pensar lo global ha partir de lo nacional en función de lo local. Esta no hace desaparecer el territorio, los grupos sociales o el Estado Nación, pero hace aparecer nuevos espacios. Para comprenderla es necesario partir de las esferas definidas por las actividades humanas más que de un lugar permanente que definiría a una sociedad. Sólo con esta condición se puede esperar llegar a aprehender la realidad de los espacios económicos, políticos, sociales y culturales y su frecuente desconexión. Se podrá así, como lo propone Paul Ricoeur, distinguir el intercambio cultural hecho de cruces y flujos, de los conceptos geopolíticos que se basan en la idea de frontera.
El mapa cultural del mundo trazado ha partir de las realidades de las interacciones culturales podría revelarse muy diferente de los mapas geopolíticos o geoeconómicos. Los espacios geoculturales se sitúan sobre un continuum móvil (nada está fijo) que podría comprender :
«países-cultura» (Japón, Dinamarca, China.) esferas culturales (mundo árabe, mundo bantú.) áreas lingüístico-culturales («Ibero América», Lusofonía, Francofonía.) diásporas (china, turca.) El proyecto apenas mencionado de una Europa de las culturas «La hipercultura globalizante», transmitida por los medios de comunicación globales. Esos espacios geoculturales constituyen realidades que se definen de manera variable. No se trata de simples herencias, evolucionan y no pueden estar fijos en un estadio determinado. Están llamados a construirse constantemente. Si decidiesen instituirse como actores, podrían constituir entidades con base regional para otros desafíos, esferas de responsabilidad, de interacción y de coexistencia y, entonces, representar la base del pluralismo cultural como proyecto político que permitiría apropiarse el proceso de la mundialización cultural.
Hoy en día, factores de poder, rivalidades y conflictos no tienen por único o principal marco el territorio físico como en el tiempo de las luchas por la posesión de los recursos naturales. Las luchas por el poder están estrechamente ligadas a la capacidad de manipulación de los símbolos y el espacio mediático mundializado. La producción de conceptos y símbolos forma parte de las relaciones de poder y juega un papel de primer plano en la compleja dinámica de la mundialización. Por esta razón, al lado de los desafíos geopolíticos y geoeconómicos a los cuales tampoco se pueden reducir, hay que tomar en cuenta de la misma forma los desafíos geoculturales, es decir, los factores de carácter cultural (valores, ideas, símbolos, representación del mundo, lengua, arte…) sus soportes y modos de expresión que contribuyen a estructurar las relaciones entre los seres humanos y las sociedades a escala global. Entonces, tales desafíos interesan tanto a las áreas geoculturales como a las «industrias de lo imaginario» que deben ser consideradas como actores geoculturales, y a los mercados geoculturales.
La presencia intensa de representaciones del mundo en condiciones estructuralmente desiguales pone en evidencia las diferencias y suscita interrogantes e inquietudes de las que es necesario medir el alcance político y estratégico. No basta con analizar estas cuestiones de forma simplista abordándolas solamente bajo el ángulo de la hegemonía cultural, de la apertura de los mercados culturales o de las políticas culturales nacionales. La mundialización cultural ofrece posibilidades inéditas de interacciones culturales y, por lo tanto, de enriquecimiento posible. Ella plantea también problemas de seguridad cultural que pueden tomar diversas formas: amenazas de darwinismo cultural, de hegemonía cultural, de incomprensión radical… No hay que ignorar la fuerza bélica de dichas amenazas si no se logra inventar un marco de interacciones entre las sociedades y las culturas que respete realmente la igual dignidad de cada una de ellas. Los que se asombran hoy del auge del fenómeno identitario -que se repliega tras el estado-nación considerado como «fin de la historia»-, parecen ignorar que la identidad, o la necesidad de reconocimiento constituye, junto con la evolución tecnológica, un resorte permanente de la Historia. Ignorarlo conlleva el riesgo de ver resurgir esa necesidad humana fundamental por vías difíciles de controlar.
Lista de los temas de discusión :
Mundialización y cultura : ¿qué desafíos ? Cultura e identidad El mapa cultural del mundo : las áreas geoculturales La seguridad cultural De la excepción al pluralismo cultural «L’Hipercultura globalizante» : la emergencia de un sexto continente ¿qué porvenir para las identidades culturales ?
Traducción del francés po Martha Prieto
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