Uno de los tantos desafíos históricos que debe enfrentar el socialismo en este siglo es el relacionado con el ejercicio del poder, la cuestión nacional y la eliminación radical de las relaciones de producción y de aquellas que, a su vez, se derivan de ellas en lo social. Estos son elementos primordiales que, al resolverse, […]
Uno de los tantos desafíos históricos que debe enfrentar el socialismo en este siglo es el relacionado con el ejercicio del poder, la cuestión nacional y la eliminación radical de las relaciones de producción y de aquellas que, a su vez, se derivan de ellas en lo social. Estos son elementos primordiales que, al resolverse, le darían consistencia sólida a los ideales socialistas, pero que -si se mantienen bajo cualquier argumento- los negaría por completo, siendo simple reformismo populista, a pesar de la retórica y de la propaganda revolucionaria.
Muchos todavía se aferran a la común idea de que el nuevo socialismo debe alejarse de las fuentes que lo han nutrido y justificado en el tiempo, como Carlos Marx, de quien dicen hay que trascenderlo, pero utilizando la mayoría los mismos alegatos prejuiciados esgrimidos siempre por los sectores de la derecha; de ahí que consideren su invaluable contribución a la comprensión de esta alternativa revolucionaria al capitalismo como algo desdeñable y poco menos que intrascendente. Para respaldar esto último, exhiben lo hecho por China, Vietnam y, en una menor medida, por Cuba en materia económica, sin mayores pretensiones de producir un debate serio sobre tan importante tema.
Así, el socialismo requiere, hoy más que nunca, de definiciones más cercanas a las realidades que confrontan los pueblos del mundo, abarcando con mayores detalles los aspectos que fueran inicialmente abordados, estudiados y adelantados por Marx y Engels, sin menospreciar lo propio de Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburgo, Gramsci, el Che Guevara y otros no menos importantes luchadores socialistas, incluyendo a los ácratas; pues, este socialismo que se pretende nuevo no tiene una sola vía posible, sino varias, como lo demostrara en su momento la Revolución Cubana. Tal legado, en su conjunto, representa un punto de partida para la construcción del socialismo, más aún cuando presenciamos la catastrófica crisis global padecida por el capitalismo, la cual -por cierto- se antoja profunda y duradera, a pesar de las iniciativas multilaterales adoptadas por los gobernantes de las grandes potencias industrializadas. A ello habría que agregarle los estudios recientes realizados por una gama de teóricos socialistas a la luz de los múltiples acontecimientos que sacuden al mundo desde finales del siglo pasado, especialmente a nuestra América, que bien podrían ampliar los horizontes abiertos por el socialismo, dado que es harto necesario que se entienda, al menos, que éste -muy contrariamente a la imposición de un pensamiento único por parte del capitalismo- tiende más a la preservación de la diversidad en todas sus manifestaciones, cosa que olvidaron muchos durante las diferentes experiencias revolucionarias del pasado, obligados por los avatares de la Guerra Fría , siendo un elemento manipulado hasta la saciedad por los sectores contrarrevolucionarios a nivel planetario para infundirles terror y desconfianza a los pueblos que anhelan su liberación.
Esto no es, ni debe serlo jamás, obstáculo que impida cubrir la necesidad urgente de una teoría y de una praxis genuinamente humanistas, emancipatorias y pluralistas que plasmen y profundicen el socialismo (sin más etiquetas), teniendo en los sectores populares su principal base de sustentación, sin cúpulas «iluminadas» ni líderes «carismáticos» que secuestren y usurpen la voluntad general, tal como sucede tradicionalmente bajo el sistema representativo que tanto gusta a Estados Unidos. Sin embargo, todavía los revolucionarios habrán de enfrentar las acciones y las voces de quienes, desde sus trincheras de autoridad partidista y/o gubernamental, aspiran acallar y segregar el espíritu rebelde y subversivo de la revolución socialista. En esta lucha constante, se deben promover, acompañar y precisar los objetivos revolucionarios del pueblo, haciendo posible -en consecuencia- el verdadero socialismo.