Traducido para Rebelión por Germán Leyens
Muchos en EE.UU. se indignaron por los comentarios del predicador evangélico conservador Pat Robertson, quien culpó por el catastrófico terremoto de 2010 a los haitianos por vender sus almas a Satanás. Todavía extraían cuerpos de los escombros -hubo hasta 300.000 muertos- cuando Robertson apareció en la televisión y otorgó a sus telespectadores una pequeña lección de historia: los haitianos habían estado «esclavizados por los franceses» pero «se unieron y juraron un pacto con el diablo. Dijeron, ‘te serviremos si nos liberas de los franceses’. Así es. Y por lo tanto, el diablo dijo, ‘de acuerdo, trato hecho.'»
¿Un ejemplo supremo de idiotez derechista? Por supuesto. Sin embargo, en su propia manera chiflada, Robertson no dejaba de tener razón. Los haitianos juraron, de hecho, un pacto con el diablo por su libertad. Solo Belcebú llegó oliendo no a azufre, sino a agua de colonia parisina.
Los esclavos haitianos comenzaron a liberarse de la «esclavitud de los franceses» en 1791, cuando se alzaron y, después años de encarnizada lucha, terminaron por declarar su libertad. Sus amos franceses, sin embargo, se negaron a aceptar la independencia haitiana. La isla, después de todo, había sido un productor extremadamente lucrativo de azúcar, y por lo tanto París ofreció una alternativa a Haití: compensad a los dueños de esclavos por la propiedad perdida -sus esclavos (es decir, ellos mismos)- o enfrentad su cólera imperial. La incipiente nación fue obligada a financiar ese pago con préstamos usurarios de bancos franceses. Todavía en 1940, un 80% del presupuesto del gobierno era utilizado para pagar esa deuda.
En el debate que surge intermitentemente en EE.UU. con el pasar de los años sobre el pago de reparaciones por la esclavitud, los oponentes a la idea insisten en que no existe ningún precedente para una propuesta semejante. Pero existe. Es solo que lo que se estaba pagando eran reparaciones-al-revés, lo que tiene un pedigrí venerable. Después de la Guerra de 1812 entre Gran Bretaña y EE.UU., Londres indemnizó a colonos del sur con más de un millón de dólares por haber alentado a sus esclavos a escaparse en tiempo de guerra. Dentro del Reino Unido, el gobierno británico también pagó una pequeña fortuna a dueños de esclavos británicos, incluyendo a los antepasados del actual primer ministro de Gran Bretaña, David Cameron, para compensar por la abolición (que Adam Hochschild calculó en su libro de 2005 Bury the Chains [Enterrad las cadenas] que constituía «un monto igual a aproximadamente un 40% del presupuesto nacional de aquel entonces, y aproximadamente 2.200 millones de dólares actuales»).
Propugnadores de reparaciones -hechas a descendientes de pueblos esclavizados, no a sus propietarios- tienden a calcular el monto debido sobre la base del impacto negativo de la esclavitud. Quieren indemnizar salarios impagos durante el período de esclavitud o injusticias que tuvieron lugar después de la abolición formal (incluyendo servidumbre por deudas y exclusión de los beneficios otorgados a la clase trabajadora blanca por el Nuevo Trato). Según un cálculo, por ejemplo, 222.505.049 horas de trabajo forzado fueron realizadas por esclavos entre 1619 y 1865, cuando fue terminada la esclavitud. Capitalizado con la tasa de interés y calculado en la actual moneda, esto asciende a billones [millones de millones] de dólares.
Pero el pago de deudas es, en realidad, la menor parte. El mundo moderno debe su propia existencia a la esclavitud.
Viaje de los ciegos
Consideremos, por ejemplo, la manera cómo el progreso del conocimiento médico fue pagado con las vidas de esclavos.
La tasa de mortalidad en el viaje transatlántico al Nuevo Mundo fue terriblemente alta. Los barcos negreros, sin embargo, eran más que tumbas flotantes. Eran laboratorios flotantes, que ofrecían a los investigadores una posibilidad de examinar el desarrollo de enfermedades en entornos bastante controlados, en cuarentena. Los doctores e investigadores médicos podían aprovechar las altas tasas de mortalidad para identificar una desconcertante cantidad de síntomas, clasificarlos en enfermedades y elaborar hipótesis sobre sus causas.
Cuerpos de doctores tendían a trabajar arduamente en puertos a lo largo del litoral atlántico. Algunos de ellos estaban comprometidos con el alivio de sufrimientos; otros simplemente buscaban maneras de hacer que el sistema de esclavitud fuera más lucrativo. En ambos casos, identificaban tipos de fiebres, aprendían cómo disminuir la mortalidad y aumentar la fertilidad, experimentaban cuánta agua era necesaria para que cantidades óptimas de esclavos sobrevivieran con una dieta de pescado salado y tasajo, e identificaban la mejor ratio de consumo de calorías con horas de trabajo. Una invaluable información epidemiológica sobre una serie de enfermedades -malaria, viruela, fiebre amarilla, disentería, tifus, cólera, etc.- era obtenida de los cuerpos de agonizantes y muertos.
Cuando los esclavos no podían ser mantenidos en vida, sus cuerpos autopsiados todavía suministraban información útil. Por cierto, como la escritora Harriet Washington ha demostrado en su sorprendente Medical Apartheid, esos experimentos continuaron mucho después del fin de la esclavitud: en los años cuarenta, un doctor dijo que «el futuro del negro reside más en el laboratorio de investigación que en las escuelas». Todavía en los años sesenta, otro investigador, ponderando el pasado en un discurso pronunciado en la Escuela Médica Tulane, dijo que era «más barato usar negros que gatos porque estaban por doquier y eran animales de experimento baratos».
El conocimiento médico se filtró lentamente de la industria de la esclavitud a comunidades más amplias, ya que los negreros no hacían reclamaciones de propiedad sobre las técnicas o datos provenientes del tratamiento de sus esclavos. Por ejemplo, una epidemia de ceguera que estalló en 1819 en el barco negrero francés Rôdeur, que había zarpado de Bonny Island en el Delta del Niger con unos 72 esclavos a bordo, ayudó a los oftalmólogos a identificar las causas, arquetipos, y síntomas de lo que actualmente es conocido como tracoma.
La enfermedad apareció primero en el Rôdeur poco después de desplegar las velas, inicialmente en la bodega entre los esclavos y después en cubierta. Finalmente, cegó a todos los viajantes excepto un miembro de la tripulación. Según el relato de uno de los pasajeros, marineros ciegos trabajaron bajo la dirección de ese hombre «como máquinas» atados al capitán con una gruesa cuerda. «Estábamos ciegos – totalmente ciegos, a la deriva como un barco naufragado en el océano», recordó. Algunos de los marineros enloquecieron y trataron de beber hasta morir. Otros se retiraron a sus hamacas, inmovilizados. Cada uno «vivió en un pequeño mundo oscuro propio, poblado por sombras y fantasmas. No veíamos el barco, ni el cielo, ni el mar, ni las caras de nuestros compañeros.»
Pero podían oír los gritos de los esclavos ciegos en la bodega.
Esto continuó durante 10 días, pasando por tormentas y calmas chichas, hasta que los viajantes oyeron el ruido de otro barco. El barco negrero español San León había derivado cerca del Rôdeur. Pero toda la tripulación y todos los esclavos en ese barco, también habían perdido la vista. Cuando los marineros de cada nave se dieron cuenta de esa «horrible coincidencia», cayeron en silencio «como el de la muerte». Finalmente El San León derivó lejos y nunca se volvió a oír de él.
El único marinero del Rôdeur que veía logró pilotear el barco a Guadalupe, una isla en el Caribe. Para entonces, algunos miembros de la tripulación, incluido el capitán, habían recuperado parte de su visión. Pero no 39 de los africanos. Por lo tanto, antes de entrar al puerto, el capitán decidió ahogarlos, atando pesos a sus piernas y arrojándolos al mar. El barco estaba asegurado y su pérdida sería cubierta: la práctica de asegurar esclavos y barcos negreros significaba que los negreros comparaban los beneficios de un esclavo muerto con la mano de obra viviente y actuaban correspondientemente.
Los eventos en el Rôdeur atrajeron la atención de Sébastien Guillié, jefe de medicina en el Instituto Real para la Juventud Ciega de París. Resumió sus resultados -que incluían una discusión de los síntomas de la enfermedad, la manera cómo se propagaba, y las mejores opciones de tratamiento – y los imprimió en Bibliothèque Ophtalmologique, que luego fue citada en otras revistas médicas así como en un libro de texto de 1846 en EE.UU., A Manual of the Diseases of the Eye.
Los esclavos también impulsaron el avance de la medicina de otras maneras. Los africanos, por ejemplo, fueron las principales víctimas de la viruela en el Nuevo Mundo y también fueron indispensables para su erradicación. A principios de los años 1800, España ordenó que todos sus súbditos americanos fueran vacunados contra la enfermedad, pero no suministró suficiente dinero para realizar una campaña tan ambiciosa. Por lo tanto los doctores se volvieron hacia la institución que ya había llegado al extenso Imperio Español: la esclavitud. Transportaron la vacuna viva contra la viruela en los brazos de africanos que eran transportados como carga por rutas de esclavos de una ciudad a otra para ser vendidos: los doctores elegían a un esclavo de un envío, hacían una pequeña incisión en su brazo, e insertaban la vacuna (una mezcla de linfa y pus conteniendo el virus de viruela bovina). Unos pocos días después que los esclavos partían en su viaje, pústulas aparecían en el brazo en el que se había hecho la incisión, suministrando el material para realizar el procedimiento sobre otro esclavo en el grupo – y luego en otro y otro hasta que el envío llegaba a su destino. Así la vacuna de viruela fue diseminada por América española, salvando innumerables vidas.
El gran cisma de la esclavitud
En 1945, tropas aliadas penetraron el primero de los campos de la muerte nazis. Muchos han señalado que lo que vieron en su interior provocó una ruptura radical en la imaginación moral de Occidente. El genocidio nazi de judíos, ha escrito un erudito, es el «agujero negro» de la historia, consumiendo todas las certitudes teológicas, éticas y filosóficas que habían existido anteriormente.
Sin embargo, antes de que hubiera el Holocausto, hubo la esclavitud, una institución que también transformó la conciencia colectiva de Occidente, como he tratado de mostrar en mi nuevo libro, The Empire of Necessity: Slavery, Freedom, and Deception in the New World.
Tomemos, por ejemplo el caso del Joaquín, una fragata portuguesa que zarpó de Mozambique a fines de 1803 con 301 africanos orientales. Casi seis meses después, cuando un cirujano del puerto abrió la escotilla del barco en Montevideo, Uruguay, lo repugnó lo que vio: solo 31 sobrevivientes esqueléticos en un recinto apestado, vacío fuera de cientos de grilletes no utilizados.
Funcionarios municipales reunieron una comisión de investigación para explicar la muerte de los otros 270 esclavos, solicitando la experticia de cinco médicos – dos doctores británicos, un español, un suizo italiano y uno de EE.UU. Los médicos testificaron que antes de abordar el Joaquín, los cautivos deben haber sufrido extrema angustia, ya que habían sido obligados a sobrevivir comiendo raíces e insectos hasta llegar a la costa africana, extenuados y con sus estómagos hinchados. Entonces, una vez en el océano, apiñados en una bodega oscura sin ventilación, no tuvieron nada que hacer fuera de escuchar los gritos de sus compañeros y el ruido metálico de sus cadenas. Muchos deben haber enloquecido tratando de comprender su situación, tratando de ponderar «lo imponderable». Los médicos decidieron que los africanos orientales habían muerto de deshidratación y de diarrea crónica, agravadas por las penurias físicas y psicológicas de la esclavitud – de lo que llamaron «nostalgia», «melancolía» y «cisma».
La opinión colectiva de los cinco médicos -quienes representaban el estado del conocimiento médico en EE.UU., Gran Bretaña, y España- revela la manera cómo la esclavitud contribuyó a lo que podría ser llamado el desencanto de la medicina. En ella se puede ver cómo los doctores que encaraban el comercio de esclavos comenzaron a tomar conceptos como melancolía de las manos de sacerdotes, poetas, y filósofos y les dieron un verdadero significado médico.
Antes de la llegada del Joaquín a Montevideo, por ejemplo, la Real Academia Española todavía asociaba la melancolía con una verdadera posesión demoníaca nocturna. Cisma significaba literalmente un concepto teológico utilizado por los españoles para referirse a la doble personalidad espiritual de un hombre caído. Los doctores que investigaron el Joaquín, sin embargo, utilizaron esos conceptos de un modo decididamente secular, realista y de maneras que afirmaban inequívocamente la humanidad de los esclavos. Diagnosticar a africanos esclavizados como sufrientes de nostalgia y melancolía era reconocer que poseían egos que podían ser perdidos, vidas íntimas que podían sufrir de cisma o alienación, y pasados que podían echar de menos.
Dos décadas después del incidente que involucró al Joaquín, la profesión médica española ya no pensaba que la melancolía era causada por un íncubo, sino la consideraba un tipo de delirio, relacionado frecuentemente con el mal de mar. Los diccionarios médicos describieron posteriormente la condición en términos similares a los utilizados por los críticos de Passage du Milieu – como causado por comida rancia, contacto demasiado estrecho, tiempo extremo, y sobre todo el «aislamiento» y la «vida uniforme y monótona» que se experimenta en alta mar. En cuanto a nostalgia, un diccionario español llegó a definirla como «un violento deseo que lleva a los arrancados a su país a desear volver a casa».
Fue como si cada vez que un doctor abriera una escotilla hacia esclavos para revelar los horrores causados por el hombre que se encontraban debajo, se hiciera un poco más difícil culpar a demonios por la enfermedad mental.
En el caso del Joaquín, en embargo, los doctores no extendieron la lógica de su propio razonamiento al tráfico de esclavos ni lo condenaron. En su lugar, se concentraron en las penurias del Passage du Milieu como un asunto técnico. «Redunda en interés del comercio y la humanidad», dijo John Redhead, nacido en Connecticut, educado en Edimburgo», sacar a los esclavos de sus barcos lo más rápido posible».
Seguid los pasos del dinero
La esclavitud también transformó otros campos del conocimiento. Por ejemplo, siglos de compra y venta de seres humanos, de embarcarlos a través de océanos y continentes, de defender, erosionar, o tratar de reformar la práctica, revolucionaron tanto al cristianismo como a la ley secular, dando origen a lo que consideramos la ley de derechos humanos moderna.
En el campo de la economía, la importancia de los esclavos llegó mucho más allá de la riqueza generada por su trabajo no remunerado. La esclavitud fue la rueda volante sobre la cual giró la revolución del mercado de América – no solo en EE.UU., sino en todas las Américas.
Desde los años setenta del Siglo XVIII España comenzó a desregular el tráfico de esclavos, a la espera de establecer lo que los comerciantes, sin andarse con rodeos, llamaron un «libre comercio en esclavos». Décadas antes de que la esclavitud estallara en EE.UU. (después de la Guerra de 1812 con Gran Bretaña), la población esclava aumentó dramáticamente en América española. Africanos esclavizados y africanos americanos sacrificaban ganado y esquilaban lana en las pampas de Argentina, hilaban algodón y tejían vestimentas en talleres textiles en Ciudad de México, y plantaban café en las montañas en las afueras de Bogotá. Fermentaban uvas para vino al pié de los Andes y hervían azúcar peruana para producir golosinas. En Guayaquil, Ecuador, calafates esclavizados construían barcos de carga que eran utilizados para acarrear más esclavos de África a Montevideo. En todas las florecientes ciudades en América española continental, los esclavos trabajaban, a menudo por salarios, como jornaleros, panaderos, fabricantes de ladrillos, caballerizos, zapateros remendones, carpinteros, curtidores, herreros, recogedores de andrajos, cocineros y sirvientes.
No solo su trabajo estimuló la comercialización de la sociedad. El envío de más y más esclavos al interior y a través del continente, la apertura de nuevas rutas de esclavos y la expansión de las antiguas, vinculó los mercados en áreas remotas y creó circuitos locales de finanzas y comercio. Los esclavizados constituían inversiones (comprados y luego alquilados como jornaleros), crédito (utilizados como garantía para obtener préstamos), propiedad, mercaderías, y capital, convirtiéndolos en una extraña mezcla de valor abstracto y concreto. Como colateral para préstamos e ítems para especulación, los esclavos también eran objetos de nostalgia, mementos de un mundo aristocrático que se desvanecía incluso mientras servían de moneda para la creación de un nuevo mundo comercializado.
Los esclavos literalmente producían dinero: trabajando en la casa de moneda de Lima, pisoteaban mercurio en mineral con sus pies desnudos, presionando mercurio tóxico en su corriente sanguínea a fin de amalgamar la plata utilizada para monedas. Y ellos eran dinero – por lo menos de una manera. No era que el valor de esclavos individuales estuviera estandarizado en relación a la moneda, sino que los esclavos eran de un modo bastante literal el estándar. Cuando tasadores calculaban el valor de una cierta hacienda, o propiedad, los esclavos usualmente representaban más de la mitad de su valor; eran, es decir, mucho más valiosos que bienes de capital inanimados como útiles y equipamientos.
En EE.UU., expertos han demostrado que no solo se obtenían beneficios a través de la venta por los sureños del algodón recogido por esclavos o la caña que cortaban. La esclavitud fue central para al establecimiento de las industrias que actualmente dominan la economía de EE.UU: las finanzas, los seguros, y los bienes raíces. Y el historiador Caitlan Rosenthal ha mostrado cómo plantaciones caribeñas que usaban esclavos ayudaron a marcar nuevos rumbos en «instrumentos de contabilidad y administración, incluyendo la depreciación y medidas estandarizadas de eficiencia, para administrar sus tierras y sus esclavos» – técnicas que fueron luego utilizadas en fábricas en el norte.
La esclavitud, como el historiador Lorenzo Green argumentó hace medio siglo, «formó la base misma de la vida económica de Nueva Inglaterra: giraba alrededor de ella, dependían de ella la mayor parte de sus otras industrias». Los padres se enriquecían construyendo barcos negreros, o vendiendo pescado, vestimenta y zapatos a islas con esclavos en el Caribe; cuando morían dejaban su dinero a hijos que «construyeron fábricas, constituyeron bancos, incorporaron empresas de canales y ferrocarriles, invirtieron en valores del gobierno, y especularon con nuevos instrumentos financieros». A su debido momento, hicieron donaciones para construir bibliotecas, salas de conferencia, jardines botánicos, y universidades, como ha revelado Craig Steven Wilder en su nuevo libro, Ebony and Ivy.
En Gran Bretaña, historiadores han demostrado cómo las «reparaciones» pagadas a familias propietarias de esclavos «alimentaron la industria y el desarrollo de bancos comerciales y de los seguros marítimos, y cómo fueron utilizadas para construir quintas y acumular colecciones de arte».
Seguid los pasos del dinero, como dicen, y ni siquiera tenéis que ir demasiado lejos por el sendero financiero para comenzar a ver la riqueza y el conocimiento acumulados mediante la esclavitud. Hasta la fecha, sigue estando alrededor de nosotros, en nuestros museos, tribunales, centros de enseñanza y de culto, y oficinas de doctores. Incluso la casa de modas Brooks Brothers (fundada en Nueva York en 1818) comenzó con la venta de burdas vestimentas de esclavos a plantaciones sureñas. Ahora se describe como una «institución que ha conformado el estilo de vestimenta estadounidense».
Delirios y los huesos blanqueados de los muertos
En EE.UU., el debate de las reparaciones se desvaneció con la elección en 2008 de Barack Obama – excepto como una idea que sigue atormentando los delirios de la imaginación derechista. Una parte significativa de la reacción contra el presidente es impulsada por la fantasía de que preside sobre una redistribución radical de la riqueza -¡pensad en todos esos teléfonos móviles gratuitos que según el Informe Drudge está entregando a afro-estadounidenses!- como parte de un plan oculto para realizar reparaciones por cualquier medio posible.
«Lo que no saben», dijo Rush Limbaugh poco después de la toma de posesión del mando de Obama, «es que todo el programa económico de Obama es reparaciones». El conservador Centro Nacional de Política Legal presentó recientemente el fantasma de los «tribunales de reparaciones por la esclavitud»- tribunales jacobinos negros presididos por gente como Jessie Jackson, Louis Farrakhan, Al Sharpton, y Russell Simmons y empoderados para cobrar un impuesto de 50.000 dólares a cada «hombre, mujer y niño blanco en este país». Es hora de rescatar la discusión de reparaciones del pantano de las tertulias radiofónicas y de las secciones de comentario de la blogósfera conservadora.
La idea de que la esclavitud hizo el mundo moderno no es nueva, aunque parece que cada generación tiene que volver a redescubrir esa verdad. Hace casi un siglo, en 1915, W.E.B Du Bois escribió: «Rafael pintó, Lutero predicó, Corneille escribió, y Milton cantó; y durante todo este tiempo, durante cuatrocientos años, los oscuros cautivos salieron al mar entre los huesos blanqueados de los muertos; durante cuatrocientos años los tiburones siguieron a los barcos; durante cuatrocientos años América estuvo llena de millones vivientes y moribundos de una raza trasplantada; durante cuatrocientos años Etiopía alzó sus manos hacia Dios».
¿Cómo podríamos calcular el valor de lo que hoy llamaríamos la propiedad intelectual -en medicina y en otros campos- generada por el sufrimiento de la esclavitud? No estoy seguro. Pero un renacimiento de los esfuerzos por hacerlo sería un paso hacia el ajuste de cuentas con el verdadero legado de la esclavitud: nuestro mundo moderno.
El nuevo libro del colaborador regular de TomDispatch, Greg Grandin, The Empire of Necessity: Slavery, Freedom, and Deception in the New World, acaba de publicarse.
Copyright 2014 Greg Grandin