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Los gordos

Fuentes: La Jiribilla

La perfección no es propia de los seres humanos. No hay un poste fuera de la vía, todas las señoras recogen las cacas de sus mascotas y el silencio reina en los suburbios de Washington, donde el estilo de vida americano se propaga con su máscara de eficiencia y felicidad como derecho constitucional. Sin embargo, […]

La perfección no es propia de los seres humanos. No hay un poste fuera de la vía, todas las señoras recogen las cacas de sus mascotas y el silencio reina en los suburbios de Washington, donde el estilo de vida americano se propaga con su máscara de eficiencia y felicidad como derecho constitucional. Sin embargo, pese a que Walmark está abierta 24 horas, y su comida rápida llega más rápido e higiénica de lo que pueda usted soñar, a pesar de que cada deseo tiene asignado su procedimiento, hay un dolor de los cuerpos que se extiende por los paisajes de USA.

Macarroni gril, Dons grill, Mcdonals, Donnuts…
son los íconos que hacen reconocibles y a la vez indiferenciables las avenidas, autopistas y los caminos estrictamente señalados. Todo está previsto. Si es alcohólico tendrá donde acudir, si es latino alguien le buscará un intérprete, si es madre soltera en el suburbio hay una oficina de atención. Deberá, eso sí, llenar planillas, autentificar su firma y repetir su numero de seguridad social al menos unas 20 veces diarias, pero la vida continúa. No conseguirá a los asistentes del agrimensor que nunca le permiten a K llegar al castillo, estando allí justamente para ello. La burocracia encierra secretamente su eficiencia y me temo que la clave reside en que ningún contacto es personal. Los sales o liquidaciones le permiten conseguir abrigo aún si su presupuesto es limitado. A pesar de los privilegios de vivir aquí, en las alturas del Primer mundo, una ciega enfermedad avanza en los cuerpos.

Mas allá de la soledad, que pareciera conjuntamente con el miedo una estrategia de mercadeo, lo que ofrecen los productos (miles y miles de ellos en redes de tiendas y servicios) es satisfacción. Plenitud para la vida, la vida con metas precisas: un carro descapotable como culminación de todo deseo, una casa, tranquilidad, comodidad, mucha comodidad. No debe siquiera cepillar sus dientes: la oferta en cepillos eléctricos autorrecargables es demasiado extensa para ignorarla o cometer la impropiedad de satisfacer su necesidad por esfuerzo propio. La maldición bíblica parece haber llegado a su fin en estas latitudes. Al norte, en el norte y hacia el norte, lo único que requiere un ser humano es desentrañar la red de procedimientos y gestiones que lo separan de su inserción social. Finalmente, aunque resulte engorroso, hasta el más limitado de los ciudadanos puede aprenderse su zip y el número de su licencia de conducir. La familia vive su postal de alegría de fin de semana con BBQ y espacios verdes y lagunas y gansos y patos y ardillas perfectas esgrimiendo la concreción de su imagen ideal de la naturaleza. Digo ideal porque, aunque no me lo crean, estando internada en el corazón de un bosque, no he visto una hormiga, mucho menos una alimaña. El único sobreviviente de la impecable planificación urbana es la araña, pequeña, que ronda mi cuarto de baño en el basement.

Es el mundo ideal: ¿qué distancia puede haber?, ¿qué vacío? Sí, uno muy profundo, una insatisfacción sin espacio para expresarse, solo la piel adolece de este secreto descontento. Los gordos con sus caras henchidas de milkyway y junior ribs y pizza extralarge. Los gordos, a pesar de tener pleno acceso a vibradores y demás utensilios del autoenjoy. A pesar de que todo promete plenitud, los gordos actúan en sus cuerpos eso imposible que perseguimos y que aquí, en el norte, no tiene ni pregunta ni misterio admitido. Es entonces cuando los gordos aparecen: imposible ocupar un solo asiento, sus dimensiones inauditas contrastan con el pesar del resto de la humanidad, y si ellos tuvieran un mínimo de conciencia, probablemente, esto los ayudaría a adelgazar, pero no ven, ya ni sienten, solo comen, comen para no recordar que el ser humano vive solo ante el misterio y lo innombrado. Comer, engordar y comprar es un círculo vicioso del cual tres de cada cinco norteamericanos padecen. El hambre, la miseria, la exclusión, el dolor de nuestros pueblos en busca de un mínimo de justicia, parece no tocarlos. Sus dimensiones ocupan todo el tiempo que tienen, y ya ni saben cómo y de qué color son sus pies. No importa, el sistema los dota de tallas extragrandes, de comidas en raciones proporcionales a su apetito, más que voraz patéticamente ilimitado. Los gordos son el primer dolor que podemos percibir en los ciudadanos bendecidos por Dios en Norteamérica.