Cuando recibí mi libro mensual del club de lectores Gure Liburuak (Tafalla, Nafarroa) reconozco que tuve sentimientos encontrados. La palabra escrita con grandes letras del título «ZAMACOLA» trajo a mi memoria la terrible historia de represión fascista de los hermanos Zamacola en varios pueblos de la provincia de Cádiz en el inicio de la sublevación […]
Cuando recibí mi libro mensual del club de lectores Gure Liburuak (Tafalla, Nafarroa) reconozco que tuve sentimientos encontrados. La palabra escrita con grandes letras del título «ZAMACOLA» trajo a mi memoria la terrible historia de represión fascista de los hermanos Zamacola en varios pueblos de la provincia de Cádiz en el inicio de la sublevación militar franquista de 1936. Por otra parte, la combativa editorial Txalaparta no podía defraudarme editando «Zamacola, un bandolero vasco en El Chaco» de FJ. Echarri (2011). Seguro que se refería a otro Zamacola, de los muchos que tienen este antiguo apellido vasco originario del pueblo de Dima en Bizkaia. Pero aún así, la herida que abría esa palabra para alguien que conocía a la familia Zamacola de El Puerto de Santa María (Cádiz), y especialmente a Fernando Zamacola, «heroico alférez de regulares y viejo camisa azul» (como lo nombraban en ABC en junio de 1938) y jefe de la banda de falangistas conocida como «Los Leones de Rota» no me dejaba indiferente. Comencé a leer la novela y en las primeras páginas me di cuenta de la terrible coincidencia: el bandolero vasco al que se referían era Eusebio, el hermano mayor de la familia Zamacola Abrisqueta de Basauri, familia que tras su paso por Galicia se afincó en El Puerto de Santa María para desgracia de muchos sindicalistas, republicanos, demócratas y revolucionarios.
Demasiados recuerdos se me agolparon en mi mente. Pero la figura de Eusebio Zamacola que emigró a Argentina en 1924 y se convirtió en una leyenda querida para las gentes más humildes por el saqueo de las grandes empresas explotadoras instaladas en la región del Chaco (norte de Argentina), muchas de ellas extranjeras, e impulsado siempre por unos ideales anarco-revolucionarios que le hacían huir del asesinato a sangre fría y del robo de las escasas propiedades de los pobres y los trabajadores, cual un bandolero andaluz, fue difuminando la historia de sus hermanos falangistas.
El «Vasco Zamacola», como lo conocían en los pueblos chaqueños, siempre quiso volver a su tierra natal, Euskal Herria, y especialmente a principios de 1937 cuando supo del cerco que los fascistas impusieron a Bilbo y los bombardeos eran incesantes. Según Echarri cuenta en la novela, Eusebio «sentía que era una obligación moral para él, para todo vasco, estar allí. (…) Combatiendo junto a los suyos y por una causa justa…» (pág. 166). Después, cuando cayó Bilbo en junio de 1937, ya no sintió esa necesidad de volver a su patria. Y por aquel entonces sabía que su hermano «Fernando había muerto en combate peleando junto a las tropas rebeldes, y que Domingo continuaba la guerra en ese mismo bando. No lo entendía. Ellos habían nacido en Galicia, es cierto, ¡pero eran tan vascos como él, hasta en la última gota de su sangre! «¿Qué pensarán aita y amatxo de esto?», se preguntaba (pag. 168). Efectivamente, en junio de1938, el oficial de las Fuerzas Regulares Indígenas nº 4 de Larache, Fernando Zamacola Abrisqueta, murió en el frente de la sierra de Córdoba, junto a las minas Santa Bárbara. Los milicianos y mineros hicieron justicia con este hermano indigno.
Seguro que Eusebio no conoció en aquellos años la verdadera historia de terror de sus hermanos como jefes locales de Falange de El Puerto de Santa María (Domingo) y de Rota (Fernando) en los primeros meses del derrocamiento por las armas del gobierno legítimo del Frente Popular. Puede que no supiera que después de la llegada de un tercio de legionarios de Ceuta a Cádiz el 19 de Julio de 1936 liberaron a los presos derechistas que se encontraban en el tristemente célebre penal de El Puerto de Santa María, entre los cuales se hallaban los hermanos Zamacola y otros dirigentes falangistas de la zona. No supo del papel que jugó la Falange en la retaguardia como cuerpo represivo que se dedicó a encarcelar y ejecutar a partir de agosto del 36 a numerosos cargos electos republicanos y militantes de partidos de izquierda y sindicalistas. Los hermanos Zamacola, entre otros, fueron responsables de los fusilamientos en aquellas primeras semanas de varios centenares de vecinos de Chipiona, Sanlucar, Trebujena, Rota, Jerez y El Puerto. Tampoco supo, quizás, de la formación de la centuria falangista denominada «Los leones de Rota» que comandó Fernando Zamacola y que pronto partió al frente destacándose por su especial violencia y crueldad. Los pueblos de la sierra de Cádiz y Málaga donde estuvieron a partir de agosto de 1936 (como Casares, Benamahoma y Grazalema) lo recuerdan como partícipes activos, dejando un «reguero de sangre y muerte», como recuerda el historiador Fernando Romero. Ni de la medalla al mérito militar que le impuso el general Queipo de Llano en Jerez de la Frontera a Fernando Zamacola después de conquistada Estepota (Málaga) por su participación «suicida» en la batalla de Saladavieja en enero de 1937.
El joven Eusebio que tuvo que huir de su Euskal Herria durante la dictadura de Primo de Rivera como refugiado político, según cuenta Echarri, que amaba a su pueblo y a su lengua, el euskera, el asaltante de trenes donde viajaban los pagadores de grandes empresas agrícolas pero que siempre favoreció a los más modestos trabajadores, nunca imaginó que en 1937, mientras en su país natal el ejercito fascista iniciaba la Campaña del Norte con apoyo de la Legión Cóndor alemana y la infantería italiana, y la población civil estaba sufriendo un asfixiante bloqueo marítimo su propia madre tuvo que denunciar a su hijo Domingo. En dicho año la Policía de El Puerto confecciona un informe sobre Domingo Zamacola al que se le acusa, entre otras cosas, de secuestro y violación de las mujer de un político izquierdista y también de extorsión a ciertos industriales de la población: «En esta ciudad, en El Puerto, siendo Jefe de Milicias, sacó de la cárcel a Luisa Rendón Martel, la mujer del diputado comunista Daniel Ortega Martínez, y la llevó a su domicilio, teniéndola allí hasta que la misma madre del Domingo fue a la Comandancia Militar a suplicar que sacasen de su casa a dicha mujer».
Un ejemplo documentado de estos desmanes de los falangistas de Zamacola se centra en el caso de la aldea de Benamahoma (Cádiz), donde fueron asesinadas entre 50 y 70 personas, según declaraciones de los propios asesinos ante un juez instructor militar que tuvo que abrir unas diligencias previas para investigar una denuncia realizada contra el cabo de la guardia civil que fue comandante de puesto de Benamahoma durante 1936. Según Romero, historiador de Villamartín, todo está documentado y hoy día «…Sabemos quiénes eran los Leones de Rota que estuvieron en esa época allí durante los meses de agosto y septiembre de 1936. Estuvieron los hermanos Zamacola, Manuel Almendro y Agustín Díaz, que eran los dos subjefes de la centuria,… Si en cada uno de los pueblos por donde pasaron se hubiera abierto una investigación de este tipo en la posguerra, (…) quizás podríamos saber lo que ocurrió pueblo a pueblo y empezar a sumar el número de muertes que tuvo Zamacola a sus espaldas…».
El mismo Fernando Zamacola declaró haber fusilado a prisioneros de guerra, con motivo de la apertura del juicio contradictorio que se hizo para valorar si Zamacola era merecedor de la Cruz Laureada de San Fernando, distinción honorífica a la que fue propuesto por su papel en la campaña de Málaga, en la batalla de Estepota, donde todos los mandos militares superiores declararon a su favor, y en su propia declaración cuenta todo de su puño y letra: «Y al llegar a un punto de la playa, me encontré al General de División Queipo de Llano, que había visto a un grupo de prisioneros que había allí. Preguntó quiénes eran, y cuando le dijimos que eran carabineros, mandó que los fusiláramos, cosa que inmediatamente se hizo…». Finalmente no se le concedió la Cruz Laureada de San Fernando, porque mientras se estaba tramitando el expediente de la mencionada distinción honorífica, llegó directamente al Cuartel General de Franco, en Burgos, una denuncia procedente de un derechista de El Puerto de Santa María que firmaba con iniciales, quien denunciaba una serie de situaciones bastante censurables que se estaban dando en El Puerto de Santa María y en el cúpula de Falange de dicha localidad. Según esta denuncia anónima -que salpicaba a los hermanos Zamacola, el Jefe Local de Falange, a todos los mandos de la centuria de los Leones y al que había sido comandante militar de El Puerto de Santa María en el año 36- se señalaba a los hermanos Zamacola y a sus falangistas como auténticos pistoleros, como matones que se habían convertido en los dueños del pueblo, llegando a extorsionar a los bodegueros y a los comerciantes a punta de fusil y de pistola.
La tragedia de la memoria histórica en muchos lugares de Andalucía, donde en realidad no hubo guerra «civil», sino durísima represión en la retaguardia del ejército franquista, la constituye la gigantesca herida abierta de los muertos que no mueren nunca, como escribe Felipe Benítez Reyes en el prólogo al libro de «Memoria rota…». De aquellos que como Domingo Reyes, dirigente del sindicato Sociedad Obrera de Campesinos de Rota, hermano de su abuelo materno, «Se lo llevaron una noche y no volví a verlo, ni vivo ni muerto«. Quizá esa herida se cierre cuando la dignidad de las víctimas quede restablecida, cuando su memoria sea la memoria orgullosa de unos ciudadanos y ciudadanas que «se permitieron la noble fantasía de entrever un futuro más justo para su país».
Bibliografía:
– «ZAMACOLA: Un bandolero vasco en el Chaco» de Fabio Javier Echarri. Ed. Txalaparta, 2011.
– «Memoria rota. República, guerra civil y represión en Rota» de J. Núñez, M. Rodríguez, F. Romero y PP. Santamaría (Editado por el Ayuntamiento de Rota-2009).
– «Falangistas, héroes y matones. Fernando Zamacola y los Leones de Rota», de Fernando Romero Romero, en Cuadernos para el diálogo, septiembre de 2008-nº 33, pág. 32-39).
– Reseñas de las IV Jornadas de Memoria Histórica celebradas en Rota en agosto de 2009 y disponible en el blog de «Jerez Recuerda»: http://jerezrecuerda.blogspot.com/2009/09/las-iv-jornadas-de-memoria-historica-de.html